viernes, diciembre 07, 2012

SWANS - La práctica espiritual más violenta del mundo

Un texto sobre los SWANS que Luis Boullosa publica hoy en El Confidencial y en el que ha conseguido no citar ni una vez a la adorable Jarboe (en la imagen, a la izda.)...

Cuando vi a Michael Gira en directo por primera vez, en Bruselas, a principios de siglo, quedé más impresionado por su telonero que por él. El duendecillo ácido Devendra Banhart era, al cabo, una presencia asombrosa y fresca entonces, luz nueva girando sobre sí misma como un torbellino. Gira era, en cambio –pensaba uno- tan sólo un viejo brujo más: Imponía respeto, sin duda, y era notable su capacidad para hipnotizar con la monocorde grisedumbre de sus temas y un dominio apenas aproximativo de su instrumento (una guitarra acústica), pero probablemente todo lo que me quedó de él tras esa noche que pasé fascinado por la exhibición de su pupilo fue una sensación extraña de amenaza y el estúpido orgullo de poder decir “Yo he visto al tipo que creó a los Swans, la banda más violenta de la historia”. Sí, ese era el tópico, para quienes no habíamos llegado a conocerlos en vida. Y sí, aquel era el hombre que había tallado en ruido puro obras maestras del sótano y la cloaca existencial en forma de LPs, como “Filth” (podredumbre) o “Cop” (‘madero’) y restallantes declaraciones de filo metafísico como “The Great Anihilator” (el gran aniquilador). El ogro cruel y ambiguo que se había definido en brutalidades como “Rapìng a slave” (violar a un esclavo):

¿Por qué estar avergonzado del odio?
No hay nada malo en arder
Trabajo duro por cada cosa que poseo
Todo lo que poseo me asfixia mientras duermo


O en “Money is flesh” (El dinero es carne), en plena obsesión por las dinámicas del poder, la obediencia y el control:

El dinero es carne en tu mano
El dinero es carne en tu mano
Cuando pagas eres un sirviente.
Te lo mereces
Te lo mereces
Es fácil sacar dinero de tu carne
La carne es fácil de conseguir cuando trabajas por dinero


En todo caso, pensaba yo en Bruselas, en 2003, Gira había ardido. Su pasado era convulso, oscuro y fulgurante, pero su presente parecía tan sólo el de una respetable leyenda underground. Una más.


Justicia poética

Casi una década después de aquello he de reconocer mis variados errores: los discos actuales del (ya no) tan joven Banhart han dejado de importarme por completo (aunque sigo atesorando sus primeras maravillas) y, mientras tanto, Gira (59 años, aparenta diez menos, los pactos, ya se sabe) ha vuelto a reagrupar a esos Swans a los que se cansó de negar porque, ha declarado, “deseaba tener de nuevo la experiencia de las cascadas irresistibles de sonido que te destruye el cuerpo”. Y, no sólo eso: parece haber logrado convertirlos en lo que nunca fueron: el llameante hype de la temporada independiente. Absurdo y genial. Tiene sentido porque lo merecen su leyenda sus conciertos y su reciente y brutal disco “The Seer”, y porque funciona como extraña, dilatada revancha para toda una generación de habitantes de las sombras. La rata de biblioteca underground -ese animal más común de lo que parece- puede hoy explayarse, decir, “oh, yeah”, repachingarse en su sofá, ponerse un whisky y brindar, apoyado en su colección de discos de noise neoyorquino por ese momento de justicia poética extrema que está a punto de suceder en su ciudad: crítica y público a los pies del demonio de dos caras, garitos llenos a merced del inclemente martillear de una banda perfecta en su exceso, genuflexos ante una ola de sonido sobre la que el brujo oscuro riza el rizo, dispuesto a poner la guinda final en forma de bonita carcajada en la cara de la nada.

O al menos eso es lo que intentan los Swans, encaramados sobre unas ‘tendencias’ “independientes” que –imprevisibles ellas- llevan unos años decantándose por la música densa, la psicodelia circular de raíz kraut y otras cosas raras que deberían venir con diccionario. Bandas, todas ellas (en España podríamos citar, sin rompernos mucho la cabeza, a los excelentes Lüger) que se apuntalan siempre en directos sólidos y epatantes. Y epatantes, cierto, eran los cisnes cuando los vi en vivo en Oporto hace dos años, recién reunificados y presentando su irregular “My Father Will Guide Me Up A Rope In the Sky”. “Sólo puede hacer usted fotos en la primera canción”, me dijo una azafata del exquisita Casa de la Música de la ciudad portuguesa, “pero no se preocupe: dura 17 minutos”. Y así fue. Excesivo e impresionante. Un compendio muy bien graduado –y ejecutado con pericia de perros viejos- de lo aprendido en el camino: de sus épocas asesinas, sus momentos de contemplación y su inherente circularidad. Quedaba, sin embargo, ese resto inconcreto, esa impresión de que el éxtasis no siempre se conseguía del todo. De que todo el mundo tiraba hacia él con demasiada intención: Gira, atípico, iletrado director de orquesta, espástico pelele de sí mismo, parecía rozar todo el rato un trance colectivo que se quedó en los labios, como un recuerdo del que se duda.

Una amiga los vio hace tres semanas en Glasgow, y parece ser que dos años de rodaje les han permitido viajar de lo sólido a lo transportador. Y no es la primera persona que me lo jura: “No sabría decirte qué canciones tocaron antes o después, yo sólo cerré los ojos y viajé. Fue intenso. La gente que estuvo, decía que era el concierto con el sonido más alto en el que había estado, y yo me tuve que ir de la primera fila porque pensaba que me iban a estallar los oídos… guitarrazos, intensidad, trance… Hay parones, luego guitarrazo que te destroza el oído, luego melodía, silencio, destrucción de sonido… Duró una hora y media más o menos, pero yo perdí la noción del tiempo. No sé cuántas canciones tocaron porque se enlazaban unas con otras, era un viaje Un conocido que trabaja en conciertos le dijo que después de ése ninguno le iba a parecer bueno. La sensación fue alucinante. A mí me colocó, literalmente, durante unos días y cuando salí de la sala, todavía retumbaba…”


Etapa Oscura, Ángeles de Luz

En esta irónica instantánea, impensable hace cinco años, en la que los Swans avanzan triunfales hacia su ciudad de usted, poca gente parece recordar el trabajo desarrollado por Gira en los anteriores tres lustros de semi-oscuridad. Labor notabilísima al mando de Young God Records, descubriendo y fogueando a algunos talentos mayores (el citado Banhart, el grupo Akron/Family, a los que usó como banda), protegiendo a algún veterano (Lisa Germano) y proponiendo siempre alternativas curiosas (Wooden Wand, Mi And Lau). En lo artístico, fue entonces cuando Gira se convirtió en un verdadero contador de historias en el sentido clásico del término. Ya no un mero invocador de fuerzas internas o demonios comunes, un onomatopéyico orfebre, un titán del ruido: No. Un narrador de verdad, un artesano de malsanos retablos que recuerdan, sí, a los de su admirado Jeronimous Bosch, y de helados esperpentos que le acercan a su no menos admirado Francis Bacon. Pictórico él, su ambigüedad y su esencial violencia están más presentes que nunca, pero, paradojas de la vida, suenan aquí acrisoladas: una cristalina y unificadora gracia atraviesa a los ángeles de la luz haciéndolos un todo. Y si bien es cierto que las canciones de Gira son siempre una o dos, permutadas con distintos nombre y significados, esa gracia basta para sanarlas.

Fue antes del citado concierto de Oporto cuando pude conversar con el hombre que da miedo. Gente educada, demasiado quizá, dotado para una simpatía gélida que guía con unos ojos de azul cristal que no ríen nunca, aunque él suelte una carcajada. Daba algo de miedo, sí, pero estuvo bien. No ha matado a nadie, que yo sepa.

“Lo primero es sentarte ahí, tú solo”, me decía hablando del proceso de escritura de las canciones”, e ir poniendo las palabras una detrás de otra, pero a veces, de pronto, hay algo se abre en la parte trasera de tu mente… algo que no sabrías definir. Es lo que siempre estoy esperando, pero sólo sucede en ocasiones. En el escenario, con la música, establecemos una situación que potencialmente tiene un final muy abierto, y la idea es la de perder tu cuerpo y perder tu mente en el sonido y que en un momento el sonido posea por la fuerza, tome el control y nos conduzca, más que al revés…”.

Luego me habló de Joseph, que es quien toma el mando cuando el trance creativo se produce: “La parte trasera de mi cabeza se abre y… es como un vómito…Yo le llamo a este individuo Joseph. Se sienta en mis hombros y mete sus manos dentro de mi cabeza. Es como un… hermano demónico”. Así lo explica, también, en “Joseph Song”, integrada en el soberbio “We Are Him”, quizá el punto culminante, incluso en lo iconográfico, de su cancionero angélico:

El escribe esas palabras sobre tu piel
Tú apartas la cara de él
Siempre hay cosas que no se pueden decir
Pero Joseph tiene la llave que las abre.


Él deja esas canciones en tu lengua
pero es hora de pagar por lo que has hecho
tus dispersos agujeros en deudas pendientes
todas catalogadas
en la cabeza de Joseph.


Tu hermano está borracho aquí, a tu lado
esperando tu aliento de vida
pero ¿cómo puedes cantar aquello que sabes falso?
Nunca borrarás la boca de Joseph de tu cara

Un primer arañazo se interna en este polvoriento escenario de madera
Una historia de nuestros mejores años desperdiciados
No hay donde escapar de la verdad de Joseph
Sus manos están en torno a tu cuello, pero te alimentan
¡Así el río ate una soga a tus pies
Y se lleve tu cuerpo y tu mente a alta mar!
Y entonces, agradece al cielo con sus colores, desde abajo, bajo
el fango universal donde Joseph crece.


No es despreciable esa idea del fango universal para saber qué es lo que intentan los Swans. Un retorno al magma, una comunión que implique de verdad, lo físico. Quizá por eso el volumen excesivo, cruel. Quizá por eso el mantra pseudo religioso.

“Mi música es mi práctica espiritual”, ha dicho Gira. “Y creo que es lo mismo que meditar… cuando va bien eres capaz de llegar a un estado en el que puedes expresarte y simultáneamente perderte dentro de otra cosa distinta, y ambos os disolvéis dentro de algo que está al tiempo dentro y fuera de ti. Eso es lo que intentan las religiones, y lo que la gente quiere, por eso quieren religión”. Interesante, viniendo de alguien a quien uno imagina perfectamente atravesando la vida al son de aquella inolvidable apertura de Miller en trópico de Capricornio: “Tenía tan poca necesidad de Dios como él de mí, y con frecuencia me decía que, si Dios existiera, iría a su encuentro tranquilamente y le escupiría en la cara”.

En todo caso, no se lo pierdan. Swans tocan hoy en Madrid en El Matadero (¿dónde sino? y mañana el nueve de diciembre en el Teatro Central de Sevilla. Quizá el año que viene toque adorar a Antony And The Johnsons, o algo peor.

Y si prefieren empezar por el principio, con los LPs, recuerden esto: los discos de 45 revoluciones de Black Flag pueden ser escuchados a 33 y funcionan. A los Swans les pasa al revés, sus discos de 33 se pueden poner a 45 sin que la cosa se desmande. Durante un tiempo, yo lo hice de ese modo.

Luego decidí que ya estaba preparado, ralenticé el giro y me zambullí.

4 comentarios:

Curtido en Los Barrizales de la Vanidad dijo...

Soy un fiel seguidor de los cisnes,como no puede ser de otra manera.
Muchísimas felicidades por el post.

Anónimo dijo...

Tu amiga esa es una flipada :P

Al Oeste Del Ocaso dijo...

Pero está buena de cojones

Anónimo dijo...

¿Ves, Boullosa? A estas cosas me refiero siempre...
Atentamente. J.B.