jueves, julio 23, 2015

GROVES - "Give it some Thrape" & "Tape"



El verdadero sentido de peinar la zona abisal de nuestra cultura en busca de bandas sorprendentes y nuevas es sencillo: las encuentras. Un ejemplo perfecto son Groves, de Manchester, un demoledor trío inédito aún por aquí, con dos discos excelentes a sus espaldas (“Give it some Thrape” y “Tape”), y al que difícilmente hubiese encontrado confiando en los radares habituales. Grabados de manera espartana, huraños, oscuros, contrapelados, tienen Groves una incipiente pero ya firme personalidad cincelada en ese ruido dañino –el bajo distorsionado, la voz en un grito a punto de quebrarse, el desarrollo sinuoso pese a lo sintético- que debe mucho al hardcore/noise de los ochenta aunque ha caminado hasta otro punto; ese discurso en el que se reconoce la cara del viejo indie-rock, presente, sí, pero deformada a hostias hasta hacerla casi irreconocible.

Sus cataratas sucesivas de ruido caen hacia dentro, circulares, claustrofóbicas, apestando a sótano igual que le pasaba, digamos, al primer y magistral disco de Unsane. Sucintos hasta llegar al hueso mismo (también en las letras), empujados por guitarras libres y expresionistas y un bajo forjado en hierro, los paralelismos –salvas las distancias- son claros en los momentos más tensos y directos, pero cuando optan por un desarrollo menos destructivo, más ondulante, se detecta pronto un regusto a Dischord muy bien integrado y algún detalle que podría recordar a viejas luminarias como Sebadoh: el ya desvaído fantasma de Fugazi y “Waiting Room” está a la vuelta de la esquina, y todo el peso de una herencia poderosa se puede rastrear fácilmente en temas como “Loading Bay”, que pueden ustedes escuchar AQUÍ.

Por supuesto, nada hay de plagio en su trabajo, aunque uno recurra al viejo recurso de la comparación: Groves son hijos de una generación de información gaseosa, como diría Alan Moore; una generación que maneja una cantidad ingente de referentes con fluidez y sin encallar a la primera de cambio; que los ha masticado, triturado y consumido hasta que han pasado a formar parte de su sistema sanguíneo, hasta que han pasado a constituir la propia médula y la propia savia vital, iluminando la música de manera natural e integrada, desde dentro, haciendo de las bandas entes autoluminiscentes, hipervitaminados y -pese a todo- personales. Y es esa naturalidad la que los delata como grupo con futuro más allá del sótano. Y es esa visceralidad la que los constituye como una de esas excepciones (hay muchas, sí) a las que hay que cuidar para que florezcan en todo su esplendor (imaginese usted incubando un alien, quizá).

Yo deseo, por el momento, que tengan la oportunidad de grabar su material de manera algo menos casera, lo que permitirá, principalmente, que las baterías alcancen un punto más de claridad y contundencia necesario y que su punzante expresividad luzca de manera completa. También poder catarles en directo, donde lo suyo promete estar en esa cuerda tensa e inestable que une catacumba y epifanía. Ellos se lo merecen y nosotros también.

(Pronto, más)