Sin material nuevo desde la muerte en 2006 de su guitarrista, el inefable y pantagruélico Pig Champion, daba por finiquitados a los legendarios Poison Idea. Pero hete aquí que han vuelto y que su último disco está a la altura (y anchura) de su leyenda. Confuse and Conquer -cuyo título indica ya esa preocupación política que siempre ha acompañado, pero no dominado, la saturada y explosiva receta de las bestias de Portland- es media hora de lo de siempre, es decir: punk mayúsculo de alto colesterol, explícito como una coz en la boca y con médula rock&roll, aunque sus maneras rocen a menudo el hardcore.
Permanece el alma del
cotarro, el vocalista Jerry A. (más delgado, con la misma mala baba
de siempre chorreándole por la mandíbula, la voz inconfundible, el
fraseo en forma), y la banda recupera a Eric «Vegetable» Olson, uno
de sus primeros guitarras, e incorpora chavalería renovada para
conseguir la muy, muy difícil tarea de no dejarse aplastar por la
sombra de los logros del pasado. No diré que este disco sea mejor,
ni siquiera igual, que los picos de la banda, aquellos definitivos y
fundacionales Blank, Blackout, Vacant y Feel the Darkness, pero
mantiene el tipo a su lado, lo cual ya es sorprendente.
Virtud de Poison Idea fue siempre el
ser una bestia única pese a su aparente simpleza. Lo conseguían con
ingredientes variados: tenían unas letras por encima de la media que
aunaban política, calle y nihilismo. Tenían, también, un armazón
rítmico demoledor coronado por un guitarrista prodigioso, el citado
Pig Champion, más de doscientos kilos de killer guitar de las que
marcan a fuego. Tenían la sorna, el humor, la violencia y el «I
don’t give a fuck» tatuado en la frente. Tenían el punch y —a
su manera— los estribillos. A tenor de este disco, de algún modo
siguen teniendo todo eso. Los tiempos han cambiado y puede que lo que
en su momento era impactante haya ido acercándose a una fórmula,
pero esa fórmula es suya y sólo suya y la siguen bordando: la mala
hostia permanece intacta y brillante como un cuchillo de doble hoja.
Y ya que hablamos de cuchillos, lleguemos hasta Long Knife, banda también de Portland que por momentos parece casi un calco de los Idea de la mejor cosecha. Interrogado sobre el extraordinario parecido, Jerry A. se limitó a decir que los conocía, que le molaban y que «el talento copia, el genio roba». Signifique lo que signifique, el segundo largo del cuchillo es un disco prodigioso y proteínico: carnaza sangrante trinchada por guitarras en estado de gracia y que puede mirar cara a cara a su modelo sin tener que bajar la vista. Meditations on Self Destruction, cromado, impactante y malencarado, es un ejercicio de shock punk que los hubiese consagado de inmediato si hubiese sido parido a finales de los 80 y si sus padres espirituales no hubiesen existido. Pese a todo, sigue siendo un disco mastodóntico y casi perfecto.
Sería injusto, de hecho, quedarnos
sólo con los parecidos, por obvios que sean (en temas apabullantes
como la inicial «Exile» o «Soul On Fire»). Primero porque la
copia es probablemente la médula de cualquier arte (y, como decía
aquel, todo lo que no es tradición es plagio). Segundo porque el
cuchillo largo tiene incrustaciones de personalidad propia evidentes
a segunda o tercera escucha. En «Dressing Up A Drunk», por ejemplo,
se marca un elemento melódico particular, y en algún otro tema,
como «Sharpened Bone», tanto la estructura como las guitarras
comienzan a diferir, mostrando indicios de vida propia suficientes
para darles el voto de confianza. Como parte de una tradición, el
resultado obtenido con estas meditaciones sobre la autodestrucción
es un eslabón más, pero reforzado con titanio. Como disco en sí,
su equilibrio es magistral: ni un tema malo, muchos sobresalientes,
trabajo de guitarras más que notable y esa variedad dentro del tono
homogéneo que sólo se consigue con estructuras internas muy
trabajadas, cuidadas al detalle y a su manera complejas para una
banda de -supuestamente- simple punk. Un preciso y cabreado misil
tierra-tierra que tumba lo que pille por medio.
Ahora que Lemmy ha muerto, no está de más recordar que una de las grandes cosas que consiguió con Motörhead fue abrir el paso a toda una generación de bandas embrutecidas y diáfanas de punk de alta cilindrada -ese que no hace ascos a la técnica pero la mantiene a salvo del kitsch del jevi metal-. Bandas como estas que, a la postre -desde finales de los 80 hasta ahora- han terminado haciendo discos mucho más interesantes que los de los mismos Mötorhead. Encuentro en YouTube un vídeo de Jerry en algún patio trasero en el que quema el cuaderno con todas las letras del disco en un acto más de indiferencia y de independencia. A él le debemos también unas cuantas cosas. Inyectar pensamiento e inteligencia política en unos modos musicales que con el viejo Lem no pasaban de albergar cerveza, serpientes y tipas con las tetas grandes es una de ellas. Larga vida, pues.
//K. Malapraxis
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