Quizá los paisajistas sean al cabo la vanguardia de la evolución espiritual. Una vanguardia sólo tardíamente y a medias comprendida por la modernidad, empeñada desde Chejov -via Carver y demás gelidez posterior- en desposeer al acontecimiento de significado poniendo en su lugar el fantasma –difícilmente rastreable- de una sensación o de un sentimiento que ya no está. Es por eso que siempre he sido algo reacio a eliminar de mi escritura ese punto de quieta descripción que tanto repele a muchos, especialmente al gremio de editores, pero que no dista tanto (está sólo pocas millas por delante, como el maestro del discípulo) de la aséptica consignación de eventos no explicables en que consiste casi toda la literatura actual de moda entre la carroña intelectual. Quizá los paisajistas se habían adelantado, sí, bastantes siglos, eludiendo la discusión sobre si hay un dios y la posterior discusión sobre si hay un sentido al limitarse - volando por debajo de ellas, o por encima- a mostrar los designios estéticos de esa presencia o esa ausencia.
Regreso de los excesos de un mes de giras, conciertos punk, sueños violentos en casas ajenas y desgaste para encontrarme con ese vacío de la casa a solas y la vida a solas que el paisaje llena y define con más precisión que las diatribas y los argumentos. Una contemplación activa que nos mantenga a un milímetro aún de la pura piedra sufriente, pienso: el humo de tejados, el pájaro detenido, apenas una mancha, los cazadores que ya para siempre estarán volviendo a casa, las estrellas después, tapadas probablemente hoy por el resplandor naranja de los pueblos contra la masa de nube baja; los perros, claro, cuyo ladrido es consustancial a la tierra; la noche, como un ojo mineral engastado en la vaga montura del mundo, dejada sobre un agitado colchón de sueños que por un momento casi hubiesen dejado de bullir. Noche y día. Mira, no pienses. Los colores, los fluctuantes límites de lo intacto que no se ve, en forma gaseosa. Tú y lo otro.
Paisajes. Para no morir pero no engañarse tampoco. Paisajes. Que no dan nada ni quitan nada y cuya inmóvil mecánica terminas por aplicar a la gente, que a base de decepciones te ha ido quitando las ganas de ser un ser social; las de buscar y las de encontrar, las de la guerra, la conquista y el final encuentro con el vacío que ya conoces de tantas veces, al cabo. Las mujeres y los hombres son paisaje. Deja que hablen si quieren. Deja que vengan a ti, con calma chicha y tormentas. Los hechos son paisaje. Un lapso hermoso o inocuo en algo que no existe. La vida no existe. Sólo está.
Regreso de los barrancos de la acción y noto el cansancio penetrante, calado en los huesos huecos por los que la juventud se ha largado, alegre, para poseer a otros cuerpos. Regreso sintiendo la presencia de lo inevitable sobre el músculo aún vigoroso del final de la treintena; preparado para los testamentos y las renuncias, en el borde exacto en el que uno debe decidir que dirección llevará la última bala perdida. El resto será, lo sé, perseverar en nuestras heridas y nuestros goces oscuros y limitarnos a intentar que los bocetos sean más ajustados cada vez y el vino nos siga sabiendo bien, después del tiempo.
Menos de lo que esperábamos, de nosotros y de ellos, en este páramo, a mitad de camino. Menos de lo que esperamos aún. Y suficiente, sin embargo. Basta la mirada estática que dice lo que el mundo es en realidad para ti, para siempre: la mesa desordenada donde se acumulan papeles, lápices y libros, la música que ya no sonará hoy porque de ella te has hartado también. Paisaje. La ventana que deja ver afuera el luminoso caldo dorado que baja sobre el bosquecillo sagrado que se salvó de la tala, quieto bajo el susurro de un viento que es sólo mental. Paisaje. Los ruidos que se han escondido en los bordes negros de la tela. Una figurita de un búho en una esquina y dos naranjas que olvidaste antes de ayer, sobre una silla vieja. Paisaje. Y tú, quizá. Paisaje.
A (amargo, inevitable, escéptico) salvo de los héroes y los dioses, y todas las demás cosas que en otros tiempos nos dio por inventar.
//LUIS BOULLOSA
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4 comentarios:
Deliciosa lectura, Gracias...
Sigue inventando...nada tendría sentido si tú dejaras de hacerlo.
Hermoso... o será que lo miro de cerca
Muchacho, has dado en el clavo de nuevo.
Excelente poema tronko.
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