martes, noviembre 20, 2012

FAKE WEATHER




Hoy me he levantado a las ocho de la mañana, debo estar enfermo. ¡Arranquen bien el día con los greatest hits de la inigualable Conchín Fernández!!! ("la semana termina de nuevo con sol y con mucho calorrrrrrr...")

lunes, noviembre 19, 2012

Viejas crónicas - THE EVENS (Madrid)

(Una crónica de hace unos años y que creó alguna polémica -tormentas en un vaso de agua-. Fue publicada en el Ruta 66 cuando yo aún escribía en tan legendaria cabecera).

Los mitos. Ah... los mitos!. Y que te voy a contar de los mitos que no quieren ser mitos. Eso ya es la leche. El pontífice máximo del hardcore intelectual (dicen), Ian McKaye, y su compañera de aventura, Amy Fariña (The Warmers), aparecieron por la ciudad y el Moby Dick se petó de un público con la media en los treinta y respetuoso hasta la nausea (excepto unos idiotas del fondo que se dedicaron a deshuevarse todo el rato y amargarnos el pase. Nunca llueve a gusto de todos). Lo que siguió fue una demostración de que, aparte del creador prodigioso e indiscutible que ha comandado a Fugazi y Minor Threat, McKaye podría haber sido (y quizá es) un excelente maestro del estilo El Club de los Poetas muertos, es decir, un pesado: Interminables parrafadas profesorales entre canción y canción sobre la ética, el compromiso, la rebeldía, el trabajo en común artista-público y lo malo que es Bush (que al final no está haciendo nada que no se haya hecho toda la puta vida, pero en fin) en un discurso a veces certero pero demasiado esquemático y naive a estas alturas, aunque a nadie le apetezca, ya se sabe, ser el primero en indicar que el rey está desnudo. En lo musical... pues bien, si, pero tampoco para tirar cohetes. La siempre interesante guitarra del McKaye y los ritmos de su compañera para ir desgranando a media voz un material menor, bonito, peleón si se quiere, con algún momento entre cómico y emocionante como cuando hizo silbar a toda la sala para acompañar el arranque de una canción. Miniaturas apreciables que ganarían sin tanta palabrería y que son bien apuntaladas por la hermosa voz y la batería minimal de Fariña. Si el amigo se pusiese una peluca hubiesen pasado como un grupo decente e imaginativo de Riot Grrrls de las de antaño. Nos lo tomaremos como el necesario divertimento que ayuda a coger fuerzas para lograr nuevas obras mayores. Como tal, fue más que digno, aunque, ya digo, lo hubiese preferido sin el Spoken Word. La verdad, hace un puñado de años que me enteré de que que el Punk no consiste en llevar cresta sino en bla, bla, bla y blaaaa. //LUIS BOULLOSA 

domingo, noviembre 18, 2012

En las cuencas de tus ojos - JORGE MONLONGO


A JORGE MONLONGO, excelso ilustrador, lo conocemos desde hace lo que parece una vida –en concreto desde 1997, cuando hacía los carteles de aquella banda  llamada Daddy Works in Porno-. Su carrera posterior ha sido sólida y ascendente, y en el camino condescendió a realizar alguna de las mejores portadas de KAPUT (cuando salíamos en papel). No  se lo pierdan, es un amigo y un artista.

Recomendaciones - TORA! TORA! TORA!

Alguien -quizá alguno de los ubicuos espectros de la Anglogalician Cup- me había hablado bien de los pontevedreses TORA! TORA! TORA! , así que rebusqué por ahí hasta encontrarlos. Grata sorpresa: un primer EP interesante y más garajero ("Alfabeto Eléctrico") y un segundo, "Santa Muerte", más que notable, en el que abandonan el inglés y templan su impulso en un punzante ejemplo de angst joydivisionario. Tienen, en hieráticos hits como “Marcha Fúnebre”, ese fuego frío procesional y claustrofóbico, esa tierra rasa de guitarras distorsionadas que los emparenta al tiempo con los de Manchester y con bandas oscuras y esenciales de aquí, como Décima Víctima o los Surfin Bichos más borrascosos (quizá también con los Parálisis menos obvios, sobre todo en "Crematorio"). Pronto reseña y, sí se puede, entrevista. Mientras, escúchenlos AQUÍ.

viernes, noviembre 16, 2012

CUANDO FUIMOS RUSOS BLANCOS (una entrevista con Chechu Biriukov)

Una entrevista con el mítico CHECHU BIRIUKOV para JOT DOWN en la que ha colaborado nuestro supuesto amigo Luis Boullosa  aportando sus discutibles conocimientos sobre basket (muchas horas gastadas en pachangas, básicamente...)

jueves, noviembre 01, 2012

PENGUIN CAFE ORCHESTRA - "Concert Program" (94)




Creo firmemente que –tomando como dada la curiosidad- el mejor motor de búsqueda es la casualidad. Mi madre decía siempre: “no leo más rusos. Los leí todos cuando era joven”. Y así era, probablemente, porque la suya es una eficaz mecánica cartesiana de tierra quemada; la mía, en cambio, la del vagabundo que encuentra cosas: después de años de vagabundeo y de encuentros uno va relacionando esas cosas, creando una red de experiencia tremendamente imperfecta (nunca me he leído a todos los rusos ni nunca lo haré, soy un colador) pero que tiene una ventaja esencial: las relaciones establecidas, A VECES, son propias y no dictadas; los momentos de reconocimiento de uno mismo en las canciones o las palabras, o en las conexiones intuidas, tienen un sabor a descubrimiento personal y único, no repetible. Luego, comprobar en alguna lectura al azar que alguien llegó a conclusiones similares no importa lo más mínimo, no resta sabor a ese hallazgo; si acaso, le añade un regusto de buena compañía.

Le cojo prestados a mi compañero de piso un par de discos. Él no está, yo trato de arreglar un router que falla y los veo allí. El primero es un mediocre directo de Nacha Pop de finales de los ochenta y el segundo “Concert program” de la Penguin Cafe Orchestra, un concierto grabado en estudio el 23 de julio del 94. Tenía una deuda nunca saldada con la Orquesta del Café Pingüino. “Tienes que escucharlos”. “Claro, los escucharé”. Y ahí se habían quedado, una de tantas bandas cuyo nombre conoces de sobra y de la que has leído algún artículo aquí y alguna referencia allá. Y luego, un día, aquí están, en tu mano, como un regalo para llenar el día. Hace sol en Madrid y los escuchas por primera vez, limpio de todo. Y ciertamente, oída así, su música suena a límpido renacimiento vital, una especie de casquete polar en pleno deshielo por entre cuyos algodones se pueden entrever, abajo, parajes de belleza tan domada como, por ello, incomparable: campos y casas, y en las casas gente que vive allí, aún un poco lejos, aún un poco rara para ti, aún no del todo al alcance de la mano, como una promesa cercana de lo que podrías ser. Mecánicos, juguetones y repetitivos, quizá cercanos por momentos a ese barroco inglés que tanto amo y tan poco conozco, haciendo delicados malabares, en otros, con músicas tradicionales o regias, me resultan, en todo caso, balsámicos tras una temporada de oscuridad. O quizá son ellos el fin de esa temporada, el grácil vuelo planeador hacia otro sitio que te suena de algo. Quizá de sueños. Me recuerdan también a las orquestaciones de Nick Drake –y seguro que quien sepa podrá apuntar a conexiones más ciertas-, a esa evanescente precisión cortesía de Robert Kirby, aunque indudablemente más laxas, más naturales y menos –nada- necesitadas de una voz.

Me sorprende, pues, confirmando la exactitud y pautada exuberancia de su música –una especie de libertad de regla y cartabón-, encontrarme con que la historia de la fundación del colectivo es lejanamente cercana a mi propia primera impresión. Transcribo, simplemente, de su página web:

“Un día a principios de 1970, El compositor inglés SimonJeffes estaba en el sur de Francia. Sufría una horrible intoxicación alimentaria. Tuvo una serie de sueños afiebrados en los que aparecía una distópica visión del futuro cercano, en la que todo era gris y hormigón.

La gente vivía en grandes bloques grises y uno podía ver a través de las ventanas. En una habitación una pareja estaba haciendo el amor sin ruido alguno y sin amor alguno. En otra alguien estaba sentado mirando fijamente a una pantalla, pero llevaba puestos unos auriculares y la habitación estaba en total silencio. En la esquina superior de cada habitación una cámara observaba todo lo que sucedía como un ojo malévolo.

Aquel  mundo estaba deshumanizado y oprimía el corazón… pero uno podía rechazarlo y mirar más allá. Si mirabas carretera abajo a una cierta distancia podías ver un edificio destartalado de cuyas puertas rebosaban hacia la noche el ruido la luz y la música caótica. Era el Café Pingüino. Dentro había un bar Okonomiyaki con largas mesas donde todo el mundo se sentaba junto. Había serrín en el suelo y cuando te sentías cansado los vasos se hacían a sí mismos menos pesados para ayudarte. Al fondo había siempre una banda tocando música. Sin saber dónde, uno siempre sentía que había escuchado aquella música antes. Era la Orquesta del Café Pingüino.

Al despertarse, las palabras de un poema vinieron a él: ‘Soy el propietario del café Pingüino. Te diré cosas al azar…’”.

Hay algo de sueño en dedicar el resto de tu vida a componer la música de un sueño. Y sin embargo, pocas cosas me pueden parecer más cercanas a la realidad .

Llega la noche. La gente apura sus últimas cañas ahí fuera, luego vendrán las copas.

Hoy es día de fiesta y yo he elegido el disco adecuado.

Cercano, cercano a la escurridiza y saltarina felicidad.