jueves, mayo 27, 2010

THE KILL DEVIL HILLS - “Man, You Should Explode” (Bang)

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Grupo de irregulares de Quantrill que en su huida hubiesen terminado en las antípodas, en algún lugar desértico e ignoto. Mercenarios del alma doliente con demasiados puentes quemados a las espaldas y una cualidad innata para evocar el incendio. Autores de canciones contrapeladas como perros sin amo. Manufactureros de hits correosos y vagabundos, perfectos para la carretera y para trasegar bourbon mientras uno espera en el bar la aparición de sus propios fantasmas, que al cabo podrían ser los mismos que los de Brendon Humphries, el comandante de la cuadrilla, esa especie de primo lumpen de Nick Cave con menos libros y más armas de fuego en los estantes. The Kill Devil Hills arrancan su tercer disco con la cortante infección de guitarras de “It´s easy When You Don´t Know How”, dejando clarito que no les quita el sueño tener que enfrentarse a la larga sombra de “The Drought”, su inapelable álbum anterior. Petreos, rocosos, chulescos paladines de una sensibilidad masculina, guerrillera y empecinada, pero sensibilidad al cabo, que es la marca de Humphries como compositor, ejecutan su mezcla de brutalidad y delicadeza con añejo saber estar. Se acercan a lo tradicional sin perder punch y cortan cuellos sin dejar de soltar una lagrimita para el camino. Y cuentan la historia con austera y poética sequedad. Así lo hacen en “I Don´t Think..:”, crepuscular, doliente canción de amor exhibido como un emblema contra las tempestades de la vida; así lo hacen en “When The Wolf Comes”, aguardentoso aullido de superviviente que las ha pasado todas y se pregunta ¿Ahora qué?, y se responde “El amor es más fuerte que los huesos”, y en la no menos impactante “Siam”, dos ejemplos de rock remachado y emocional que para sí querrían un millón de castrados grupos de “americana” en busca de autenticidad. Y así lo hacen. también en “Words From Batman to Robin”, el intento poético más moderno y refinado del disco, cuyo estribillo es puro The Drones. Una influencia que se detecta también en barrabasadas como “Cockfighter“, pelea de gallos en algún lugar a medio camino entre el expresionismo desatado de los de Liddiard y la natural brutalidad de los Rose Tatoo. Añadanse un par de acertadas gotas de hiel aportadas por los compañeros: Joines en la apreciable “Rosalie” y el bataca Gibson en “White lady”, donde vuelve a revisar sus adicciones drogadictas (“Caminamos, de la mano/ hacia abajo, hacia el hoyo,/ y yo bailo toda la noche,/ sólo) en tono lejanamente dylaniano y apoyandose en una voz que es pura cicatriz. Y ahí está. Son “the other kind”, que diría Steve Earle en sus tiempos de fuera de la ley. La última frontera, que no vanguardia. El pueblo bajo una nieve de palabras donde se esconde Jesse James, una botella de whisky en una mano y, en la otra, esa máquina todavía capaz de matar fascistas e idiotas, penas y prejuicios. En nombre de la sagrada, vieja y malgastada libertad.// LUIS BOULLOSA.

viernes, mayo 14, 2010

BURZUM – “Belus” (bye)

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BURZUM – “Belus” (bye)

Quien esperase un oscuro canto de vanguardia minimal preñado de filosofía Nietzschiana como los que le permitieron a Varg Vikernes desmarcarse del género –el Black Metal- que había ayudado a crear y distinguirse como un músico único, quizá se sientan algo decepcionados con “Belus”: su estructura y musicalidad se mantienen dentro de la ortodoxia del “black” atmosférico. Quizá tampoco sean felices los que adoraban el aura de homicida príncipe negro que él nunca rechazó del todo, su corona de mago visionario y destructor: el disco es un canto a la luz -por mucho que quien no esté familiarizado con el género y no lea las letras lo distinguirá difícilmente-. Singular en este doble juego de ortodoxia y cambio, el resultado es, quizá por ello, destacable: A través del arcaico y gélido bloque orgánico de sus temas (grabados íntegramente por Vikernes y compuestos cuando aún estaba en la trena) se cuela una brisa de deshielo y liberación. La repetitiva y monocromática tormenta que estalla en ellos es de las que dejan tras de sí un paisaje limpio. Disfrazado tras los ropajes mitológicos del triunfo de Belus, una especie de Apolo nórdico, dios de la belleza, el amor y la felicidad (Baldr, Belenos, Bielobog) se desenvuelve un hermoso canto al final del invierno y el comienzo de una nueva vida; a la súbita (y cíclica) irrupción de la luz en las tinieblas, a la derrota de la oscuridad. A la posibilidad, en fin, de una existencia mejor. Saludo de retorno al hogar y al tiempo apertura hacia el futuro, “Belus” es un coherente y lógico, curativo ejercicio de resurrección. Pocos hubieran sido capaces de tal declaración de nuevos y viejos principios, después de quince años disfrutando de la dudosa hospitalidad del sistema penitenciario noruego. Welcome Home, Byelobog.// FUCK GOD

jueves, mayo 06, 2010

Ruido y silencio

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(Publicado originalmente el 11-3-09. Bastante modificado sobre el original)

Hacía tiempo que no tecleaba en mi vieja máquina de escribir, esta elegante Erika de los años cuarenta o cincuenta que compré en un taller de la calle Hernán Cortés de Madrid, hace unos años, y que uso para escribir cuando no lo hago a mano. Sí, escribir a mano es una disciplina casi perdida, y escribir a máquina, otra. Deberían probarlo: da cierta perspectiva sobre la vacuidad del mundo que nos envuelve e indica el intrincado camino hacia algunas certezas sobre lo que importa y lo que no. Y aunque es engorroso transcribirlo todo otra vez, luego, y otra y otra vez más, después, en el proceso la cosa adquiere cierto volumen y caracter que de lo contrario no estarían ahí, como un grumo de espíritu tallado a cincel, de una rugosa imperfección imposible de encontrar de otra manera.

Porque el canal importa, por mucho que en el fondo sea la misma alma humana la que late... ¡Y qué empeño el suyo por salir! Quizá lo mejor sea dejarla correr por los campos en silencio hasta que como un niño pequeño y fogoso se agote, ella sola. Y correr con ella, también, a ver si descubrimos algo que hubiesemos pasado por alto en nuestra castrada existencia diaria de ciudadanos de La Isla. Así que tecleo y tecleo, y emborrono páginas. Los crímenes de los artistas son leves por comparación con los crímenes de la familia o del poder -pienso, mientras la solanera de la media tarde de Madrid, esos baldes de luz fría y ardiente, inunda la habitación-. Y son más leves, aún, enfrentados con la paz que concede su creación cuando, ya sea por un momento, consigue extender su mano hasta tocarnos.

"Terapia y desprogramación", en esas dos cosas consiste el arte -pienso después, ya ha atardecido-. La segunda es la cirugía de amputación necesaria cuando uno comienza a ver, con mayúsculas; a atisbar el infinito engaño de la vida, la verdadera extensión de su mezquino pago de cenizas. La primera, simplemente, cura del dolor de esa amputación: una morfina de chistes irónicos y salvaje alegría autoimpuesta.

Los que la han sentido -y se han percatado de lo que era-, conocen la angustia que provoca la necesidad de gritar cuando se encuentra emparedada en silencio. También, algunos, la amarga sabiduría a la que se accede cuando uno persevera en ese callar. Y por supuesto, nos es familiar, a otros , el alivio no menos descorazonador que se experimenta cuando en efecto se grita, por escrito, o en canto, o en sudorosa carne febril, o en el sueño mismo por cuya materia porosa emergen las visiones.

De la opción de callar ante el dolor surgen los sabios, supongo, al menos en su rama ascética y estoica; próceres de la patria interna a los que, llegado el caso, habrá que saberles perdonar el mal humor o el gesto agrio. De la segunda respuesta, toda una casta de artistas belicosamente confesionales como, sin ir muy lejos en nuestra pequeña mitología de barra de bar, aquel Dylan que creara "Blood On The Tracks", el más rabiosamente desesperado -y autoconsciente- disco de desamor que yo conozca.

En medio de ambos impulsos, descuartizados, quedamos el resto del gremio. En el arriesgado trance de servir a dos reyes implacables y celosos. Abrasados en una mitad, por la exposición a la quemante luz; entregados en nuestra otra mitad a la franciscana oscuridad del que sabe que nada importa y, consecuente, extiende su brazo para que en él, como en una rama, aniden los pájaros.

Bendita, en todo caso, esa necesidad de gritar, y bendita esa sabiduría de callar. de ambas nos alimentamos los que chapoteamos en el aullido, como lobos pequeños y, en días de ocasional lucidez, caminamos maravillados por esa total soledad tan llena de ruidos y palabras.// LUIS BOULLOSA