miércoles, marzo 21, 2012

RENACIMIENTO DE UNA BANDA DE BAR (Y CAMPO) - TITO NEIL Y YO

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Dos me han traído de vuelta a esta casa de campo solitaria en la que pasé parte de la infancia: El aburrimiento y el deseo de ser Neil Young.

Lo de aburrirme es un poco extraño, sabiendo como sé que, igual que todos los demás, estoy envuelto en la vorágine habitual de proyectos por coser e ideas en germen; todas esas cosas pesadísimas a las que uno trata de hacer crecer con amor y dedicación y al final termina obligando a avanzar a patadas por el camino. Ya sabéis. Novelas fallidas, colecciones de poemas, visiones del mundo, proyectos ambiciosos… Ah, están muy bien, sí, pero cansan como un hijo tonto (casi todos lo son, al menos medio tontos, os lo aviso a los recién paridos, os lo advierto a los conversos). El caso es que se echa de menos el espasmo eléctrico. Se echan de menos los garitos sucios, se echa de menos ese aura sobre las copas que sólo ven los desgraciados caballeros de esa tabla rectangular también conocida como barra. Y el ruido.

Lo de Neil es más normal. Neil el de “Harvest”. Coged vuestro ejemplar de vinilo de esa maravilla (y si no, robadlo por ahí), buscad la foto buena y lo entenderéis. Quiero ser el Neil del granero, el de la banda de hachas que además parecen colegas o de colegas que son unos hachas, con la luz entrando desde atrás a través del enramado de tablas, sonando a todo trapo y con una nevera llena de cervezas en algún lugar fuera de la foto, pero cerca. Por supuesto ni mi banda suena igual que las suyas ni lo hará nunca: no podemos ser tan malos como los Crazy Horse ni tan buenos como el resto. Tampoco yo alcanzo el nivel de bonhomía del amigo, un tipo capaz de anular una gira porque se rebana medio mano en un despiste mientras se hace un bocata de jamón (creo que sólo Rosendo y Young son tan jefes de poder poner eso como excusa y que suene totalmente natural). Pero deseo lo que deseo –aparte de otras cosas-, y eso -la foto, el momento, los colegas, el espacio y el tiempo- lo estoy empezando a conseguir, aunque no ignoro las facturas que se me pasarán por semejante intento.

Lleva el canadiense en las tripas lo que lleva: más alma que la mayoría y un concepto de la creación que se ancla en su puro talento para variar sin perder (demasiado) la estrella polar de lo cierto. Y sin embargo ese concepto en evolución está unido, en esencia, al núcleo al tiempo sagrado y mundano que es una banda de rock, ese entramado en el cual la afinidad personal y la artística se equilibran en un ten con ten tan difícil como glorioso cuando, por lo que sea, empieza a funcionar. Esa especie de cuadrilla de trabajo formada por iguales en la que puede haber un timonel al que nadie discute, pero en la que todos sudan la camiseta, todos pueden hablar de lo que les salga de los cojones y todos se sientan al cabo de la jornada para –con cuidadito- hacerse los bocatas merecidos y beberse la nevera de birras que ha valido el día.



Y en eso somos iguales, Neil y yo. Ja. O al menos uno de los Neils que debe haber. O al menos uno de los que pululan por mi mente. El de Harvest, Zuma, After The Gold Rush y On the Beach. El que suelta en” Vampire Blues” lo de “Good times are coming/I hear it everywhere I go/But if the good times are coming baby, pretty sure they are coming slow”. O algo así. Cada uno canta la canción como le viene.

Quizá os aprezca que exagero. No lo penséis. Sé lo que es una banda de rock: nada, como todo lo demás. Y como todo lo demás, su consistencia, su trascendencia y la diversión que recaude, vienen estrictamente de lo que nosotros queramos. De nuestra capacidad de proyección y de nuestros arrestos para la realización. Los sueños modestos son a veces extrañamente reparadores. Quizá por eso, como le comentaba a una amiga el otro día (hablando de otro genio), ya raramente escucho el Highway Sixty One, pero vuelvo con asiduidad a revolcarme como un gato en ese cajón polvoriento e irregular que es Street legal. Sí, canto “New Pony” en la ducha (y “Not Dark Yet” también, ahora que me acuerdo). Sí, me he montado UNA BANDA en pleno monte, a seiscientos kilómetros de mi supuesta residencia habitual. Sí, escribo poemas cuando me da la gana y me adhiero a lo de Pound: “decidles que no trabajamos/y que viviremos para siempre”. Sí, soy como los animalillos del bosque, igual de brillante por el lodo, de mañana, e igual de incapaz de adaptarme a según que cosas de la sociedad. Sí, tengo un granero (o algo parecido), dos colegas y unos cacharros de hacer ruido, y hay cerveza en la nevera para quien se quiera pasar. Sí, soy más feliz así.

Y de noche, cuando me quedo solo, escribo estas idioteces para no dejarlo pasar sin relamerme con los restos del momento. Mañana, ya se verá. //LUIS BOULLOSA

2 comentarios:

Diosa de Paso dijo...

A 600 kms del mundo no hay vida, sólo mutantes. Móntate una barra, vende tus cervezas y organiza conciertos en la bodega/granero.
Pon los San Pancracios a bailar.

Cowboy Iscariot dijo...

Buena idea, pero los mutantes también son vida. GOG IS LIFE!