viernes, junio 17, 2011

THE GODFATHERS (Sala Charada, Madrid)

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(En la imagen, La Salchicha Peleona arenga a su público de paletas y bolingas en algún lugar de la vieja Europa)

La primera vez que vi a The Godfathers –en el Sol de jardines- yo tenía veinte años. Debió ser en aquel 95 cuyo recuerdo ha sido emborronado ya sin remedio por una década y media de historias de ciudad. Me parecieron unos viejos, pero dieron un bolo de cojones para las cuarenta o cincuenta personas que estaban (quizá eran cien, pocas, en todo caso). Eran épocas de aprendizaje (¿aprendizaje para qué?, me pregunto ahora), y yo, básicamente, no tenía ni puta idea de quienes eran, pero tampoco me hacía falta: la esponja funcionaba entonces a todo trapo, succionando cualquier jugo mental/vital de interés, no estaba llena como hoy de residuos que hay que drenar y de morralla cósmica. Dieciseis años después, en una sala peor, con un sonido peor y una entrada prohibitiva (20 pavos que no pagué), me volvieron a parecer viejos, pero menos. Al fin y al cabo uno va entendiendo determinadas cosas. Fue un buen concierto, sobre todo por dos razones sencillas. La primera, que el público estuvo muy receptivo -cariñoso, apoyando a la banda desde el principio, como si intuitivamente supiesen que hacía falta-, y en consecuencia, los padrinos se dejaron en la pista el resto de empuje y cazalloso savoir faire que aún les queda. La segunda: tienen canciones. Se mire por donde se mire, pese a esa estructura simple, deudora a medias del punk y de la new wave, pese a ese Rock&Roll enquistado, cabezón y bronco que amenaza con ahogar el matiz, los temas se salen con la suya, ejemplos máximos, un poco fuera de tiempo, de aquello que se dio en llamar pub rock; música de barrio, de barra de bar cutre sobre la que duermen la mona los émulos alcoholizados de Tom Jones; himnos de (otra) depresión y de clase obrera cabreada con el mundo; escupitajos de corto alcance y corazón corerable como “Love is Dead”, “This is War”, “How Love is Low” o las inevitables y redondas “This Damn Nation” y “Birth, School, Work, Death” con las que cierran el cuerpo principal de concierto. Con un guitarra menos que en su anterior visita, en la que las opiniones acabaron divididas, los padrinos se lo tomaron a pecho, cogieron aire y entregaron el fuelle que les resta en una actuación noble, sincera, sencilla y a brazo partido. Ya no es hora para ellos de inventar la rueda, ni tampoco estarán nunca más en la cresta de una ola que rompió hace tiempo en las sucias costas de Albión, pero dan para un buen rato de entraña, cerveza y brazos en alto, y a medida que el bolo avanza y los tipos se calientan, obtienen incluso algunos momentos de rara y paladeable densidad pop (“Strange About Today”). Aprobaron, raspado, si se les juzga con dureza, pero holgadamente si se les aplica el cariño que merecen todos aquellos que han ayudado a construir nuestra (maldita) educación sentimental.//LUIS BOULLOSA

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