miércoles, marzo 12, 2008
NEIL YOUNG – Grand Rex (París)
A veces, no tantas, vale la pena hacer un esfuerzo de dinero y tiempo, si se tiene de ambas cosas, rara conjunción, para asistir a una ceremonia, aunque sea en el frío e inamistoso París. O mejor a una clase magistral. A estas alturas un concierto del amigo Flecha Rota tiene mucho de ambas cosas. Lo bueno del ritual: el respeto, la escucha atenta y ávida de la palabra, la sensación de haber sido perdonado de algo o bendecido, al final. Y lo malo del ritual: esa entrega ciega que a veces impide ser lo suficientemente crítico. Lo bueno de la clase magistral: ese pozo aparentemente infinito de sabiduría derramándose sobre uno, permitiéndole relativizar su propia situación en el mundo y volver a él sabiendo más. Y lo malo de la clase magistral: que el maestro está en un pedestal, a distancia, ajeno a la cercanía que se le supone al Rock&Roll. Este último punto lo subsana tito Neil, sin embargo, con esa naturalidad que exuda por cada poro incluso sin hablar. Si no fuera por lo apabullante de su demostración de sentido, conocimiento y sensibilidad, nos daría la impresión más de estar junto al fuego con un abuelo fascinante que en un teatro del frío París frente a una de las figuras capitales de la música popular del siglo XX. Abrió el concierto Peggy Young, acompañada con la banda de su marido, desgranando inanes melodías country que no tendrán lugar alguno en la historia de la música ni en la de esa noche, aparte del de modesto entremés en el que uno apenas se fija, seguro como está de que lo que viene es un festín. Luego, una cervecita en el bar para empezar a comprobar que en el Rex había esa noche un contingente español más que nutrido, atraído por la tacañería de Neil en los escenarios de nuestro país (no ha tocado en Madrid desde los ochenta, creemos) y vuelta a los asientos. Young salió sólo, rodeado por ocho o diez acústicas (incluido un banjo con mástil de guitarra) colocadas en círculo a su alrededor, y comenzó a desgranar un set acústico, cogiendo una, dejando otra, que arrancó agarrando por el cogote la emoción para no soltarla ya, con una espléndida versión de “From Hank to Hendrix”. Siguió una toma de “Ambulance Blues” que sin lugar a ninguna duda fue de lo mejor de la noche, demostración para los que sigan considerando al canadiense un madero recio pero sin matiz, de la hondura y delicadeza en la expresión a la que puede llegar, tan sólo con esa voz afinada por los años en clave de amarga savia de árbol centenario y un estilo a la guitarra más instintivo que ortodoxo, probablemente, pero perfecto cuando se trata de comunicar. Y se trata de comunicar. Con esos mimbres discurrió algo más de una hora de fantástico paseo por un cancionero de abisal profundidad y suntuosa riqueza que construyó su columna vertebral, esta vez, sobre la segura lucidez sentimental de un álbum tan capital como "Harvest” (una sublime “A Man needs a Maid” al órgano, la siempre emocionante “The Needle and the Damage Done” y el áspero y potente “Heart of Gold” que cerró el set). Finalmente, corte, media horita de parón para más birra, comentar las excelencias de la acústica del garito y su agradable decoración kistch y vuelta para el set eléctrico. Quien más y menos se conocía el desarrollo del asunto, habida cuenta de que hay páginas autorizadas que retransmiten los conciertos de la gira por radio, y que los set lists de los bolos están al alcance de uno en diversos foros. Pero, pese a la falta de sorpresa, poco quedapor hacer aparte de rendirse ante una segunda parte también apreciable y bien escogida. No fue tan excelsa quizá como la primera y estuvo discutiblemente rematada si uno se pone quisquilloso –la populachera “Rockin´ in the Free World” sustituyó a la muy superior “Cortez de killer” que venía cerrando en los días previos, algunos temas sonaron a relleno, como “The Believer”, y el último bis fue el intrascendente instrumental “The Sultan”-, pero tuvo momentos enormes, como la apertura con “Mr. Soul” Y “Don´t Cry No Tears”, la preciosa “Oh, Lonesome Me” o un “No Hidden Path”, donde la excelente y versátil banda –Rick Rosas impertérrito al bajo, Ben Keith alternando la Steel con la eléctrica, Ralph Molina a la bataca unidireccional y Peggy y otro tronco que no recuerdo ayudando en coros y otros fregados menores- fingió durante un rato que eran los Crazy Horse de verdad, desatándose en una cascada eléctrica que sirvió a medias para contentar al sector cañero y a medias para reivindicar que el abuelete sabio y paciente tiene también una cara de lobo hambriento y devorador, borracho de electricidad y primitiva rabia, que es la que parido dado, de hecho, alguno de los mejores momentos de su larga carrera. A la salida, de vuelta al desagradable trato comercial con gabachos y otras gentes de rictus torcido que esperaban en el frío asfalto, había quien aún ponía pegas. Podía haber tocado aquello y aquello otro no. Y sí, nunca nada es perfecto, pero a un servidor dos horas y medias largas de Neil le dejaron el rico poso en el paladar de haber asistido a algo que se podrá narrar en el futuro con una sonrisa cómplice y que, además, será útil para la vida que viene. ¿O aún creen ustedes que el Rock&Roll es simple disfrute de tres minutos y luego la nada, el trabajo, la tediosa vida diaria a veces tan difícil de soportar? Apostemos, si lo prefieren así. No sobre lo que es para ustedes, claro. Sobre lo que es. //Frankie Lee.
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2 comentarios:
¿Cómo no me va a interesar? No sé por quién me tomas pero en una cosa, sólo en una, te doy la razón: cada día escribes mejor.
Ay,la vida, la rutina!..."e un mundo dificile", ya sabes, menos mal que siempre nos quedará el R&R.Felicitaciones por esta gran crítica
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