jueves, marzo 31, 2011
CANCIONES PARA PERROS EN PELIGRO (IV)
Banda - BEACHWOOD SPARKS
Canción - “Desert Skies”
Disco - Beachwood Sparks (Sub Pop, 2000)
“Either I´m too sensitive or else i´m getting soft”, ya lo dijo Dylan. Viaje por mi lado más pop (todo sea por los canidos amenazados y su graciosa guardesa Miss. Anne Marie Sutherland), esta recopilación/selección se va convirtiendo según avanza y sin quererlo, en reflexión sobre el hecho musical mismo, en labor de arqueología cercana y exhumación de joyas menores sólo en apariencia, y en retrato -era inevitable- de una de las caras de quien selecciona, que, lo crean o no, no vive siempre cubierto por muros de ruido blanco y envuelto en intoxicantes vahos de fuzz. Nada como intentar descubrirle cosas a los demás para acabar descubriéndose un poco a uno, esa tarea casi siempre ingrata a la que tendemos de modo enfermizo algunos y que es adecuado disfrazar y endulzar así, hablando de discos o de otras cosas bellas, igual que a los niños se les administra un jarabe diluido o una pastilla médica envuelta en chocolate.
Buena imagen esa, medicación con una capa de azúcar, para el disco de debut de los Sparks. Debe ser este (aparte de la ENORME caja de descartes de The Pogues, que cualquiera en su juicio debería haber escuchado para poder perderlo feliz) el disco que más veces en mi vida he extraviado y vuelto a comprar. Desaparecido sabe el diablo dónde el primero, olvidado el segundo en una mudanza, regalado el tercero a una novia que probablemente jamás lo escuchó, me despierto hoy notando su falta y me lo agencio por cuarta vez en mi tienda favorita, Radio City, por cuyo pequeño local paso fugazmente, esquivando a tipos más bien mayores que prefieren el pop añejo a merodear por los colegios. Después me lo llevo a casa envuelto en el gabán, como quien esconde una bolsa de caramelos. Así de chiquillos somos, aferrados a nuestras pequeñas delicias, a esas evanescentes pompas de jabón de tres minutos que crean la insólita apariencia de que la vida es de pronto mejor.
Atrás, muy atrás, quedaron las épocas en las que el ruido atronaba en mi casa a todas horas; ahora suelo preferir el silencio, donde todo se oye mejor. Escuchar a los Beachwood Sparks así, después de una tarde de calma, cuando ya una noche que huele a verano ha cubierto Malasaña, transporta dulcemente a otro lugar; uno que quizá -quien sabe- existió físicamente, y que ahora permanece, etéreo, mientras el disco dura. Y luego un ratito más. Banda fugaz -otro disco y un Ep, creo, antes de que se disolvieran y algunos de ellos formasen The Tide- los Sparks chisporrotearon sobre su propia hoguera campestre con maravilloso y delicado fulgor antes de quedar atrás, apenas otra nota al pie en la historia del rock y el pop. Pero es una nota escrita con prístina caligrafía de country rock ácido y optimista, travieso pop ejecutado según los parámetros de la costa oeste setentera. Una nota que se lee con placer y aún sin un atisbo de nostalgia pese a que evoca un pasado que -dicen los santones- fue mejor.
Difícil una vez más aquí, como en casi todos los discos que revisamos en esta serie, elegir claramente una canción. Son bandas, todas ellas, al fin y al cabo, más entregadas a la orfebrería musical que al hit inmediato. Y sin embargo, de entre los cuatro o cinco temas deslumbrantes con los que arranca el viaje, acabo decidiéndome por la inicial “Desert Skies”, que quizá condensa todo lo mejor que el disco tiene, exponiéndolo con reconcentrada brillantez. Alegre como un día de verano en el recuerdo -aquel en el que todo salió bien- vivaz sin alterarse, juguetona e íntima a la vez, en ella parecen reflejarse las claves que ofrece la imagen interior del libreto: lo cálidamente cósmico de esa luna enorme, lo terreno y enraizado de los árboles, lo sutil e imaginativo de la mariposa suspendida en primer plano; lo poderoso y callado del volcán. No le van a la zaga, para ser sinceros, esa “Silver Morning After”, reminiscente de Love y algo más oscura, la vivaz frivolité country pop de “Sister Rose”, la lejanamente dylaniana “The Calming Seas” o la redondez sentimental que envuelve “Canyon Ride”.
No se nos ocurrirá decir que sus trapecismos en los árboles o sus noches estrelladas o sus coros de plastilina y sus guitarras de papier maché superen en ningún momento a sus propios modelos -A Love, A Spirit, a Big Star, o Beatles o a tantos más que otros conocerán mejor que yo-. Ni siquiera que la segunda mitad del trabajo, remansada tras el chispazo inicial en calmados meandros de narcótica, pastoril felicidad, vaya a sobrevivir al tacaño escrutinio del tiempo. Pero la verdad es que tampoco importa. Son como un recortable coloreado que los niños ven mágico. Nosotros somos los niños, claro. Al menos un rato. Al menos hoy.
Y una entrevista que encontré.
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1 comentario:
Eternamente agradecida.
Miss Sutherland y su manada.
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