Es difícil seguir toda la producción
de los dos elementos que componen Orthodox a día de hoy, Marco
Serrato y Borja Díaz. Sus excursiones siempre fructíferas lejos de
la banda madre (Blooming Látigo, Hidden Forces Trío y otro puñado
de majaradas imprescindibles) darían para llenar entera esta
revista. Es satisfactorio, sin embargo, comprobar que no se han
olvidado de ese origen y que su trabajo en el proyecto original sigue
guiado por un ansia inusual de no repetirse.
Las etiquetas (doom de vamguardia, o lo
que sea) se quedaron cortas para definirlos hace tiempo, más o menos
cuando publicaron su segundo disco, el prodigioso y evocador Amanecer
en puerta oscura, y de eso hace ya casi nueve años. Con Axis (y con
su anterior burrada experimental Demonio del Mediodía, junto a
Aquileas Po y a Xavier Castroviejo) vuelven a demostrar que el bicho
es inclasificable. ¿Metal? Vale, pero mucho más. Si el jazz fuese
aún digno de su fama, se podría decir que aquí hay jazz, pero
prefiero la libertad de la palabra «experimento», sin más
etiquetas, para describir lo que hacen en piezas tan libres como
«Axis-Equinox», donde por un momento enfermizo y violento recuperan
el tono procesional de su otra obra maestra Sentencia (2009). O para
acercarme al poseído arranque tribal de «¡lo, Sabacio, lo, lo!»
donde el contrabajo sostiene el paroxismo de un ritual desconocido. O
para dejarme llevar por «…Y a ella será revelado» y su artesanía
proveniente de otra era.
No es menos poderosa la parte más «reconocible» del disco: potentísimos en temas como «Crown for a mole», con el bajo achicharrado y las baterías sin bridas, o «Canícula»; profundos en «Medea», que podría haber acompañado perfectamente al paisaje terroso, mediterráneo y quemado del Edipo Rey de Pasolini; crudamente agrestes en «Portum Sirenes»... Pero incluso en esos temas más estrictamente metálicos, Orthodox juegan en otra liga, incapaces ya de adaptarse a un canon, demasiado originales, para bien o para mal.
Lo suyo, a día de hoy —como lo de
Pasolini o como lo del Friedrich Dürrenmatt que escribiera La Muerte
de la Pitia— parece ser una regresión a un mundo clásico muy
distinto al que nos contaron las películas comerciales. Un mundo de piedra, agua
y metales trabajados aún toscamente. Un mundo de pasiones, arrebatos
y miedos esenciales. «Por entonces, cuando el alma era todavía
inmortal», dice Lichtemberg. En ese «por entonces» parece
compuesto e interpretado este disco extraordinario, aunque lo cierto
es que ha nacido en la Sevilla de 2015. Suerte para nosotros, que lo
podemos disfrutar.
//K. Malapraxis
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