Hace muchos años tuve un amigo que adoraba a los Jesus And
Mary Chain (abundaban los fans, en aquellos tiempos) y siempre hablaba de un glorioso concierto
suyo en Valencia: 45 minutos de sombras
chinescas y feedback sin hola ni adiós que habían quedado grabados para siempre
en su cabeza. He recordado sus palabras a menudo cuando me he encontrado con
cualquier arrogante bandita inglesa de momentáneo cool de las que han abundado en
los últimos 20 años: “Puedes hacer esto si eres los Jesus en
su mejor momento, puto inglesito, si no, mejor ponte el mono americano de trabajo
y da un concierto como dios manda”. Últimamente he escuchado unas cuantas veces
el “Darklands”, el único disco de la banda que tengo aquí en el exilio. No es
mi trabajo favorito de los escoceses –me gustan más “Psychocandy”, “Automatic”,
quizá, y sin duda el infravalorado y retrospectivamente sobrebio “Honey’s Dead”-.
Quizá sea por su linealidad, o por las baterías electrónicas, o por ese intento
de acercarse a unas cumbres borrascosas que sólo por momentos logran alcanzar,
o por una producción que les hace sonar un tanto plásticos, o por la falta de polución
sonora, que desnuda demasiado su magro esqueleto. Es un disco frígido que
podría haber sido exuberante, y hasta la desesperación de sus textos suena algo
impostada. Y sin embargo su caligrafía, aún a media tinta, es, concedámoslo,
impecable, y en su interior, escuchado con tiempo y con espacio, en esas horas
o días en las que nadie te va a molestar ni a querer, hay canciones muy
apreciables en su sencillez. Es una deriva de pop congelado y límpido que he
aprendido, poco a poco, a disfrutar, y está ahí el fantasma de un Bowie deshidratado
y asténico, vagando por paisajes sobre los que sopla silenciosa Emily Bronte.
Páramo sintético, sí, con ocasionales momentos de borrascosa alegría
instrumental (“Happy When It Rains”, “April Skies”). Tiene su encanto. Y me
gustan sobre todo sus tres líneas de apertura que pronuncia William Reid: “Me
voy a las tierras oscuras/para hablar en rima/ con mi caótica alma”*. Es una
definición tan engolada como cierta, tan rimbombante como –por ello- precisa de
lo que siente uno al retirarse parcialmente del ruido del mundo, cuando vuelve a
pasar el tiempo en soledad como si fuera de nuevo el niño tímido, hipersensible
y segregado de hace tantos años. Hay algo circular en esas vueltas atrás. Si estuviste
en un lugar, vuelves a pasar por él al cabo de un tiempo, aunque a menudo ni
siquiera te des cuenta. Pero si te das cuenta hay un agridulce placer ahí; uno
que te trae la vejez a los labios, para que vayas sabiendo de qué va.
Hoy me había prometido hacer un post positivo, mera lista de
cosas que me gustan para romper mi misantropía terminal de los últimos ratos en
el blog y para recordármelas, de paso, a mi mismo, pero no se me ocurría gran
cosa. He estado cuatro horas frente al televisor viendo pasar seriales
patéticos con ice T haciendo de madero bueno y películas de una edad de piedra
en la que Tony Manero violaba nenas en la trasera de su coche y el mundo me ha
seguido pareciendo igual de ni guapo ni feo. Vacío, apenas. Así que me he
vuelto a poner el disco y me ha ido algo mejor. Al menos envuelve el
sentimiento con una dulce dejadez y sus colores van a juego con él; perfecto papel
de regalo para tanta ausencia de sentido.
Han pasado 25 años desde la salida del “Darklands”; La vida
de muchos que ya se consideran mayores a estas alturas. Dejemos correr otros 25 y
es posible que el vino sea entonces soberbio. A buen seguro, en todo caso,
raspará de manera distinta el paladar, después de nueve millones de
días de lluvia más. //LUIS BOULLOSA
* "I'm going to the darklands/to talk in rhyme/with my chaotic soul"
3 comentarios:
el psychocandy me cambió la vida y siempre será mi disco favorito de los jamc pero el darklands tiene un nivel muy alto
saludos
Sin duda alguna Darklands es mi preferido.
Publicar un comentario