miércoles, diciembre 25, 2013

UNA HISTORIA MUSICAL A RAS DE POLVO (FIAT LUX)


Hay un artículo de LUIS BOULLOSA en la página treinta del nuevo y muy recomendable número de FIAT LUX, ya en la calle. Poniéndole banda sonora subterránea a la España negra con Javier Colis, Ilegales, Corcobado, Eskorbuto, Los Calis, la Trapera y otros héroes de nuestro tiempo. Píllenla en su kiosko más próximo...

lunes, diciembre 16, 2013

CTHULHU recomienda... "EL PUÑO Y LA LETRA"

Campaña para la destrucción definitiva de la Navidad: Si le ha gustado "El puño y la letra", el primer libro publicado por nuestro dipsómano gurú el pensamiento libre, LUIS BOULLOSA, este es el momento de regalárselo al elemento más reaccionario que pueda encontrar en el seno familiar. Si la pelea por tan preciado lugar en el panteón es dura, puede concederse como premio "ex aequo", partirse en dos mitades con un cuchillo de cortar pan o, simplemente, entregarse dos veces o las que sea menester. Si no lo ha leído aun, es el momento de joderse la cabeza para siempre en un par de tardes. Contribuyan a la cultura subterránea, la única que existe. Y recuerden, no abandonen la bonita tradición de los Reyes Magos ni la del gordinflas patético de Papá Noel, son dos indicios imprescindibles para que sus hijos comprendan lo esencial: que todo lo que les están enseñando es mentira.

Dejo aquí las diversas reseñas del artefacto aparecidas en prensa hispánica por si alguien duda aún de que es una creación nefasta, proveniente del abismo y muy, muy poco recomendable para el ciudadano medio español.

EL DIARIO

http://www.eldiario.es/cultura/Nacidos-perder-cantarlo_0_178832270.html

MONDOSONORO

http://www.mondosonoro.com/Critica-DVD/El-puno-y-la-letra/Autor-Luis-Boullosa/8375.aspx

IPUNKROCK

http://www.ipunkrock.com/index.php/site/comments/luis_boullosa/

VALENCIA PLAZA

http://www.valenciaplaza.com/ver/103336/el-pu

RUTA 66

http://www.ruta66.es/2013/10/encuentros/luis-boullosa-de-punos-letras-y-otros-menesteres/

LAREIRA POP

http://lareirapop.weebly.com/7/post/2013/11/el-puo-y-la-letra-antropologa-y-requiem.html

LA RAZÓN

http://www.larazon.es/detalle_normal/noticias/4341942/cultura+libros/santoral-underground

EFE EME

http://www.efeeme.com/libros-el-puno-y-la-letra-creacion-literaria-y-rock-roll-underground-de-luis-boullosa/

CRAZY MINDS

http://www.crazyminds.es/el-puno-y-la-letra-de-luis-boullosa-literatura-rock-sobrenatural/

RIODENOMEN

http://riodenomen.blogspot.com.es/2013/10/no-me-matareis-con-balas-un-rio-sobre.HTML



http://riodenomen.blogspot.com.es/2013/11/no-me-matareis-con-balas-un-rio-sobre_5.html

STAFF MAGAZINE

http://stafmagazine.com/collection/el-puno-y-la-letra/
Ver más

domingo, diciembre 15, 2013

Purasangres en el callejón – VIVA BAZOOKA + GOG Y LAS HIENAS TELEPÁTICAS (Skate Park, Bergara)


Entre las grandes mentiras de la humanidad está la de que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Llevamos toda la historia, de hecho, conociéndola perfectamente y repitiéndola, y amparándonos después en cualquier excusa para decir que no sabíamos. Somos así de hijos de puta y de paletos, sí. Y se está caliente en casa, sí. Por otro lado, en casa, no pasa nada jamás. Con la música más o menos exigente para con quien escucha sucede lo mismo. Veo en una librería la versión traducida del libro “Our band could be your life” de Michael Azerrad que habla de toda aquella camada gloriosa de bandas punk mutantes de mediados de los ochenta en Amérika (Hüsker Dü, Replacements, Sonic Youth, Minutemen, etc, etc) y, por más curiosidad que me siga causando ese pasado que los entendidos soban y resoban, no puedo dejar de pensar que ya nada en mi sangre hace años, y que quizá con eso sobre, y que cada minuto que gastamos glorificando lo que fue en lugar de, simplemente, usarlo como gasolina es uno que perdemos para vivir el presente. Y el presente nunca es menos prodigioso que el pasado, simplemente no va vestido con la engañosa ropa de la nostalgia y de la juventud absoluta.
El 13 de diciembre de 2013 toqué con mi banda en el bar del skate park de Bergara. El sitio mola y suena bien, la crew era amistosa, y parece que a los diez (por lo alto) que prestaron atención les gustó nuestro ruido. Abríamos para los prodigiosos VIVA BAZOOKA, un dúo instrumental de guitarra y batería al que pocos conocen y que es como un purasangre de carrera corta o un boxeador ligero de piernas y con mano de plomo: en media hora pelada te hacen besar la lona unas cuantas veces, y entran en la meta con más o menos veintisiete cuerpos de distancia sobre cualquiera. A cuerpo por minuto.
Telonear a una banda así es al tiempo una putada, una maravilla y un reto. Explicar a qué suenan sería intentar lo imposible, porque –y aquí el tópico funciona con exactitud- sólo suenan a ellos mismos, con una personalidad marcadísima, turbopropulsada, muy técnica pero al tiempo expresiva a más no poder (Hasier y Rafa son apabullantes con sus respectivos instrumentos y el rodaje de unos cincuenta conciertos les ha dado una compenetración casi alienígena). Bordean la disciplina gimnástica en algún momento, pero sin caer nunca al vacío gracias a que la música en sí misma comunica poderosamente, energética, maníaca, libre de culpa.
No quiere decir eso que no manejen una cantidad respetable de influencias, pero son tantas, tan bien digeridas (el aluvión que forma la perfección de un río) y usadas con tal naturalidad que el viejo truco con el que reseñistas novatos o cansados solucionan la papeleta se va al carajo. Como mucho, puedo decir que por momentos me hicieron recordar a los Minutemen y a las diversas encarnaciones de Mike Watt en solitario, no porque sonaran igual, ni mucho menos (aquí no hay bajo, allá es preponderante), sino gracias a esa cualidad mutante, ajena a las reglas supuestamente escritas del Rock&Roll, con querencia por las miniaturas y la urgencia, siempre en fuga y en busca de lo inesperado, que hará que algunos vean en ellos un punto jazzy.
Yo lo que veo es punk. Veo punk inteligente y de hoy mismo a raudales, en su música y en su actitud, y en los cojones que tienen para –como tantas otras bandas remarcables y suicidas que pululan por ahí- seguir con lo suyo heroicamente, sin desalentarse por el inevitable muro de la realidad que nos envuelve.  Esa realidad que hace, por ejemplo, que de los presentes en un local donde dos buenas bandas tocan gratis un tercio se dedique a zampar sin prestar atención alguna y otro a fumarse unos ciguis en la puerta, como si la cosa no fuera con ellos. Nada que no pase en casi cualquier parte.
Quizá es que todo el asunto ha muerto y nosotros simplemente paseamos un cadáver que a nadie causa ya curiosidad alguna, pero después de los Bazooka, lo dudo mucho, la verdad. Prefiero pensar, aunque sea igual de triste, que hemos tenido tal empacho de cultura de todo tipo en las últimas décadas que, sencillamente, hemos terminado por pensar que caviar todo los días por la cara es una dieta que merecemos y que, por tanto, podemos permitirnos despreciar. Acaso es por ello que, al final, comemos tanta mierda y seguimos diciendo amén.

domingo, diciembre 01, 2013

Elegancia y R&R (VIII) - EL ÁNGEL - MAÑANA NADIE


Sería fácil decir que cada tierra tiene su Lou Reed y que el nuestro fue El Ángel, aunque apenas nadie lo recuerde ya. A él no le molestaría la comparación, imaginamos. O se podría decir que cada pueblo grande tiene su Jim Carroll y que él fue el de Madrid, esa urbe de paletos y prodigios; aunque habría que discutir si esa es realmente la ciudad, o si la ciudad donde suceda el drama importa al cabo. Es sabido que cualquiera es buena para mandarlo todo al carajo. Podría decirse que -como Reed y como Carroll- El Ángel fue refractario a la luz y apreciable poeta, rockero de cuero riguroso también, profeta de una vida sin bocado, a pecho descubierto. Suicida si se quiere. Al revés que la de ellos, su muerte fue temprana.
Podrían decirse todas esas cosas, en fin, sin faltar a la verdad, pero mintiendo a la vez, porque siempre hay más, al fondo de una vida, y eso es lo difícil de calibrar. Para ello queda sólo el arte, que es al mismo tiempo el todo y un simple, débil rastro del hombre. Cuando El Ángel murió de sida en 1994, además de un buen puñado de poemas febriles, violentados y arrogantes, tiernos, consignados en el libro “Los planos de la demolición”, dejó un disco doble con el que le pasaba por la banda a su generación y condensaba una época, un disco final de rock and roll puro y enorme aliento metafísico. Hay puertas de atrás principescas, y “Polvo de Ángel” (Nuevos Medios, 94) es una de las más guapas y más oscuras que conozco. Nadie pareció enterarse, entonces. Yo, desde luego, no me enteré, aunque recuerdo algún artículo al respecto. Yo llegué tarde.
Todo eso sucedía en unos primeros noventa cuyo color se me va volviendo poco a poco desvaído: la época en la que algunos consignaron la agonía de los ochenta con precisión terrible; la que saqueó sus templos, derribó sus ídolos patéticos y, ya sin nada que perder,  formuló lo aprendido en ráfagas tan crudas y urgentes como ésta. Ya venía la ola nueva, la de una música de raigambre yanqui que con sus aciertos y miserias se impondría, al principio amateur y briosa, progresivamente -al igual que en América- sepultada por su inane versión melódica y burguesa. Feroces, emparedados en esa rompiente, algunos como Él Ángel permitieron que los  mejores aciertos de la década anterior y sus pavores más negros coagularan finalmente, a la fría luz de los hechos.
Y de hechos, entre otras cosas, de hechos difíciles de comprender, va “Polvo de Ángel”, el disco del dios animal de las calles frente a la muerte, el disco del chico cegado y lúcido que escupe, con la voz ya enreciada por el exceso: “Nada que hacer, nada que decir/nada se esconde bajo vuestro cielo/jamás podremos remontar el vuelo/no sabríamos a donde ir”. Mezcla de punk de entraña, rock urbano y afilado rock&roll neoyorquino, grabado en Sevilla con Los Volcánicos (su pareja, Ana Curra, y miembros de Dogo y los Mercenarios y de su antigua banda, Los Escaparates), el disco es  una síntesis cristalizada en azul lou reed y bañada en guitarras de quirófano, severamente afiladas, desinfectadas con una pálida llama de estupor y de entrega. Crónica de la cloaca y el éxtasis, cueva en el fondo de la tierra, en el centro de nuestra propia historia, donde se han congelado los sueños, “Polvo de Ángel” reluce como una herida de neón y de carne.
¿Por qué fue el ángel capaz de hacer ese recuento, esa suma heladora de la vida y del amor terminal? Quizá porque la presencia de la muerte espolea a quienes son capaces de mirarla a la cara, y él ya sabía que se moría. ¿Es eso lo que afila la pluma? ¿Es la desolada certeza de la última bala lo que lo baña todo con ese impávido fulgor de chulesca gloria? Yo no lo sé, pero creo que el disco lo cuenta por sí mismo, caminando sin remordimientos entre la primera neblina de otra existencia en canciones como “El mar” (“Tuve lo que quería, tuve mi pasión/lo que he perdido me da igual/soy un sueño entre la realidad”), con la insatisfacción, del que le ha pedido demasiado a la vida (“estoy buscando algo /que nadie me puede dar”), recorriendo sin cortarse un pelo la calle más chunga,  las parejas perdidas, la costra de las habitaciones sucias, contando lo que hay cuando apenas queda nada desde el mismo blancuzco corazón de la epidemia.
No es un disco perfecto, tiene algo de tanteo y de búsqueda, algunas instrumentaciones erradas, algunas canciones que son la misma, no importa. Es un disco violento, luminosamente marginal, ejecutado más que cantado, con la clase de lo inevitable. Es un disco sobre la aceptación. Y es un disco de amor. Cualquiera de sus temas valdría, en realidad, por el todo, porque todos ellos están inyectados de esa tristeza oceánica y fría del que contempla por última vez una vida a la que amó y maltrató a partes iguales, incluso aquellas más incendiadas, como “La ley de la calle”, donde retrata el ciego empuje de quien no tiene nada que perder (“¡Ei mírame!, no tengo nada…/sólo soy una rata en esta jungla de ambición/pero tengo un cuchillo y tengo una bala/que me van a dar lo que el mundo me negó…”) hasta desembocar en la humillada derrota (“Mírate cuando el miedo te come/cuando te apuntan al cuello con un fusil/cuando un policía te hace oler su aliento/y nadie va a mover un dedo por ti”). Si hubo un Wild Side aquí, y lo hubo, él lo pateó de lado a lado, y se le nota en el deje, en la compañía, en las maneras y en la voz, atravesada por demasiadas calles. En la capacidad de bailar de la poesía a la carnaza acompañado de un fuego somnoliento y sincero, puramente suyo.
Sin embargo el disco es, también, una búsqueda y un encuentro. El encuentro del perfecto mensaje de despedida. Más de uno de sus temas –los que al principio parecen pecar de largos, desperezados, disolventes, circulares-, como “Me fui de noche” (“Me fui de noche/con los caballos y el metal/me fui de noche/y no te volveré a encontrar”) parecen seguir una senda que lleva a alguna parte tanteando en la oscuridad y prefiguran, al cabo, la canción con la que se cierra el disco y la vida, ese final escalofriante al que el oyente llega desarmado si ha sido capaz de cruzar el páramo eléctrico. “Mañana Nadie”, directa al panteón de las canciones más tristes y más vivas jamás escritas, ‘memento mori’ anticipado y congelado a la blanca luz del rock&roll, es una de esas con las que se llora si a uno le queda corazón. Por fuera el que sepa y pueda, por dentro el resto.
Pocas elegancias más salvajes hay que esta, me digo, mientras la oigo otra vez, en soledad; quizá ninguna: abrirle la puerta a la muerte con un disco de vida al filo tan definitivo sonando en el estéreo. Pasa, nena, y escúchalo.
Te esperábamos.

 

miércoles, noviembre 06, 2013

THE TRUE DANCE OF LIFE – An interview with MILK MUSIC (english)

  
Milk Music have been often compared to the cream of legendary label SST, probably more because of its urgent, non-regulated expressivity, than because of its sound, as far as that sound seems to have deeper roots (sucking sap from the Meat Puppets, but also wrapping the ghost of Neil Young, gently rocking the twilight lament of late Big Star) and branches of its own that grow with unusual electric lush. I tried to explain their impact over me in a RECENT REVIEW of its magnificent “Cruise your illusion”. Expansive, aching but defiant and celebratory at the same time, it was one of these glorious, unexpected records of pure Rock&Roll, opened like a vein from which initial blood, pure creative magma was flowing. Seems like they’ve already had to pay their toll for that sincerity and for that sacred childish drive. Alex Coxen tells us about it. ¿What comes after defeat? Euphoria, he says. And life itself, we guess. With its true dance of darkness and light.

(you folks can check the spanish versión of the interview HERE)
 
KAPUT- When writing about your work, critics often speak about Hüsker Dü or Dinosaur Jr. Having listened just to your last album, I can´t really see that. The bands that come to my mind are early Giant Sand and Meat Puppets… maybe also a bit of Neil Young and a bit of Johnny Thunders (in the voice in “Lacey’s secret”, particularly)… Did any of this artists play an important role in your evolution as musicians? Why and how?

MILK MUSIC- Yes. The meat puppets were true masters at blending the musical themes of punk and psychedelia in their work, along with a great sense of songwriting. All major themes we strive for in our work. and Neil Young is as close to a Jesus Christ figure in my life as anything I’ve found. Musical or otherwise. Almost beyond influence, yet he certainly guides us. I've never heard Giant Sand. 
 
K- Lyrically, one of your main matters seems to be freedom. There seems to be a feeling of spiritual hunger crossing all the album. Seems like the problem of freedom -how to get it and how to keep it and how to cope with the lack of it- is there all the time. Am I right?

M.M- You are right. 

K- “I’m not in the mirror/I’m not in the flat I rent/I’m just like the dog the wind sent/I’m on that road outside/The road outside is trough/The inside of you/So when they call you away/I hope you runaway…”. That one seems to deal with the dissolving of identity and the fact that the road to freedom is sometimes more inside than outside. Could you please tell me something about it?

M.M- Well, the real lyric is "when they call you by name, i hope you runaway". What more can I say? The great romantic Exit scene we all play in our minds. "My life's a mess, I need to split", the ‘where to’ is not important, probably doesn't exist.  Imagine the car you'll take, imagine what song is scoring this fantastic movie in your head. 

K- “Your face is an age, baby/eyes like a child/when you were young/I bet you were wild”. When you say “wild” it seems to me that it means “free”. Are you concerned about the possibility and the difficulties of keeping that “wild” feeling trough an entire life?

M.M- Wild means wild. Dancing the true dance of life. Light and dark, both sides of the blade, the angel and the serpent, locked in a trance dance. I'm getting to know this "wild" feeling more every day and I look forward to a long life of madness.

K- Do you think that the classical images of freedom still work, the ones used in Rock&Roll so often, open roads, etc… Should it be redefined somehow? Most of the open roads people take nowadays are either metaphorical or digital…

M.M- Open roads are representative of movement, change, the unknown, etc. Those are timeless human themes. Besides, only an artist's personality and choice of phrasing can determine how tired something sounds.   

K- How did you make your record this time? Alex said in an interview he is a perfectionist, but the record sounds so natural it seems like it’s been done in some state of grace, and fast…

M.M- Recording is mostly guess and check, guided and edited by our musical instincts.  

K- He also said: “There’s a big lack of sincerity in music now and we’re fighting that”. There is many people that consider music and rock&roll particularly, like a way of entertaining themselves and nothing more. They even refuse the possibility of that music trying to answer complex questions or dealing with serious matters. What do you think about that?

M.M- I think we have a little problem here. 

K- “The final scene” reminds me of late Big Star work. It conveys this feeling of defeat and despair mixed with classical music forms that were somehow meant to invoke a happier feeling . Was that contrast intentional?

M.M- I wouldn't say the contrast was intentional. Certainly the feelings of defeat and despair were. What you might call the "happier feeling" I call euphoria, a feeling which follows defeat. 

K- I love that sound, and the images are powerful, like entering the afterlife dressed in a white tuxedo. Zodiac signs and death, kind of spiritual, somehow, but fun also. Also in other songs you put up some images that seem somehow religious (“Dancing naked in a state of bliss/With a cobra in your fist”) or speak directly about that (“but I prefer the church that I’ve made mine”). Is death a main theme in your work? Do you believe there is an afterlife?

M.M- I’m not quite sure what I believe, honestly.  I believe negativity stems from fear, and that the root of fear in this world as we know it, so far, ends with death.  It's an ever present theme by default.  

K- How does your composing method works? What’s the importance of each member of the band in that process?

M.M- secret recipe

K- Can you live out of your music now? Here in Spain that’s almost impossible, even for really good bands.

M.M- No, we recently tried and failed. Im struggling to find any job right now. I feel like Milk Music has fucked us over. The amount of touring and compramising and, for lack of a better term, whoring you have to do as a pop group to survive today is far more than we as creative persons are willing to accept. Its a dark time. maybe it always has been for people like us and were just learning it. 

K-What can we expect from Milk Music live? Is it really different from the record?

M.M- Don’t expect too much since we have no plans for future live performances. As stated in the previous question, live performance got in the way of our full creative potential. Instead we've been experimenting with video and visual art to promote our records and we're all very tickled to follow in the Beatles footsteps. That being said, a classic Milk Music show could be a religious experience. In the early days, the emphasis was on high volume, and sonic blanketing. By our last  performances we were exploring the deepest depths of jamming. We were really riding the edges there for a beautiful moment. Tempos and arrangement thrown out the window to pursue the belief that if we all concentrated on our current emotion and each others, to the absolute fullest, then it would be impossible to play any wrong notes. This concept that nothing is good or bad musically.  It was quite a ride.  Stream of conscience guitar play, vocals, rythms. In the end I prefer recording. 

K- How would you define what you do in three words?

M.M- get back, jo-jo

lunes, noviembre 04, 2013

CLUB DE AMIGOS DEL ELECTROSHOCK

 
 
 
“I love you when you are good
I love you when you are ba-a-ad”
 
Lou Reed – “I love you Suzanne”
 
 
 
Soñé que una antigua novia me llamaba por teléfono. Creo que no lo cogí, porque no recuerdo ninguna conversación. Soñé que un revisor de la RENFE del futuro trataba de estafarme. Yo llevaba un billete en el bolsillo, tan usado que parecía tener cien años. Conseguí escurrirme con esa chulería que no tengo en la vigilia. Soñé un sueño aburridísimo, también, pero eso fue hace tiempo, enredado en una duermevela pegajosa. Terminó y todos los protagonistas pasaron por pantalla con pequeños carteles que juntos decían: “sentimos que el sueño haya sido tan malo, no es culpa nuestra”. Ahora es media tarde, y fuera llueve, pero el día sigue teniendo esa cualidad atonal del otro reino. En la tele no ponen ese video que vi ayer, supongo, o quizá sí, porque ya no la enciendo nunca: diez maderos catalanes apalizan a un tipo que yace encogido e indefenso en el suelo. El tipo muere. Ninguno irá a la cárcel. En las escuelas en las que todavía se enseñe algo, un profesor que acaba de cumplir los cuarenta y aún luce una recortada barba contracultural está hablando en ese mismo momento de Rodney King, más por nostalgia que por otra cosa; en aquellos tiempos él era joven y escuchaba Gasgsta Rap. Cuando esas cosas pasaban a lo grande.
 
Los hijos de puta extranjeros tienen siempre su momento de gloria, a los de aquí no se los valora igual, en cambio. No como deberíamos. Y les debemos tanto.
 
Fuera llueve, sí, y en algún sitio, mucho más allá de la lluvia, los padres educan a sus hijos.
 
Memory Lane no. 1:  Estoy en el coche de mi padre, con mi padre, volviendo del instituto. Tengo quince años. Pongo una cinta de varios que grabé la noche anterior. Suena “Heroin”. Mi padre dice “¿Qué es esto?”. Yo digo .“Ésta es mi canción favorita”. Aún puedo ver su cara, a través del tiempo, viniendo de la tumba. Tanto para el hijo rebelde. Más problemas para el padre consciente. Gracias papá, por haberme querido tanto y haberme jodido lo suficiente, lo preciso, sin necesidad de freírme el cerebro a descargas eléctricas. Hiciste un trabajo fino, sin dañar circuitos esenciales, limitándote a enervar los focos de reacción. Y tu biblioteca sigue siendo impecable ahora que no estás.
 
Otros tuvieron menos y más suerte.
 
-¿Sabemos el nombre del médico?
 
-No. ¿Importa?
 
-No sé. Podría ser.
 
Memory Lane no. 2. Estoy en la plaza de España en Lugo, tengo unos tres años y medio. Mis padres me han regalado mi primer álbum de cromos. Uno variado donde hay animales salvajes, coches de carreras, banderas del mundo. Mi madre se está tomando un vermouth con las amigas y me da cinco pesetas, yo voy al kiosko y compro mi primer sobre de cromos. Lo abro, junto a mi amigo Ramón, un año mayor que yo. Un zorro viejo. El primer cromo que surge del sobre es la bandera de los Estados Unidos de América. Mi amigo Ramón pone cara de desprecio y me dice: “Que feo. Mira, este es mucho más bonito, te lo cambio”. El cromo con el signo de Leo es en efecto, mucho más hermoso. Yo ni siquiera sé lo que es cambiar cromos. Digo que sí. En cuanto tiene el mío entre las zarpas, el tono de Ramón cambia. Dice: “Eres tonto, porque ese que te acabo de dar sale todo el tiempo y este otro no sale nunca”. Y se va. Termino toda la colección de cromos menos uno. La bandera de los Estados Unidos.
 
Se me explicó temprano cómo funcionaba la vida. He sido yo el que, en los siguientes 34 años he seguido negándome a verlo del todo o a reproducirlo del todo. He sido yo el que ha considerado insoportable el intercambio y la norma. Eso es el arte. Si no hay contra quien ejercerlo, carece de sentido.
 
-¿Cómo se llamaba el médico?
 
-¿Importa?
 
-Sí y no.
 
-¿No se lo hacían a todos o qué?
 
-No sé. Puede ser. Era por agradecer.
 
Gracias, señor doctor, por convertírnoslo en una loca heroinómana y tarada, supurando cool, sudor frío, sexo de neón, mal rollo quirúrgico, odio a la autoridad. Gracias, señor doctor, por el Rock&Roll alterado, sibarita, callejero, snob, de tripa hipodérmica, de luz reveladora. Gracias por el flash en blanco y negro y la locura del suburbio mental. Gracias por los pisos vacíos, el mobiliario vendido, las vocecitas locas, las cabalgadas claustrales y deshidratadas de malsano feedback, las curas y las recaidas, la observación social, los amigos equivocados, la soberbia supina, el orden desaparecido, tragado por una noche eterna de copas y salones desolados de amanecer. Por parte de su vida y parte de la nuestra. Gracias por el hombre rescatado de sí mismo que aún es capaz de pensar y de decir palabras que cortan como una hoja de afeitar aplicada a un ojo.
 
Sí. Hay que darle las gracias a todos los hijos de puta por enseñarnos la lección y por sacarnos definitivamente de la vereda. Por Lou y por todo lo otro. Hay que darles las gracias a todos por obligarnos a patadas a caminar campo a través, en la dirección contraria a la indicada. Quizá también a los equivocados y a los miedosos, que con más esfuerzo y detalle, con más sutileza y menos salvajismo, hicieron el mismo trabajo. Con el tiempo a estos últimos hay que perdonarlos, en uno de esos actos de olvido magnánimo y final indiferencia a los que llamamos madurar. Somos hombres, y también nosotros estamos siendo perdonados por nuestras villanías pasadas, probablemente, en este mismo momento, en alguna parte de este pobre universo que nos dedicamos a enriquecer con amor, gestos y palabras. A los hijos de puta no, a esos no hace falta perdonarlos, lejos como estamos de la santidad y de la idiocia. Pero agradecérselo es de ley.
 
Nunca leí una biografía de Lou. No me hizo falta. No hace falta si lo escuchas. Aunque me habré tragado doscientos artículos y trescientas ‘liner notes’, probablemente. En todo caso, no, no sé como se llamaba el médico, pero sé el nombre de las canciones y los discos, conozco el reguero de genio salpicado, he usado la libertad regalada con largueza, así que, gracias, doctor, otra vez.
 
Gracias por Lou cantando Sister Ray por primera vez, en mi habitación del colegio mayor, con vistas a un Madrid invernal, mientras yo escuchaba, quizá, desde la fría ducha donde solía masturbarme.
 
Por Lou afiebrado y al cuello, con una Velvet de saldo, escupiendo verdades a dos metros de la mesa donde Brigid Polk sujeta un micro y Jim Carroll se pide Pernods dobles.
 
Por Lou bailando enloquecido en un escenario de París en el 74, subido sobre su propio mono con una chupa de chispas diseñada para matar a tu amante con un picahielos.
 
Por Lou, haciendo discos opacos cuyo fulgor nadie parece recordar, en alguna cabina pringosa e impersonal, en el pasillo estrecho y demasiado largo que lleva del pensamiento a la expresión.
 
Por Lou con un ‘Mullet’ imposible, edificando elegías con la frialdad de un maestro zen puesto de anestésicos.
 
Por Lou, dando conciertos mediocres e innecesarios en la apertura de este siglo, con una banda gélida donde Fernando Saunders navegaba, elegante y demasiado perfecto.
 
Y también por Lou que –dice ella- saludó a la muerte haciendo Tai Chi con sus manitas artríticas. A ese travelo pintarrajeado de los viejos tiempos. A esa reina delicada y rota que avanzaba grácilmente hacia él con una flor en la mano.
 
Y me viene nosequién en un periódico a contar que colaboró en la glorificación de la droga, como si la droga no hubiese sido sagrada desde siempre. Las fuerzas del orden saturando los barrios obreros de jaco no aparecen en la foto de nuestra historia, en cambio.
 
Y me viene nosecuál a decir, y tiene razón, que su último gran disco fue firmado hace tiempo. Sí. Para mí fue aquel Magic & Loss de principios de los noventa, que finiquitaba el drama superándose a sí mismo y dejaba la médula congelada y un extraño “¿Ahora qué?” flotando en el salón. Mi banda de entonces se llamaba “Goodby Mass”.
 
Y hay quien comenta, al fondo, también, que nunca debió aliarse con Metallica, y vale: los putos jevis esos arruinaron un disco que podría haber sido una perla negra y densa, un asfixiante caramelo de turbia despedida.
 
Qué importa.
 
Ironías del destino, hablábamos el otro día de lo duro que era el viejo, de cómo seguía aún ahí al pie del cañón. ¿Qué edad tiene? Yo dije 69 (me gusta el número), y tu dijiste “algo más”, y discutimos y lo buscamos. Eran 71. Joven. Y yo tenía el “Transformer” allí, en CD, y lo pusimos. Y sonó, glorioso. Y al día siguiente tú buscaste el documental sobre cómo se había grabado. Y era bonito, sí. Y esa noche escuchamos el Live at Max’s, que abre él con esa congénita ironía que se me ha pegado a la piel a través del tiempo. “Esto se llama Waiting for the Man, una tierna canción folk de los primeros cincuenta que habla del amor entre hombres en el metro…”.
 
Lo acompañamos sin saberlo, a la otra orilla, tu y yo. Lo acompañamos follando y riendo y viviendo, lejos de todos los hijos de puta que ya hicieron su trabajo y ahora no son necesarios nunca más. Gracias y que os jodan.
 
Así que este obituario es un nacimiento. Y ese nacimiento es para ti.

 

ARTE Y BELLEZA EN GALICIA


Imprescindible encuentro con el blues añejo el ruido primigenio y la independencia radical. ART & BEAUTY visitan Meiro y Pontevedra de la mano de GOG ARTIFACTS. Nuestra recomendación del puto mes.

miércoles, octubre 23, 2013

LA VERDADERA DANZA DE LA VIDA - Una entrevista con MILK MUSIC


KAPUT vuelve a colaborar con los TENTÁCULOS CÓSMICOS con una agridulce inmersión en el mundo de la canción independiente y la guerrilla Rock&Roll de la mano de MILK MUSIC. Imprescindible(s)...

domingo, octubre 13, 2013

El Puño y la letra en Pontevedra

Nuestro Gran Maestre en la sombra, Luis Boullosa, presenta un libro de recetas para aprender a pensar en la Libraría Paz de Pontevedra...

martes, octubre 01, 2013

El Puño y la Letra en Santiago



Pese a ciertos problemas de última hora (¿cuándo no los hay?), LUIS BOULLOSA estará hoy martes a las 19.30 h. presentando su libro en Santiago de Compostela. El evento tendrá lugar en la librería COUCEIRO, en pleno centro (Plaza de Cervantes, 6) y acompañarán al autor, su gran amigo e insigne periodista todoterreno ASER ÁLVAREZ y el músico australiano BEN SALTER, paladín de la emoción acústica, que se tocará un par de temas que animen el cotarro. SALTER ofrecerá después un recital en el pub A REIXA, así que los amantes de la música excelsa y la palabra exacta están de enhorabuena en la ciudad de Prisciliano. Qué corra la voz...

jueves, septiembre 19, 2013

BEN SALTER - DE NUEVO EN ESPANYA Y GALITZIA (y otros sitios raros)



Nuestro buen amigop BEN SALTER, príncipe de la canción, paladín de la misión trovadoresca, entertainer máximo de las australias, vuelve a España (y Galicia) de la mano de SOULBLONDING y de GOG ARTIFACTS en una extensa gira que NO OS PODÉIS PERDER. Podéis consultar sus ideas y sus fechas en ESTA ENTREVISTA para la web del Ruta 66. Y recordad: Dios es Australiano, y Satán también.

lunes, agosto 26, 2013

I'M A MOTHERFFF... I'M A BAD GUY SOMETIMES




Aquí Mike Tyson dándose cuenta de lo que todo cristo comprende sobre sí mismo cuando lleva seis días sobrio: que es un hijo de la gran puta...

martes, agosto 20, 2013

DEATH IN JUNE - "Little Black Angel"




Black angel, black angel
As you grow up
I want you to drink
From the plenty cup

My little black angel

My little black angel as years roll by
I want you to fly with wings held high
I want you to live by the justice code
I want you to burn down freedom's road

My little black angel

Oh lie away, oh lie away asleeping
Lie away safe in my arms
Your father, your future protects you
And locks you safe from all harm

Little black angel I feel so glad
You'll never have things I never had
When out of men's hearts all hate has gone
It's better to die than forever live on

My little black angel...

lunes, agosto 19, 2013

BLOG DE LA SEMANA (I) - DRUG PUNK


Hace tiempo que meditábamos sobre la necesidad de hacer una colección de pequeños blogs necesarios, una lista de fuentes subterráneas que son de interés para nosotros y que hemos ido encontrando aquí y allá, a través del flujo constante, a veces frustrante de la red. Renunciamos a comentarlos en profundidad, porque sería extenuante, así que, una vez por semana los mostraremos aquí para que quien quiera acceda a ellos y los explore, si es que tiene tiempo. Empezamos con el excelente DRUG PUNK, en donde es sencillo encontrar gemas ruidistas, misiles tierra-tierra hechos en el garaje y todo tipo de escoria de occidente traducida en ruido. Échenle un ojo. El lunes que viene, más...

78


No se si he perdido este disco, y me perturba la idea. Porque me gustaba tanto, y porque había sido un regalo de alguien a quien quería, y porque le tenía ese cariño enfermizo que se desarrolla hacia los objetos que te permiten volcar cosas dentro, como agujeros eternos. Me lo trajeron por mi 22 cumpleaños. Eso debió ser un Bloomsday de 1997, cuando el mundo era joven, y ha estado siempre conmigo, y ahora espero volver a casa y encontrármelo allí, en algún sitio, como si no se hubiera ido nunca. Por desgracia sospecho que pasará a engrosar la lista de clásicos que uno prestó en las borracheras, el ranking de reliquias que se confiaron a otros con esa idiota generosidad, tan nuestra. Podría ser un miedo pasajero -me digo-, pero algo en el fondo de la cabeza me dice que no, que llevo demasiado tiempo sin verlo. Y pienso también que si fuese "Tejido de Felicidad" no me importaría tanto, porque "Tejido de Felicidad" podría comprarlo otra vez, y nunca notaría la trampa. Este no. Este sería para siempre un sucedáneo. Casi sonrío pensando en como la primera vez no me convenció y en como me he agarrado a él después, tantas otras, al borde de los precipicios de siempre. Viaja gratis en la tormenta, pequeño.

viernes, agosto 02, 2013

Elegancia y R&R (VII) - Van Morrison, EL REY QUE RABIÓ



Prometí hace dieciséis años que jamás volvería a pagar por ver a Van Morrison en directo. Fue un 27 de febrero de 1997, tras su infame espantada de La Riviera, y lo he cumplido con rigor y pena, porque pocas músicas han resultado tan curativas para mí, a través de los años, como la del hosco Leónidas del ‘celtic soul’ (siempre me pareció una mala etiqueta, esa). Porque si algo mágico tiene lo de Van es su inusual e intensa capacidad de sanación, elemento precioso del que muy, muy pocos pueden presumir: su música está llena de luz y transmite paz y alivio, plena de burbujeante y fluida, renovadora savia vital, lo cual fácil de comprobar sin necesidad de ser ningún experto: se pone uno el "Best of" (Vol.I) en una mañana de resacón y ahí está, esa gomosa, translúcida cualidad que lo ayuda a uno a renacer, como sacándolo perezosamente de un sueño a la vida, y sobre la que el amigo conjuga géneros clásicos con pasmosa naturalidad y autoritario, sensible vozarrón.
 
Ahora bien, el tipo es un cretino integral, cuando quiere. Y aquella noche fue así, inesperadamente. Lo he contado tantas veces que temo haber deformado mi visión del asunto,  así que busco en internet y encuentro una reseña de Diego Manrique publicada al día siguiente de aquel concierto y que fue recogida en el libro "Viaje a Caledonia" . Parte de lo que recuerdo está consignado en ella: la banda completísima –yo recordaba trece elementos, parece que eran doce, con el jefe-, las versiones dúctiles y libres de temas que esquivaban la obviedad –ningún hit de los coreables por la masa- y la estricta sumisión al mandamás, con Van como verdadero director de orquesta, llevando el pulso, cortando los solos cuando le parecía oportuno, ejerciendo de ‘capo di tutti capi’ con autoridad un poco exhibicionista, enfundado en ese saco negro que lo hacía parecer un último, diminuto y rechoncho Blues Brother.
 
También cuenta Manrique cosas que yo no recordaba. Que en la banda estaba nada menos que Georgie Fame, por ejemplo. Difícilmente lo podía recordar, claro, porque con 21 años, la verdad, yo no tenía la más reputa idea de quién era Georgie Fame. Bendita ignorancia.
 
Por desgracia sí que recuerdo bien como el concierto empezó con puntualidad extrema, y como Van sonaba ya cuando fuera había al menos 500 personas incapaces de entrar a tiempo, y que, probablemente, habían acudido con española prudencia y previsión para llegar hacia el final del pase de unos teloneros a los que no se veía por ninguna parte.
 
Y por desgracia también recuerdo como Van dio la espantada sin sentido alguno, justo antes de embocar la recta final de un bolo que, cierto, estaba siendo histórico, al menos para unos oídos jóvenes como los míos de entonces (pocas veces, incluso ahora puedo decirlo, he oído a una banda sonar así). “De todas formas”, contaba Manrique sobre la huida, “se sabe que el Van Morrison de ahora es un caballero satisfecho en amores. Eso, significa que hoy nos toca un Morrison relajado, que habla entre canciones y parece estar contento de la situación. Hasta que llega un momento que pide tranquilidad, lo requiere el clima de la siguiente canción. Lo pide una, dos, tres veces. Alguien no hace caso y Van Morrison protesta. ‘Así no puedo hacer esta canción’ y se acaba la noche”.
 
La clave, en efecto, está en la palabra “alguien”: tres mil personas se callan y tú te mosqueas por quince que farfullan –algunos de los cuales, por cierto, eran un grupo de irlandeses que estaban frente a mí- y cortas por lo sano, sin despedida, sin un "gracias", sin dar la cara, escurriéndote como una sombra de mono cabreado, con un simple mutis por el foro que viene a significar “que os den, ahí os quedáis, gilipollas”.
 
A mí, particularmente, no me gusta pagar para que me insulten, aunque ahora casi recuerde con nostalgia lo que me costó ahorrar las 3.800 calas de la entrada, dinero para un chaval de entonces: de lejos, el concierto más caro al que había ido jamás.
 
Pero aún quedaba lo mejor: alguien –ignoro si fue Van, pero supongo que sí- obligó a los pobres teloneros previstos –unos tales Outsider, dice Manrique, a los que yo recuerdo correctos y aseados- a tocar DESPUÉS de su pase. Entre eso y la floja sangre de mis propios colegas, que dieron por bueno todo el despropósito sin darle más vueltas (“Mientras estuvo, estuvo muy bien”) terminaron de sacarme de quicio para siempre. Hubiera preferido una lluvia de mecheros o de salivazos -que yo no empecé, claro-, pero para entonces, finales de siglo, Van ya se había labrado un público tranquilo, capaz de soportar sus ‘boutades’ y sus vientos de imposible ‘prima donna’ a cambio de un poco de magia destilada, o que, simplemente, acudía al concierto como a un evento social, para cubrir con elegancia y buena nota 'su' espectáculo rock del año. De hecho, mientras yo aún flipaba con todo el tinglado, la sala ya estaba medio vacía. Los pobres Outsider: tocaron para 50 personas en una sala de 3.000. Y la mitad nos quedamos por cristiana compasión.
 
No, Leónidas, no. Las cosas no se hacen así.
 
En fin.
 
Quizá ahora, que los conciertos de más de hora y media se me antojan maratones, quizá ahora que conozco gente que me podría colar en la trastienda, quizá ahora que miro los desmanes del ego de artista como quien ve llover, quizá ahora hasta hubiese agradecido el corte y el desplante. Me hubiesen resultado graciosas niñerías. Me hubiesen sonado a ‘dejá vu’ y a cuento chino. A cosa de la vida. Me hubiesen ahorrado otra hora de gloria pop incandescente, que acaso me sobra ya. Pero sucedió entonces, y yo soy cabezón y empecinado, así que -con alto riesgo de estar equivocándome- siempre que después me han dicho “Vamos a ver a Van Morrison” he contestado “No”, incluso cuando han intentado invitarme. Pero siempre que han preguntado “¿Ponemos un disco de Van?” he respondido, “Toma, claro”, estilo Don Camilo. Toda la falta de clase, toda la ausencia de elegancia esencial y humanidad que la salchicha peleona pueda tener en persona, la compensa su música, que al cabo, también es él, ahora y siempre. Es uno de esos hijos de puta redimidos eficazmente por su arte. Los hay.
 
Recuerdo un viaje sin rumbo con un amigo, cortando a través de la provincia de Guadalajara, hacia el sur, evitando las autopistas y pisándole por regionales, bordeando pantanos, escuchando “His Band and the Street Choir” (Warner, 1970) y, cerrando los ojos, aún puedo percibir la iridiscente luz que proyectaba la escena.
 
Todo eso pasó y vinieron otras cosas.
 
Bajo hasta Pontevedra ayer de mañana, a tomarme unas birras, y en el Gato Cheshire están poniendo un vídeo en directo del hombre, que embutido en una camisa amarilla, cual albóndiga del soul, imparte unas clases magistrales de sentimiento y curación emocional con gesto concentrado. Es un video de directo  antiguo, y Van tiene esa extraña y rubicunda cara suya de frustración que tan paradójica me resulta siempre.
 
Salgo a la terraza, en  la calleja que baja hacia el este, donde puedo fumarme un pitillo y escuchar su música llegando acolchada hasta mí.
 
La gente habla de cuantas ligas ganó el Tottenham. Pero eso me da igual.


 

jueves, agosto 01, 2013

EL PUÑO Y LA LETRA por LUIS BOULLOSA – Diez visiones de una musa subterránea


Esperadísimo en este tonel de los suburbios que usamos como redacción, el primer libro de LUIS BOULLOSA, manager espiritual y pimp honorífico de KAPUT, nos llega por correo certificado esta mañana. Estará en sus librerías favoritas cuando septiembre empiece a alumbrar los campos con su incierta luz de decadencia y cambio. Su nombre es “EL PUÑO Y LA LETRA”, lo pone en la calle la excelente editorial 66 RPM y se trata de un ensayo periodístico sobre el proceso de creación y la literatura en el Rock&Roll, como bien indica su subtítulo, con prólogo de Jaime Gonzalo y diez capítulos dedicados a otros tantos escritores de canciones que consideramos imprescindibles, sintomáticos o simplemente lo bastante enigmáticos para que bucear en su visionaria artesanía sea un ejercicio iluminador. Son los siguientes: Gareth Liddiard (The Drones), Pete Simonelli (Enablers), Ryan Sambol (Strange Boys), Grant Hart (Hüsker Dü, Nova Mob), Kim Warsén (Ginferno, Los Cuantos), Brendon Humphries (The Kill Devil Hills), Matt Korvette (Pissed Jeans), Aidan Moffat (Arab Strap), Julian Cope y Michael Gira (Swans, Angels of Light). Todos ellos han sido entrevistados para la confección de este volumen, aunque las entrevistas no aparecen como tales, sino integradas parcialmente en los textos. Háganle un favor al mundo subterráneo, a sí mismos, al pensamiento independiente y al solitario plumífero que lo redactó y acérquense vestidos de domingo hasta la caseta de su dealer literario para agenciárselo; recomiéndenselo a amigos, enemigos, madres y amantes; piérdanlo en metros y apeaderos, fondas de extrarradio y viajes sin retorno; transcríbanlo, cítenlo, llévenselo al retrete, ódienlo, si les parece; transmítanlo en morse a través del cableado interno, recítenselo al oído a los chivatos de la Cosmodemonican News Corp, cántenselo a sus nietos en las noches sin luna, úsenlo para limpiarse el culo o envolver el pan. Las utilidades de un buen libro son infinitas. Aquí colgaremos alguna crítica independiente en cuanto encontremos a alguien independiente, y mientras brindaremos con pernod y licor café por el glorioso arte de joderse la vista y el seso meditando sobre las zonas oscuras del alma y los callejones del  Rock&Roll. El autor, por telegrama,  nos asegura que lo escribió perfectamente sobrio, retirado en esa última trinchera del viejo occidente que es Galicia. Le creemos todo menos lo de sobrio. ¿Sobrio? Vamos, hombre. Esperamos su presencia y sus propias explicaciones, si algún día regresa de su retiro y vuelve disfrazado a la ciudad. Tengan todos un feliz verano de corrupción. //GATO PALUG

Foto (que es la usada en la portada del libro) - Salomé Sagüillo

POP IN HEAVEN (The cats are all right)


Se ha hecho esperar, pero parece que por fin el nuevo disco de Grant Hart está en la calle. Tengo intención de hablar largo y tendido sobre él, y quizá de recuperar para vosotros el artículo que hace ya unos cuantos años escribí para el Ruta 66 sobre Hüsker Dü. Pero yo me haré esperar también. Todo rueda con lentitud, últimamente. El disco de Grant se llama "The Argument", es doble y está libremente inspirado, nada menos, en “Paradise Lost”, el archifamoso poema de Milton. Promete ser un festín de pop atemporal, y no pienso perdérmelo. Grant es, también, uno de los personajes imprescindibles en el lado literario del Rock&Roll sobre los que hablo en un libro titulado “El Puño y La Letra”, que la editorial 66RPM publica el próximo mes de  septiembre y que todo buen fan de KAPUT debería tener en su selecta biblioteca. Ahorraos unas cuantas jarras de sangría, robad algo de calderilla del monedero de la abuela y haceos con ambos elementos, imprescindibles para que la llegada del otoño sea más dulce y tenga más luz. Salud.

martes, julio 30, 2013

Elegancia y R&R (VI) – NO SLEEP 'TIL BALITRO BEACH


Hace unos años me fui con mi novia de vacaciones a Canarias. Fueron unas vacaciones improvisadas, un viaje pagado a última hora al primer sitio que apareció. Por aquel entonces, la mitad del tiempo ella y yo ni nos hablábamos. La otra mitad nos peleábamos a gritos. Ella tiraba mis cosas por la ventana. Yo perdía los papeles. Pero la tercera mitad nos llevábamos muy bien y nos queríamos con locura, así que debió parecernos buena idea. No recuerdo si las vacaciones en Balito Beach (Gran Canaria), “resort” tercermundista y postnuclear al que pronto rebautizamos "Balitro", fueron felices o no. Mejor dicho, las recuerdo felices, pero dudo seriamente de que lo fueran en realidad. Quién sabe.

La recepcionista tenía un acento cerrado de Lugo; casi no la entendía, y soy gallego. Cuando entramos en nuestra habitación nos encontramos con un enorme gato –que resultó ser gata-. Una de las dos piscinas –la grande-  estaba inutilizada y en obras, así que podías hacer largos de diez metros en la otra mientras oías a las taladradoras trabajando, a otros diez, y observabas a un puñado de guiris enrojecidos y abúlicos tomando el sol. Y además había siempre un niño silencioso leyendo bajo una sombrilla, un fallo en Matrix, sardónico recordatorio de lo que yo había sido durante toda mi niñez. La playa que se anunciaba en los prospectos al pie mismo del complejo resultó ser una mezcla de acantilados y escombro que había que atravesar –sus buenos dos o tres kilómetros- si se quería llegar hasta una playa de verdad, encajonada entre dos hoteles y que tampoco era gran cosa, donde musculosos jóvenes ultrabronceados y más guiris hacían nada. Decidimos acampar en el bar y pactamos el lema del sitio: “BALITRO BEACH: si algo puede salir mal, SALDRÁ MAL”.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, salió bastante bien, en realidad: el barman era un tipo simple y encantador que entendía que su desértico pueblecito –en el interior- era el paraíso, nunca había estado en la península y nos daba conversación pero sabía también cuando callarse. A su espalda, en la pared, colgaban dos renos bordados que unos viejos clientes finlandeses le habían traído de recuerdo, el año de su jubilación. Yo escribí alguna cosa, aquellos días, e hice algún dibujo de mi chica mientras tomaba el sol en la terraza del bungalow. También alguna foto, que perdí cuando mi móvil se fue al carajo poco después, y un retrato de perfil que ella siempre odió. Probablemente era agosto, ese mes detestable, y por las noches la colina de enfrente se prendía de luces, corría brisa con olor a mar, y uno podía pensar durante un buen rato que estaba en otro tiempo y en otro lugar. To be born again. Another time, another place.
Me preguntarán qué carajo tiene que ver todo esto con Lemmy Kilmister, alma mater de Motörhead, ese adorable hortera de bolera que ven en la foto, cero en elegancia, todo en actitud, hermano lobo mayor del Rock&Roll, uno de los pocos tipos que puede poner de acuerdo a punks y Heavys con tres acordes y un gruñido de escupitajo a medio tragar, héroe por derecho de sangre y droga y porque es de los contados humanos capaces de facturar una carrera completa y  brillante sobre apenas dos canciones y no aburrir al personal; capaz, incluso, de hecho, de convertir con su mera presencia un documental tan mediocre como “Lemmy” en una delicia esclarecedora sobre la vida y sobre cómo vivirla. Bien o mal, pero vivirla.
Me lo preguntarán, pero no lo contestaré.
Y creo que no volvería a Balitro, pero aún escucho a los Motörhead, que viene siendo igual.

 

sábado, julio 27, 2013

Elegancia y R&R (V) – Lluvia de agosto: el carnicero que soñaba con el Nilo


Se levanta lluviosa la mañana de agosto. Ha caído toda la noche, en la oscuridad, y ahora hasta los niños que despiertan parecen hablar de algún modo en susurros. Un gris plomo. Uno entiende a los ingleses: sus deslavadas tradiciones, sus entusiasmos un poco infantiles, sus cegueras iracundas, sus homosexualidades latentes, su elegancia de pescado hervido. Su nostalgia, quizá, de lo que ni siquiera conocen, y su amor por la música y la literatura, quizá como la forma más eficaz de fuga a nuevos territorios. Su acuosa mirada de imperio fenecido y glorias de segunda mano. Su energía proletaria por cojones. Y todo lo que queda en medio de esos dos extremos. Y en medio queda -con su estilo y su encanto particular, medio inventado en cottages grises como un sueño, mercadillos y pubs con pésima comida, charity shops y últimas filas de ‘derbis’ futbolísticos violentos- toda una segunda línea de pop inglés gestada en los ochenta, bastante olvidada y no por ello menos luminosa, la de los Prefab Sprout de “Steve McQueen”, la los afectados Aztec Camera de “Stray” o los sorprendentes, a veces, The Pale Fountains, la de los extraños The The y toda esa recua interminable de orfebres paliduchos e incendiados que parecían recorrer las tardes grises buscando algo más.
 
Demostraban, por lo general, aquellas bandas, un peculiar sentido de la observación social/sentimental, distanciado, comprensivo, diletante, vagaroso, irónico, en arduo contraste con las bandas que, al contrario, habían decidido retratar la acción. Apenas conozco Inglaterra. Un viaje al vacío Cambridge del verano, hace casi dos décadas, uno reciente al descuajeringado Sheffield de este siglo, e intento cotejar lo que he visto con lo que, durante tres décadas, he estado recibiendo a la vena vía pop. Prodigiosa la capacidad, la inglesa, para hacer país (países) a través de su música popular. De la resistencia política encabritada en melodías de BillyBragg al bronco, juerguista  testimonio de clase trabajadora de Dr. Feelgood, de la irónica festividad de los Housemartins de “London 0 - Hull 4” a la impostada, quirúrgica mirada de los Pulp -por seguir hablando de bandas esenciales que nunca fueron caballo del todo ganador-, Las postales divergen, y me pregunto cuál es el punto en común. Difícil decirlo cuando uno sabe que su propio país, como todos, sería prácticamente imposible de definir en una toma, que las naciones son seres poliédricos y su aparente inmovilidad es en realidad, mutante. ¿Cuántas de las mejores descripciones de un país no vienen, precisamente, por el deseo de estar en otra parte? ¿Se puede conocer un país a través de su arte o estamos accediendo a un conocimiento por contradicción, a un paseo, más bien, por lo que pudo ser o debió ser o nos gustaría que fuera, a un hilo continuado de sardónicas, desencantadas reflexiones sobre lo que odiamos y no entendemos de él?

Sería una larga discusión, partiendo de mi idea de que los países en sí mismos son “cosas” inventadas. Lo cierto es que, dejando a un lado las bandas vigorosas, de combate y contacto, que son entendidas generalmente como la espina dorsal del rock, me agradan también esas polaroids de entretiempo, sí, descarnadamente ciertas ahora que el vaho de los años las ha dejado borrosas, y me detengo finalmente en dos de mis favoritas: en El Carnicero del Jazz, la banda de Pat Fish, y en El Nilo Azul, la de Paul Buchanan y Robert Bell, quizá porque son dos de las que más merecen ser reivindicadas, de las que nunca fueron del todo valoradas en su justa grandeza. El Nilo Azul, qué descriptivo nombre para lo que pretendo ilustrar, preñado de nostalgia de un calor que nunca está; hijos socarrones de una afectación de clase media que hubiera preferido otra época y otra patria por mucho que esté atada a esta (aquella) por las cadenas de la sangre. Y El carnicero del Jazz, mayúsculamente pop y superiores a casi toda su generación, olvidados entonces y ahora, acaso para siempre.
El día abre, y siento estar aquí retirado en la campiña sin poder echar mano a “A walk across the rooftops” (84) o a “Fishcotheque” (88), dos de esos clásicos inmediatos –más inmediato el segundo que el primero, que requiere quizá, un estado de ánimo acorde para poder entrar en su minimalismo lluvioso de tarde con la mejilla pegada a los cristales- que son ejemplo de lo sutil y penetrante que puede ser el pop en el interior, una vez penetrada la cáscara de los ‘hypes’, en su clase media militante, valga la paradoja. Son dos discos, sí, tan mayúsculamente hermosos en sus visiones encontradas sobre el mismo entorno, tan redomadamente elegantes en su displicente, amable manera de destripar el pop que, inevitablemente, sus creadores me lo parecen también, lo sean o no.
Hermosos.
Y elegantes.
Mañanas de caliente lluvia de agosto, ¿hay algo más decadente y mejor?


viernes, julio 26, 2013

Elegancia y R&R (y IV) - Dos senderos hacia JENNIFER H.

Iba a hablar sobre JENNIFER HERREMA, diva intravenosa, niña salvaje, chanteuse trash, luminosa y oscura banshee del noise acrisolado, y sobre su vieja banda, los Royal Trux (aún le debo a Kaput una reseña de su último largo con la nueva, BLACK BANANAS), pero luego recordé que ya lo había hecho en un par de legendarios posts -el uno informativo, el otro poético- que apenas nadie leyó en su momento. Así que envié a mis chambelanes a la bodega, a por un par de botellas de Pernaud y los oportunos links, y me quedé en la balconada, viendo como la tarde se derramaba sobre la campiña. Aquí los tienen, UNO y DOS, para su matutino y solitario solaz.


jueves, julio 25, 2013

Elegancia y R&R (y III) – HUMO DE BURRO


No sé quién fue el responsable de que la heroína se convirtiera en un elemento más de la moda, cargado además con cierta aura maldita en la que se mezclaban literatura y poderes mágicos. Quizá aquel pájaro ígneo y rengo del que Cortazar habló en “El Perseguidor” y al que muchos con menos talento intentaron asemejarse por vía intravenosa. Mi generación, aquí en Galicia (los nacidos en torno al 75) vio demasiados yonquis de cerca, vivos y muertos, como para tropezar en la misma piedra contra la que las anteriores se habían dejado los piños, así que apenas conozco coetáneos míos fascinados por el jaco: prefirieron meterse todas las demás.

Pero “la heroína es LA droga”, decía un amigo mío, “el resto son insignificantes a su lado”. Y es indudable que ha estado ahí durante todo el desarrollo de la música moderna y que algún que otro ejemplo milagroso ha permitido que en torno a ella creciera el mito, un mito de transgresión que en el Rock&Roll ha sido encarnado por muchos y, de manera mayúscula, por esa botica humana llamada Keith Richards. Ni fue el primero ni el último, pero está vivo, y fue él quien acuñó para siempre, en los primeros setenta, sobre discos enormes y turbios,  esa imagen indeleble y oscura, ese ‘charme’ sonámbulo del rockero yonqui irresistiblemente romántico y canalla; del pirata desharrapado, sardónico, resacoso y, pese a todo, vivaz. Un icono que luego han desgastado tristemente muchos tarados mentales (mención especial para todo el rollo “sleaze” angelino) y que ha pasado cara factura a más de un hombre de talento con demasiada querencia por el mito. “Otros por menos se han muerto”, cantaba Rosendo en “Maneras de vivir”. Por mucho, mucho menos. Que se lo digan a Gram Parsons, que por el sendero de la amistad tóxica con Keef llegó rapidito a una extraña  tumba. Que se lo digan a Johnny Thunders que la palmó solo, con Willy De Ville como vecino de pensión y pasión, en Nueva Orleans, convertido en una sombra depauperada de sí mismo.
En todo caso, Keith creó escuela estética: su imagen y su actitud fueron espejos en los que se miraron con delectación varias generaciones de niños terribles deseosos, quien sabe si inconscientemente, de no llegar a viejos, de quemarse rápido en lugar de desvanecerse lentamente. La misma estupidez de siempre, si se quiere, pero lo cierto es que cada rockero que mira de lado e invoca un riff con mano desganada mientras un pitillo le abrasa los labios se lo debe todo a él. Desde el citado y ocasionalmente glorioso Thunders hasta el patético tipo de los Pereza, cuyo nombre no recuerdo. A quien se lo debe él, Keef, lo ignoro: pueden preguntarle. Lo cierto es que sin ser él mismo un icono trágico, sus hijos espirituales han sido por lo general varones de desgracias. Experimentados en quebrantos. La flor y nata del mal fario.
Por supuesto, la lista de (más o menos) heroinómanos independientes y con talento pese a la adicción ha sido larga y dispar en sus estilos: desde Lou Reed -cuya epopeya vital y artística quizá sea la más interesante de entre los yonquis rockeros- hasta el prodigioso guitarrista Robert Quine; del pesado de Clapton al aberrante Morfi Grey, el tigre de Cornellá; desde Richard Hell a Corcobado, por hablar de malditos autoproclamados; de Dylan Carlson a Josetxo Bicho, por acercarnos a lo extraño y atípico. La columna se haría interminable y sorprendería por su variedad y su calidad a quien predique demasiado rápido sobre las cualidades anuladoras de la droga. Por encima de lo personal, incluso, escenas musicales enteras parecen haber estado sumergidas en humo de burro: La de Seattle pre-grunge, por ejemplo (como se podía ver, desoladoramente, a toro pasado, en aquel viejo documental llamado “¿Quién mató a Kurt Cobain?”). Varias de las subescenas australianas, también, con sus consiguientes racimos de fiambres que ya nadie recuerda. La escena punk española de los ochenta, hasta las trancas. La escena neoyorquina pseudointelectual, en sus diversas fases. Y así ad nauseam.
En cuanto a estilo, sin embargo -si hablamos de la elegancia necesaria para autodestruirse con cierto ‘savoir faire’- la línea más peculiar y nutrida es, para mí, la que tiene como espina dorsal la conexión que une a Richards con Thunders y a Thunders con otro de los grandes secundarios del rock, Nikki Sudden, una frontera en la que el romanticismo de recortable infantil, la cruda realidad de la hipodérmica y la vanidad de dandi oscuro con algunas lecturas encima se daban la mano con indudable encanto.
De Richards no hablaré porque ya se ha hecho demasiado. Conste que lo admiro, pero conste que lo considero también el más taimado de los tres, el menos romántico de lejos, dentro de que los artistas suelen ser almas cándidas por definición. Es listo y no quiere morir, y ha tenido suerte. Romántico incurable, sorbido el seso por los discos, quijote apaleado, es el que sueña con princesas y viajes imposibles, acordes secretos, chaquetas doradas y champán y jamaro al atardecer. El que se folla a las princesas, viste las chaquetas, hace los viajes, inventa los riffs y ve caer el sol puesto a gusto y con dinero en el banco no es romántico, es vividor, probablemente inteligente e, indudablemente, afortunado. Son sus émulos, los que siguen su camino sabiendo que a la mesa no habrá probablemente nunca nada más que despojos, los que merecen atención cercana en su adorable patología.
Thunders daría –él o su triste historia, o ambos- para varios capítulos en sí mismo, y quizá describió, en su canción “You Can’t Put Your Arms Around a Memory”,  la esencia misma de esa concepción del rock que con él alcanzaba un culmen “loser” del que Keef carecía:
 
“No vale la pena intentarlo
Todos los chicos listos saben por qué
Eso no significa que no lo haya intentado
Sólo que nunca sé porqué
(…)
No puedes abrazar un recuerdo
No puedes abrazar un recuerdo”

Desde luego que lo intentó abrazar, una y otra vez. He disfrutado mucho de su música y su doliente voz, pero no tanto como para ser un experto en su vida, más allá de lo elemental. Baste aquí con una anécdota que me vino dada casi por casualidad: Contaba Alberto Garcia Alix, una vez que lo entrevisté, que Rayito tenía la mala costumbre de, después de chutarse, vaciar la sangre de la jeringa contra las paredes. Tras la primera bronca y consiguientes disculpas, volvió a hacerlo, para desquicie del fotógrafo, dueño a la sazón de la casa y por tanto de las paredes. “Mucho tiempo después”, comentaba Alix, “lo pensé y me di cuenta de que el verdadero retrato de Johnny Thunders, el retrato bueno, hubiese sido esa mancha de sangre en la pared”. Nunca lo hizo, pero al menos podemos disfrutar de un retrato frontal más explícito y triste que muchos libros, y que ahora, creo, se conserva en la colección del museo Reina Sofía. Ironías. ¿Qué piensa ese joven agitanado de ojos lorquianos? ¿Con qué nos interroga? En su inocencia imposible de chavea de poblado, esa mirada es para mí una sonrisa de Gioconda.
Pero a quien le tengo especial cariño, en realidad, es a Nikki Sudden, porque sí lo conocí en persona, aunque fuera fugazmente, y porque mi primera incursión en prensa musical fue precisamente un artículo sobre una de sus bandas, los suntuosos, callejeros, desgarbados, sentimentales, inigualables The Jacobites, una banda que no encontrarán ustedes en las listas de esenciales porque esas listas nunca sirvieron para nada. El artículo lo publicó Ruta 66 en febrero de 2003. Yo tenía 27 añitos entonces y me llenó de orgullo, para qué negarlo, poder colaborar con una revista que había significado tanto en mi asilvestrada  educación sentimental; me consta que a alguna gente le gustó, y un día de estos lo recuperaré para los lectores de KAPUT. Para su confección me moví hasta mi tierra y cacé a Sudden en una minigira gallega. De ese periplo, de sus conciertos memorables en el Hanoi de Vigo y el Vinilo de O Grove, dos garitos fabulosos que ya son historia, y de una desquiciada sesión de fotos que hicimos con el hombre explayándose caballeroso sobre varios barcos de pesca embarrancados, hablaré en otra ocasión con más tiempo, porque vale la pena. Buscaré las instantáneas, también. Me conformo ahora con  recordar su estampa y sus fijaciones, que eran, al cabo, las que sostenían esa estampa. Y se me viene a la cabeza aquella frase definitiva, que procede en este caso y que me soltó él, entonces: “Ya sólo me meto cocaína. Bueno, si hay caballo lo pillo también, por si acaso”.
Decía el insufrible Johnny Deep –que nunca será un rockero y mucho menos un tipo elegante- cuando le preguntaban por su papel en la primera entrega de “Piratas del Caribe” que para su composición del capitán Jack Sparrow se había inspirado en la figura y maneras de su “amigo” Keith Richards. Yo, que a Richards no lo conozco, lo primero que pensé al ver la película fue en Nikki Sudden: Nikki Sudden caminando sobre esos barcos de los que hablo con su amaneradísimo paso trastabillado. Esa indolencia siempre a punto del traspiés, ese reclinarse sobre muros que no están, ese relamerse mentalmente, esa somnolencia de fondo… eran de Sudden, y si eran de Richards también, habrá que concluir que el discípulo había copiado al maestro a la perfección, no sólo en unos cuantos temas de Rock&Roll añejo y en los vicios, sino también en el porte, la caída de ojos, el revoloteo de manos y la abulia socarrona en general. Como añadidos personales de maese Súbito habría que apuntar un eterno resfriado cocainómano que le permitía usar pañuelos bordados.
Y aunque probablemente fuese lo contrario a un Dandi en ciertas cosas –porque es difícil serlo cuando se vive al borde- el cabronazo tenía una indudable elegancia natural que concordaba con lo que a uno se le ocurre cuando le da por pensar, dejándose llevar por el niño interior, en la revolución francesa, los rebeldes escoceses, los piratas, la isla del tesoro… Algo de película de Errol Flynn que hubiese terminado extrañamente mal, derivando a mitad de metraje hacia un tono de desabrido neorrealismo alemán, si es que tal cosa existe. Como habitante de esa ola de nostalgia que rompe en espuma tóxica, allá en la sima, su figura era casi perfecta. Como ejemplo de ese rock para el que ser un perdedor es medalla y corona, era un rey. Cuando la ola lo engulló por fin, escribí para él un sentido obituario en este mismo fanzine.
Por supuesto, la elegancia, la que se tenga, se manifiesta en las demás cosas que uno intente hacer, no sólo en la facha, y Nikki fue un artista original y certero en bastantes momentos. Primero con los seminales (tenía que meter la palabrita) Swell Maps, después con los Jacobites, que, por muy derivativos que fueran, tuvieron también algo visceralmente propio, algo brillante y personal en el fondo de la charca, con su desafinada dejadez de baladas al trote, cosidas de retales y venidas de un mundo ya muerto. Por último, en solitario, con algunos trabajos apreciables y radicales que cerró a medias con Rowland S. Howard, un geniecillo algo olvidado. Incluso en sus últimos esfuerzos, más obvios, permanecía esa voz personalísima que me cautivó para siempre la primera vez que escuché “Robespierre’s Velvet Basement” -un disco mágico fuera de época- y por la que uno podía reconocerle a millas de distancia: nasal, impostada, afectada hasta lo preciosista, entonando casi siempre la misma línea melódica fuese cual fuese la canción. Igual que él.
Como Thunders, Sudden murió en una habitación y una ciudad que no eran las suyas. Unos años antes había muerto también su hermano, el luminoso Epic Soundtracks, de una sobredosis de barbitúricos.
Pienso en ellos, y en otros, y pienso, sé, que sin los drogadictos y los majaras el rock apenas sería nada, el jazz sería la música más aburrida de la historia, el punk español carecería de filo y de tragedia, el pop madrileño no tendría a sus pobres mártires ñoños desdentados o muertos en portales, y que nos habríamos perdido algunas tonadillas esenciales del macarreo australiano (“Chase the dragon”, por ejemplo) y algunas universales hits iniciáticos (“Brown Sugar”, sin ir más lejos). En ese panegírico del abuso y la alienación podría enredarme hasta extenuar mis propios recuerdos. Así que pienso en ellos, y en otros y me pregunto algo sencillo: ¿Qué pudo aportarles el jamaro, además de lo que les robó? Contestar “nada” me parece demasiado simple, lo siento.
Necesito que alguien me responda a esto.
Por otro lado, en el fondo, sospecho, todos estos músicos dotados de segunda línea sucumbieron no sólo al estigma de su tiempo y a la abundancia de tóxicos en el entorno, sino al síndrome Charlie Parker (o de Richards, si se quiere, o de Lou Reed): creyeron que la heroína era parte del paquete, del embrujo, del encanto, del estilo, de la idea, de la irresistible elegancia que transpiraban algunas músicas facturadas bajo su influjo.
Y pienso en ellos, y en otros, y ¿saben lo que pienso?
Pienso que quizá tenían razón.