Decía Vargas Llosa, creo, una de esas obviedades que es
necesario tener en cuenta, sin embargo: que un libro nunca se termina, sólo se
abandona. Bueno, yo he abandonado uno hoy. Lo he dejado en el riachuelo para
que flote hasta mi editor y sea después publicado. En realidad lo que he
abandonado hoy es una corrección que podría haber seguido hasta el infinito y
algo más allá. Ahora prefiero no volver a ver lo que he escrito hasta que esté
publicado y no pueda ya hacer nada al respecto, más que arrepentirme o mirarlo
con esa sonrisa escéptica que uno se pasa la vida preparando. Volver sobre él
con algo de frialdad haría, probablemente, que intentase arreglarlo, y, como decía
el otro “no hay que intentar arreglar algo que no está estropeado”. Que uno no
escriba todo lo bien que desearía, que uno no sea todo lo brillante que él
mismo esperaba, que a uno sus trabajos le parezcan sistemáticamente débiles e
incompletos según un estándar inventado de excelencia, no quiere decir, al
final, que haya nada estropeado, que haya nada que reparar. Cuesta llegar a esa
conclusión, al “lo hice lo mejor que pude, lo mejor que mi cerebro, mi salud y
mi voluntad me permitieron, así que ahí lo tenéis”. Pero se llega.
Ha sido ese libro, entre otras cosas, el que me ha impedido
pasarme por aquí con la frecuencia de otras épocas. Intentaremos retomar la
actividad, ahora, porque, si bien en parte apacigua, de un libro ajusticiado
también vuelve uno con preguntas nuevas y neuras renovadas.
Pasa otra cosa también. Le preguntaba yo a un amigo hace
tiempo (o él a mí): “¿Qué hace un músico underground cuando finalmente se
desprende de sus bandas fallidas, harto de una profesión (de fé) que no le ha
traído más que sinsabores, excesos y falta de dinero?”. Y me respondía él (o
era yo), leyéndome la mente: “Montar una banda nueva”. Por esa misma mecánica
que combina masoquismo y adicción, lo primero que piensa un escritor después
del parto es en cuál será el tema de su próximo libro. Un escritor no es una
madre. El cuerpo que ha expulsado no está vivo para él: sólo lo está para los
demás. No se lo puede pasear en un carrito, ni hacerle cucamonas, ni educarlo,
ni verlo crecer. Como mucho, se puede presumir de él por ahí, pero sería
bastante forzado. Habrá que presentarlo en sociedad, eso sí, soltar palabras,
sostener acaso alguna teoría epatante (para tres) que el texto ampare y tomarse
unos whiskies. Es decir, nada que no hiciésemos antes sin excusa.
No quiere decir eso que uno no esté orgulloso. Uno está
orgulloso, pero sospecho que está más orgulloso de haber llegado al final con
vida que del Golem mismo. Más orgulloso de haber sido capaz de hacer el viaje
que del diario de ese viaje que al cabo es el libro. ¿Y la ciudad a la que se
ha llegado? ¿Es una ciudad distinta? ¿Nos hemos transformado en el trayecto? Un
poco, quizá. No deshecho del todo esa postura. Sin embargo, creo que si nos ha
transformado en alguna manera positiva, quizá sea más por el lastre que nos ha
permitido arrojar por la borda que por el material nutritivo que ha añadido al
equipaje. Cosas mías. Hay quien considera el progreso por acumulación y quien
lo entiende como despojamiento.
Decía Vargas Llosa otra cosa, también. Que la mayoría de los
novelistas no hablan en sus novelas del tema que tratan, sino “en torno” a ese
tema. Esa idea, menos obvia que la primera, esa concepción de la obsesión
delimitada en molde hueco, me parece enormemente llamativa, pero de eso
hablaremos otro día. Al fin y al cabo, lo mío no es una novela, sino un simple
libro sobre la música y el arte de otros.
En todo caso, hecho está, mis queridos, fugaces, pocos
lectores. Cuando esté en la calle os hablaré de él de manera concreta, no
antes.
Goodnight
and Joy be with you all!
3 comentarios:
Mucha mierda, aún cuándo no la necesites.
Colonel Brandt: What will we do when we have lost the war?
Captain Kiesel: Prepare for the next one.
La posesión os poseerá
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