jueves, abril 02, 2015

MICHAEL GIRA/ANGELS OF LIGHT - DISOLVIÉNDOSE EN LA LUZ



(Artículo publicado originalmente en el primer número del magazine on-line Rock I+D. Autor - LUIS BOULLOSA)



Perfect Sound Forever, febrero de 2006. 

Entrevistador : ¿Considerarías en algún momento volver a reunir a los Swans? 

Michael Gira : Tajantemente, no. Está muerto y acabado. Tengo cosas más interesantes que hacer. 

Perfect Sound Forever, octubre de 2007. 

Entrevistador: ¿Ves tu nuevo disco con Angels of Light, “We are Him”, como una vuelta al sonido que tenías con Swans en la época de “Love of Life”? Hay paralelos razonables… 

Michael Gira: ¡Oh, Dios, no! Ni siquiera puedo recordar aquellos días. He trabajado realmente duro para olvidarlo todo sobre Swans. No tengo nada que ver con ello. Maté a aquel inútil trozo de mierda de ser humano hace mucho tiempo. Los discos aún existen, supongo, pero son artefactos, restos, como antiestéticos tumores que fueron extirpados quirúrgicamente de mi cuerpo, dejados al sol para que se marchitasen y secasen y después dispersados por el viento. De algún modo, Angels of Light son una labor religiosa: estoy haciendo penitencia por todos mis años de vanidad y pecado. 


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Swans, la banda nacida en 1982 y finiquitada originalmente en 1997, y a la que Michael Gira convirtió en una de las leyendas subterráneas más herméticas de la historia del pop, se reformaron en 2010. Actualmente van por el tercer disco de estudio desde la reunión, encabezan festivales ‘indies’, son la comidilla mañanera de todo enterado que se precie y llevan casi un lustro sosteniendo el ‘hype’ de retorno más marciano de la historia. El hombre que era demasiado extremo para el ‘mainstream’ en los ochenta, que dirigía con tóxica mano de hierro la que los críticos denominaron -en un tópico que aún le persigue- “la banda más violenta del mundo”, es ahora una figura pública en el pico de su éxito. Sin embargo, hace cinco años (durante todo el lapso 1997-2010, en realidad) era todavía un santón tan venerado en la intimidad como opaco para el gran público, encerrado en su cueva, dirigiendo en solitario su propio sello, Young God Records, apoyando desde allí a artistas que acababan teniendo mucho más éxito que él mismo (Devendra Banhart, Akron/Family) y pariendo discos bajo el alias Angels of Light (también a su nombre o como Body Lovers/Body Haters) que la crítica alababa tanto como el público general ignoraba.

La reunión fue, de algún modo, una suerte para los que seguimos a Swans a través del tiempo pero nunca pudimos verlos en su época heroica. Una suerte también para quienes no los conociesen y quieran ir más allá de la coartada cultural de temporada. Serán pocos, pero valdrá la pena aunque sea por el puñado de almas convertidas y jodidas para siempre. En directo, hoy, los Swans de Gira son en cierto modo una banda “nueva”, una amalgama blindada de veteranos al servicio de la mente central, que funciona como una apisonadora y mezcla, con sabiduría de perro viejo e inusual ímpetu (y volumen), lo que la banda postulaba en los ochenta (ese ‘core’ eremítico y ralentizado obsesionado temáticamente con el sexo, el dinero y otras relaciones de poder) y en los noventa (lo mismo pero con Jarboe en el barco, una formulación más flotante y una creciente ansiedad de búsqueda espiritual) para conseguir una alzada galáctica, una combustión existencialista que, literalmente, tira de espaldas.

Son una banda atípica, además, porque pertenecen a esa división extraña en la que todos los miembros del grupo tocan mucho, mucho más que el que dirige, pero jamás serían lo que son sin él. Esa es una de las gracias terribles de Michael gira, un chamán/director de orquesta al que le cuesta poner tres acordes seguidos en una acústica, pero que es capaz de explicar a un complejo conjunto de musicazos hacia dónde ir exactamente -cuándo y cómo, no porqué- para construir espirales de ruido a mayor gloria de una angustia metafísica, la suya, que inevitablemente acaba siendo también de quien lo escucha. Es él el epicentro del que emana y sobre el que confluye la música, en una especie de sístole/diástole a menudo extenuante. El resultado es una experiencia catártica por la que yo pasé en 2011 y de la que salí purificado como de un baño en agua helada, y que tiene una de sus claves en el volumen y otra en la repetición.

Pero eso no es todo. Si eso fuera todo, habría mil bandas iguales. Lo misterioso, lo único, reside en algún interior de la figura misma de Gira, ese hombre que es capaz de plantarse en medio del escenario, mirar al techo y exigirle a Dios a grito pelado que baje reencarnado otra vez, si tiene huevos, si existe: “Jesus… ¡Come down!... ¡Jesus Christ… Come down NOW!”.

Está grabado AQUÍ. Pueden verlo.

Me decía Gira, cuando lo entrevisté, que la música era su práctica espiritual, y me lo creo. En persona, en la moderna cafetería acristalada de la casa da música de Oporto, me pareció un tipo amabilísimo, con unos ojos de azul translúcido acaso amenazantes si el entorno hubiese sido otro, inquietantes en todo caso. Pero no parecía, desde luego, infeliz. Al torturetti oficial de un par de generaciones quizá la práctica espiritual le haya funcionado, barriendo el turbulento pasado, dejándole con la paz interior suficiente para dedicarse a hacer caja y música grandiosa. Lo dudamos, la verdad, pero todo es posible.


Ángeles de luz 

En todo caso, para ser sincero -que es lo inusual y de lo que se trata aquí-, a mí los tres últimos discos de los Swans no me dicen nada. Correctos, monumentales, fríos, autorreferenciales, son sin duda magnos ejercicios de estilo(s), pero creo que su principal valor de fondo es el de ser la excusa para un directo donde los demonios viejos y nuevos coagulan en demoledoras, asfixiantes nebulosas de sonido; excusas, sí, para ese ejercicio de desafío, exorcismo y catarsis personal realizado en público; y, de paso, para una venganza comercial que se sirve algo fría ya, aunque siempre sabrosa, ahora que el amigo ha cumplido los sesenta.

Uno se encuentra con el misterio mismo del poder transportador de Gira fácilmente, sin embargo, si retrocede unos años y se encara con sus discos “en solitario” como Angels of Light, y en concreto con mis favoritos, la trilogía “Everything is Good Here/Please Come Home” (2003), “We are Him” (2005) y “The Angels of Light Sing Other People” (2007). Cierto es que tiene acompañantes en ese viaje, y que esos acompañantes ayudan a vestir austeramente, con elegancia y perspicacia sus desérticas salmodias, pero no es menos cierto que el ejercicio se acerca al desnudo todo lo que puede en más de una ocasión, y que, tocadas con una acústica, a pelo y con la no excesiva maña que Michael se da con el instrumento, sus canciones funcionan igual a la perfección, como escalofriantes preguntas sobre la identidad, la condición humana, la capacidad de cambio y el vacío vital. Son, los tres, discos vaga aunque brillantemente cubiertos; obscenidades filosóficas o herejías laicas tapadas apenas con la tela translúcida o una purpurina que se pega al músculo seco. Sexo y muerte, Dios y Nada, apenas velados por los necesarios coros y trasfondos que permiten que la píldora pase garganta abajo con menos daño.

La primera vez que vi a Gira lo vi así, solo: un hombre contra una sala de conciertos belga apenas medio llena. En aquella época no le di demasiada importancia, sobre todo porque el telonero fue un Devendra Banhart en absoluto estado de gracia que, a punto de sacar su primer disco, barrió cualquier posibilidad de lucimiento posterior en uno de los mejores conciertos que he presenciado jamás. Virtudes de la persistencia, que las hay: hoy aquel Banhart imperial que me fascinó durante al menos tres LPs ha decaído hasta convertir en una caricatura su poder sanador original, tornado en una especie de leproso ‘hype’ vagabundo e infumable que trisca sobre las burbujas de la moda cantando inanes odas a la felicidad. Mientras, Gira sigue su camino, impasible, hablando del alma humana en su núcleo más oscuro y más cierto.



Drake, Dylan y otros pintores 

Parece que fue Nick Drake, y no deja de ser hasta cierto punto irónico, el que permitió que el viejo ogro de la polución noise viera la luz de las canciones desnudas. “No lo conocía hasta que me lo descubrió Jarboe en los ochenta”, comenta Gira sobre Drake en una curiosa selección de sus discos favoritos, publicada por The Quietus, en la que incluye mucho funk. “Me voló por los aires. Lo escuché constantemente, durante un largo tiempo. Para bien o para mal, sería el escucharlo y el revisitar al primer Dylan lo que me convencería de que era el momento de intentar escribir canciones nuevas con una guitarra acústica”.

El omnipresente Dylan (al que años después visitaría en una aceptable versión de “I pity the poor inmigrant”) sería, pues, el otro culpable. “Blood on the Tracks es un álbum al que vuelvo cada cinco años, y lo escucho obsesivamente”, reconoce en el mismo artículo. “Ha sido importante para mí a través de mi vida. No puedo pontificar sobre su valor cultural, pero para mí tuvo mucha resonancia en situaciones personales en las que me he encontrado. Recuerdo escucharlo en un momento en el que me dio por deambular, conduciendo mi furgoneta a través de América, durmiendo en parques públicos –a mediados y finales de los noventa-. Me había escapado de donde estaba y estuve varios meses yo solo, cocinando en mi hornillo de propano por las noches, bebiéndome un ‘six-pack’, yéndome a la cama y conduciendo de nuevo por la mañana. Recuerdo estar atravesando Montana bajo una lluvia torrencial, escuchando ese álbum y llorando, sollozando. Fue uno de esos momentos en que un disco simplemente parece unirse exactamente con las circunstancias de tu vida. ¿Te da esperanza? No lo sé, pero es un disco hermoso. Es tan extremo y tan franco que supongo que sí, de ese modo te da esperanza”.

La imagen del ogro desconsolado en plena separación (suponemos), recorriendo América contra los elementos, escuchando “Idiot Wind”, es icónica de puro común, y podría aludir a cualquier hombre. Curiosamente, esa es una característica crucial de Gira: puede abrirse de par en par (en entrevistas o en canciones) y no por ello deja de ser misterioso. Quizá, como decía C.S. Lewis en “The abolition of man”, “Un mundo completamente transparente es un mundo invisible. Ver a través de todas las cosas es lo mismo que no ver”. En esto, en todo caso, sí se parece a Dylan. También en una crítica a América no exenta de un aprecio de fondo inevitable. “Me encantan muchas cosas de América”, ha dicho, “especialmente la gente. Desprecio a la actual élite de poder, y especialmente a la cancerosa cultura de los medios corporativos que alimenta a esa élite, pero pese a ello, bajo el radar, hay un montón de cosas buenas”.

En cuanto a las conexiones puramente musicales con Zimmerman o Drake, hay que buscarlas en la intención y en la literatura. El sentimiento de tragedia interna casi a flor de piel existe en los tres. El estilo pictórico en la escritura es también común al Gira de los Angels of Light y al Dylan de “Blood on the Tracks”, aunque sus técnicas y escuelas difieran y sus resultados sean inevitablemente diversos. Gira es más Francis Bacon. Dylan es… bueno, esa es otra historia.


En la encrucijada 

En el fondo, cuando Gira abandona a los Swans y camina en solitario, se encuentra ante una dicotomía clásica, en un cruce de caminos por el que casi todos los músicos que han experimentado con el sonido puro, en bruto, han pasado una o más veces en su vida. Es el drástico momento en el que se decide entre el sonido como motivo emocional principal (en Swans, sí, el medio es el mensaje) y la narración de historias, lo que los pedantes llaman “songwriting”. “Las canciones de Angels of Light están más basadas en la narración”, ha reconocido Gira, “y no creo que siempre funcionen cuando usas grandes trozos de sonido, largas panorámicas de música. En Swans, las letras tienen que ser más abiertas a la interpretación, para no estorbar a la música. En cuanto se convierte en primera persona, creo que la música suena más pequeña”.

Quizá gran parte del éxito artístico de Angels of Light sea precisamente que cuando decide dedicarse a la orfebrería de canciones más “pequeñas”, gira lleva consigo ya todo lo aprendido mientras esculpía cataratas de ruido lento. Cuando alguien entrenado en el exceso sónico se integra en una entidad en la cual manda la canción, sus “poderes” heredados, por decirlo así, pueden contribuir a que esa canción mute hacia formas nuevas quizá más efectivas y más extremas. Un ejemplo clásico sería John Cale, que siendo un músico de formación clásica, abrazó la experimentación radical con Lamonte Young antes de ponerse al servicio de piezas más standard en la Velvet, ayudando así a que las letras perturbadoras de Lou Reed tuviesen un amparo que, sin dejar de resonar en modo pop, fuese al tiempo completamente nuevo. Así, La Velvet Underground se convirtió en un ente transgresor en dos niveles (lírico y sónico), y al tiempo clásico por cuanto su fórmula subyacente de ataba al rock&roll y al pop. Era una receta casi imbatible. Las comparaciones son odiosas, pero lo cierto es que algo de esa magia se respira en los mejores discos de Angels of Light, en los que Gira, que no es un instrumentista demasiado cualificado ni posee una voz brillante (lo suyo es un recitado opaco, aunque de doliente profundidad, que siempre usa más o menos los mismos motivos melódicos), consigue sin embargo tocar la fibra. Aporta la circularidad, incluso en temas de corto minutaje. Aporta el aliento moderno y profético a un tiempo, con unas letras súbitamente expandidas y francamente brillantes en ocasiones. Aporta el nihilismo ocasional, la carcajada negra e irresoluble del existencialismo beckettiano. Aporta el halo de amenaza y de desesperación frígida que nunca dejó de acompañarle desde los sótanos de Nueva York. Inyecta, en definitiva, toneladas de angustia en un formato habitual (la canción semiacústica de tres o cuatro minutos) hasta conseguir una gama de grises perfecta. Una gama de grises sobre la que se define la silueta de un ente translúcido en letargo. Una amenaza.

Decía Julian Cope que hay canciones para dormir y canciones para despertar. Las de Gira son, quizá, canciones para intentar despertar de una pesadilla, erigidas en ese momento de interludio y duermevela en el que no sabemos si lo que vivimos es sueño o realidad.

Aunque este artículo es una reivindicación de los tres discos de Angels of Light que considero esenciales, quizá no debiera extenderme en exceso al respecto, para dejar que quien quiera los escuche y compruebe si coincide o no conmigo. Es un trabajo a veces arduo el de perforar su cáscara, pero entregan lo que prometen. En todo caso, hagamos un vuelo breve y rasante sobre ellos.



Vuelve a casa, todo va bien 

En “Everything is good/Please come home”(supongo que el título es un sarcasmo) están ya bien dibujadas, aunque no del todo desarrolladas, las obsesiones sobre las que orbitan los tres trabajos. Desde “Palisades”, que abre el disco, se percibe una preocupación por la dificultad para sentir y por la disolución de la personalidad (“¿Sientes algo? ¿Dónde está la niña que una vez vivió en ti?”), así como por el asesinato del hombre que uno fue y el nacimiento del hombre nuevo, aún en embrión, que balbucea ese “It’s not me, It’s not me” (“no soy yo, no soy yo”) de la percusiva y adherente “All souls’ rising”. También la vena profético-política está apuntada en la gloriosa “Nations”, una canción que merece un artículo en sí misma, y que predice las enormes “Destroyer” y “Michael’s White Hands”. Es, “Nations”, la primera de una serie de radiografías del tumor social/espiritual de nuestra época en las que Gira se muestra especialmente belicoso y capaz de recrear nuestros monstruos interiores y exteriores con aterrador detalle y violenta poética.

Ya valdría el disco la pena, y mucho, sólo por las citadas, o por la suspendida belleza de “Kosinsky” -delicada flor a punto de morir, momento detenido y casi translúcido-, o por el siniestro cuento de disolución de “The family God”, o por el velvetiano tono de pasacalles de•”Sunset Park”, donde la frase “she’ll bring one” (“ella traerá uno”) suena siniestramente como “shivering son” (“hijo que tiembla”). Tanto las letras como el trabajo instrumental son sobresalientes en su aparente contención, que hace levitar el conjunto en varios tonos de blanco. Pero no está de más intentar ver el conjunto, ya que en mi opinión el disco es ya un intento de trabajo conceptual, igual que lo serán los dos siguientes, aunque todavía no del todo cohesionado. Y en ese conjunto, pese a esa levitación de la que hablamos, hay apenas espacio para respirar. Ese entorno casi Californiano de siniestra belleza lumínica, que a mí siempre me ha recordado a la película “Chinatown”, está anegado de un tenue olor dulzón a carne que empieza a pudrirse. Las campanitas y el evanescente mantra que lo baña todo con su gracia no ocultan el hedor, sólo lo contrastan.

El resultado global parece un ajuste de cuentas cruel y al tiempo asombrado en el que se dan las claves de todo el trabajo posterior. A saber: la interrogación permanente sobre la identidad, el nacimiento de una espiritualidad aún no definida de la que Dios está ausente, lo profético/político y el enramado a veces inextricable de las relaciones personales, con todo lo que siempre implican de pérdida, presente o futura. Ah, y hay muchos personajes y más acción de la que parece, aunque en un modo pausadamente retrospectivo. Si Dylan en “Blood on the Tracks” consigue ese efecto de que mil cosas pasando y mil personajes actuando reverberen concentrados como la misma historia de uno, Michael Gira consigue, en una primera escucha más o menos superficial, un efecto de “paseo” a través de una serie unificada de viñetas claustrofóbicas. En una segunda indagación, uno comienza a sospechar que por las ventanas entreabiertas de esos espacios que dejan ver palmeras raquíticas, una autopista, quizá el mar, se va a otra parte. Pero, ¿a dónde?

En una entrevista posterior a ese momento, le preguntan a Gira si cree en la reencarnación. Su sarcástica respuesta es: “No. Ni siquiera estoy seguro de estar vivo ahora”. Esa sensación fantasmal, casi transparente, también está aquí.


Otras voces, los mismos ámbitos 

Para entrar en el disco prodigioso que es el siguiente trabajo de Gira, “The Angels of Light Sing Other People”, tengamos primero en cuenta que el autor afirma, probablemente con absoluta seriedad, que hay “otra persona” que se apodera de él en ocasiones y habla usándole como canal. Lo ha contado a menudo e incluso ha escrito una esclarecedora y terrible canción al respecto, “Joseph song” (en “We are Him”). Yo recogí uno de esos testimonios en el capítulo que le dediqué en mi libro “El puño y la letra” (66RPM, 2013): “A veces, de pronto, hay algo se abre en la parte trasera de tu mente… algo que no sabrías definir. Es lo que siempre estoy esperando, pero sólo sucede en ocasiones. (…) Yo le llamo a este individuo Joseph. Se sienta en mis hombros y mete sus manos dentro de mi cabeza. Es como un… hermano demónico”.

Al menos dos de las piezas centrales de este nuevo disco, “Destroyer” y “Michael’s white hands”, parecen ejecutadas de ese modo. Ambas son canciones crueles, alucinatorias y oníricas, pero también políticas y precisas. En el caso de la segunda, él mismo se ha explayado al respecto diciendo lo siguiente: “En ‘Michael’s white hands’, Joseph entró en mi mente mientras estaba viendo un especial de televisión escabroso y humillante (para todos los implicados) que examinaba la extraña y maravillosa vida dysneyana de cierto Dios de los medios, cuyo rostro andrógino y carente de raza, aunado con sus sobrenaturales pasos de baile y su voz felina, lo habían colocado en la conciencia de millones de personas de todo el mundo… En el mismo periodo, el espectáculo de la cara de Saddam Hussein estaba también flotando amenazante en nuestras pantallas de televisión como si fuera la gigantesca cabeza del Mago de Oz (iluminada desde atrás), amenazando al mundo con una segura y deliciosa aniquilación, o eso asumíamos, ya que eso se nos había contado. Saturaría nuestras resplandecientes ciudades con gas cáustico y químicos —¡podíamos sentirlo royendo el interior de nuestros pulmones mientras observábamos!— así que de manera natural, estas dos imágenes —la de la ninfa decolorada y chillona y la del terrible otro, el ogro— se mezclaron en mi mente en una sola, una amenaza fresca y aún más seductora, un nuevo mesías, hiperreal y luminiscente; una gárgola digitalizada, televisada, cargada de sexualidad y voraz que corría a la velocidad de la luz a través de redes de cables e irradiaba hacia nosotros desde el cielo, inundando nuestras salas de estar con su resplandor hermosamente pernicioso. Mi mejor amigo, que siempre me ronda, la hizo eclosionar, y yo escribí una oración para aquella deidad mutante”.

Además de estos momentos de gracia ‘delegada’, por decirlo así, “Sing Other People” es una progresión de gigante con respecto a “Everything…”: el sonido muta completamente, las baterías y percusiones han desaparecido casi por completo y los miembros de Akron/Fámily entran en la ecuación como pequeños geniecillos caseros que lo mismo salen por la vía folk que se enroscan en un preciosismo de voces superpuestas reminiscente de los Beach Boys, concediendo al álbum un sonido personalísimo, alienadamente americano y perfectamente unificado pese a la diversidad, que lo convierte en una joya sonora per se. La sensación de mantra disminuye bastante, aunque la circularidad sigue ahí, y en algunos momentos, contados, Gira casi se arranca a cantar, olvidando por un instante su polvoriento recitado. Olvidando por un instante quién es.

El álbum entero está dedicado a Siobhan Duffy, icono punk casi desconocido, mujer de Gira durante un largo trecho, con la que al parecer ha tenido dos hijos y con la que vivía entonces en las Catskill (montañas del sureste del estado de Nueva York). “Este álbum es para Siobhan”, se pude leer en las notas interiores. “Fue escrito como tributo a amigos, héroes y otras entidades varias fuera de mi control”; y, en efecto, hay al menos cuatro canciones dedicadas a personas existentes: “Lena’s song”, para una mujer que en un pasado remoto, cuando era un adolescente que vagaba por oriente próximo, le salvó la vida; “My friend Thor”, probablemente sobre Thor Harris, actual multi-instrumentista de Swans, “Simon is stronger tan us”, sobre un amigo pintor y donde también habla de Francis Bacon, y “Jackie’s spine”, sobre una pareja de amigos y sus liberales costumbres sexuales. En todos los casos, son canciones de reconocimiento y gratitud que se oponen al tono de recriminación que flotaba en el anterior disco; canciones en las que se resalta la valentía, el compromiso y, en general, las formas de voluntad que permiten a la bondad y a la creatividad fluir.

Ese mismo reconocimiento, sin embargo, se vuelve más turbio y complejo en temas como el escalofriante “The kid is already breaking”, que queda abierto a la interpretación: su abigarrada imaginería podría hablar, es una hipótesis, de la vida paralela de un Jesús posmoderno que jamás hubiese empezado su vida pública; aquel Cristo niño que podía matar a otros infantes y resucitarlos de un puntapié al grito de “levántate, perro”. Sin embargo, de igual modo se pude entender como una petición de perdón al hijo que se trae al mundo. No sé si por aquel entonces Gira ya había sido padre. Si no lo había sido, era una buena anticipación de un posible sentido de culpa, un poco en la línea cioranista de la procreación vista como pecado.

Y por último tenemos la onda ambiguamente espiritual, donde brillan “On the mountain”, mezcla de elegía y canción de retorno o reencarnación ” (“si un hombre puede no morir jamás, que seas tú”), “To live trough someone”, cuyo título ya resulta explicativo, o “My sister said”, donde resurge poderosamente la necesidad de matar al hombre viejo para volver a ser, en un progreso personal que Gira no parece ver como una superposición de capas, sino como una trabajosa pero sumaria ejecución de los “yoes” anteriores y un renacimiento completo. Son estas últimas canciones de ascensión y descenso, y canciones de necesidad.

El resultado final es extremadamente coherente y ambicioso. En cierto modo, se trata de una especie de réplica a escala mayor del anterior trabajo, en el que la banda fluyese sin trabajo, virando según la canción pida hacia uno u otro palo, y Gira hablase en el vacío espacio de una catedral en lugar del cerrado ambiente de un cuartucho. Es, sin duda alguna, un soberbio disco de madurez de un hombre que sigue cuestionándolo todo, empezando por sí mismo.


Preguntándole al hueco 

Del tercer disco de la trilogía hablé de manera algo más extensa que de los otros en el libro que escribí en 2013 y que ya cité antes. Era un libro sobre la interrelación entre literatura y rock&roll que en el fondo planteaba, aunque no lo dijese con esas palabras, que ese rock&roll y derivados no dejaban de ser literatura en sí mismos, una parte, una rama, del frondoso árbol de la literatura. Quizá en ese libro este disco, “We are Him” debiera haber ocupado más espacio por varias razones: visitado de nuevo hoy, mientras cierro este artículo, se me antoja la sublimación de los dos anteriores intentos y una obra absolutamente capital, equivalente en “pop” -si se quiere ver así, si esto se puede llamar “pop”- a las obras de Beckett, de Ionesco o del Cioran que afirmaba que “somos todos ex creyentes, mentalidades religiosas sin religión”; una mayúscula interrogación en el vacío que el ser humano –Joseph o quien sea- hace, radicalmente solo, sin saber siquiera quién o qué es a ciencia cierta, a una divinidad que no existe.

Es un disco cadencioso que necesita, que pide a gritos -como todos los de Angels of Light, pero más si cabe- que quien lo escuche lo haga con todos los sentidos, deglutiendo, dejándose envolver, leyendo una y otra vez, hasta que la pregunta misma penetre la sangre y coincida con la propia o difiera de ella. No es, desde luego, un ejercicio de simple escucha placentera; no es, en absoluto, música de fondo o para tomar por partes. Yo mismo le he hecho poca justicia, probablemente, en este aspecto. Es un disco que requiere lo que los grandes libros requieren; espacio y tiempo, y un extra de voluntad para superar a nuestra propia época, esa que nos dice que un minuto es demasiado, que hay que mirar a otro lado, que alguien está llamando y es imprescindible que le hagamos caso YA. Es un disco que requiere reconciliarse con una época que ya pasó, en cierto modo, pero que no ha pasado, porque la angustia del hombre no decrece ni se inmuta ante la tecnología. Eso es así.

“Después de grabarlo”, ha comentado Gira, “descubrí en muchas de las canciones el deseo de los narradores de disolverse o de desaparecer dentro de algo más grande que ellos mismos. Supongo que eso es mi lado espiritual, casi religioso, poniéndose en primer plano, lo que está unido a algunos de los aspectos ‘grandes’ de la misma música: simplemente caer dentro de algo más grande. No soy una persona religiosa en ningún sentido real, pero como cualquier otro, quiero experimentar el éxtasis: algo mucho más grande que uno mismo. (…) Últimamente he estado pensando que es una buena idea simplemente abandonar, dejarse ir, desaparecer, no tener una identidad”.

Su visión de la raíz de sus canciones, si bien distinta de la que yo percibo, es, como siempre, ácidamente gráfica, con un punto grotesco que difícilmente se trasluce en los temas mismos. Del que da título al álbum dice, en una de las entrevistas de las que hablamos en el arranque: “Escribí la canción sobre algo como los mítines de Nuremberg, sólo que no con Hitler en el estrado, sino, en su lugar, quizá, un payado desnudo, viejo y gordo, cubierto de chocolate y de moscas, gesticulando como loco, con espuma rosa saliéndole de las orejas. El público estaba compuesto por gente de todas las edades, todas con un fervor loco, desnudas excepto por los pañales cagados que llevaban, que buscaban en sus sacos de mierda y se embadurnaban la cara y el cuerpo con el contenido los unos a los otros, pataleando en un berrinche comunal, remedando simiescamente las palabras y gestos de su líder. Están cantando ‘Somos él’”.

Tiene otras explicaciones sobre los demás temas que, juntas, darían para un originalísimo volumen de viñetas sobre el infierno. Recordado esto, recordado que el artista y el que lo escucha también pueden diferir sobre la obra, y que para eso, quizá, está la obra, me pongo el disco una última vez antes de cerrar este artículo que ya se ha hecho demasiado largo hasta para mí. Es arduo, como por contraste a la supuesta “ligereza” instrumental del anterior, y aunque cuente con los mismos músicos. Es un disco sobre la posesión y la creación. Es un disco sobre asesinarse y renacer. Es un ritual inventado, casi místico. Es un disco sobre los hombres que viven en nosotros y aquellos en los que nosotros vivimos. Es un disco sobre la disolución, pero también sobre la creación del mundo, y contiene en su rocosa alzada doce canciones difíciles y asombrosas y una de esas estrofas que lo dicen todo sobre la angustia de quien no cree en nada ni sabe nada, porque nada se puede creer ni saber: finalmente, ajustadas las cuentas en “Everything…” y dadas las gracias en “Sing other People”, “We are Him” arroja una heladora interrogación a quien no está:


Si permanezco en esta roca 

en el borde del mar 

y si levanto estas manos 

¿Respirarás dentro de mí? 

¿Hablarás con mi lengua? 

¿Cantarás a través de nosotros? 

¿Mezclaran tus manos el mar? 

¿Soñarás que respiramos?




En la orilla 

Y, de vuelta del viaje, ¿qué esperar de Michael Gira, ahora, ahora que esa etapa confesional y concreta parece algo lejos, ahora que son otra vez los muros de sonido, la ola de ruido purificador? Lo ignoro, pero el tipo lleva años sin dar un paso en falso y parece que los tiempos de oscuridad y ‘do it yourself porque nadie lo va a hacer por ti’ le han dejado las cosas claras en el aspecto técnico, como refleja en una entrevista de hace unos años: “Trabajo extremadamente duro en lo que hago, con un riesgo personal y financiero considerable que implica el hacer esa música, y lo mismo sucede con casi todo el mundo que conozco que haya tomado la desastrosa decisión de desarrollar una carrera musical, así que merecemos ser pagados por nuestros esfuerzos. No esperarías que un libro de un autor que admiras fuese gratis, tampoco esperarías que el electricista viniese a tu case y arreglase todas las conexiones gratis. ¿Por qué íbamos a ser distintos? Este es nuestro trabajo, y lo hacemos para vivir, y si te gusta el resultado final, cómpralo, niño mimado”.

Una actitud de seriedad y control que afecta a lo artístico igualmente, ya que, al final, ese tema que fue “el” tema no ha desaparecido de su espectro. Los maníacos, como la energía, no se destruyen, se transforman: “desde un punto de vista artístico, es muy importante para mí que un álbum sea escuchado en su integridad, con todas sus yuxtaposiciones y su contraste intacto. (…) Va sobre el control, al final, es un acto de control, o de voluntad. Es decir: ‘Esto es lo que pienso, como veo las cosas, estas son mis ideas y sentimientos’, y no ‘aquí hay un montón de nociones vagas, ahora es tu turno’….”.

Sea como sea, hay que reconocer que Gira es por derecho, a los sesenta años, uno de esos iconos –no hay tantos- que se han ganado la fama y el respeto a pulso. Uno de esos hombres reales, acuñados a fuego, casi inmolados en la causa; símbolos de una época, muertos y renacidos a otra época nueva. Si mañana la gente vuelve a ignorarlo, uno seguirá escuchándole. Las razones son las anteriormente expuestas. Las posteriores, a buen seguro, serán igual de ciertas.

Hay unas palabras de Kim Fowley sobre GG. Allin que siempre me han gustado y que lucen en la contraportada del mítico “Brutality and Bloodshed for All”, junto a la foto del cadáver de Allin y su féretro repleto de porros, pastillas y botellas de Jack Daniels:

GG Allin es un héroe. Un mártir eléctrico en un mundo que ha enloquecido. 

GG Allin hizo las preguntas correctas. A veces, dio las respuestas correctas. 

GG Allin será recordado. Dentro de cien años, será un Billy el Niño, un Capitán Blood, un Jesse James de un reino animal nuclear que se estrangula en su propia promesa. 

GG Allin es "el último de los salvajes”. Un Americano que se desvanece y que luchó solo en la frontera del cambio. 

Como Amy Fisher, como Charles Manson, como el ‘hombre pájaro’ de Alcatraz, GG Allin se forjó en la oscuridad. Pero vio la luz. 


Cambien GG Allin por Michael Gira. Hoy esas palabras –aunque toscas e imprecisas- me parecen perfectamente adecuadas para él.