miércoles, marzo 24, 2010
LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO (I)
Los coleccionistas de discos son unos tontos del culo pretenciosos (Parte I)
Así se titulaba un disco de los inefables Poison Idea, uno de los pocos grupos de hardcore de la historia que no pecaban de rigidez política y sabían blasfemar como rockeros de pro, poniendo las cartas sobre la mesa con letales dosis de humor negro. "Record collectors are pretencious assholes". A ver quien le decía que no a Jerry A. (voz, 175 kilos en canal de mala baba y actitud) y Pig Champion (más de 200 de grasas saturadas y talento a la guitarra killer, descanse en paz). En el otro lado de la moneda, Joe Lally, bajista de los muy concienciados y sociales Fugazi, otros imprescindibles por causas casi opuestas pero con las ideas igual de claras, me reconocía el otro día por teléfono y entre risas que coleccionar himnos antisistema por que sí no dejaba de ser un poco absurdo. "Es cierto que si tienes que seguir leyendo el libro quizá es porque no lo has entendido", fueron las palabras.
Atrapados en medio estamos -unos más y otros menos- casi todos los que hemos buceado en esto de la música hasta que nos ha faltado el oxígeno. Los daños cerebrales se van notando y ponemos demasiado peso en el objeto. Lo se yo, que llevo unos días me dio loco sin localizar una maleta llena de CDs, unos cincuenta, todo crema, con joyas de The Clash, Stones, Pogues, Sonics y los muy recomendables aunque miméticos Detroit Cobras (ese "Watch Me Eat Hot Dog" que hasta Bob Dylan ha pinchado en su programa de radio merece mención al single más calentón de los últimos años, pajilleros). Me cuesta sacarmelo de la cabeza, oscilando entre el cabreo y la frustración adolescente. ¿Por qué? Lo ignoro. No tengo claro el motivo por el que un trozo de materia inerte adquiere una importancia tal. Puede ser reemplazado con algo de dinero (si se tiene, claro, súbanme el sueldo, rediós) y, siendo serios, prescindir directamente de él no debería ser difícil para un ser filosóficamente articulado.
Nada sería más sencillo, nos dice una voz por dentro, que silbar las canciones, tararearlas para uno mismo, rebuscar dentro de uno el mensaje que transmitieron y que hace tiempo coaguló en ideas y acciones o, puestos en modo contemplación, pedirle al barman de cabecera que las pinche para tí cualquier lunes solitario en la zona abisal, ese interregno de abulia y de prodigios. Y sin embargo, pese a la voz, ahí sigue esa querencia por el objeto, esa necesidad de sobar cartones y quedarse enbebido en imágenes que uno ha visto varios millones de veces. Por eso sobrevive el vinilo, digan lo que digan del sonido: romanticón apego al medio, que, lentamente se ha ido convirtiendo en el mensaje. A los viejos rockeros, reconozcámoslo, les siguen poniendo los posters psicodélicos, pero no me he encontrado ni uno que aún defienda el amor libre. Es, como diría Kundera en "La Insoportable Levedad del Ser", el reino del "kistch" (esto no lo voy a explicar, comprense ustedes el libro, que no está mal).
Lo malo y lo bueno que tenemos, parte de ello, vive en esa pulsión. El afán de posesión, la atadura al yugo de lo material, la confusión de los términos, la infantil fascinación por el oropel, la falta de sinceridad y el exceso de vaga afectividad. Eso es lo malo. Lo bueno, supongo, la capacidad de empatizar con nuestro propio pasado, con esa parte de lo que fue que ha sido fructífera para nuestro desarrollo personal. Una nostalgia, también, si, pero del paso adelante. No se como se desprende uno de lo primero. Quizá debería bajar a la calle y hacer una pira con los mil y tantos discos que poseo; un fuego purificador tras el cual tan sólo quedaría lo que tuvo fuste suficiente para alojarse dentro de verdad.
O quizá es mejor que se lo deje todo en herencia al hijo de mi hermana, que nacerá pronto. Sospecho que los progenitores no considerarían demasiado ecucativa esa amalgama de himnos de extrarradio, reflexiones metafísicas, cantinelas borrachas, paseos hedonistas por el wild side y exabruptos a la contra a los que uno llama colección. Pero para ese caso viene al pelo la simple, barrial e inapelable sentencia de los Dictators: "You can kiss my ass... ´cause I am Right". Buenas noches. Emborráchense ustedes en paz y gracia de Dios.// LUIS BOULLOSA
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