viernes, agosto 12, 2011

EN AUSENCIA DE CENTINELA (Los preso políticos se torturaron entre si)

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Decía Morrisey, a menudo certero, que ahorcásemos al DJ porque su música no le decía nada sobre su (nuestra) vida. Tenía toda la puta razón. En el Supergen, un garito medio indie pop que había junto a la plaza del dos de mayo de Madrid hace muchos años (y que en efecto olía a pegamento) la DJ de turno puso el tema una vez y todos los presentes le coreamos el estribillo a la cara con su consiguiente enfado. Supongo que le irritó que no entendiésemos su ironía. O quizá no había ironía y simplemente era idiota (es más probable estadísticamente). Y eso, en fin, es lo que deberíamos hacer siempre, colgar de la farola más cercana a cualquier supuesto portavoz nuestro que esté hablando de polladas, intereses diversos, ganancias propias y hypes inventados para la ocasión. Mintiendo. Entiéndase esto socialmente, también. No seré yo el que lo haga, porque soy una persona eminentemente contemplativa, pero comparto la idea.

Me dice mi amigo H. que estoy viejo porque se me vienen a la cabeza estas cosas del pasado y porque hago entrevistas con grupos de pop y les escribo introducciones nostálgicas. Me explicaré: detesto la nostalgia como esa técnica de Marketing de la que habla James Ellroy. Detesto los mitos inventados sin preocuparse siquiera de una mínima verosimilitud como el insulto a la inteligencia que son. Detesto el conformismo de una gran parte de nuestra sociedad que, no llegada aún a los cuarenta, lleva ya años comprando masivamente su propio pasado, (auto)convencida de que la infancia fue el único –y modesto- paraíso posible y de que ahora lo que hay es lo que tiene que ser: atenerse a las pautas sociales que siempre estuvieron ahí. Los muñecos articulados de los Kiss, las camisetas de los Ramones para niños de dos años, las ediciones de lujo de los discos de siempre y los trajes de comunión que más parecen de novia serán testigos patéticos, dentro de unas décadas, de en qué gastó mi generación el tiempo que se le concedió para crear algo distinto, evolucionar y, en definitiva SER. Ser algo más que lo que el programa y las instrucciones de serie que venían en el paquete indicaban. Tener hijos, parece ser, nos obliga de una manera extraña y subconsciente a comportarnos como nuestros abuelos. Lo veo en la que fue mi gente, cuando regreso a la provincia. Gente noble y trabajadora, sin duda; casi todos, probablemente, más esforzados que yo mismo, pero casi todos también -hay dignas excepciones- aceptando sin demasiada oposición un yugo mental al que, seamos serios, no hubiera sido tan difícil escapar.

No son carne de cañón de barrios incendiados, no son huérfanos sin más opción, no son vagabundos angélicos destrozados a palos por la policía, no son analfabetos atados a la cabra del campanario y el puticlub de carretera: son universitarios, profesionales medios en progresión, empresarios, gente con la educación suficiente y el bastante mundo como para replantearse ciertas cosas. Y el caso, lo más triste, es que lo han hecho y han decidido pasar de todo. En las conversaciones privadas los malestares, las opiniones y los sanos radicalismos surgen y se debaten, pero en cuanto se pagan las copas y el grupo –satisfecho de haber fingido con eficacia un amago de disidencia espiritual- se disuelve, la vida sigue igual. La vida. La pantalla de plasma, la playstation, un canutillo de vez en cuando, cuando la mujer no esté en casa, unos cubatas, un fin de semana de pesca. Aceptable vida sin más problemas que los que esa aceptable vida ya trae de por sí. No es que las predicciones hayan enfocado alguna vez hacia otro sitio, y quizá esa gente es, simplemente, más inteligente que uno, más consciente de sus posibilidades y sus límites, más capaz de una felicidad sencilla, que al cabo es probablemente la única que hay. Pero asfixia. Y luego los hijos, como una lápida más que como una pregunta. ¿Y qué mas? Nada más.

Lo mejor de todo es cuando empiezan a llevarlos a catecismo y cosas así. Un grupo de adultos que han pasado las mismas que yo, estudiado las mismas que uno y desfasado (cuarta más, cuarta menos) las mismas que yo, ejerciendo una responsabilidad impostada en la que ni de lejos creen, sólo por el qué dirán. A ninguno se le ha ocurrido nunca preguntarle a los demás. Se encontraría, probablemente, con que piensan lo mismo y se traicionan a sí mismos por idéntica razón. Son, al cabo, un montón de presos temerosos de un francotirador exterior que murió hace años. Sólo hay guardián porque cada uno, cobarde, piensa que lo hay y transmite esa creencia en una jefatura superior de la que, si supiera pensar, renegaría. Si no somos capaces de esa mínima valentía de instruir a NUESTROS HIJOS en nuestras verdades y nuestra libertad de pensamiento, ¿Somos capaces de algo? La respuesta es sencila: NO.

Esta cobardía endémica se diluye en la ciudad. No es que no exista, es que su presencia es menos ahogante, menos clara, menos grotesca para el ojo. El alma tarda más en ser castrada y cada minuto, en estas cuestiones, es precioso. Cada minuto es una posibilidad de huida más y otra opción para decir no de la manera que uno sepa y pueda. Si esa manera es ser un “indignado”, vale. Si esa manera es ver pasar la vida a la manera de Pessoa, perfecto. Si esa manera es huir a otro lugar u otro estado mental, me parece bien, huir siempre fue de valientes. Si esa manera es quemar una sucursal bancaria o follarse a la hermana de uno, ¿quién puede decir que no estamos en lo cierto? Casi todos los movimientos de cierto interés se crean en gran parte por reacción, sean sociales o personales: no se trata del deseo de ser algo, se trata más del horror a ser algo y su consecuencia. El horror congénito y desarrollado a ser lo que -siempre bajo esa ubicua y fantasmal suposición autoimpuesta- estamos obligados a ser.

Si ese horror se atenúa y se esconde, pasamos a ser integrados y se nos adjudican (nos adjudicamos) nuevos deberes. Si ese horror permanece y nos evadimos hacia nuestra propia verdad, ingresamos en la disidencia, y ese es un lugar solitario donde se repite la previa ecuación del autoengaño: es nuestro trabajo verla como un campo abierto y no un pabellón de castigo, aunque a menudo sea difícil. Los conversos, claro, odian ese tipo de persistencia. Infantil será lo menos que te llamarán, a veces a la cara y por la espalda, siempre. Y secretamente, te envidiarán con todo su honesto corazón, que ya decía el otro, es siempre un nido de víboras. Un agua estancada que hiede.

Eres tú, pues, el que crea al inexistente francotirador que vigila la cárcel. Igual que tú has subido ahí a ese puto DJ que hace siglos dejó de hablar de ti y de mi y al que deberías ahorcar.

Por lo demás, la nostalgia puede ser un vínculo productivo en pequeñas dosis, un hilo que no te deje olvidar lo que fuiste y te permita ver mejor lo que, para bien o mal, vas llegando a ser.//Cowboy Iscariot

13 comentarios:

sonia barba dijo...

Si pasas por bcn un día de estos llama y te presento a las chicas del parque; estoy escribiendo una especie de HiperCandy pero centrándome en ellas; lo voy a titular "Parque de atracciones" por que en verdad son guapas las madres de ahora y mas si han bailado a los Smiths.

Me gusta leerte, es casi como tomar ginebra helada en un baño caliente.

Cowboy Iscariot dijo...

No se me ocurre nada más guapo que una madre de ahora (ahora).

Y no me habían dicho algo tan bonito como lo de la ginebra helada desde que terminó la segunda guerra mundial.

Y siempre quise hacer un documental sobre las horas de un parque, con sus madres, sus pandilleros, sus yonquis, sus raindogs y sus cosas...

Pronto en BCN...

Mil besos.

Cowboy Iscariot dijo...

Claro que siempre fui susceptible a los halagos, como Esteban...

http://www.youtube.com/watch?v=HSYBfnLpydw

Anónimo dijo...

¿la paternidad entendida como un suicidio en vida?

Cowboy Iscariot dijo...

En cierto modo, sí.
Dos niños son demasiados en la misma persona.

Anónimo dijo...

La vida se justifica con la vida, al menos para algunos y quizás lo que quede de ese niño en los padres es lo único que sanamente se puede aportar.(La mierda la servimos de 0 a 24h.)

Cowboy Iscariot dijo...

La vida no tiene justificación, aunque los niños no lo sepan todavía. Los que terminen entendiéndolo a buen seguro no apreciarán demasiado el regalo que sus padres les han hecho trayéndolos a este fascinante corredor de la muerte que llamamos vida. Decía Ciorán que había cometido todos los crímenes menos el de ser padre. Al menos en eso llevaba cierta razón.

Cowboy Iscariot dijo...

Pero mi intención no era criticar a nadie. Nada es verdad. Todo está permitido.

Anónimo dijo...

Pues entonces justifiquemos tu comentario porque no has visto la tripa que me ha dejado el embarazo psicologico. El prozac hace maravillas.

Anónimo dijo...

Pues entonces justifiquemos tu comentario porque no has visto la tripa que me ha dejado el embarazo psicologico. El prozac hace maravillas.

Cowboy Iscariot dijo...

¿Qué comentario debo justificar? Expíqueme...
Y no se lo que hace el prozac. me medico con whisky.

Anónimo dijo...

Deber? No sé lo que debes. Justifica si gustas, lo que consideres; la vida: cada uno hace lo que medianamente puede con ella. Prozac, ayuda a no pedir jusfiticaciones inexistentes tiene grandes ventajas sobre el wisky

Cowboy Iscariot dijo...

No hay nada mejor que el whisky. Nada. O yo no he encontrado nada. Lo siguiente aceptablemente tolerable son los animales. Voy a hacer un post sobre grandes canciones influidas por el whisky.
Me parece menos pesado para el lector (¿?) que una justificación mía sobre cosas que hacen otros. Saludos.