Se levanta lluviosa la mañana de agosto. Ha caído toda la noche, en la oscuridad, y ahora hasta los niños que despiertan parecen hablar de algún modo en susurros. Un gris plomo. Uno entiende a los ingleses: sus deslavadas tradiciones, sus entusiasmos un poco infantiles, sus cegueras iracundas, sus homosexualidades latentes, su elegancia de pescado hervido. Su nostalgia, quizá, de lo que ni siquiera conocen, y su amor por la música y la literatura, quizá como la forma más eficaz de fuga a nuevos territorios. Su acuosa mirada de imperio fenecido y glorias de segunda mano. Su energía proletaria por cojones. Y todo lo que queda en medio de esos dos extremos. Y en medio queda -con su estilo y su encanto particular, medio inventado en cottages grises como un sueño, mercadillos y pubs con pésima comida, charity shops y últimas filas de ‘derbis’ futbolísticos violentos- toda una segunda línea de pop inglés gestada en los ochenta, bastante olvidada y no por ello menos luminosa, la de los Prefab Sprout de “Steve McQueen”, la los afectados Aztec Camera de “Stray” o los sorprendentes, a veces, The Pale Fountains, la de los extraños The The y toda esa recua interminable de orfebres paliduchos e incendiados que parecían recorrer las tardes grises buscando algo más.
Demostraban, por lo general, aquellas bandas, un
peculiar sentido de la observación social/sentimental, distanciado,
comprensivo, diletante, vagaroso, irónico, en arduo contraste con las bandas que, al
contrario, habían decidido retratar la acción. Apenas conozco Inglaterra. Un
viaje al vacío Cambridge del verano, hace casi dos décadas, uno reciente al
descuajeringado Sheffield de este siglo, e intento cotejar lo que he visto con
lo que, durante tres décadas, he estado recibiendo a la vena vía pop.
Prodigiosa la capacidad, la inglesa, para hacer país (países) a través de su
música popular. De la resistencia política encabritada en melodías de BillyBragg al bronco, juerguista testimonio
de clase trabajadora de Dr. Feelgood, de la irónica festividad de los
Housemartins de “London 0 - Hull 4” a la impostada, quirúrgica mirada de los Pulp
-por seguir hablando de bandas esenciales que nunca fueron caballo del todo
ganador-, Las postales divergen, y me pregunto cuál es el punto en común. Difícil
decirlo cuando uno sabe que su propio país, como todos, sería prácticamente imposible
de definir en una toma, que las naciones son seres poliédricos y su aparente
inmovilidad es en realidad, mutante. ¿Cuántas de las mejores descripciones de
un país no vienen, precisamente, por el deseo de estar en otra parte? ¿Se puede
conocer un país a través de su arte o estamos accediendo a un conocimiento por
contradicción, a un paseo, más bien, por lo que pudo ser o debió ser o nos
gustaría que fuera, a un hilo continuado de sardónicas, desencantadas
reflexiones sobre lo que odiamos y no entendemos de él?
Sería una larga discusión, partiendo de mi idea de que los países en sí mismos son “cosas” inventadas. Lo cierto es que, dejando a un lado las bandas vigorosas, de combate y contacto, que son entendidas generalmente como la espina dorsal del rock, me agradan también esas polaroids de entretiempo, sí, descarnadamente ciertas ahora que el vaho de los años las ha dejado borrosas, y me detengo finalmente en dos de mis favoritas: en El Carnicero del Jazz, la banda de Pat Fish, y en El Nilo Azul, la de Paul Buchanan y Robert Bell, quizá porque son dos de las que más merecen ser reivindicadas, de las que nunca fueron del todo valoradas en su justa grandeza. El Nilo Azul, qué descriptivo nombre para lo que pretendo ilustrar, preñado de nostalgia de un calor que nunca está; hijos socarrones de una afectación de clase media que hubiera preferido otra época y otra patria por mucho que esté atada a esta (aquella) por las cadenas de la sangre. Y El carnicero del Jazz, mayúsculamente pop y superiores a casi toda su generación, olvidados entonces y ahora, acaso para siempre.
Sería una larga discusión, partiendo de mi idea de que los países en sí mismos son “cosas” inventadas. Lo cierto es que, dejando a un lado las bandas vigorosas, de combate y contacto, que son entendidas generalmente como la espina dorsal del rock, me agradan también esas polaroids de entretiempo, sí, descarnadamente ciertas ahora que el vaho de los años las ha dejado borrosas, y me detengo finalmente en dos de mis favoritas: en El Carnicero del Jazz, la banda de Pat Fish, y en El Nilo Azul, la de Paul Buchanan y Robert Bell, quizá porque son dos de las que más merecen ser reivindicadas, de las que nunca fueron del todo valoradas en su justa grandeza. El Nilo Azul, qué descriptivo nombre para lo que pretendo ilustrar, preñado de nostalgia de un calor que nunca está; hijos socarrones de una afectación de clase media que hubiera preferido otra época y otra patria por mucho que esté atada a esta (aquella) por las cadenas de la sangre. Y El carnicero del Jazz, mayúsculamente pop y superiores a casi toda su generación, olvidados entonces y ahora, acaso para siempre.
El día abre, y siento estar aquí retirado en la campiña sin
poder echar mano a “A walk across the rooftops” (84) o a “Fishcotheque” (88),
dos de esos clásicos inmediatos –más inmediato el segundo que el primero, que
requiere quizá, un estado de ánimo acorde para poder entrar en su minimalismo
lluvioso de tarde con la mejilla pegada a los cristales- que son ejemplo de lo
sutil y penetrante que puede ser el pop en el interior, una vez penetrada la
cáscara de los ‘hypes’, en su clase media militante, valga la paradoja. Son dos
discos, sí, tan mayúsculamente hermosos en sus visiones encontradas sobre el mismo entorno, tan redomadamente elegantes en su displicente, amable manera de destripar el pop que, inevitablemente, sus creadores me
lo parecen también, lo sean o no.
Hermosos.
Y elegantes.
Mañanas de caliente lluvia de agosto, ¿hay algo más
decadente y mejor?
13 comentarios:
Precisas axuda ?
De varios tipos, sí, incluyendo la psiquiátrica y la monetaria. A qué tipo de ayuda te refieres en concreto?
Un saludo!
HAY QUE COMER CERILLAS con este Lévi-Strauss de baratillo. Si con los Beatles roza el ridí-culo, con el texto de mierdas y lugares vulgares se ahoga en el. Menudas payadasas dignas de un adolescente que nunca ha salido de su pueblo y de sus vacas. " Cielo gris: homosexualidad latente ", ¿ tradición deslavada o deslavazada ?.
Anda, juntaletras de la comarca de la necedad, aprovecha las babas que te sobran cuando escribes y date un baño de multitudes.
Es que hay que ser muy...
Deslavada, querido idiota. Me alegra que te moleste...
Seguís sin tener ni pizca de sentido del humor... Mi pueblo y mis vacas tienen más. Debe ser que el vuestro no, ¿verdad, tío Quique?
Para información de otros cenutrios:
http://lema.rae.es/drae/?val=deslavado
Ya no quedan prados de heno en Inglaterra. Hace tiempo que voló el último cuervo. El país semeja un inmenso cementerio de gloriosas antigüedades. En los muelles y fábricas de otrora, sus durmientes hijos beben ahora café y vino. Aun y así, no cabe plañir. Inglaterra prevalecerá en tanto encontremos alubias en el desayuno, una yarda en un metro, rótulos en los pubs y, Porcos Bravos que mantengan sus tradiciones.
Mientras la Idea brille, nuestro mundo no será pequeño.
Aunque una labazada tampoco le venía mal...
et tu quoque Brute fili mi!
To quoque, papi...
Por ser coribante de la pejiguera, recordar que aún estamos en Julio.
Como sabrás, los rockeros decadentes vivimos en el mes que es acorde a nuestro espíritu en cada momento.
Interesante que sea lo único que se te ocurre decir, de todos modos...
Hombre.
Si empiezas a leer algo donde a las primeras de cambio no saben en que mes estamos, como que echa para atrás y hunde la credibilidad del escribidor
El Danubio Azul ? ¿ usa muletón ?
Pues eso.
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