domingo, marzo 13, 2016

Marrones Burócratas - "Mundo Libre"



Alguien se sorprendió el otro día cuando le comenté lo mucho que me gustaba Mundo Libre, el nuevo artefacto (seis canciones) de Marrones Burócratas. Le hubiera podido explicar que pese a mis pintas de pipa de High on Fire en horas bajas, soy capaz de entender ese pop lo-fi inteligente, frío y costumbrista, precozmente nostálgico y alimentado con retazos bien digeridos de «americana». Pero da igual.

«Diez años después / eres viejo como yo / enterrado de ocho a seis / Nos veremos otra vez / en otra sala de conciertos / empapados en sudor», cantan en la estupenda «VCY», que los sitúa en algún lugar equidistante entre Magnetic Fields y el Sr. Chinarro de principios de siglo, pero muy suyo. Es esa una canción soberbia, igual que la áspera «Cadáver» que me trajo a la mente a «Roll on Arte», aquel temazo incluido en mi disco americano favorito de los últimos diez años, Tonight at the Arizona, de Felice Brothers. Valdrían las dos para justificar el trabajo, pero apreciables son también las dos tomas de «Mundo Libre», donde hacen crítica sociopolítica con elegancia y moderación («Yo voy a quedarme en mi salón / tocando clásicos del pop / soy un blanco gordo y occidental / en el fondo nunca me irá mal»). Cierran el trabajo «Máquina» y «Misterios». La primera es un botón de bisutería pop, agridulce psicodelia reducida al hueso provocada acaso por la ingesta excesiva de clásicos ingleses antes de dormir. La segunda, cantada en gallego, me resulta la pieza más prescindible del lote, pero no logra empañar el excelente regusto general.

Así, sorprendido gratamente, procedo a revisar el resto de lo publicado por el grupo y descubro que hay otros cuatro discos, nada menos. Dormitorio (2014), El buen perder (2013), Doce meses doce causas perdidas (2010) y Salvemos a los bosques de sí mismos (2009) muestran otras caras de la banda no menos interesantes. Ya en el primero de esa lista las aproximaciones se multiplican, lo mismo cristales de hielo de sombrío rastro pop (la casi perfecta «La canción del odio») que rondallas eurocéntricas; igual momentos de extrañeza demasiado familiar como «Farla barata» que vuelos sobre los Big Star más desmayados, aquellos de la segunda mitad de Sister Lovers («Adiós).

Música casera, sensible, variadísima, directa a veces, evanescente otras, que probablemente gane -aún más- cuando se libere de su subyacente necesidad de resultar ingeniosa y crípticamente referencial. O quizá esas cosas sean una virtud. En este caso, dudo. Sea como sea, la capacidad de hacer grandes canciones sigue siendo un don escaso, y estos tres (actualmente, según la información de su bandcamp, Ruben Abad, Toño Rodríguez y Elena Vázquez) la tienen.

Otro día seguiré glosando sus virtudes, que ahora me espera Matt Pike en el jacuzzi. Vamos a pintarnos las uñas de los pies de violeta y a fumarnos unos chinos. Por si acaso.

//K. Malapraxis

POISON IDEA - "Confuse and Conquer" / LONG KNIFE - "Meditations on Self Destruction"



Sin material nuevo desde la muerte en 2006 de su guitarrista, el inefable y pantagruélico Pig Champion, daba por finiquitados a los legendarios Poison Idea. Pero hete aquí que han vuelto y que su último disco está a la altura (y anchura) de su leyenda. Confuse and Conquer -cuyo título indica ya esa preocupación política que siempre ha acompañado, pero no dominado, la saturada y explosiva receta de las bestias de Portland- es media hora de lo de siempre, es decir: punk mayúsculo de alto colesterol, explícito como una coz en la boca y con médula rock&roll, aunque sus maneras rocen a menudo el hardcore. 

Permanece el alma del cotarro, el vocalista Jerry A. (más delgado, con la misma mala baba de siempre chorreándole por la mandíbula, la voz inconfundible, el fraseo en forma), y la banda recupera a Eric «Vegetable» Olson, uno de sus primeros guitarras, e incorpora chavalería renovada para conseguir la muy, muy difícil tarea de no dejarse aplastar por la sombra de los logros del pasado. No diré que este disco sea mejor, ni siquiera igual, que los picos de la banda, aquellos definitivos y fundacionales Blank, Blackout, Vacant y Feel the Darkness, pero mantiene el tipo a su lado, lo cual ya es sorprendente.

Virtud de Poison Idea fue siempre el ser una bestia única pese a su aparente simpleza. Lo conseguían con ingredientes variados: tenían unas letras por encima de la media que aunaban política, calle y nihilismo. Tenían, también, un armazón rítmico demoledor coronado por un guitarrista prodigioso, el citado Pig Champion, más de doscientos kilos de killer guitar de las que marcan a fuego. Tenían la sorna, el humor, la violencia y el «I don’t give a fuck» tatuado en la frente. Tenían el punch y —a su manera— los estribillos. A tenor de este disco, de algún modo siguen teniendo todo eso. Los tiempos han cambiado y puede que lo que en su momento era impactante haya ido acercándose a una fórmula, pero esa fórmula es suya y sólo suya y la siguen bordando: la mala hostia permanece intacta y brillante como un cuchillo de doble hoja.




Y ya que hablamos de cuchillos, lleguemos hasta Long Knife, banda también de Portland que por momentos parece casi un calco de los Idea de la mejor cosecha. Interrogado sobre el extraordinario parecido, Jerry A. se limitó a decir que los conocía, que le molaban y que «el talento copia, el genio roba». Signifique lo que signifique, el segundo largo del cuchillo es un disco prodigioso y proteínico: carnaza sangrante trinchada por guitarras en estado de gracia y que puede mirar cara a cara a su modelo sin tener que bajar la vista. Meditations on Self Destruction, cromado, impactante y malencarado, es un ejercicio de shock punk que los hubiese consagado de inmediato si hubiese sido parido a finales de los 80 y si sus padres espirituales no hubiesen existido. Pese a todo, sigue siendo un disco mastodóntico y casi perfecto.

Sería injusto, de hecho, quedarnos sólo con los parecidos, por obvios que sean (en temas apabullantes como la inicial «Exile» o «Soul On Fire»). Primero porque la copia es probablemente la médula de cualquier arte (y, como decía aquel, todo lo que no es tradición es plagio). Segundo porque el cuchillo largo tiene incrustaciones de personalidad propia evidentes a segunda o tercera escucha. En «Dressing Up A Drunk», por ejemplo, se marca un elemento melódico particular, y en algún otro tema, como «Sharpened Bone», tanto la estructura como las guitarras comienzan a diferir, mostrando indicios de vida propia suficientes para darles el voto de confianza. Como parte de una tradición, el resultado obtenido con estas meditaciones sobre la autodestrucción es un eslabón más, pero reforzado con titanio. Como disco en sí, su equilibrio es magistral: ni un tema malo, muchos sobresalientes, trabajo de guitarras más que notable y esa variedad dentro del tono homogéneo que sólo se consigue con estructuras internas muy trabajadas, cuidadas al detalle y a su manera complejas para una banda de -supuestamente- simple punk. Un preciso y cabreado misil tierra-tierra que tumba lo que pille por medio.

Ahora que Lemmy ha muerto, no está de más recordar que una de las grandes cosas que consiguió con Motörhead fue abrir el paso a toda una generación de bandas embrutecidas y diáfanas de punk de alta cilindrada -ese que no hace ascos a la técnica pero la mantiene a salvo del kitsch del jevi metal-. Bandas como estas que, a la postre -desde finales de los 80 hasta ahora- han terminado haciendo discos mucho más interesantes que los de los mismos Mötorhead. Encuentro en YouTube un vídeo de Jerry en algún patio trasero en el que quema el cuaderno con todas las letras del disco en un acto más de indiferencia y de independencia. A él le debemos también unas cuantas cosas. Inyectar pensamiento e inteligencia política en unos modos musicales que con el viejo Lem no pasaban de albergar cerveza, serpientes y tipas con las tetas grandes es una de ellas. Larga vida, pues.

//K. Malapraxis


ORTHODOX - "Axis" (Alone Records)



Es difícil seguir toda la producción de los dos elementos que componen Orthodox a día de hoy, Marco Serrato y Borja Díaz. Sus excursiones siempre fructíferas lejos de la banda madre (Blooming Látigo, Hidden Forces Trío y otro puñado de majaradas imprescindibles) darían para llenar entera esta revista. Es satisfactorio, sin embargo, comprobar que no se han olvidado de ese origen y que su trabajo en el proyecto original sigue guiado por un ansia inusual de no repetirse.

Las etiquetas (doom de vamguardia, o lo que sea) se quedaron cortas para definirlos hace tiempo, más o menos cuando publicaron su segundo disco, el prodigioso y evocador Amanecer en puerta oscura, y de eso hace ya casi nueve años. Con Axis (y con su anterior burrada experimental Demonio del Mediodía, junto a Aquileas Po y a Xavier Castroviejo) vuelven a demostrar que el bicho es inclasificable. ¿Metal? Vale, pero mucho más. Si el jazz fuese aún digno de su fama, se podría decir que aquí hay jazz, pero prefiero la libertad de la palabra «experimento», sin más etiquetas, para describir lo que hacen en piezas tan libres como «Axis-Equinox», donde por un momento enfermizo y violento recuperan el tono procesional de su otra obra maestra Sentencia (2009). O para acercarme al poseído arranque tribal de «¡lo, Sabacio, lo, lo!» donde el contrabajo sostiene el paroxismo de un ritual desconocido. O para dejarme llevar por «…Y a ella será revelado» y su artesanía proveniente de otra era.

No es menos poderosa la parte más «reconocible» del disco: potentísimos en temas como «Crown for a mole», con el bajo achicharrado y las baterías sin bridas, o «Canícula»; profundos en «Medea», que podría haber acompañado perfectamente al paisaje terroso, mediterráneo y quemado del Edipo Rey de Pasolini; crudamente agrestes en «Portum Sirenes»... Pero incluso en esos temas más estrictamente metálicos, Orthodox juegan en otra liga, incapaces ya de adaptarse a un canon, demasiado originales, para bien o para mal.

Lo suyo, a día de hoy —como lo de Pasolini o como lo del Friedrich Dürrenmatt que escribiera La Muerte de la Pitia— parece ser una regresión a un mundo clásico muy distinto al que nos contaron las películas comerciales. Un mundo de piedra, agua y metales trabajados aún toscamente. Un mundo de pasiones, arrebatos y miedos esenciales. «Por entonces, cuando el alma era todavía inmortal», dice Lichtemberg. En ese «por entonces» parece compuesto e interpretado este disco extraordinario, aunque lo cierto es que ha nacido en la Sevilla de 2015. Suerte para nosotros, que lo podemos disfrutar.

(excelente portada, por cierto, de Gonzalo Santana)

//K. Malapraxis