miércoles, noviembre 11, 2009

VALLEKAS (vive y lucha)

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O al menos eso ponía en la camiseta de un colega mío que tocaba la guitarra en un conjunto punk.


(Por si a alguien le importa, todo fue bien. Incluimos algunas reflexiones post concierto de nuestro colaborador L. B., publicadas originalmente en su blog "Twistin' The Night Away")

Al día siguiente de dar un concierto se tiene resaca: todo es un poco desvaido, un tanto triste, ligeramente nublado y empapado en una especie de zumbido de fondo, como de altavoz sobrecargado. El día después uno se pregunta cuál es la razón por la que se hace lo que se hace, aunque todo haya salido bien. Llegaste, probaste sonido, te aburriste un buen rato esperando, te tomaste unas cervezas y un bocata de lomo con queso charlando de cosas -de cualquier cosa- con los que iban llegando. Y después, poco a poco, la sala se llenó y tu te subiste ahí y tocaste, y gritaste una serie de cosas que quizá se entendieron y quizá no, mientras la gente se agitaba en las primeras filas en un forzado amago de éxtasis. Y bajaste otra vez. Te dieron la enhorabuena. Te dijeron “Cada vez mejor, eh?”. Te dijeron “Muy compacto, cada vez mejor”. Un colgado te preguntó “¿Eres de Detroit?”. Los camareros invitaron a alguna copa más en vista de el asunto había salido bien. Y a recoger, antes de que sea peor. Y a tomar copas a destajo celebrando algo un tanto desenfocado. Celebrando que se llegó hasta allí, quizá. Que se sigue ahí, quizá. Que se está vivo, supongo. Que se crean cosas con lo que hay a mano. Los viejos rockeros urbanos... Somos los bardos de una tribu secreta y discreta de gente normal: curriquis, borrachos, algún pensador de incógnito. El barrio mismo, floreciendo a su curiosa manera, entre tercios de Mahou, canutos y visitas al tigre para ponerse unos tiros. El barrio desperezándose de su agobio semanal con los gastados ritos de la lujuria y la intoxicación. Somos la conciencia de esa casta, envuelta en trapos sucios, domingos aburridos y problemas para llegar a fin de mes. Una conciencia un tanto confusa y un poco triste, pero que va tirando, gracias, y ofrece ocasionales llamaradas, ocasionales carcajadas, ocasionales momentos de lucidez de los que surge la música, a trancas y barrancas. Será por eso por lo que se persiste, sí, pero al día siguiente hasta las respuestas son borrosas. Al día siguiente, en la insulsa vida de las oficinas, uno descubre que haber estado allí no le da más sentido al aquí, sino que le quita el poco que quedaba. Se añora algo impreciso, con ese deseo de ser un indio que le anida a uno en algún lugar, dentro, oculto profundamente bajo la capa de polvo y chatarra de los años pero vivo. Y se entiende que es un sarcasmo celebrar cualquier cosa. Pero se sabe que es la única manera de vivir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Habrá que irrrrrrrrrrrrrrr
Ricko

Anónimo dijo...

Iría de muy buena gana, pero las nutrias y las comadrejas me tienen amordazado escuchando a Bach. Fuerza y ánimo desde las cavernas del Peñón de Gibraltar