lunes, marzo 29, 2010

LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO (IV)

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(Publicado originalmente el 22-4-09. Ligeras modificaciones con respecto al original)

Pequeño Ratón y la Free Press (y II) - Se quiere otra vida

Me emociona «Otra vida», una canción de ese genio incomprendido que es Franco Battiato. La encontrarán en su disco «La estación de los amores». No sé por qué, pero me emociona. O mejor dicho sí sé porque: me emociona porque de algún modo me retrata (claro que retrata a tantos...):

Ciertas noches al dormir me pongo a leer.
Y tal vez necesito instantes de silencio.
Varias veces contigo sabiendo que te quiero
me enfado inútilmente sin verdadera razón.

De mañana en la calle el tráfico loco me agota.
Me enervan los semáforos y los stops.
Por la tarde vuelvo a casa con un malestar especial.
No sirven tranquilizantes o terapias.

Se quiere otra vida.

En divanes cómodos, los mandos en la mano.
Cuentos de bajos fondos:
"Dallas", "Los ricos lloran".
Por la vía la cuarta línea del metro que avanza.
Los coches aparcados en triple fila.
Por la tarde retorno con desgana ¡ah! y aburrimiento.
No sirven excitantes ni ideologías.

Se quiere otra vida.


Si, quiero otra puta vida, ¿qué pasa? ¿ustedes no? Esa es la primera y la única fuerza que lo mueve todo: La insatisfacción es el corazón que bombea, en el centro mismo de las cosas, y de ahí viene la prensa libre y cualquier creación a la que se pueda aplicar un adjetivo tan prostituido, «libre». La cosa de la «free press», en todo caso me volvió a la cabeza no por Battiato, sino leyendo «Diario de California», de Edgar Morín. Como casi todo lo que releo compulsivamente, fue en origen una recomendación de mi padre, un lector irregular pero con indudable ojo para el asunto de la calidad. Revisado después del tiempo, sigue siendo un libro profundamente motivador, una serie de reflexiones encadenadas que parecen surgir del tronco mismo de la humanidad en un día de sol y lucidez, al borde de un mar que baña dulcemente al cosmos mismo.

Por supuesto, algunas cosas que me parecían reveladoras al chaval provinciano que fui le resultan hoy obvias al urbanita adulto, pero es tal el amor a la vida que rezuma y el interés histórico (antropológico diría él, probablemente) del momento que aborda (la revolución hippie en sus aspecto político, social y puramente humano en la California de finales de los 60) que el valor permanece intacto, aunque sea por razones distintas. Morin ya era entonces un antropólogo reputado y fue invitado por Jonas Salk al Salk Institute, para colaborar en no recuerdo qué investigación. Es interesante que sea precisamente un antropólogo europeo de izquierda el que se encuentre de bruces con esa bomba de relojería que le estalla entre las manos.

«Tienen un paracaidas, pero intentan no usarlo. Algunos se estrellan contra el suelo» dice en algún momento, cito de memoria, sobre los hijos de la burguesía acomodada que deciden dejarlo todo atrás y cambiar su vida de manera radical. Construir, literalmente, otra sociedad, con las inevitables contradicciones y fricciones de frontera. Es aleccionador, el libro, para entender lo pobres que son nuestros coletazos comparados con aquel movimiento (prensa incluida) al que ahora despreciamos tan fácilmente, reduciéndolo a una supuesta cuadrilla de fumetas idiotizados que terminaron por entrar en razón, a un espejismo momentáneo que no podía sino ahogarse en su propia estupidez. Lejos de esa condescendiente visión simplista, florece frente al lector un intento colectivo de liberación como no se había vito otro en América.

Leo una entrevista en un diario con el filósofo francés Alan Badiou y me llaman la atención varias reflexiones que podrían servir para definir aquello y también, de paso, ayudar a despertarnos un poco. Son sencillas de puro ciertas:

1- «La filosofía desde sus orígenes, es algo que no puede funcionar como obediencia al poder. Apoyar el orden, no criticar lo existente, es una negación de la filosofía».

2- «El amor es una insurrección, y el mundo de hoy es hostil al amor».

En ese camino eterno de crítica y amor donde a uno le gustaría encuadrarse; «amor y guerra», que decía Robe iniesta para definir sus canciones. Después de la victoria, quién sabe; habrá más problemas, supongo. No nos preocupa. Dejemos la paz a las ovejas, el resto es nuestro.// LUIS BOULLOSA.

viernes, marzo 26, 2010

LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO (III)

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(Publicado originalmente el 22-4-09. Ligeramente modificado con respecto al original)

Pequeño Ratón y la free Press (I)

Me preocupa la desaparición de la prensa libre. Que viene a ser como preocuparse por la desaparición de los dinosaurios: un poco demasiado tarde, un poco como a destiempo, ¿verdad?. Pero uno tiene que saber en qué es bueno, y yo soy bueno en hacer las cosas a destiempo, cuando ya no hay solución y todo consiste en morir con honor bajo las eternas burlas de aquellos que decidieron, de acuerdo con su caracter y su temple, que era mejor pasar por el aro y que para quejarse ya están la iglesia y el bar. Esa es un poco (o un mucho) el alma de España al respecto: quejarse constantemente de una imposibilidad, llorar amargamente por la opresora mediocridad y la cerril reducción al absurdo, pero negarse a actuar cuando se ofrece en bandeja la opción. Del guerracivilismo hemos pasado, sospecho, a la pura y dura amputación, a la más patética de las autocensuras; y es triste, pero no difícil observarlo, si uno conserva más o menos intactas las cualidades críticas.

No todo es negro, cierto, también hay grises. En los últimos tiempos me he encontrado a más de un amigo (y a otros desconocidos varios) que en su paso hacia la madurez ha conseguido algo cercano a una lucidez rebelde y creativa. Sin ir más lejos, varios compañeros míos, amigos de correría antiguas de colegio mayor, han montado trabajosamente una excelente editorial, Salto de Página, que lleva un par de años facturando libros magníficos; libros que, sin perder potencial de comercio, mantienen un nivel de calidad ya poco habitual. Casi cualquiera de los que han publicado se come por las patas a los nombres que el marketing se ha encargado de santificar en los últimos años, fantoches mediáticos, pálidos clones de la américa mítica y otros paraisos artificiales, remedos del españolismo antañon sin más talento que un gato muerto en un charco de prejuicios a los que no me molestaré en citar porque los conocen ustedes por las columnas, las tertulias y los corrillos publicitados.

Su pelea, la de mis amigos, es la de las letras, y es carnicera, supongo. En lo que a prensa musical se refiere, que es lo que me toca, más que de luchar la cosa va de recoger los muertos que quedan después de la batalla y robarles lo poco que guarden de valor, que falta hará algún día. Los pocos vestigios de radicalidad se han ido extinguiendo con el tiempo en las revistas de tirada nacional. Quedan allí apenas algunos alienados francotiradores y, eso sí, mucho sabio cuya labor no es la de romper, si no la de consignar las tradiciones y transmitir los saberes con laborioso trazo de calígrafo; un trabajo digno y para el que yo me declaro incapaz, pero que es inevitablemente sepultado por la moda, por la pasta y por la dependencia de la publicidad; por el miedo a ser diferente, por las imposiciones del «público» (nadie parece darse cuenta de que el público no está, se hace) y, en fin, por ese eterno «es lo que hay» contra el que, se suponía, se rebelaba el Rock&Roll de manera esencial.

Se suponía, si, se suponía. Así las cosas, lo que queda es lo que estaba. El elemento base de la prensa libre musical siempre fue el fanzine y al fanzine volvemos, aunque sea vía blog, ese medio del que yo sospechaba en principio y al que ahora voy comprendiendo poco a poco. Son esos núcleos los que mantienen el pabellón, y ya está. Y el fanzine vive emparedado también, es cierto, acorralado entre su propia vocación minoritaria -elitista, se diga lo que se diga- y la realidad de que, aumentado y convertido en prensa general, su independencia (esa deliciosa mezcla de anarquía y voluntad) estaría contada en días o en minutos. Pero vive.

Así, pues, desencantados con la realidad de las cosas contra la que hemos perdido nuestra juventud -chocando una y otra vez, levantándonos trabajosamente-, sabiendo ya que la lucha a campo abierto es siempre de la caballería pesada, volvemos, que ironía, al punto de partida. Sólo existe el punto de partida, cuando se lucha contra un imperio, allí donde el pan se comparte, los capitanes son los más decididos y por encima no existe ningún Dios. Me dedico estos días, estas noches, cuando no trabajo para esa prensa general que tanto me gusta criticar, a edificar el mío propio, mi pequeño panfleto underground, junto con un puñado de disidentes y almas medio libres a los que la máquina no ha podido convencer aún, ni doblegar del todo, ni obligar a hablar en otras lenguas que la interior. Pronto estará en la calle y lo leerán otros cuantos fugados del mismo pelo; lo leerá la pobre e infraalimentada infantería espiritual de Madrid, que por suerte para los que la integramos, es, en su miseria, infinitamente más feliz y más plena que la de cualquier funcionario de la corte del faraón.

Entiendo que la gente me mire y arquee la ceja. ¿Qué hace uno entrados los treinta y dedicado a estas cosas de niños? Amigo, mírate a ti mismo y quizá descubras que la (o el) churri, el coche y la parejita no pasan de ser al cabo conquistas de pajillero adolescente. Deseos primarios y, que quieres que te diga, fáciles de alcanzar en el fondo, como siempre lo és el queso de las trampas. Quizá entonces, cuando lo reconozcas, puedas darle a ellos algo más de dignidad y odiarme a mí no por instinto, como ahora, sino sabiendo quién soy.

jueves, marzo 25, 2010

LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO (II)

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Dejar pasar la luz (sobre Álvaro Cunqueiro)

Leyendo, de noche, al Cunqueiro articulista -el amoroso y amistoso recuento de cosas cotidianas con el que entrelaza su sarta de fantasías desbocadas y eruditas- recuerdo los muchos viajes que, de más joven, hice en autobús y en tren, entre Galicia y Madrid. A veces para encontrarme con la capital que me parecía aún repleta de diversiones y misterios. Otras para reencontrarme con la tierra madre a la que, como pasa con los parientes demasiado cercanos, siempre, le iba recuperando el respeto y el amor a medida que avanzaba mi vida misma. Había en esos viajes multitud de encuentros curiosos con gentes de mi siglo o de otros anteriores, postales increibles desde una España nocturna de fugaces cenadores y gasolineras, e inacabables reflexiones de chaval en soledad, pues el viaje era largo. Visiones que me han ido conformando como soy. He dejado, sin embargo, que se desvanezcan todas ellas en el recuerdo, y cuando trato de recuperarlas para mis escritos, me vienen (los lugares, las gentes, las abigarradas conversaciones a media voz mientras el pasaje duerme) inevitablemente poetizadas en clave simbólica y leve; lírica, pero carente de la médula que, cuando sucedieron, las hacía humanas.

En los artículos semanales de Cunqueiro para revistas varias, en cambio, pese a lo manierista y recargado, todo está vivo: el fuego arde, y en él se puede uno calentar las manos, junto al autor y a Ulises, y a algún perro de caza, mientras el viento zoa sus palabras en el exterior, sobre la casa de piedra. El mar es una fuerza inmensa, una presencia eterna, que bate contra orillas reales -sean estas las que conoces por sus nombres o sean inventadas-. Casi se diría que incluso ese rodaballo, de cuya genealogía se ocupa igual que de su cocinado, se pudiese paladear, en una improvisada playa mental, junto a la ría calmada, y que el vino, al final de jornada, pasase por la garganta rudo, algo afiebrado, en una perfectamente vívida noche de piratas y de soledad.

Sea este uno de los contados milagros del periodismo, cuando el que lo trabaja es un gran escritor (y Cunqueiro es uno de los grandes españoles del siglo XX. Gallegos, ni que decir tiene): otorgar a quien posee una visión transformadora y profunda de la vida la necesaria disciplina semanal y el bendito sentido -aquí rociado de misterio y calidez- de la cotidianeidad.

Me gustaría haber podido, como él, haber sabido, como él, parir cada siete días estos destilados de magia blanca, leyenda contada junto al fuego, reflexión entre amigos y añorante poesía del tiempo, pero, al menos en lo que respecta a mi juventud, la oportunidad pasó. He de conformarme ahora con bailar en el cedazo unos restos que, aún así, arrojan de cuando en cuando pepitas de luz.

Los blogs, esa herramienta tan denostada y a la que yo mismo me acerqué con cierto reparo, han abolido en parte este problema, igual que lo hubiese hecho, en su momento, una disciplina más sabia que, claro, nunca es exigible a un adolescente. Puedo ahora consignar mis peripecias por esa España aural -aquellas que parezcan tener algún relieve- y darles forma mientras su calor las hace aún humanamente dúctiles y no ya poéticamente pétreas. Y además -gloria y miseria, soberbia y humildad de la profesión- puedo fingir ante mí mismo que creo que alguien las lee.

Así pues, y dado que este cuaderno se refiere principalmente al Rock&Roll, es decir, a lo que a uno le plazca según el día, amenazo con una serie de artículos galaicos e itinerantes y otra de hispánicas reflexiones de exilio, calentadas ambas por el fulgor de esas gentes, de su siglo o de otros anteriores, a las que sigo encontrándo en bares y viajes, en mesones y trabajos, en camas y en sueños; en los libros y en el licor.

Cuando se cansen de mis desvaríos, como delicioso purgante y antídoto siempre pueden tomar entre sus manos los algo desconocidos "Fábulas y Leyendas de La Mar" y "Tesoros y Otras Magias" (ambos en Tusquets) y comprobar como es el oficio este cuando se ejecuta en todo su recogido esplendor.

Nada mejor contra el zafio martilleo diario de palabrejas que nada descubren y las bravatas ensimismadas, incapaces de eso en que Cunqueiro era maestro: Dejar pasar la luz.// LUIS BOULLOSA

miércoles, marzo 24, 2010

LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO (I)

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Los coleccionistas de discos son unos tontos del culo pretenciosos (Parte I)

Así se titulaba un disco de los inefables Poison Idea, uno de los pocos grupos de hardcore de la historia que no pecaban de rigidez política y sabían blasfemar como rockeros de pro, poniendo las cartas sobre la mesa con letales dosis de humor negro. "Record collectors are pretencious assholes". A ver quien le decía que no a Jerry A. (voz, 175 kilos en canal de mala baba y actitud) y Pig Champion (más de 200 de grasas saturadas y talento a la guitarra killer, descanse en paz). En el otro lado de la moneda, Joe Lally, bajista de los muy concienciados y sociales Fugazi, otros imprescindibles por causas casi opuestas pero con las ideas igual de claras, me reconocía el otro día por teléfono y entre risas que coleccionar himnos antisistema por que sí no dejaba de ser un poco absurdo. "Es cierto que si tienes que seguir leyendo el libro quizá es porque no lo has entendido", fueron las palabras.

Atrapados en medio estamos -unos más y otros menos- casi todos los que hemos buceado en esto de la música hasta que nos ha faltado el oxígeno. Los daños cerebrales se van notando y ponemos demasiado peso en el objeto. Lo se yo, que llevo unos días me dio loco sin localizar una maleta llena de CDs, unos cincuenta, todo crema, con joyas de The Clash, Stones, Pogues, Sonics y los muy recomendables aunque miméticos Detroit Cobras (ese "Watch Me Eat Hot Dog" que hasta Bob Dylan ha pinchado en su programa de radio merece mención al single más calentón de los últimos años, pajilleros). Me cuesta sacarmelo de la cabeza, oscilando entre el cabreo y la frustración adolescente. ¿Por qué? Lo ignoro. No tengo claro el motivo por el que un trozo de materia inerte adquiere una importancia tal. Puede ser reemplazado con algo de dinero (si se tiene, claro, súbanme el sueldo, rediós) y, siendo serios, prescindir directamente de él no debería ser difícil para un ser filosóficamente articulado.

Nada sería más sencillo, nos dice una voz por dentro, que silbar las canciones, tararearlas para uno mismo, rebuscar dentro de uno el mensaje que transmitieron y que hace tiempo coaguló en ideas y acciones o, puestos en modo contemplación, pedirle al barman de cabecera que las pinche para tí cualquier lunes solitario en la zona abisal, ese interregno de abulia y de prodigios. Y sin embargo, pese a la voz, ahí sigue esa querencia por el objeto, esa necesidad de sobar cartones y quedarse enbebido en imágenes que uno ha visto varios millones de veces. Por eso sobrevive el vinilo, digan lo que digan del sonido: romanticón apego al medio, que, lentamente se ha ido convirtiendo en el mensaje. A los viejos rockeros, reconozcámoslo, les siguen poniendo los posters psicodélicos, pero no me he encontrado ni uno que aún defienda el amor libre. Es, como diría Kundera en "La Insoportable Levedad del Ser", el reino del "kistch" (esto no lo voy a explicar, comprense ustedes el libro, que no está mal).

Lo malo y lo bueno que tenemos, parte de ello, vive en esa pulsión. El afán de posesión, la atadura al yugo de lo material, la confusión de los términos, la infantil fascinación por el oropel, la falta de sinceridad y el exceso de vaga afectividad. Eso es lo malo. Lo bueno, supongo, la capacidad de empatizar con nuestro propio pasado, con esa parte de lo que fue que ha sido fructífera para nuestro desarrollo personal. Una nostalgia, también, si, pero del paso adelante. No se como se desprende uno de lo primero. Quizá debería bajar a la calle y hacer una pira con los mil y tantos discos que poseo; un fuego purificador tras el cual tan sólo quedaría lo que tuvo fuste suficiente para alojarse dentro de verdad.

O quizá es mejor que se lo deje todo en herencia al hijo de mi hermana, que nacerá pronto. Sospecho que los progenitores no considerarían demasiado ecucativa esa amalgama de himnos de extrarradio, reflexiones metafísicas, cantinelas borrachas, paseos hedonistas por el wild side y exabruptos a la contra a los que uno llama colección. Pero para ese caso viene al pelo la simple, barrial e inapelable sentencia de los Dictators: "You can kiss my ass... ´cause I am Right". Buenas noches. Emborráchense ustedes en paz y gracia de Dios.// LUIS BOULLOSA

LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO

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Durante un par de años mantuve un blog sobre música en el periódico donde trabajaba. Nunca le hicieron mucho caso, y cuando me fuí, sencillamente, lo eliminaron. Retomo aquí el trabajo, recuperando los viejos posts que he podido encontrar, para uso y disfrute de los lectores de KAPUT. Algunos, como "Telegrama Nocturno para Jennifer H." ya fueron incluidos aquí por razones no siempre comprensibles. Espero que esta serie de desbarres e impresiones a vuelapluma sean de algún interés. Fueron creadas en ratos robados al trabajo (y al tedio) y como tales son abruptas, escupidas a bocajarro, a veces menos limpias de lo que uno mismo esperaba. Pero contienen altas dosis de sinceridad. Son reveladoras, creo, a su modo agreste y guerrillero. Una al día a partir de hoy. Saludos a la tripulación, las hienas y las nutrias, las sirenas varadas y los hombres que observan la vida pasar, desde su tonel.

lunes, marzo 22, 2010

LÜGER - "Lüger" (Giradiscos)

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Nada volverá a ser igual después de Lüger. Como nada volvió a ser igual después de los Smash, de Jesucristo o del primer simio al que se le ocurrió que con un palo podía abrirle la cabeza a su hermano. Quienes los habíamos visto en directo lo sabíamos. Habíamos asistido a una epifanía liberadora y violenta. Habíamos sido sobrevolados por ese glorioso zumbido de los escuadrones imperiales, y el zumbido permanecía en nuestros oídos como permanece el recuerdo del sueño. Su primer disco demuestra que no había sido una ilusión: grabado en Cádiz con Paco Loco a los controles, “Lüger” es el final de la infancia para la psicodelia española y la carta de madurez para toda una escena experimental y subterránea que estaba pidiendo a gritos una obra de este peso y profundidad. Una bandera.

Y como cualquier obra de peso y profundidad, este disco es un viaje: una sonda espacial que aluniza en un planeta extraño en la inquietante overtura de “Spotted…”, un ejército mercenario que conquista ese mismo planeta a sangre y fuego con cargas de psicodelia marcial y percusiva como la demoledora “Swastica Sweetheart”, pero que sabe descender también a oasis de colectiva alienación tribal (“Bedlam…”) y derivar en trances hipnóticos de rítmica elegancia androide. No es sin embargo el suyo un discurso aséptico, robótico. En este viaje hay vida, hay sangre, carne, fuego; hay historia de Europa implosionando: el peso de nuestra propia cultura está sintetizado en esos virajes espaciales de raiz kraut en cuyo origen yacen las tumbas saqueadas de Hawkwind, Faust o Neu!, pero que se miden también (y con éxito) con las visiones de bandas contemporáneas adictas al riesgo; ya sea el minimalismo de los Wooden Shjips la alienada heterodoxia de Trans Am o la furia tecnológica de los mejores Primal Scream (los de Xtrmntr, claro).

Y como cualquier obra de peso y profundidad, este disco es un espejo: en el que está lo que fuimos, lo que hay y lo que aún puede ser. Son aquí y ahora, Lüger, la verdadera liturgia (y lisergia) de un nuevo mundo por explorar. Mística tóxica de cinco mentes en expansión. Desobediencia civil contra la costra analfabeta de la existencia diaria. Machacante, obsesivo combat-rock para las cruentas emboscadas de la guerra interior. Para comprobarlo, basta con liberar la mente de prejuicios, poner el artefacto al generoso volumen que merece y dejar que rompa sobre uno hasta que a este país (mental), definitivamente, no lo reconozca ni la madre que lo parió.// LUIS BOULLOSA

PD: El disco está editado por GIRADISCOS, una de las promotoras más activas y con mejor ojo de este país, y lo puedes escuchar el disco en descarga gratuita de alta calidad AQUÍ, pero si no te lo pillas en vinilo es que eres un cenutrio de dimensiones cósmicas.