martes, octubre 31, 2017

BROKE LORD - Death of a Flower (Discos Belamarh / Gog Artifacts, 2017)



Una de las categorías que utilizo para clasificar mentalmente los discos que poseo es la de “obras grabadas por amigos o conocidos.” Me es casi imposible coger distancia objetiva con este tipo de obras sin hacer un enorme ejercicio de extrañamiento. Por supuesto ese ejercicio no lo hago nunca. Si existe gente -me consta-  que crea categorías tan absurdas como “discos nacionales” y “discos internacionales” no veo por qué no puedo separar entre “discos de mis colegas” y “discos de los demás”. Si no me obligan no haré nunca el esfuerzo, aunque podría, de juzgar bajo el mismo prisma de objetividad un disco de Rizoma y uno de Supertramp.

“Death Of A Flower” entra de lleno dentro de la categoría de discos de colegas. Ya antes incluso de que sea publicado, antes de que sea grabado. El señor Broke Lord me ha tenido al tanto de sus intenciones desde que pergeñó unas maquetas caseras, me ha consultado para la grabación del disco, he contactado con los músicos que participarían en él, he asistido a parte de la grabación, he opinado sobre el proceso de mezclas. Vamos,  imposible juzgar el disco como si fuese algo ajeno a mí. No solo es el disco de un amigo sino que encima me veo relacionado en el proceso de gestación. Ya antes de que salga el CD he decidido que va directo a la estantería de “discos de colegas”.

Ahora viene un relato de lo extraordinario. El CD, ya publicado por Discos Belamarh, llega a mi casa por correo según lo esperado. Abro el sobre, admiro la edición del digipack, compruebo que están esas fotografías en blanco y negro que me evocan directamente el final de “Trono De Sangre” de Kurosawa, hago sonar en el equipo  las canciones que ya conozco mientras realizo alguna tarea, compruebo que todo va bien en el disco y que el resultado es satisfactorio. Ese mismo día decido poner el disco de nuevo y al terminar de sonar ocurre algo muy simple y complejo de narrar: se crea una disociación, percibo una información sonora ya conocida pero que ofrece una información emocional completamente nueva que no sé de dónde viene y que no es esperada. De golpe, y sin previo aviso, estoy ante una obra ajena, de un desconocido que musicalmente tiene cosas que contar y que parecen interesantes. Las categorías que ya le tenía preparadas han volado en pedazos a la segunda escucha y eso no tendría que haber ocurrido, igual que en el siglo XIII alguien nacido en el estamento campesino no podía pasar al estamento nobiliario. Esas cosas no pasan, no deberían

Ese día vuelvo a poner el disco por tercera vez y vuelve a pasar; de nuevo el sentimiento de extrañeza ante algo que debería ser mío, ante algo que estaba acordado que me pertenecía. Escuchando una obra extraña, de un extraño que no sé quién es, comienzo a racionalizar el disco de una manera que no podía anteriormente.

La mayoría de las canciones tienen el germen de un recorrido largo e hipnótico, que induce a cierta sensación de circularidad y trance. Por el contrario, estas canciones resultan cortas, las hay de dos minutos y rara vez superan los tres. El tempo opiáceo, la predominancia de los bajos y la voz en la mezcla frente a unas guitarras y baterías que se quedan con el rol de acompañantes que proporcionan algunos detalles, la prosodia vocal arrastrada, las estructuras simples de las canciones, todo está diseñado para que esos temas se alarguen y deleiten. El hecho de que estos despliegues temporales amplios nunca tengan lugar no hace que uno tenga sensación de frustración o de algo no desarrollado, como suele ocurrir. La grandeza del disco consiste en eso, en la capacidad de miniaturizar a una escala estándar unos artefactos que potencialmente podrían tener cauces nilóticos. Ese ejercicio de crear miniaturas es lo realmente reseñable y que hace que el disco trascienda. Al fin y al cabo es algo totalmente inusual  tener que echar mano de una lupa para admirar cordilleras.

Desconozco hasta qué punto es consciente la creación de estás miniaturas, si había alguna intencionalidad en ello. El caso es que hay dos canciones que escapan a esta dinámica, “Life of Saints” y “Death Of a Flower”. Ambas te sacan de lo circular y lo miniaturizado para devolverte a una normalidad más plana. Esas dos canciones evitan que el concepto sonoro adquiera una redondez que ha estado casi, casi a punto de conseguirse ¿El resto de canciones? “Lost Groom”, “Through The Garden”, “With Us”,… elige cualquiera, no fallan, harán que la estantería donde colocas los discos de tus colegas se venga abajo. // Xavier Castroviejo