domingo, abril 19, 2009

THOMAS FUNCTION (Wurlitzer Ballroom, Madrid, 18-4-09)



Nos fuimos a ver a los Function por recomendación expresa de nuestro dealer musical. Y la verdad es que estuvieron bien, joder. Vale que no son nada del otro mundo, una cuadrilla (batería guitarra, bajo y teclas) de nerds de Alabama con posibles problemas de socialización y que han decidido resolverlos por la vía "vamos a hacer ruido en garitos infectos de cualquier ciudad en el culo del mundo y a bebernos todas las cervezas en una milla a la redonda". Lo clásico, vaya. Para ello, facturan un garaje monolítico de raíz sesentas y cierto aroma vaquero que ocasionalmente deriva hacia un post punk ceracano a los postulados de los buzzcocks, aunque sin el impecable instinto melódico que hacía enormes a estos. En todo caso, lo cierto es que exudan esa naturalidad y esa convicción que define a las buenas bandas americanas: están ahí para divertirse y divertir, sin poses ni mamoneos, directos al grano. Y claro, lo consiguen, guiados por la voz peculiar de su cantante y una resolución de los temas que no se para en filigranas y apuesta por la contundencia. Hay bandas mucho mejores aquí mismo, en tu ciudad, pero quizá a algunas o a muchas les falte ese creérselo sin aspavientos. Mi dealer concluyó, finalmente, que los prefería en disco. Y yo me fui a emborracharme hasta las diez de la mañana con la tranquilidad de quien ha comprobado de nuevo que quedan bandas sencillas y honestas que hacen lo que hacen por la mejor de las buenas y viejas razones. Porque sí.

lunes, abril 06, 2009

Strange Boys - «And Girls Club» (In The Red)





Sólo por decir lo que tantos sentimos, ya valdría la pena la compra del artefacto: «Debería haberle disparado a Paul». Si señores, sí, ese es el título del tercer tema del muy remarcable debut de los chavales de Austin. «Le levantó la tapa de los sesos al greñás equivocado» (traducción libre). Repito: Sí, señores, sí. ya era hora, joder. En fin, todos tenemos nuestro renovable altar de geniecillos del Rock&Roll, y al mío se acaba de encaramar con una burlona pirueta ese adorable y temible Ryan Sambol, recién salido de la adolescencia. No sólo por lo de Paul, claro, sino por un disco que, en su aparente modestia, es de lo mejorcito que me he tragado en los últimos tiempos. Hace poco hablaba con un colega sobre los Drones, debilidad de ambos. Cuando le dije que las letras de Gareth Liddiard me parecían cojonudas me contestó tranquilamente que él no solía preocupar se por las letras. «Bueno, te pierdes la mitad, pensé, te pierdes demasiadas cosas que yo no estoy dispuesto a perderme». Y lo sigo pensando, aunque cada cual es libre de procesar los estímulos como le venga a bien. Pasa lo mismo aquí. Es bastante necesario apreciar TODO el esfuerzo, incluido el mensaje, para que no se nos escape lo original, lo único, lo esencial de un trabajo cuyos ropajes son relativamente clásicos. Al principio, lo que llama la atención es la voz, ese chapurreo lacerante, como si un niño de tres años se pasease por la casa con las gafas de sol puestas, gritando a voz en cuello, poseido por el ácido don de lenguas del Dylan época Autopista 61 ("They Are Building the Death Camps" y "That Girl Taught Me a Dance" son especialmente llamativas en esto). Asusta un poco, y no deja ver del todo -para eso hay que volver a escuchar, qué placer- que en lo musical la cosa no es tan obvia como parece. Y el caso es que, además, al niño de tres años le ha dado por cantar verdades como puños mientras la banda -otros tres hermosos efebos tejanos- chapotean en un ponche de garaje y anfetamina. Y así va la cosa: un tenso desfile de rythm&blues erizado y raidas casacas heredadas de Zimmermann, Kinks y Stones bajo las que el jefe Sambol pasa de contrabando sus reflexiones de aliento profético sobre el amor, la muerte y otras compulsiones. Hay encuentros con Peggy Sue un sábado noche en el más allá, algo de política eterna, crónicas de bar a la filosófica luz de la cerveza, misivas desde la cárcel y engominados bailes cincuenteros donde revisar las historias eternas estilo «si, ya sé que no debía, pero me he follado a tu mujer». En sonido se diferencia un tanto de la habitual apuesta de In The Red, un sello clave, ahora mismo, por un acercamiento más cromado y menos cacharrero a parecidos referentes. Será inevitable, supongo, que los comparen con los recomendables (y penosos en directo) Black Lips, pero a quien realmente se parecen bastante es a los Deadly Snakes de «Ode To Joy», aquella banda mayúscula que antes de desaparecer grabó también el imprescindible «Porcella». Se asemejan en sonido (sobre todo la estupenda «MLKs»), pero más aún por su evidente condición de banda en crecimiento, de grupo sobre cuya evolución inmediata es imposible apostar. ¿Qué será lo próximo? Tienen un talento en evidente expansión que les permite usar lo más útil de la raíz con sin dejar de ser de aquí y de ahora ,y los puntos de fuga son múltiples. Mientras lo esperamos, perderse en «And Girls Club» es gozoso como un enamoramiento nuevo. No lo dejes pasar. Podría ser sólo un baile de fin de curso en el el submundo, pero juraría que tiene ese inconfundible olor a corazón de la vida misma. Life and life only, que diría papá. Un diez.// Cowboy Iscariot

sábado, abril 04, 2009

Strange Boys

Más allá del club del acné

Al loro, cocina, con el acojonante disco de debut de los Strange Boys, de Austin, Tejas (mírenlos, ¿no son adorables?). "Strange Boys and Girls Club" empaqueta dieciseis tonadas de magnífico garaje con acento dylaniano y voz personalísima, articuladas en torno a las mayúsculas letras del compositor principal, el jovencísimo Ryan Sambol. Van dos de ellas en nuestra habitual traducción ligeramente libre, para que aquellos que penseis que las palabras en el rock son sólo relleno le deis una segunda vuelta al asunto. Pronto reseña.


No es manera de comportarse para un esclavo

Es mío el opinar
que no existe el «ellos»
(Entonces, ¿quien fue asesinado ayer?).
Pero si no existe el «ellos»
entonces, ¿quién puedo decir
que es el enemigo?
Parece ser que
no existe tal cosa.

Si todas las guerras
han sido pagadas,
en ambos bandos,
por los mismos tipos,
preguntate a ti mismo por qué
tienes que luchar.
La televisión no es importante,
tampoco lo son los deportes,
ni tu coche.
Esas cosas no son importantes en absoluto.
Pregúntate por qué
siempre quieres comprar.

Aprende de uno
para enseñar a otro.
Eres un fracaso si aquel al que enseñas
no es mejor,
pero si nunca aprendes
entonces no importa;
si nunca llegas a aprender
que no existe el «ellos».



MLKs

Si lo que se pensó
en mi apartamento
fuese pensado fuera, en las calles.
Si lo que se amó
en el salón de tu casa
se amase fuera, en las calles.
Si lo que se dijo
en mi cama
se dijese fuera, en las calles,
entonces me temo que seríamos
sólo tu y yo...
así que me quedaré donde puedas verme.
¿Harás lo mismo por mí?

Si lo que se vio en la película
fuese visto fuera, en las calles.
Si lo que se leyó en el libro
se leyese fuera, en las calles.
Si hubieses escuchado lo que estaban diciendo,
los Martin Luther King,
etonces ya sabrías
que cualquiera puede venir
pero que yo quiero sentarme junto a ti.
¿Quieres tú estar a mi lado?

OOGA BOOGAS - "Romance And Adventure" (Aarght!)



Sotano, cripta, monstruo del pantano, vengador tóxico; muertos vivientes, sangre falsa, confusión sexual, humor de instituto. Pajas, acné. Fulgor amateur. Si eso no te va, olvida este disco, porque es lo más serie Z que me he echado a la cara en los últimos tiempos (desde «Forget About Never» de los Terminals, probablemente); un cavernícola petardo en el culo del Rock&Roll a mayor gloria de varias generaciones de freaks, esa saga de tarados irreverentes, cachondos mentales y bichos raros donde por derecho reinaban los Cramps (Bye, Lux). Y el caso es que, asumido el ejercicio de estilo, los Boogas -de Melbourne, con miembros de los estupendos Eddy Current Suppression Ring, The Onyas y The Sailors- se lo hacen con talento y deshinibida sorna. Una barbacoa de garage de ultratumba, esta vez al borde del mar, con temas hechos vuelta y vuelta y ración extra de guitarra achicharrante, ácida en su cabezona y abrasiva sencillez. Mola, esa devencijada épica de pulp trufada de robots, hamburguesas asesinas, descojones a costa del reloj biológico femenino («The Clock is Ticking») y demás majarada psicotrónica. Su tufo a cerveza y playa. Pero es que además, a despecho de su sana simpleza, cierran con una demostración de que, a poco que fuercen la máquina, son más banda de lo que pudiese parecer (los inesperados diez minutos cuarenta y cinco de «Kiss Your Rocks Goodbye»). La elección perfecta, chaval, si sigues empeñado en convertir tu mente en un cementerio nuclear donde Godzilla y tu abuela ensayan un borracho ballet de acartonada y tierna ferocidad. Digno empeño.// Edgar Allan Puke