jueves, octubre 20, 2011
EL DESEO DE ESTAR EN OTRA PARTE
(Apunte a carbón romántico-mañanero, mientras espero la llamada de la secretaria de L. Schiffer. Para hipotético uso posterior en una serie titulada "Cómo nos estafaron y porqué")
Una porción importante del arte nace del deseo de estar en otra parte. No me preguntéis el porcentaje exacto. A eso algunos lo llaman “evasión”, pero el término está demasiado prostituido y suena despectivo cuando quizá la necesidad de huir y su articulación práctica sea de las pocas cosas dignas que nos quedan. El deseo de estar en otra parte nace, a su vez, de un desagrado con el entorno que la gente de bien suele asociar, errónea o interesadamente, con un pasajero acné mental de adolescencia. Es mentira. El desagrado viene de dos hechos indiscutibles. El primero, que el lugar que habitamos es espiritualmente inhóspito (si, he dicho “espiritualmente”). El segundo, que lo es porque desde nuestro nacimiento se nos ha prometido otra cosa que jamás llegará. Somos educados como los "hashisins" eran educados por El Viejo de La Montaña, pequeños productos de lujo de una sociedad muy, muy enferma a los que se ha paseado de aquí para allá como a emperadores chinos hasta que, de pronto, se nos desteta de todo ese lujo absurdo para dejarnos en el páramo.
Por supuesto, se nos da una opción, como también se les daba a los hashisín: “Consume", se nos dice, "articula tu descontento y tu ansia por la vía dada. Está ahí a la derecha, donde pone ‘articulación del descontento y del ansia’, y si pasas la puerta con el resto de tus amiguitos encontrarás una serie de placebos y lobotomías a bajo precio que constituyen en cuarto túnel de la cultura: deseos fatuos de fama momentánea, viajes programados a la Rivera Maya, partidos del Atleti, conciertos de los 40, catálogos de IKEA, fotos de Warhol tuneables con tu jeta y toneladas de ropa de marca y riesgo deshidratado”. Por suerte o por desgracia, pasa, silencioso aún más abajo de esa corriente, el ponzoñoso riachuelo de la contracultura y la creación.
A veces dudo de que sea algo más que aquel grupo terrorista que postulaba terry Gilliam en "Brazil", al cabo un montaje más del sistema, diseñado para hacer frente a las mentes terminal y enquistadamente disidentes. Pero ahí está. Se llega hasta él cuando, por consejo, suerte o cabreo consustancial –y con un empujoncito de cultura, la mayor parte de las veces familiar- uno rechaza de plano la citada puerta cuatro (tras haber pasado chulescamente, también, de la uno, la dos y la tres). Se llega por caminos serpenteantes y estrechos, bastante dados al hedonismo y a la pose del rebelde sin causa, pero también fascinantes en su fulgor de posibilidad, y en los cuales uno se cruza por igual con Dante Aligheri, Sonic Boom, Allen Ginsberg, Brueghel el Viejo, Lou Reed y el borracho viejo del bar que siempre te gana al futbolín y una vez, dice, tuvo una banda de rock. Y una vez que estás dentro, encharcado hasta las rodillas, lo normal es sentirse orgulloso. Oh, sí. Eres un guerrero subterráneo, y has encontrado las cloacas por las que, caminando con fe y talento, se sale de esta puta mierda de sociedad.
Santa inocencia la nuestra (aunque yo ni siquiera llegué a formularlo así en su momento). Santa esperanza de que hay un lugar donde la gente es más inteligente y más sensible y comparte tu rabia, que crees esencial. Despertarás del sueño tarde, siempre tarde. Muchos tarados que no sabían leer cuando tu librabas batallas metafísicas te mirarán raro, aunque con un cierto cariño (la sociedad necesita fracasados que refuercen su mensaje general), mientras pasan junto a ti con sus niños y sus trabajos estables mal pagados en forma de adorado mandril sobre la espalda. No tendrás nada. Nadie te querrá, y raramente llamará alguien a tu puerta. Tus ambiciones se habrán ido volviendo risibles hasta para ti. Los nuevos beatnicks te pasarán volando por los flancos mientras tu pedaleas en tu bici oxidada. En el suburbio “arty”, te empeñarás en seguir alquilando habitaciones a precios módicos que apenas podrás pagar, a veces compartidas con otros espectros que exudan sus restos de buena voluntad, y en ellas trabajarás para el sistema de siempre haciendo labores de mozo de cuadras que odiarás más que nunca. Al mirar al suelo, viejo amigo, te verás al borde de un abismo clásico sobre el que tu mismo escribiste con soberbia en el pasado: estás a punto de comenzar a considerar tu vocación un “hobby” (¡esa palabra!).
“Mejor te sería saltar al vacío, Luisito”, piensas en tu ventana, pero vives en un primero o un sótano. Persistirás, claro. Eres una máquina tozuda, vieja y unidireccional diseñada explícitamente para el fracaso (eso a lo que en literatura se llama un héroe). Y lo que es peor, cuando dentro de unos años el desagrado lo invada todo de nuevo hasta convertirte a ti mismo en una nausea que anda (porque el desagrado de los cuarenta en adelante es de verdad y el de los veinte queda reducido a un juego) sabrás, probablemente, o querrás saber, que estás ya viejo para otro espléndido gesto y otro salto en picado y otro abandono del mundo y otra búsqueda de la verdad y otro retiro ermitaño y otro viaje a México City Blues. Y ya ni siquiera serás aquel joven feo y pálido al que le quedaba tan bien la ropa negra.
Cuando se rían de ti considéralo el justo castigo a toda la vanidad en la que malgastaste las posibilidades de fuga.
Y entiende que esa es justo la señal para volver a empezar.
Fdo. LUIS BOULLOSA
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2 comentarios:
Magnífico
Así le llamaban en la plaza mientras tuvo dinero para invitar a las cañas...
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