jueves, junio 30, 2011

AGUANTA, CABRÓN



Hoy he pagado lo de hacienda somos tontos. Supongo que vosotros también. y ahora sólo se me viene a la cabeza esta canción...

miércoles, junio 29, 2011

DIRECTOS EN LA LOUCHETTE!!! - RAPOSO

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MÁS CARGADO QUE LA MÚSICA producciones y LA LOUCHETTE (maldito bar) inician su desinteresada colaboración y su serie de conciertos no eléctricos con la presencia en directo de RAPOSO, proyecto personal de Fernando Epelde (Alta Cabeza, Modulok Trío). Almas perdidas, amantes del pop menos obvio, androides en busca de novio, Diosas de permiso, aberrantes congénitos y otros animalillos a medio dibujar, no deberíais perdéroslo.

El concierto, aunque no aparezca en el bonito cartel, tendrá lugar el viernes 1 de Julio en LA LOUCHETTE (c/Noviciado 14. Metro Noviciado) a partir de las nueve y media de la noche y al risible precio de 5 euros.

RAPOSO - "Peor para tus oídos" from Fernando Epelde on Vimeo.

domingo, junio 26, 2011

Lo siento, estoy teniendo una recaída...








Videos tu.tv

...la culpa es de LOS CUANTOS: La penúltima canción de su imprescindible bolo de anteayer en LA BOITE tenía un tufo a PSICHEDELIC FURS que tiraba de espaldas. Pero ellos no lo saben. Así es la vida, puedes ser el mejor grupo del país y no darte cuenta de a quien le debes las ráfagas de genio esas que pensabas que eran puramente tuyas. No, hija, no.//GATO PALUG

viernes, junio 24, 2011

LA VIDA ES UN BAR (Presentación)

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El uno de julio presentaremos este bonito volumen de cuentos sobre el barrio más sobrevalorado del mundo, MALASAÑA. Bueno, en realidad lo presentará el colega Carlos Salem, pero nosotros enviaremos a Luis Boullosa para que se coma su comida, se beba su bebida y meta mano a las chicas, y de paso hable de su cuento, que da la casualidad de que aparece en la antología. Se llama "El rey, la reina, tres peones y un caballo apestan a cerveza", aunque en el índice lo encontraréis con una errata, y está tan de puta madre que sigue funcionando sin el primer párrafo, que ha sido misteriosamente amputado por los editores en un incomprensible acto de a)incompetencia b)mala fe c)sabotaje político e)performance perturbada. En todo caso, muy recomendable. Allí nos vemos.

jueves, junio 23, 2011

COMO SIEMPRE FUE

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(Ayer a las tantas, pensando idioteces. El del Fender soy yo hace un año en Barakaldo)

Primero deseamos las cosas. Después las conseguimos. Luego nos cansan y las abandonamos, creyendo quizá que no era aquello exactamente, lo que nos habíamos prometido. Por fin las echamos de menos. Ahora tengo mono de tocar. Ya está el chaval con sus cosas. Ahora tengo mono de estar ahí arriba, encima de los tablones, con cualquier sucia banda de Rock&Roll. Ya está el niño con sus caprichitos. Ahora hecho de menos las pocas cosas buenas que había, ocultas, en toda esa mecánica absurda, agotadora y miserable que es la vida de una banda cualquiera, una del montón, menor, olvidada, sin expectativas, pero TU BANDA, al fin y al cabo. No es necesario haber tenido una para hablar o escribir de Rock&Roll (quizá sí haberlo deseado secretamente o sentir no haberlo hecho), pero sí que es recomendable haber pasado por el trago para saber cuánto requiere de voluntad, de ego, de ceguera, de inocencia, en fin. Cuánto te da y cuánto te quita la más nimia de las bandas de bar.

Uno lo desea de nuevo, claro, porque la memoria, ese agente doble, ese refuerzo selectivo del optimismo, tiende a velar los desastres y a devolvernos una y otra vez lo hermoso. Fiarnos a pies juntillas de ella es suicida: terminaríamos por entrar en la jaula de la pantera albina convencidos de que una vez, de niños, nos sonrió. Negarla por completo, sin embargo, tampoco es buena idea. Lo cierto es que sí existió esa combustión espontánea que recordamos, aunque fuese en momentos contados, difíciles de cazar al vuelo en las salas llenas de humo. Sí existieron los pogos gloriosos, las modestas revelaciones, las punkis preciosas, las giras a deshoras por bares ocultos de la mano de técnicos de sonido psicópatas, los delirios, los chistes, las muchas risas, los exhaustos viajes a través de la España marginal, ese país de polvo, cañas, bocatas de panceta y locura. Sí existió la creación pura, aunque a veces, para llegar hasta ella, hubiese que apartar demsiadas cosas y demasiada gente. Y los momentos de gracia, contados.

Fue real.

En parte.

Ahora tengo mono de tocar, o a lo mejor de todas esas otras cosas que me hartaron. Tengo mono de ser el personaje secundario al que nadie recordará pasado mañana pero que hoy se baja chorreando sudor, después de un bolo bien dado, para beberse de un trago una birra fría que esta vez sí merece con creces. Así que quizá monte otra banda. Sería la séptima de mi escuálido currículum, si no contamos el power trío de descabaladas versiones con el que abrimos la boda de un colega el pasado septiembre (la cerramos bañándonos en el Sardinero a las cinco de la mañana). Sólo tengo que dejar que mi memoria siga así, ocultándome la parte que yo mismo no quiero ver. Sólo tengo que llamar a los amigos adecuados y tener algo de paciencia. Y entonces las canciones vendrán solas, a beber de mi mano. Como siempre fue.

Fdo: LUIS BOULLOSA

ESA ARAÑA ROCKERA QUE ENTRA A UN BAR...

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...Más cargada que la música, y va y dice...

Me informa mi amigo V. hace unos días de la creación de SPIDERLAMP una nueva revista digital encargada de dinamitar vuestra ya de por sí precaria educación con dosis toxicas de música troglodita, rock&roll corsario, opiniones no autocensuradas, suicidios mentales públicos y demás chatarra intergaláctica. Nuestros redactores están colaborando ya con ellos, sobre todo Luis Boullosa, que está arruinado y tampoco puede salir de día porque se le funden los plomos, así que se pasa la vida encerrado en su zulo, susurrando haikus y tramando maldades. LA COSA PINTA MUY BIEN: hay nivel, el diseño es guapo y las recetas de cocina heavy son IM-PRES-CIN-DI-BLES, así que daos un garbeo por allí, a ver que opinais. Están arrancando, necesitan colaboradores y ya veis que Ozzy y los Cramps están de su parte, así que NADA PUEDE SALIR MAL.

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SLEEVEFACE

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Quizá es que fuimos diseñados para ello y en algún momento la cosa se torció, pero siempre me sorprende la capacidad del personal para REIRSE de todo con amabilidad, despreocupación y buen rollo. Vean si no ESTA PÁGINA IMPAGABLE que he encontrado porque alguien habló de ella en IPUNKROCK.

martes, junio 21, 2011

MAX (KANSAS CITY) Y LOS FAGOCITOS BEAT

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(Escrito en mi casa de San Andrés 32 entre las dos y media y las tres de la mañana. Estado: sereno y cansado. Siento las incoherencias, borracho escribo mejor)

Me pasa con los libros y me pasa con los discos. Y probablemente me pasaría con la pintura o la escultura (¿con la gente?) si les prestase más atención que ese ocasional momento de asombro, el día que por casualidad, paseando, me animo a entrar en un museo por protegerme del calor; o el día en que, en la casa paterna, donde hay cuadros, me quedo embebido en una imagen que creo, erróneamente, haber visto antes diez mil veces: la esencia de las cosas tarda a veces en permear su caparazón y salir a la superficie, que es lo mismo que decir que la esencia de las cosas tarda en permear MI caparazón y acceder a MI interior. Mi caso ejemplar, si hablamos de música, es el de “Chase The Dragon”, ese monumental disco de los Beasts of Bourbon, todo veneno exudado, todo rabia heroinómana, si tal cosa existe, que durante años no supe comprender. Lo compré poco después de que saliera, quizá incluso antes de llegar a la universidad, y supongo que ni mis estilismos de entonces ni la mente infantil que los producía, estaban preparados para encajar nada de aquello. Curioso –así es el circuitaje- porque sí lo estaban para los Dead Kennedys, o los Hüsker Dü, o para el “Hunted By The Snake” de los Cancer Moon, que por ambiente malsano, claustral e incendidado, se acercaba bastante más al trabajo de los australianos. Durante los siguientes diez años, religiosamente, le dí su anual oportunidad al engendro, sabiendo –lo podía palpar sin entenderlo- que había algo dentro de él que era necesario. Cada vez regresaba de la escucha con las manos vacías. Y en una de esas sucedió la revelación, el volcado súbito de todo lo intuido, la palabra hecha carne. Todos los que aman la música deben conocer como es, supongo. El disco seguía siendo el mismo, claro, luego era yo el que había cambiado, maleado por la vida misma hasta convertirme en el receptáculo adecuado de aquel mensaje. No siempre la obra es la que tiene que buscarnos. A veces su calidad no estriba en que nos conquiste, sino en ser lo suficientemente magnética para permanecer en esa zona de sombra, esa sala de espera al borde del campo visual, hasta que estamos preparados para asumirla.

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Me viene todo esto a la cabeza porque, mientras defeco en el catastrófico baño de mi piso compartido (el lavabo atascado repleto de pelos de mi apuesto compañero, la entropía adueñándose del lugar, alguna revista heavy por ahí, con páginas arrancadas de un día que no había papel, un libro de Schopenhauer…), hojeo una vez más “The Air Conditioned Nightmare”, de Miller, uno de los libros bisagra entre esas hermanas incestuosas que son la generación perdida y la beat, y me doy cuenta de que con él me ha pasado lo mismo: Una primera lectura átona –pese a que soy de Miller como otros son del Athletic- en la que se ve más lo insípido que otra cosa; varias relecturas vagas que no conducen a ningún lugar; la condena al ostracismo, después, en unas estanterías demasiado llenas de basura y, por último (o como principio), el descubrimiento súbito aquí, allá, floreciendo bajo la página, de rastros de luz y de verdades que no habíamos sabido ver, el interés poco a poco renovado, la nueva fascinación. Igual me ha pasado, ya que hablamos de ello, con parte de los consagrados de la generación Beat. No con Kerouak, al que sigo necesitando leer a la misma velocidad que escribía si quiero soportarlo, pero sí con Ginsberg, esa figura paradójicamente patriarcal, ese Walt Withman generoso y antipolicial. Y sí, desde luego, con Burroughs. Me he encontrado a mi mismo fascinado ante “El almuerzo desnudo”, que he releido dos veces en los últimos meses, sintiendo correr de fondo la vergüenza por no haber percibido su quirúrgica percepción de la realidad en todas las ocasiones anteriores en que lo leí y lo desheché como un estilismo drogota y afilado pero, al cabo, vacuo. Hablo, supongo, sí, de la necesidad de releer, que no es sino la necesidad de repensar y de replantear y de reconstruirse una y otra vez. Una carga jodida, por cuanto todos sabemos que un día se nos acabará la cuerda y nos encasquillaremos, calcificados para el resto de nuestros años. La mayoría hacen eso a temprana edad, bajo diversas banderas sociales. Ellos sufren menos. Ellos son tan idiotas que su estupidez se parece a la inteligencia con un siniestro sesgo muy Burroughsiano, precisamente. Y nosotros, que dice Rafa Berrio, “no somos ellos”, nos guste o no. Esa es quizá nuestra tragedia, atrapados a mitad de comprensión, conscientes de la imposibilidad real de esa misma comprensión, incapacitados para volver atrás, atenazados por nuestra duda y nuestra debilidad, sólo redimibles –y eso quizá- por una gran obra que la mayoría no tenemos a nuestro alcance. Mientras divago sobre todo esto (son las dos y media de la mañana, una hora clásicamente productiva para mí, cuando el poso del día comienza a dibujar figuras caprichosas pero aproximadas a lo cierto) releo a ráfagas el excelente artículo de mi querido Jaime Gonzalo sobre el rock francés de vanguardia encontrable AQUÍ y me topo con la imagen del viejo Bull Lee que encabeza este post. No es que los Beat sean mi plato favorito –pese a todo prefiero a Valle, a Baroja, a Hawthorne, Melville, a Fitzgerald y a otros cuantos cientos más-, pero lo cierto es que su poesía (la estética más que la real, puede) ha arraigado en mí a lo largo de los años, igual que en otros muchos, no se si como un síntoma de los tiempos, como un vaticinio o como ambas cosas a la vez. Fueron capaces de crear un background que sostuviese su propio mito, ahí acertaron, muy americanamente. Si la estructura mitómana es sólida, siempre hay tiempo de volver, y si no lo haces tú lo hará otro. Si la estructura, en cambio, no existe, te disuelves en la nada con un quejido de retrete que ni siquiera los mendigos de las estaciones, con su proverbial oído de tísicos, acertarán a distinguir.



Todo esto me lleva a un pensamiento de media tarde que había dado por perdido. Me encontré (Internet, Internet…) con que el “Live at Max’s Kansas City” de la Velvet había sido reeditado en 2004 con bastantes temas extra. Pensé en los buenos ratos que me había hecho pasar, disco montaraz, menor, extenuado, pero de extraño fulgor, y que si me entró a la primera, no como “The Low Road”, hace tantos años. Observé de nuevo su portada, la puerta del bar, y me dije lo mismo que ahora me digo: la leyenda y su soporte. Y pensé que descuidamos el soporte de nuestra propia leyenda, la personal, por mucho que ahora todo el mundo pasee con cámaras de fotos, i-phones y bichos así. Nos falta capacidad de discriminación y velocidad, ese talento (¿tan beat?) para registrar todo lo posible convencido de que la vida es el único arte, y conseguir, al final, que ambas cosas, registro y vida, no permanezcan en compartimentos estancos, como suele pasar. Dudo que los japoneses que patrullan la ciudad se vean a su vuelta a Hiroshima, las decenas de horas de metraje banal que han recogido de la vieja Europa. No imagino a Yukio, sesentón, sentado en la oscuridad de su mínimo salón repasando fachadas de heladerías, monumentos al quijote, jamones colgados en fila, argentinos disfrazados de torero, putas que aún no saben que lo son. Y sin embargo yo sí estoy aquí, deseando levantarme mañana y buscar ese disco de crepúsculo que registró Brigid Polk con una grabadora de cassete, ayudada por un Jim Carrol más preocupado del sus pernod dobles y sus anfetaminas que de sujetar el micro. Todo ello, a su vez, me hizo pensar en el Bessie Blues Bar, quizá en mejor bar de música en el que he estado nunca, en Murcia, durante aquel 2004/2005 abrasado y miserable lleno de prodigios que la memoria se ha ido encargando de rescatar de entre la mierda. Pero de él, de esa entrada que para mí es mucho más importante que la del Max, y de la corte de los milagros que habitaba en su interior, hablaré mañana, si me apetece.

No más por hoy.

Fdo. LUIS BOULLOSA

viernes, junio 17, 2011

THE GODFATHERS (Sala Charada, Madrid)

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(En la imagen, La Salchicha Peleona arenga a su público de paletas y bolingas en algún lugar de la vieja Europa)

La primera vez que vi a The Godfathers –en el Sol de jardines- yo tenía veinte años. Debió ser en aquel 95 cuyo recuerdo ha sido emborronado ya sin remedio por una década y media de historias de ciudad. Me parecieron unos viejos, pero dieron un bolo de cojones para las cuarenta o cincuenta personas que estaban (quizá eran cien, pocas, en todo caso). Eran épocas de aprendizaje (¿aprendizaje para qué?, me pregunto ahora), y yo, básicamente, no tenía ni puta idea de quienes eran, pero tampoco me hacía falta: la esponja funcionaba entonces a todo trapo, succionando cualquier jugo mental/vital de interés, no estaba llena como hoy de residuos que hay que drenar y de morralla cósmica. Dieciseis años después, en una sala peor, con un sonido peor y una entrada prohibitiva (20 pavos que no pagué), me volvieron a parecer viejos, pero menos. Al fin y al cabo uno va entendiendo determinadas cosas. Fue un buen concierto, sobre todo por dos razones sencillas. La primera, que el público estuvo muy receptivo -cariñoso, apoyando a la banda desde el principio, como si intuitivamente supiesen que hacía falta-, y en consecuencia, los padrinos se dejaron en la pista el resto de empuje y cazalloso savoir faire que aún les queda. La segunda: tienen canciones. Se mire por donde se mire, pese a esa estructura simple, deudora a medias del punk y de la new wave, pese a ese Rock&Roll enquistado, cabezón y bronco que amenaza con ahogar el matiz, los temas se salen con la suya, ejemplos máximos, un poco fuera de tiempo, de aquello que se dio en llamar pub rock; música de barrio, de barra de bar cutre sobre la que duermen la mona los émulos alcoholizados de Tom Jones; himnos de (otra) depresión y de clase obrera cabreada con el mundo; escupitajos de corto alcance y corazón corerable como “Love is Dead”, “This is War”, “How Love is Low” o las inevitables y redondas “This Damn Nation” y “Birth, School, Work, Death” con las que cierran el cuerpo principal de concierto. Con un guitarra menos que en su anterior visita, en la que las opiniones acabaron divididas, los padrinos se lo tomaron a pecho, cogieron aire y entregaron el fuelle que les resta en una actuación noble, sincera, sencilla y a brazo partido. Ya no es hora para ellos de inventar la rueda, ni tampoco estarán nunca más en la cresta de una ola que rompió hace tiempo en las sucias costas de Albión, pero dan para un buen rato de entraña, cerveza y brazos en alto, y a medida que el bolo avanza y los tipos se calientan, obtienen incluso algunos momentos de rara y paladeable densidad pop (“Strange About Today”). Aprobaron, raspado, si se les juzga con dureza, pero holgadamente si se les aplica el cariño que merecen todos aquellos que han ayudado a construir nuestra (maldita) educación sentimental.//LUIS BOULLOSA

THE NEW CHRISTS (Sala El Sol, Madrid)

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(Reseña escrita tras el bolo, a las tres de la madrugada, el día de mi 36 cumpleaños)

Los nuevos Cristos. No tan nuevos, claro. Una leyenda. Pero es que las leyendas han empezado a importarme un carajo. Vale lo que hay. Si tu mujer ha envejecido contigo y ahora es un montón de colgajos y parches, será que mejor que hayas elegido una que tuviera algo dentro. Los Christs lo tienen, aunque a veces, como en su anterior visita al gruta 77, haya que buscarlo con voluntad y quirúrgico cuidado. Ayer fue más fácil, porque El Sol sonó nítido y potente, porque la condición de la garganta de Rob Younger (nunca tuvo chorro, sí gusto) era mucho mejor que entonces y porque los tipos, con viento a favor aunque la sala sólo estaba mediada, demostraron que pueden defender un bolo sin necesidad de apoyarlo en exceso sobre su obra magna, el legendario Distemper. Por supuesto cayeron temas sacados de ese disco que a algunos nos cambió la visión de las cosas para un rato largo (Faltó “Circus of Sour” o mi menor y querida “Love is Underground”, pero estuvieron “I swear”, “Coming Apart” o “No way on Earth”), pero el peso del discurso lo levantaron temas de otros discos (y una aceptable versión de “Shot By Both Sides” de Magazine), disparos cuya formulación era Rock&Roll, pero en los que la diferencia la marcaba un no disimulado sesgo pop que otras veces había sido imposible distinguir.

Lo cierto es que hay días en los que ya no estoy para el Rock, y ayer era uno de ellos. Días –les pasa a los mejores, supongo, excepto a Lemmy- en los que estoy más para cualquier otra cosa, el alcohol, las drogas, las pajas o Celine, pero así y todo, acabé moviendo las piernas y el cuello (lo más cercano a un baile que me verás, amigo); así y todo, la fórmula me arrancó una chispa, hubo un momento de espíritu real planeando sobre mi cabeza. Gasté un rato, claro, mientras decidía si quedarme o irme a beber, observando a la banda. Su aspecto, simplemente. Rob Younger se parece cada vez más al científico loco de Regreso al futuro (y debe tener aproximadamente la misma edad), Dave Kettley (guitarra) es como el hermano mayor de Benzemá (una familia de pasmados, definitivamente), Brent Williams (guitarra, teclados) recuerda a un Greystoke envejecido y huraño o a un Heatcliff decrépito y ladino, Jim Dickson (brutal y expeditivo manteniendo el esqueleto rítmico con su bajo mugriento) podría ser cualquier asesino en serie del noroeste americano de los que conservan los cuerpos en salazón en el granero. Muchos años y mucha tralla encima a poco que se mire de cerca, pero, por suerte, un saber hacer que venció y convenció con claridad a todos los que deseaban ser vencidos y convencidos. No fue nada histórico, no nos equivoquemos, pero sí fue potente, solvente y por momentos inspirado. Vale que los dos guitarristas juntos no valen por medio Charlie Owen, pero añorar el pasado es un coñazo, y más ahora que se ha convertido en el deporte nacional y la principal táctica de venta en el mundo libre. Y vale que los teclados podían haber estado algo más empastados. Y vale que hay un par de temas que se pueden aprovechar para echar un pitillo fuera, pero el resultado general rozó el notable.

Se que, una vez más, muchos amigos que estaban allí me llamarán amargado y quisquilloso, pero es que fingir el éxtasis no es lo mío y cuando me disfrazo de crítico me tomo el término al pie de la letra (ya se sabe, give a monkey a gun…). Quizá el problema es mío, esa dificultad cada vez mayor para encontrar el el resorte que conduce a la emoción, el momento de iluminación que antes abundaba, y de hecho no sólo me pasa con la música. O puede ser la edad que a algunos (pocos) nos vuelve más exigentes, con el riesgo de frustración que ello implica. O a lo mejor es que pensar demasiado sobre el rock contradice su misma esencia, esa que hace a Younger mover las caderas como si fuera un chapero en celo en su mejor noche de estupro aunque luego, en persona, sea más bien un tipo reflexivo y cáustico, demasiado resabiado para creerse la propia fantasía que trata de mantener en pie.

O quizá sea sólo el puto calor. Añoro los días de lluvia. Pero esa es una nostalgia aceptable, porque son los únicos que tienen la costumbre de volver.//LUIS BOULLOSA

sábado, junio 11, 2011

DELIRIOS Y AMPUTACIÓN

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Un cuento mío acaba de salir publicado en la antología de relatos sobre Malasaña titulada “La vida es un bar” (Amargord) y antologada por el amigo Carlos Salem. Por alguna razón que ignoro, tanto la cita que encabezaba el relato como su primer párrafo completo han sido amputados sin previo aviso. La historia se deja leer igual, pero para quienes la queráis ver como era en inicio, aquí la cuelgo. Hacedme un favor, contribuid a la supervivencia de la bohemia anarcoide y agenciaos el librito. O, mucho mejor, invitadme a unas copas la próxima vez que me veais (soy el tipo con barba y gafas al fondo de la barra que siempre se está mirando en los espejos)//LUIS BOULLOSA.


El rey, la reina, tres peones y un caballo apestan a cerveza

(Por LUIS BOULLOSA)


“Hoy no he parado de deambular
por la casa ya sin amueblar
Y en cada rincón he podido ver
dedos señalándome”


“En Otoño” – Surfin’ Bichos



Me levanté y seguí haciendo cajas. Eso fue ayer. Ahora es la mañana. Movía cosas y empujé una silla con el tacón de mi bota, y la silla se balanceó un segundo muy largo y después cayó sobre la mesilla, y las botellas de cerveza a medio terminar que llevaban allí una semana estallaron y saltaron por los aires. Esquirlas de cristal, restos de colillas empapadas y negras, hebras de tabaco, agua sucia. El tablero de ajedrez rebotó contra la madera y las piezas se desperdigaron por el suelo -el cloc, el swrrrrrlllll- rodando como derviches pequeños. Me quedé plantado allí, bajo el polvoriento foco de luz de la mañana que entraba a duras penas por los cristales sucios. Nunca he limpiado los putos cristales, pensé. En diez años. Menuda manera de empezar el último día, pensé.

Me dolía el pecho.

Me encendí un winston y pensé: menuda manera de empezar.

Ahora lo he limpiado todo, pero las fichas siguen apestando a cerveza rancia. Las he lavado, y si abres el armarito que hay sobre el fregadero las encontrarás, en perfecta fila militar, entre los platos y los vasos puestos a escurrir.
Tampoco importa mucho, porque mañana no estaré aquí, pienso ahora, mientras garabateo cosas en una cuartilla, sentado en la mesa de la cocina, al fondo de la casa. Fumando. Tengo que bajar a comprar. Tampoco importa mucho porque ya no jugaba al ajedrez desde que Mercedes se largó de vuelta a Málaga. No importa porque pronto estarán otros aquí, y yo no estaré. Y tardarán en encontrar mi cadáver porque no habrá cadáver, aunque diez años de barrio sin dinero me hayan amojamado hasta dejar poco más que el hueso y la mirada. Me observo en el espejo pequeño que he olvidado guardar y sigue en la pared. Ojos verdes legañosos, una mancha negruzca en la mejilla. La dejo estar. La cara abotargada, ya no aquel cráneo seco y adusto. Las ojeras azulonas de venas poco profundas y el rictus manchado de vino de otros días. Apenas un hombre. La sombra del hombre. Todo se ha gastado, pienso, con un resto de placer en el paladar, y por eso, quizá, no siento irme, como tampoco sentiría quedarme. Quizá no sienta nada de nada, en realidad, y eso estaría bien, sería un progreso indudable para vivir en la ciudad. Cualquier ciudad. Cualquier barrio. Este mismo.

Pero mañana ya no estaré.

Vendrán otros.

Vendran Viki y El Castor. Ellos dicen que lo pueden pagar.
Aunque el Castor es un hombre. Y como la mayoría de ellos, lo quiere todo y no tiene nada.
Y Viki es una mujer. Debe serlo aún. Me gustaría tener una frase para las mujeres, también, pero desistí de encontrarla hace tiempo. Vivir en el misterio es como vivir en la luz.
No puedes pasarte la vida rascando la superficie de las cosas y fingiendo que sabes de qué va todo. Te cansas.
Y los dos juntos cuidarían del piso igual de mal que lo hice yo. Pasarán cocaína, harán fiestas, follarán en todas las habitaciones, tampoco hay tantas, hablarán del futuro -pero quizá más aún del pasado-, se pelarán violentamente, quién es esa zorrita que te llama, nadie joder, pues vete a la mierda hijodeputa, y el la amenazará con gritos que no servirán de nada, y ella tirará toda la ropa y los discos por la ventana, y los indigentes del centro de acogida que hay frente a la casa se arracimarán rápidos y sucios como palomas. Cuando él consiga bajar ya no quedará nada más que unos vaqueros gastados, las gafas de sol rotas y un LP de los Beach Boys.

Es un decir.

Y quizá en los días de verano que vendrán sueñen juntos que rescatan a todos los cánidos del mundo y se despierten arrullados por sus patas de felpa. Fantasmas en el salón. Y después se acabarán los buenos tiempos y todo empezará a decaer. Se tendrán que ir ellos también, y quizá nos volvamos a ver en otra parte del país mental. Tanto me tiene, en realidad.
Porque El Castor es un hombre, sí, pero siempre habla de más. Y me aburre. Por eso acabó donde acabó y nos conocimos, hace tiempo; por hablar de más. Ahora va rapado al uno y tiene un tatuaje tribal en el cuello, y ya no fuma. Ha estado siempre en los lugares en que tú has podido estar, y ha hecho siempre tres veces las cosas que a ti te gustaría haber hecho. O eso dice él. Si tú saltas un metro él tiene un helicóptero. Lo han echado de demasiados curros, pero para sacarlo a uno a flote está el dinero de la familia, si hay familia, y me parece bien. Y él tiene familia, aún. O eso dice.
Ella, en cambio, no tiene familia ni habló nunca de más. Es algo tartaja y siempre prefirió callarse, aunque a mi me gustaba esa voz cantarina, entrecortada, los dientes grandes y blancos abriéndose en la cara agitanada. En sueños, sin embargo, construía las frases con perfecta claridad, y a veces era difícil convencerse de que estuviese dormida. Lo sé porque yo estuve allí antes que El Castor. O eso digo yo. También porque él me lo contó después.

-“A veces tengo sueños en que me polinizan”, me dice la tía.
-No deberían dejarlas estudiar.

Ciudades desiertas -pienso ahora, recordándolo, las sábanas empapadas, las palabras como campanitas de plata, mientras miro las cajas apiladas allá, en el salón-. Ciudades desiertas, enormes plantas necrófagas a ras de suelo, David Lynch jugando con Lecorbusier, meditación zen, un padre idiota que la violaba religiosamente, cada domingo, de los tres a los doce, viajes a Benidorm. Esas cosas son así.

-No deberían habernos dejado estudiar a ninguno, en realidad.

Aunque su sueño recurrente es el de los perros: Ella siempre sueña con perros en peligro, y ahora parece ser que eso es suficiente para él, porque uno nunca sabe que pasado le espera ni de qué va a acabar alimentándose, al final.
No hay elefantes en peligro que oponer a eso. Ni helicópteros en peligro.
En sueños él es sólo un cordero y ella un león medio ciego que husmea el aire.

Y luego está el Arcángel.
Es el amigo que me queda. Camarada puede que sea la palabra, en realidad. Todos los demás se han casado y tienen hijos o cosas peores. Desde la dimensión paralela del sueño me hacen vagos gestos y me invitan a cenas a las que nunca voy.
Con él he quedado hoy para despedirme, con el Arcángel. Lo recuerdo. Miro la hora. Me enciendo otro pitillo.
El Arcángel es un hombre también, pero no quiere nada más de lo que hay: Dinero para vivir mejor y silencio. Para morir mejor, diría él. Lo conocí en el Malpaso hace seis años, a las cinco de la mañana, y hablamos de Celine, de Malaparte y de Valle Inclán, arrullados por la ola densa de humo que rompía en la barra. Pero sobre todo de Malaparte. Sonaban los Doctor feelgood, supongo; Wilko Johnson ejecutaba su baile espástico, como un chulo de billares herido por un rayo.
Nos intercambiamos libros. Me prestó “La Mano Cortada”, “Días de llamas”, “No se fusila los Domingos” y “El Blocao”.
Yo le presenté a Emily Dickinson.
El Arcángel no tiene teléfono. En realidad si lo tiene, pero no coge llamadas. Lo usa sólo para telefonear a secretarias y centros de salud desde su casa. “Señorita…”. “Perdone, señorita…”. Ya nadie dice eso, ¿verdad? Uno simplemente se lo encuentra por la noche y queda con él. O te llama él desde una cabina en algún lugar. Da igual la hora a la que quedes, siempre recuerda las citas.
Así que bajo, atravieso la plaza del Dos y subo la cuesta de San Andrés hasta el bar donde hemos quedado. Sigue oliendo igual desde hace veinte años, como si fuese una corteza podrida a medio desaparecer. Es casi un esqueleto de bar, con la barra de cinc y el tufo de grasa rancia, raspas de mierda y vino agriado. Si cuentas los dientes de los siete parroquianos te dará un saldo total de cincuenta y dos más varios gramos de oro.
El Arcángel aparece a la hora en punto, saliendo de la luz rosada de las dos de la tarde, envuelto en su gabardina color crema y polvo, hecha a medida hace treinta años. Qué hay. Bebemos cerveza y fumamos pitillos en la raya de sombra que linda con la calle.

-Me voy-, le digo.
-¿qué te vas? ¿A dónde te vas?
-Me vuelvo a Murcia.
-¿y qué hay en Murcia? Venga, tronco, va, no me jodas…
-En Murcia hay muchas cosas… estoy harto del barrio. Y tampoco tengo un duro. Ni curro. De escribir ya sabes que no vivimos.
-Bueno, yo sí.
-Ya.

Me mira con los ojos inquisitivos, turbios. Una brisa de aire acondicionado le agita los crespones de pelo negro a los lados del cráneo.
En Murcia. Muchas cosas en Murcia, pienso. El fantasma de Antonio Anglés entre los cañaverales, con media cara comida por las nutrias. Tiendas de tatuajes, confiterías, limonares abandonados, niñas deficientes mentales disfrazadas de Papá Noel, y un calor que lo abrasa todo, como si tuvieses que caminar apartando cortinas de carne. Coches tuneados lamiendo el suelo, entre las piernas de matronas que han salido a cicatrizarse el cerebro y las varices al sol, enfermedades de la piel, negros que esperan, plástico, pistolas. Un sexo exhausto. Pero sobre todo el fantasma de Antonio Anglés.

-Hombre, que te vayas de aquí lo entendería, pero irte a Murcia…
-Ya veré, conozco a gente…
-No, si ya se que conoces a gente. Te recomendaría a alguien, pero es que mis colegas de Murcia ya están todos muertos, si no… Bueno, en realidad es que mis colegas están todos muertos, los de todas partes -y se ríe, con ese graznido descascarillado suyo-. Menos Félix. Tu conoces a Felix.
-Sí. ¿Qué es de él?
-Cuidando del niño, allí, en Zarautz… la vida marital. Bueno, lo que hay, en Murcia, son unas chicas guapísimas… ¡unas tías! Eso sí, no te esperes una conversación…
-No la esperaba.
-... Yo estuve en Murcia hace muchos años con una francesa que era mi amante, cuando estábamos enganchados los dos. Yo porque luego me quedé impotente, ya lo sabes…
-Ya será menos.
-Que sí, joder… Yo me quedé… los adictos como yo…
-Tu no eres un adicto.
-Yo soy un adicto, lo que pasa es que lo tengo más o menos controlado. Más o menos- levanta las manos. -A mí ya sólo me la pone dura la zoofilia…
-Ahá.
-La zoofilia, ¡sólo me la pone dura la zoofilia!, con perros, con caballos…
-Los alemanes.
-Los alemanes, ¡Qué tíos! En la zoofilia son los mejores. Bueno, y en las tropas de asalto. Pues yo estuve allí con una francesa que era mi amante y la tía me decía, venía y me decía, ¿tu que me prefieres, a mí o a una española con bigote? Y yo no me había dado cuenta nunca de que las españolas tenían bigote.
-¿Y tienen?
-Sí, luego me fijé y sí, ¡Tienen bigote!
Y vuelve a reír con ganas. Escupe saliva y trozos de carne que atraviesan la luz opaca de la media tarde en el bar.

Más cerveza.
Más pitillos.

-Llevo 48 horas sin dormir- dice.
-Lo llevas bien.
-Que va, estoy viejo de cojones. Me duele todo.

Pero no le hago mucho caso porque estoy mirando a las divisiones aerotransportadas de niñas de veintitantos que descargan su furia ciega y totalitaria al sol. Tirantes y sombreros. Tacones y cigarrillos. Nada.
Luego vamos al ruso que hay bajando Madera. O quizá no es Madera. Marqués de nosequé. La comida es buena. Vodka Imperia. Déjanos la botella. La dueña lleva una camisa de flores rojas negras y amarillas. En el rinconcito de la ventana el consul de irán liga con su secretaria.

-Mira. Él cónsul de irán.
-Qué va, ese por lo menos será narcotraficante.
-De incógnito.
-Claaaaaaro. Anda, ya que te vas, voy a pagar yo.
-Mhhhh.
-Nasdrovia.
-Nasdrovia.
¿Y el piso lo dejas, entonces?
-Se vienen El castor y Viki. Sabes quien es El Castor.
-¿El de los pelos?
-No. Uno rapado.
-Ese que va de guaperillas y de que lo sabe todo.
-Ese. Lo conociste ahí abajo, en el gallego...

Y entonces recuerdo que fui yo el que los presenté a los dos.

-¿Cuál?
-Ese que tienen un loro en una jaula y que ponen el peor pincho de tortilla del mundo…
-Ah, ya, ese…
-Ese, sí, ¿cómo se llama, joder?
-Compañeiro. Ahí en San Vicente ferrer.
-Eso, joder. Compañeiro. Aún tienes memoria.
-Que va, tengo el cerebro gratinao. Pero es que el que se tomó el pincho de tortilla de los cojones fui yo.

Y recuerdo que fui yo el que los presenté a los dos. Joder.
Estábamos allí, y estaban también El Pirri y El Lobo y la tipa aquella pelirroja que se estaba quedando ciega, y no sé quien más. Pirri y El Arcángel hablaban de los iranís.
Y mientras, alguien preguntó si el loro era mayor.
Y la señora contestó: No, sólo tiene 46 años
Y la ciega dijo: Es que viven más de cien.
Y Viki dijo: Joder, pues estar 46 años encerrado… qué mal…
Y yo miré al Castor y le vi en la mirada algo raro. Mal rollo, pensé.
Y Viki siguió: Además, la jaula es muy pequeña.
Y El castor la miró a los ojos y le preguntó: ¿Qué cárcel es grande…?
Y en ese mismo momento sucedió.

El asunto.

Eso, ya sabes.

Todo lo demás son adornos y miedos, y entre ambas cosas no suele haber una diferencia sustancial.
Me olvidé, y cuando los volví a ver un mes y medio después, un polvo encima de un retrete se había convertido en el arca de la alianza nueva y eterna, en ese conventículo hermético y sagrado, en esa ficción cerrada a cal y canto en la que, durante un tiempo, ya nadie puede entrar.
Parejas no tan jóvenes, pienso.
Viejos enamoradizos aferrándose por los pelos a una mentira en la que sus abuelos ya habían dejado de creer, pienso.
Podría decírselo, pero para qué, si lo que quieren es precisamente dejar de saber.

-¿Y seguro que fue ahí?
-Sí. Ahí fue.
-¿Y seguro que te quieres ir a Murcia?
-También.

Y seguimos bebiendo vodka. Y el Arcángel se enzarza en una discusión consigo mismo… El asesino turco aquel, al que había que llevar siempre de burdel en burdel porque la tenía dura todo el rato... Un tipo encantador… Y los juicios… Y la tipa aquella que era funcionaria… Y su voz se va haciendo cada vez más tenue mientras yo estoy pensando en otra cosa… Y su cabeza se va inclinando imperceptiblemente hasta que de pronto cae a plomo, golpeando contra el plato que salta, metiendo toda la jeta en el steak tartar. Los trozos de carne cruda y de salsa me salpican la camisa y la cara. Otra pareja que nos observaba desvía la mirada. Silencio. Él gorgotea, la cara aplastada contra la masa rosácea del tartar. Cuidadosamente le levanto la cabeza con las dos manos. No responde. Sólo un murmullo apenas perceptible a través de los labios morados. La dejo caer de nuevo y me limpio las manos con el mantel.
La botella está mediada aún.

Consigo recuperarlo aceptablemente casi media hora después y paseamos por el parque del bracito, como dos maricones viejos. Burroughs y Bacon. Yo con la botella en el bolsillo de la chupa, él mirándo hacia el suelo, parándose cada tres pasos y respirando.

-¿Estás mejor, cariño?
-Ya estoy mejor, sí. Ha sido la codeína. Es que llevo dos días sin dormir.
-Vale.
-No me pasaba esto desde el 86 en Tailandia.
-Vale, está bien.

Por fin logro meterlo en un taxi en San bernardo y vuelvo a casa andando con la media botella en el bolsillo de la chupa.
Me siento en la cocina otra vez. Siempre fue mi sitio favorito. Y miro al pasillo otra vez y veo las cajas cerradas en el salón otra vez, bajo una tenue retícula de luz en polvo. Más polvo que luz. Diez años en una casa dan para todo ese polvo.
Cojo el móvil y llamo a Daniel. Daniel es un tipo cabal.Le digo que venga mañana y se lleve las cajas que están marcadas. Libros y discos. Los discos para mi amigo Fernando. Hace tiempo que no le veo. Los libros para mi hermana. Viven juntos, así que será el mismo lugar.

Un silencio.

-¿Qué?
-Oye…
-¿Qué, joder?
-Oye... ¿No querrás suicidarte?
Me río.
-¿Tengo pinta yo de querer suicidarme?
-No. No se. ¿Cómo estás?
-Joder. Deja de beber whisky caro, no te sienta bien.
-Perdona.
-Nada, hombre, es broma. Tu hazme el favor, ¿OK?

Sin los libros ni los discos apenas quedará nada. Lo demás son cacharros y basura.

-¿Pero a dónde te vas?
-Unas vacaciones. Estaré de vuelta antes de que me eche de menos nadie. Ya lo verás.

Cacharros y basura. He quemado todos los papeles, o los he tirado a un contenedor de obra. Carpetas, montones de folios, dibujos que aún recordaba vagamente, cajas con facturas, libros descuadrados, fotos de modelos de cuando trabajé con la cámara, cartas recibidas y cartas encontradas, cientos de páginas escritas con una letra que apenas reconozco ya, y a máquina también. No sé que fue de la máquina.
Saco mi libretita del bolsillo, la abro sobre la mesa y anoto: “Desaparecí un diez de marzo de 2010 para aquellos que me habían conocido hasta entonces. Las cosas que llevaba eran estas: Una muda de ropa (ya nadie usa esa expresión, ¿verdad?); un ejemplar de “A este lado del paraíso” que había sido de mi madre, descanse en paz; una cartera con el dinero que me quedaba, no mucho; una navaja vieja a la que tenía cariño y que había vuelto a encontrar tres días antes por casualidad. No dejé nada atrás, en realidad. Tenía 36 años. Desde el punto de vista de las fugas, era viejo ya”.
Luego arranco la hoja, voy al baño y la tiro al retrete. Tiro el pitillo que estoy fumando también. Fuishhh. Ese silbido apagado de alma que se escurre hacia el limbo.
Pero el limbo no existe ya, lo ha dicho el Papa de Roma. Benito.
Me sirvo un vodka. Me da arcadas solo olerlo, pero me lo trago igual.
Luego paseo por el piso ya vacío. Tropiezo con unas perchas que se amontonan en el suelo.
Después bajo otra vez, mientras la última luz comienza a retirarse, como un aura recalcitrante que emanara del Parque del Oeste y aún concediese a todo el barrio un último resto de calor. En el “2D” me pido mi último café solo. Hoy no me importa pagar el euro setenta que cobran los muy hijosdeputa por esa taza birriosa de líquido negruzco. El camarero tiene resaca y unas ojeras que parecen túneles. A mi ha empezado a dolerme la cabeza. Un clavo de lado a lado que se empieza a perfilar contra el final del día.
Él cambia de disco en la cadena y de repente comienza a sonar “Heart of Gold”. Reconozco esa armónica inconfundible que se abre paso a través del crepúsculo, mientras afuera las parejas pasan con sus carritos, atravesando como espectros el acolchado sonido de los niños, los coches ocasionales y los pájaros.
Pienso: se acabaron estos atardeceres de sol entreverado, cuando uno no sabe si es primavera o el otoño acaba de comenzar.
Las nubes desarrapadas sobre los tejados de antenas y palomas.
Los gatos dormidos en los tejados que te miran como si el sueño fueses tú..
Los chinos con latas de cerveza, cocinando su carne de pollo macerada en cubículos de latón.
Se acabaron los hombres niños, con sus absurdos sombreros, pidiendo cócteles.
Cócteles viene del inglés “cock”.
Se acabaron las ratas, pero eso fue hace mucho tiempo.
Ahora en la plaza de los yonquis hay un parque infantil y en el dos de mayo hay otros tres, más las terrazas, más el campo de ejercicios para viejos donde alguna vez alguien se sienta a hacerse un porro o a tomar el sol, porque allí aún queda milagrosamente un banco de madera que no está fijado al suelo con clavos de acero. Más el cartel de no jugar a la pelota donde los diez mil críos de la escuela juegan a la pelota siempre.

Y entonces noto que alguien está silbando la armónica detrás de mí.

Yo llevo el ritmo con los nudillos contra la barra de madera y mármol.

“I´ve been to Hollywood, I´been to Redwood…” canta el camarero desde la penumbra. “across the ocean for a heart of gold...”

Y el bar, a coro, entona la canción y da la bienvenida a la noche.

Regreso tarde y dormito un poco en la cocina.
Justo antes de amanecer despierto, cojo la mochila y me escurro por la puerta, sin ruido. El frío intenso y seco. La sombra de los coches. Un paseo hasta Tribunal y ya está.
Me largo solo, con la imagen del Arcángel haciendo gárgaras en su plato de carne cruda. Me sigue doliendo la cabeza mientras desciendo por las escaleras del metro, a través de su calor antinatural..
En el armarito he olvidado las piezas, pero de eso sólo me doy cuenta después, mientras el vagón zumba ya hacia otro sitio. El rey, la reina, tres peones y un caballo que apestan a cerveza aún. Cuando dentro de dos días El Castor y su princesa entren en el piso, eso será lo único de mí que quedará.

Es una buena línea para empezar un libro, pienso.
Una mentira con peso, como me gustaban a mí cuando quería ser escritor.
Mañana quizá la use, pienso después.

Cuando por fin esté muy lejos de aquí.

jueves, junio 09, 2011

PRÍNGATE, PAUL



Jorge Ilegal sabe lo que dice, amiguitos. Mente rápida, lengua precisa, alma sedienta. Pronto por aquí la entrevista que le hice el otro día, inesperadamente serenos los dos.//L.B.

lunes, junio 06, 2011

GOLD-BEARS - "Are You Falling In Love?" (Slumberland)





Bastante pillado me han dejado los Gold-Bears, de Atlanta, con lo que he podido escuchar se su disco debut, una especie de pop de guitarras energéticas pero con más profundidad de la habitual y una visión melódica preclara. Esa manera tan Bob Mould de decir "You Couldn't Tell..." en "Record Store"... Hay cosas a las que uno no se puede resistir, y suelen ser así de sencillas. Prometo reseña en cuanto lo tenga entre las zarpas.//LUIS BOULLOSA

domingo, junio 05, 2011

CABALLO TRÍPODE + IMAGE MAKERS (Sala NASTI)

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Anteayer estuve viendo a los CABALLO TRÍPODE, un tío de Valencia con gente que estaba en Le Johnatan Reilly. Bien. Un par de temas me recordaron a los Meat puppets, otro a los Fugazi, salvas las distancias con ambos. Aunque supongo que eso no es lo que están intentando hacer. De hecho, no se qué cojones están intentando hacer, porque funcionan en esa confusa aunque agradable franja de música que es "rara" pero reconocible, encabritada pero no excesivamente radical, a su bola pero atada pese a todo a parámetros que ya van siendo clásicos (tanto, al menos, como los Puppets y los Fugazi, aunque en su nota de prensa hablen de Violent Femmes, Feelies y Replacements). El caso es que les falta algo, no sé lo qué, pero al menos se lo curran con ganas y no son obvios. O a lo mejor es sólo que yo no tenía el día y había demasiadas cosas que me interesaban más que la música (nos pasa a todos alguna vez). Me dio, en todo caso, la impresión de que podrían ir un paso más allá y, sin demasiado esfuerzo, ser aún mucho mejores. Pero probablemente fue sólo una impresión. También podrían haber tocado un poquito menos y hubiese quedado mejor. Esa siempre es una decisión complicada. Cuándo dejar de tocar. Había unas cincuenta personas en la sala Nasti. Eso, a seis por cabeza, da trescientos pavos, caso de que hubieran pagado todos, así que ponle que doscientos. No recuerdo si la Nasti se alquila, pero en todo caso, es calderilla. En este mundo todo es calderilla: a veces me asombro de que las bandas no lo sean también. De que haya tantos proyectos válidos en un país de analfabetos que jamás superó el pasodoble. En todo caso, lo serán con el tiempo. Calderilla. Vivimos todavía de la era del espejismo, en la que demasiados de nosotros fuimos relativamente bien educados, con libros y referencias, y pensamientos al alcance. Así que ahora hacemos cosas articuladas en lugar de mierda. Pero se nos da a cambio mierda, eso no cambia. Una generación entera de idiotas idealistas que pasean por el mundo hostiándose con unas paredes que no recordaban tan cerca. Eso es. También tocaron los IMAGE MAKERS, pero me los perdí, porque estaba en otro bar discutiendo con un amigo sobre lo jodido que está todo. Me dijeron que estuvieron bien (eso no significa nada) que llevan muy poco tiempo juntos y que hicieron un pase breve. Prometo pillarlos la próxima vez. Pero no os fieis de mis promesas. ¡Ah!, y por cierto, el batería de los trípode era clavado a Keith moon.//BASTARD SON OF CHEETAH CHROME

jueves, junio 02, 2011

SOLÍAN LLAMARLE ROCK&ROLL

Este mes voy a pasar del weird folk, el dark ambient, el white noise y el country noir... porque vienen todos estos y lo que me hacen me gusta.

THE GODFATHERS

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THE NEW CHRISTS

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THE DWARVES

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LEONARD COHEN – "Dear Heather" (Columbia)

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(Agresiva reseña del disco de Lenny pergeñada por nuestro colaborador Luis Boullosa en un día de resaca de hace cuatro años y publicada por aquel entonces en la revista Ruta 66)

O de como un disco malo puede ser (según y como) de gran interés. Aunque se trate, claro, más de un interés biográfico que musical. El mujeriego por antonomasia del rock es la sombra de la sombra de lo que fue (al fin y al cabo de la disolución es de lo que va el zen, ¿no?) y lo demuestra a conciencia en un disco que pelea desganadamente con su anterior "Ten New Songs" por ser el peor de su carrera. Fantasmales recitados de un alma estragada por el tiempo que se deja llevar sobre un colchón musical de baratillo y los irritantes coros de unas musas que, al final, han acabado por ganarle la partida al maestro. Lamentos a media luz, apropiaciones de poemas ajenos (Byron, Frank Scott) a falta de material propio y una toma en directo ("Tennesse Waltz") de hace años, cuando su chorro de voz aún tenía presencia corpórea. De salvar algo, quedémonos con la emocionante "Villanelle For Our Time" y con la carnal angustia, la sorna terminal de "Because Of" ("A causa de unas pocas canciones/ en las cuales hablaba de su misterio/las mujeres han sido/excepcionalmente amables/con mi avanzada edad/Hacen un lugar secreto/en sus ocupadas vidas/y me llevan allí/Se desnudan/en sus diferentes maneras/y dicen/ 'mírame, Leonard/mírame una última vez'/Luego se inclinan sobre la cama/y me cubren/como a un niño con escalofríos"). Poesía última y mortalmente cansada para maravillosos perdedores, gentileza de quien, no tantos años atrás, desafiaba al mundo con la implacable fe de los cínicos. Un creador único disolviéndose para siempre en la oscuridad.//LUIS BOULLOSA

PLEASE DON'T PASS ME BY!!!

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Solía cerrar mis sesiones con esa canción del "Live Songs" cuando pinchaba en El Alivio, aquel bar de Malasaña donde conocí a mucha gente interesante y gasté parte de mi juventud. Claro que yo nunca he sido un buen disc-jockey. Demasiado variable y errático, lo mismo ponía "Pat Garret & BIlly The Kid" que "Torture Garden". Soy así. Ahora le han dado a Lenny el Principe de Asturias. Pues vale. No hay nada peor que la concesión de un premio absurdo a alguien que ya no lo necesita porque está consagrado hace tiempo: todos los papagallos comienzan a parlotear en la televisión, la radio y los periódicos y hay que buscar las aportaciones interesantes entre una montaña de basura y tópicos que primero produce risa y después asco. También hace tiempo (creo que 2004), cuando estaba en Murcia y me compré aquel infumable "Dear heather" con el que Cohen certificó su defunción creativa, escribí para una revista un largo, largo artículo sobre su última etapa (de 1988 en adelante). "Zen y el arte del mantenimiento de la erección", se titulaba. Lo releí el otro día y aunque tiene los (mis) lastres habituales de la época, no está del todo mal, visto lo visto, y se ocupa también de su producción literaria. Habla de la muy disfrutable primera novela "El juego Favorito", de la insufrible "Los hermosos vencidos", de su poesía, efectiva y personal, aunque menor, y de las discutibles traducciones de su obra al castellano. Prometo buscarlo, escanearlo y colgarlo aquí pronto, como recordatorio los claroscuros, derivas, heroicidades y crímenes de un genio al que le hace falta otra reverencia oficial tanto como a mí otro disparo en la cabeza. Stay Tuned.//LUIS BOULLOSA.

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PURGA – Sofi Oksanen

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(Reseña publicada originalmente en la revista Ruta 66, número de Junio de 2011)

Toneladas de elogios sobre la tercera novela de Oksanen y páginas enteras gastadas en retratar su oscurita belleza de matrioshka gótica con demasiado pintalabios. Pongamos las cosas en claro antes de que la sobredosis de marketing me haga vomitar y terminar odiándola. Si la comparamos con la habitual metralla best-seller que sube los índices de lectura del país -y parece que en esa liga quieren hacerla jugar-, “Purga” es pura crema. Si, en cambio, la ponemos frente a obras maestras de verdad, es simplemente una novela eficaz, brillante a ráfagas en el estilo y la construcción fragmentada, con gancho y carente del enfermizo maniqueísmo habitual. Quizá al cabo sea esa la mejor baza del libro: esa pantanosa gama de grises en la que todos los personajes parecen estar metidos hasta el cuello, esa aguda percepción de las trágicas miopías sociales que yacen bajo la tragedia del totalitarismo (el racismo congénito de las victimas estonias, por ejemplo). Por lo demás, la trama está algo desequilibrada: despacha con demasiada premura la historia mafiosa de trata de blancas que los morbosos agradecerían más detallada, avanza a trompicones al narrar la del guerrillero (quizá la más potente del lote), abandona cabos sueltos que lo dejan a uno con ganas de más y cierra el volumen con unos cuantos documentos oficiales que se suponen esclarecedores pero no alcanzan la enjundia suficiente para constituir una conclusión. No juzga, eso es cierto, o juzga a todo el mundo con igual y gélida distancia. Eso, además de la calidad de la prosa, la aleja definitivamente del simplón albañal de asesinatos, conspiraciones y porno soft en el que se ha convertido la literatura de más éxito en Europa. Uno sería feliz si los superventas fuesen siempre así. Para la excelencia le faltan kilómetros por recorrer. //LUIS BOULLOSA