domingo, junio 03, 2012

ORTHODOX (El Perro de La Parte de Atrás del Coche, Madrid)



Siempre es un placer reencontrarse con los Orthodox, de los que llevaba un tiempo involuntariamente alejado. Me topé, casi por casualidad, con que tocaban en Madrid, en El Perro de la Parte de Atrás del Coche, un garito chulo que en días concretos programa muy buenos directos (con los problemas que posteriormente reseño). En este caso iba un poco a ciegas, ya que todavía no había escuchado el último largo de los sevillanos, “Baal”, que suponía, al parecer, una vuelta a sus esencias metálicas tras la larga incursión que los había llevado del blindado “Gran Poder” al opiáceo y jazzy “Amanecer en puerta Oscura” y de este al vanguardista y procesional “Sentencia”, sublimación de una deriva originalísima que los situaba en un punto suspendido entre la más orgánica tradición y un aliento visionario y propio que los hacía (y los hace) únicos. Escuchado el disco esta mañana –aún con el zumbido de ayer en el cerebro y aún pendiente de darle unas cuantas vueltas más-, resulta que es en efecto una vuelta a un sonido más comprensible para la hueste metalera general (llámese doom o lo que sea, yo hace años que me pierdo con las etiquetas), aunque todavía oscuro, perturbador, personal, cósmico en su terrena comprensión de una épica autóctona y universal al tiempo. Un discazo, vamos, no esperábamos menos de ellos. Y también un agradable respiro en una trayectoria tan exigente para quien escucha como la suya.
Llegaban a Madrid desde el Primavera Sound, y me contaba Marco Serrato (bajo y voces) que allí se habían caído del cartel Melvins y Sleep, dos de las bandas por las que la edición de este año del festival se nos antojaba a algunos imprescindible. Influencias también, seguro, en el hacer de los Orthodox, aunque acaso no demasiado explícitas. El concierto lo abrieron unos Mothersloth que no me llamaron demasiado la atención, aunque dieron un pase serio y solvente, y cuya actuación estuvo lastrada en todo momento por el sonido. Le falla una cosa al Perro de la Parte de Atrás, una cosa que si se trata de un grupo de pop cristalino puede obviarse, haciendo un esfuerzo, pero que hablando de lo que hablamos es pecado mortal: tiene un sonido lejano, sin volumen ni presión, distinguible pero modosito, como si uno estuviese en casa, escuchando un disco al moderado volumen de la mediana edad. Y el negociado de los Orthodox, y de cualquier otra banda de estas características, necesita justo lo contrario: necesita que los graves te envuelvan la psique y te levanten las vísceras hasta la garganta. Necesita que la guitarra corte y que la batería suene al menos como una batería y no –como ayer- a caja de galletas. Luchando contra ese enemigo cuya causa ignoro, los sevillanos combatieron con dignidad porque lo suyo es crema, pero se echo en falta la intensidad que es elemento esencial de su propuesta. Una intensidad que permita alcanzar el trance a través de la lentitud y alteración o que transmita la enervante y rocosa, astral fiereza que evocan sus temas más recientes. Una intensidad que ellos invocaban pero que el sonido negaba. Cuando uno escucha mejor a un tipo que charla a cinco metros que los intrincados y circulares descensos al maesltrom de Serrato & Cia, la cosa no puede cuajar del todo  ¿Merecen esto Orthodox, una de las bandas más valiosas que poseemos? No lo merecen. Muy al contrario, ellos y nosotros merecemos que las paredes tiemblen, que el entorno se difumine y que el cuerpo y mente puedan sentirse transportados fuera de las paredes  que nos cierran; merecemos que la tierra se abra, ya sea por unos minutos de trance sónico, hacia esa realidad paralela que ellos plantean con tan inusitado fervor.

Así es la vida del Rock&Roll por aquí, en todo caso, en un país donde 95 de cada 100 garitos de conciertos han sido diseñados para otra cosa, donde los ayuntamientos son tan proclives a joder con las limitaciones de volumen como si fueran el típico vecino tarra e hijodeputa (es lo que son) y donde el común de los técnicos de sonido no tienen ni puta idea del trabajo que dicen realizar y aquellos que sí la tienen se encuentran a menudo con impedimentos casi insalvables. Orthodox son una experiencia disfrutable, en todo caso, incluso por encima de toda esa mierda. Me fui del garito, pues, con el sabor agridulce de haber vuelto a ver a una gran banda luchando a brazo partido contra una ola difícil de sortear.
Ya en casa, leyendo esos agradecimientos del álbum, a cargo de la banda en general y de cada miembro en particular (impagable guiño a la más pura tradición del heavy metal), me encuentro con mi nombre, y casi me emociono. Es un honor haber contribuido de alguna manera, aunque sea con breves reseñas y entrevistas que pocos leen al proceso de supervivencia de un ente que merece toda la reverencia que se debe a aquellos que abren caminos a despecho de la obcecación y la estulticia general. Dioses ocultos. Héroes de aquí. Si no los conoces, estás perfectamente a tiempo aún. //LUIS BOULLOSA

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si estás en los agradecimientos bien merecido lo tienes.
Un post de los mejores, y créeme, a estas alturas, es decir mucho.

Anónimo dijo...

Por lo de "casi emocionarte" deberían estar ellos en los agradecimientos de tu próximo disco.