Paso gran parte de la mañana escuchando mi disco
favorito de los Royal Trux, ese imprescindible doble de singles y rarezas que
cubre la etapa 88-94 y define a la perfección lo que la desastrada parejita Hagerty/Herrema
planteaba y se encargó luego de concretar con mayor o menor fortuna en varios
discos, algunos de ellos brillantes. Y quizá el mayor acierto de esta recopilación
es precisamente que en ella no encontramos esa reducción, esa síntesis, que
amputó de los trabajos “oficiales” (sobre todo a partir de "Cats And Dogs") la parte más experimental y volada, los
desarrollos de free jazz de f(r)actura prescolar pero gloriosa expresividad, el
ruidismo reiterativo, cabezón y porquesí, el ansia inacabada, los lapsos de
lucidez envueltos en parodia ruidista más sureña que neoyorquina, la gloriosa
bronca y la falta de cortapisas, en fin, que les llevaba a arremeter como si
nada contra Milton Nascimento (“Faca Amolada”) y salir asombrosamente indemnes
de la osadía merced a una clase innata que es, probablemente, lo único que no
se les puede discutir.
Me pasa con los Trux algo mundano y perdonable, pero
que un crítico debe evitar: Me captura su imagen, el vaho de su desgana de
yonquis espabilados, la belleza misma de su estampa, con esa impagable Herrema
a la que hace años envié un telegrama nocturno del que no me arrepiento. Me
entrego maniatado a su trampa –tan vieja, tan natural a veces- porque me cautiva
una imagen que en otros discuto y que, al cabo, nunca debiera ser más importante
que la música. Pero así somos, mitómanos todos. Basta con buscar el mito o
infra-mito que aluda a nuestras propias debilidades y carencias. Es humano,
además, e incluso necesario para sobrevivir, sentirse transportado por lo
estético y dejarse llevar, de vez en cuando, olvidando el castrante rigor;
sobre todo cuando, como es el caso, el sonido no hace sino reafirmar tan
oxidada pose, al tiempo evanescente y carnal. Sobre todo cuando -me digo- tras
el viaje opiáceo al olvido, regresamos a la casa vacía bañados en ruido,
renovados y conscientes de que, aún sin toda la pirotecnia, la cosa funcionaría
igual.
No es un disco fácil, pese a todo. Ni siquiera en
este lejano 2012 en el que todos los post ruidos han sido incluidos ya en la
psique colectiva del maníaco musical y la rata de biblioteca indie. Viéndolo en
perspectiva, quitándole la citada cáscara, si se quiere, este “Singles, Live, Unreleased”
le pasa por la banda a la mayor parte de los experimentalistas de raíz rock que
se nos vendieron en los 90, incluyendo cualquier disco de Sonic Youth que me
queráis traer de regalo. Va siendo hora de hacer esa criba, en la distancia. Va
siendo hora de reconocer que a aquella generación, sector enterados, le tocó
(nos tocó, como siempre, supongo) comulgar con unas cuantas ruedas de molino
que no eran gran cosa (Pavement, Sebadoh, los diversos iconos vendibles previa
rebaja del ruido esencial) y que no dimos la importancia que sí tenían a otros
cuantos bichos muy pero que muy serios. Se me ocurren los infecciosos y
quirúrgicos Jesus Lizard (y toda la detonante cuadrilla de AmRep). Se me ocurren,
por viajar al otro lado del espectro, los modestos Walkabouts. O bandas como Earth
o melvins (tardíamente convertidos en unos dioses que tampoco son, por pura
perseverancia). O los iniciales Seaweed, olvidados. O incluso los Screaming Trees
de la primera época, que en su cierto preciosismo sixties no parecían cuadrar
con la desastrada y austera nihilista de Nirvana y su inmediata corte de
clones. Claro que ya sabemos a donde nos llevaron esos clones. Ahora le hablas
a alguien del asunto y encuentras más cristic victims que verdaderos amantes de
la música o la actitud. Más Alice in Chains y “que bueno está Eddie Vedder” que
alimento real. Más “Kurt vive” que interés por la vida misma. Más centro
comercial que bosque, mucho más.
Da igual. Eso también es parte de la historia y como
tal debe ser tratado, pero -milagros de la tecnología, aunque sea ya vieja- uno
aún puede coger esos discos que pasó por alto en la vorágine de los tiempos de
juventud y concederles su espacio HOY. Para esa justicia retrospectiva (y para
pocas cosas más) sirve una colección de discos. Para esas sorpresas y el placer
que experimento AHORA, no entonces, volviendo a cascarme de corrido los 32
temas de este artefacto dañino, roto, diríase que erróneo casi a propósito;
dejándome llevar por el intoxicado, intoxicante vaivén de barrabasadas como “Shockwave
Rider” o “Law Man” (Jefferson Airplane), por el funkoide retraso mental
de “Womban”, el laid back junkie style pegajosamente stoniano de “Mercury” o el
flotante riff/drone de “Red Tiger”. Eso sólo en el primer cd.
“Somos la mayor
banda de Boogie del mundo, decía Hagerty”, y a su manera espacial y posmoderna,
tenía razón. Ese alegato gritón, desbocado, tendente al desfase de guitarras
metadónicas tenía los pies en una tradición en la que probablemente tenían
tanto peso, o más, los Skynnird, JJ Cale o los ZZ Top –convenientemente reducidos a pulpa
inyectable- que la Gauche Divine de Nueva York, siempre en busca de sus quince
minutos de shock radiable. Y los Stones, claro. Eran capaces, además, de aunar el espasmo eléctrico
ciego (“Baghdad Buzz”) con la pasividad contemplativa (esa especie de versión
yoncarra de Tom Waits que levantan en “Cut You loose”) y de mutar el rock de
desguace que abanderarían los sobrevalorados Pussy Galore (donde estuvo Hagerty)
con el viaje cósmico (“Hero Zero”, “Teeth”), aunque fuese a lomos de un Chevy
Impala de tercera mano. Eran un coche a punto de palmar, sí, pero quizá por
ello fueron también una de las formulaciones más perfectas de la descacharrada
gracia a la que en ocasiones puede llegar el Rock&Roll. Sin miedo a hacer
temas con bajo, flauta y cacharros de cocina ("Statik Jakl"). Sin miedo a regresar a pulsaciones
clásicas (“Cleveland”) o ingresar en el chiste ocasional (“Theme from M*A*S*H”).
Sin miedo a la subida ni a la bajada. Sin temor al viaje. La vuelta, ya se
verá.
Al final importa bastante poco la mucha o poca
heroína que se metieran en la época, lo listos o idiotas que fueran al conducir
su carrera en la época en que las discográficas saqueaban el underground en
busca de nuevos tsunamis generacionales, las poses de la Herrema para
calendarios de alta gama y revistas de moda e incluso un presente que ignoro parcialmente
(aunque sé que Neil Hagerty ha seguido en la brecha y tengo algún disco suyo y de Howling Hex). Lo que importa es que HOY y
AQUÍ los escucho con esa mezcla de inquietud, insatisfacción y amargor al fondo
del paladar y con esas ganas de HACER que siempre me provoca el mejor
Rock&Roll.
Prueben. A la primera puede provocar vómitos. A la segunda
suele causar adicción.
Fdo. LUIS BOULLOSA
1 comentario:
http://clatl.com/cribnotes/archives/2012/05/15/rtxs-jennifer-herrema-peels-back-rad-times-with-black-bananas
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