lunes, febrero 13, 2017

DORIAN VIAN – “Magic Mountain” (Dubaduba Records)




Hablé del madrileño Dorian Vian en mi reciente libro “Santos y francotiradores”, donde él era uno de los elementos más jóvenes entre la caterva de mentes pensantes subterráneas. Tenía ya entonces un par de discos notables al timón de las bandas Ruda y Jefferson 30, construidos a golpe de  canciones emocionantes en castellano, ejemplos ambiciosos de una sentimentalidad de línea clara llevada al incendio emocional. A algunos de mis cercanos no les convencía, a otros sí. Había polémica, lo cual siempre está bien. A mí se me antojaba que había algo allí luminoso, a despecho de cierto exceso. Y en todo caso a veces el exceso es necesario, porque hablamos de música pop, de magia de síntesis, que a veces puede nacer en el cubil donde uno piensa, pero que más a menudo proviene del chispazo engendrado por la vida, por la acción, por el desastre, por todas esas cosas que suceden cuando uno vuelve a cometer el error de poner el pie en la calle. Bendito error.

En un cambio más de timón, y ya bajo su propio nombre de Guerra, Vian fabrica esta montaña mágica -o estos nueve pasos iniciales hacia una posible montaña mágica- circulando en cambio por los territorios de una “americana” pausada que lo mismo remite a Vetiver y otros ejemplos moderados del weird folk que a unos Black Crowes a los que se hubiese suministrado narcóticos con la leche del desayuno, o (salvas las distancias) a un Tom Petty menos cromado al que le hubiesen amputado los estribillos efectivos (y efectistas). Dudo que Vian, que hace poco aún insistía en que hacía “grunge” conociese a todos los citados cuando compuso el artefacto (a los Crowes y a Petty seguro que sí, claro). Analizar los reflejos nos llevaría, pues, a una interesante reflexión sobre cómo opera la influencia, encapsulada a veces a través de “mediadores”, no diré “médiums”, pero la dejo para otro día más lúcido.

En todo caso el resultado es notable. Me intriga, para empezar, cómo alguien que parecía tendente al exceso por naturaleza, a la canción que explota y que después se extiende en espirales crecientes hacia el hiperespacio, es capaz de pronto de remitir y mostrarse en planicies serenas y semiacústicas de poco más de tres minutos. Funciona, eso sí, superando incluso las similitudes entre temas. Por ejemplo, “Chasing rabbits” y “Revelry”, las dos que abren el trabajo, parecen por un momento el mismo tema; se nos exige un extra de calma y de atención para descubrir que esto no es mera americana de ascensor, sino musica emocionante, suspendida en el tiempo, que se abstiene voluntariamente de derivar hacia el estribillo que subyace.

Así, carburando en ese medio tiempo aparentemente estático, el disco comienza a desperezarse hacia su centro, y en el camino va mutando en un oleaje calmado pero intenso: no por usar mimbres conocidos, por ejemplo, son menos paladeables la agridulce calidez crepuscular de “Considerations” o el desgarro sin efectismos de “Spellbound”. Quizá la miniatura que es “Out of Control” necesitase algo más de definición en lo vocal, pero la redime su cautivador deje arrastrado, que roza levemente (aquí salvando las distancias más) ese deje decadentista que hizo inigualables a los últimos Big Star. Después, “Watching the Sun” y “Things Have Change” (sic) son temas indudablemente bellos y sólidos, quizá los picos de un álbum que cierra desembocando en un cover de la archifamosa “Fade Into You” de Mazzy Star, que si bien no altera un punto los postulados del original consigue al menos conservar gran parte de su belleza, lo que, bien mirado, es mucho.

Comentario aparte para “Resucitar y morir”, único tema en castellano del lote, con un arranque lejanamente reminiscente de “I’ll be your mirror” y una influencia notable de Antonio Vega sostenida con solvencia. A quien le interese ese tema en concreto le recomendaremos que viaje hasta el otro grupo de canciones que Vian ha colgado en su soundcloud bajo el título de Tiempo de Silencio, donde muestra otra de sus muchas caras. Hagan la prueba y comprueben esa otra posibilidad, articulada íntegramente en nuestro idioma. Se encontrarán con un puñado de canciones vibrantes que podrían haber aparecido a finales de los ochenta, y en las que se puede percibir una de las mayores virtudes del autor (quizá también una de las que divide a la parroquia): su poética desprovista de metáfora y artificio, no por ello menos intensa, no por ello menos fértil, acaso más.

Ambos son discos que podrían sonar en la radio y que podrías regalar a cualquiera, entendido o profano, y esa es otra virtud. Conservan sin embargo, pese a ese elemento común, un filo escondido que los coloca un paso más allá. Volveré en otro momento sobre ese Tiempo de Silencio de suspendida ceniza pop y acaso superior en algunos aspectos a su hermano. Cierro, mientras, mi reflexión sobre Magic Mountain comprobando, en fin, que me sigue atrayendo lo que crea Vian, y que (alejándonos de lo artístico, centrándonos en lo práctico) con una producción algo más dinámica y un poco de ajuste en la pronunciación, su planteamiento podría competir con ventaja contra cualquiera de sus compañeros de visión de por aquí. No es un mundo fácil, sin embargo, el sobresaturado redil del folk-rock confesional de raigambre americana.

Esperemos que persista en ambas vertientes y las ajuste hasta la excelencia que él mismo sabe que puede alcanzar. Está a un paso de distancia. //FGL.