Seamos escépticos. Nos lo podemos permitir, nadie nos mira. Seamos dionisíacos e idiotas sin movernos demasiado de la silla que hemos ocupado en esta tasca desde donde se ve caer la ciudad hacia el mar de chatarra. En el lado opuesto está el mar de verdad, pero hay también un muro. Seamos felices, alarguemos para ello la estancia aquí, pidamos otra y otra más, sin demasiada prisa, aunque sin calma alguna, aparte del embotamiento, el picor, la nausea leve. Deseemos estar en Tanger o en Lisboa. Recordemos, después de un rato, que estamos en Tanger o en Lisboa. Riamos solos. Miremos a nuestra acompañante que regresa con tabaco (dos paquetes) con un cariño momentáneo y atlántico. ¿Quién sino ella tiene los cojones de aguantar a alguien como nosotros? Seamos felices, sí, lejos de la obligación, el pacto social, la servidumbre de paso, el ojo triturador de la nave nodriza, el futbol y los gimnasios. Mirémonos largamente, sin abrir la boca, en los espejos sucios de la pensión del Norte, calle del Norte, Barrio Alto. O en otros espejos, en otras pensiones, pero en todo caso después, mucho después, porque antes hay que beber, contemplar los desconchones de las casas, escuchar sin entender el partido que retransmite una radio cercana, fumar sin parar, tirar algún vaso sin que nada pase, observarse los dedos manchados de tinto, desear a esta o aquella mujer que ahora está a cientos de kilómetros, saborear la ausencia de la música, convertida en un chirrido de bicicletas y en voces de madre que llaman y en voces de niños que corren. Todo está sucio y aquí me siento libre. Tengo mil duros y aquí me siento libre. Entiendo a todo el mundo porque todos me dan lo mismo por igual. Puedo abrazarlos si hace falta, pero preferiría no hacerlo, la verdad. Seamos escépticos, lacónicos y célebres. Y brindemos con nuestros amigos porque el mundo dure y sea, al menos ocasionalmente, así. //GATO PALUG
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