Siempre es un placer reencontrarse con los Orthodox, de los
que llevaba un tiempo involuntariamente alejado. Me topé, casi por casualidad,
con que tocaban en Madrid, en El Perro de la Parte de Atrás del Coche, un
garito chulo que en días concretos programa muy buenos directos (con los
problemas que posteriormente reseño). En este caso iba un poco a ciegas, ya que
todavía no había escuchado el último largo de los sevillanos, “Baal”, que
suponía, al parecer, una vuelta a sus esencias metálicas tras la larga
incursión que los había llevado del blindado “Gran Poder” al opiáceo y jazzy
“Amanecer en puerta Oscura” y de este al vanguardista y procesional
“Sentencia”, sublimación de una deriva originalísima que los situaba en un
punto suspendido entre la más orgánica tradición y un aliento visionario y
propio que los hacía (y los hace) únicos. Escuchado el disco esta mañana –aún con
el zumbido de ayer en el cerebro y aún pendiente de darle unas cuantas vueltas
más-, resulta que es en efecto una vuelta a un sonido más comprensible para la
hueste metalera general (llámese doom o lo que sea, yo hace años que me pierdo con las etiquetas), aunque todavía oscuro, perturbador, personal, cósmico
en su terrena comprensión de una épica autóctona y universal al tiempo. Un
discazo, vamos, no esperábamos menos de ellos. Y también un agradable respiro en
una trayectoria tan exigente para quien escucha como la suya.
Llegaban a Madrid desde el Primavera Sound, y me contaba
Marco Serrato (bajo y voces) que allí se habían caído del cartel Melvins y
Sleep, dos de las bandas por las que la edición de este año del festival se nos
antojaba a algunos imprescindible. Influencias también, seguro, en el hacer de
los Orthodox, aunque acaso no demasiado explícitas. El concierto lo abrieron unos
Mothersloth que no me llamaron demasiado la atención, aunque dieron un pase
serio y solvente, y cuya actuación estuvo lastrada en todo momento por el
sonido. Le falla una cosa al Perro de la Parte de Atrás, una cosa que si se
trata de un grupo de pop cristalino puede obviarse, haciendo un esfuerzo, pero
que hablando de lo que hablamos es pecado mortal: tiene un sonido lejano, sin
volumen ni presión, distinguible pero modosito, como si uno estuviese en casa,
escuchando un disco al moderado volumen de la mediana edad. Y el negociado de
los Orthodox, y de cualquier otra banda de estas características, necesita
justo lo contrario: necesita que los graves te envuelvan la psique y te
levanten las vísceras hasta la garganta. Necesita que la guitarra corte y que
la batería suene al menos como una batería y no –como ayer- a caja de galletas.
Luchando contra ese enemigo cuya causa ignoro, los sevillanos combatieron con
dignidad porque lo suyo es crema, pero se echo en falta la intensidad que es
elemento esencial de su propuesta. Una intensidad que permita alcanzar el
trance a través de la lentitud y alteración o que transmita la enervante y
rocosa, astral fiereza que evocan sus temas más recientes. Una intensidad que
ellos invocaban pero que el sonido negaba. Cuando uno escucha mejor a un tipo
que charla a cinco metros que los intrincados y circulares descensos al
maesltrom de Serrato & Cia, la cosa no puede cuajar del todo ¿Merecen esto Orthodox, una de las bandas más
valiosas que poseemos? No lo merecen. Muy al contrario, ellos y nosotros
merecemos que las paredes tiemblen, que el entorno se difumine y que el cuerpo
y mente puedan sentirse transportados fuera de las paredes que nos cierran; merecemos que la tierra se
abra, ya sea por unos minutos de trance sónico, hacia esa realidad paralela que
ellos plantean con tan inusitado fervor. Así es la vida del Rock&Roll por aquí, en todo caso, en un país donde 95 de cada 100 garitos de conciertos han sido diseñados para otra cosa, donde los ayuntamientos son tan proclives a joder con las limitaciones de volumen como si fueran el típico vecino tarra e hijodeputa (es lo que son) y donde el común de los técnicos de sonido no tienen ni puta idea del trabajo que dicen realizar y aquellos que sí la tienen se encuentran a menudo con impedimentos casi insalvables. Orthodox son una experiencia disfrutable, en todo caso, incluso por encima de toda esa mierda. Me fui del garito, pues, con el sabor agridulce de haber vuelto a ver a una gran banda luchando a brazo partido contra una ola difícil de sortear.
2 comentarios:
Si estás en los agradecimientos bien merecido lo tienes.
Un post de los mejores, y créeme, a estas alturas, es decir mucho.
Por lo de "casi emocionarte" deberían estar ellos en los agradecimientos de tu próximo disco.
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