martes, mayo 29, 2012

SALOMON WAS WRONG


Quizá la entrevista sea, al fin y al cabo, la disciplina definitiva. Parece una perogrullada, pero es que llevo un rato haciendo surf entre pajas mentales de críticos como yo (pobres personajes) y a veces me da la impresión de que todo ese conocimiento (porque no lo duden, hay tipos ahí fuera –o ahí dentro- que saben mucho) funciona a menudo más como exhibición que como transmisión. Me criticaré a mí mismo pues –queda mejor y es otra manera de egotismo-: Sí, es cierto, una parte de lo que hago cuando hago lo que ahora mismo estoy haciendo, es pura vanidad. No hay nada de malo en ella, y es necesaria como autodefensa preventiva, básica cuando uno transita por caminos que la mayoría consideran inútiles; es una vieja compañera del creador, del crítico y del intérprete. Y sin embargo, y quizá por todo eso, a menudo pienso que el formato entrevista es más equilibrado a este respecto y mejor para todos: tu orgullo de descubridor, de preguntador y de artífice en la sombra sigue ahí, pero el hecho de que sea el artista de turno el que contesta deja al menos claro que, importe lo que importe el yo de uno, hay algo por encima: el algo que se quiere contar. En la entrevista, además, ese algo se cuenta de primera mano, y no a través de los velos de la mente del narrador, que inevitablemente embellecen, dramatizan y abren fosas abisales donde a menudo no hay más que charcos.
La entrevista (con la necesaria austeridad) es una puntada de realismo en un mundo –el del periodista de sesgo cultural subterráneo, digamos- que a menudo es pura invención, una hermosa o terrible ficción en la que él se revuelca, feliz pero inquieto, tratando de convencerse de que no es el único de la piara, de que ahí fuera (o dentro) hay muchos otros que “saben” y que le agradecen el esfuerzo, el talento y la visión (aunque, extrañamente, rara vez comente nadie sus extensos vuelos rasantes sobre la cultura del siglo, consignados en largos posts de blog y otras maneras modernas).
Hay otros días en los que uno se levanta del fango, claro, y se da cuenta de que eso no es así y de que la nevera está vacía, y entonces tiene que recapitular sobre sus propias conclusiones y sus propios consejos para no desesperar. La mía, mi conclusión, era hace unos días la siguiente: la contracultura no es un ejército al ataque, sino una simple y encharcada trinchera. No se vencerá, nunca, y lo único que se puede conseguir es no ser eliminados de manera absoluta y radical. Es decir, nuestra labor es de pura resistencia, y por tanto es necesario encontrar placer en esa resistencia y dudar de cualquier victoria que no sea pírrica. Desde ese punto de vista -si uno consigue auto-convencerse-, todo es ligeramente menos gris. Desde una perspectiva de conquista, sin embargo, todo es inevitablemente fracaso, vacío y desastre. Sobre todo vacío. Difícil, sin embargo, desposeerse de una idea, por algún motivo central en nuestra educación -aunque reiteradamente negada por los hechos-: la de que el trabajo bien hecho y el conocimiento llevan al reconocimiento, y que es el segundo (el “re”) el que constituye el premio máximo.

Desprogramación, es la palabra. Un tercio de nuestra vida es programación, y el resto también, sólo que con la leve posibilidad de que uno mismo -en un esfuerzo pavoroso por sus mil necesarias minucias y su invisibilidad- se libere de toda esa mierda y empiece a funcionar, al menos parcialmente, según su propio código alternativo. Un código alternativo que, como todo lo alternativo –ya te lo dijo papá- incluye a menudo el castigo del olvido y no raramente el del hambre.  
Dice Kevin De Broux (Pink Reason, en la foto) en una entrevista que le acabo de hacer que “Trabajar para una compañía de seguros es otra cosa que no es punk. No me importa que tu única otra opción sea ser un homeless. Lo he probado y no es tan malo. Ciertamente, es mejor que trabajar para una compañía de seguros”. Coincide en gran parte con lo que yo pienso, pero plantea un cruce de caminos tan amargo como real: homeless o esclavo. O mejor: si no quieres ser un esclavo tienes que afrontar la posibilidad de ser una basura a la que nadie hará ni puto caso. Considerar mejor lo segundo que lo primero implica varias cosas: una chulería ciertamente Rock&Roll que se hace más difícil de mantener a medida que los años pasan; un idealismo rayano en lo suicida; una certeza casi maníaca de que lo que estás haciendo vale la pena y –last but not least- un arraigado desagrado inicial, ese asco consustancial hacia lo establecido, hacia las tripas de la máquina, que es difícil, por suerte, extirpar una vez que está ahí. Aunque vivamos en ella.

Por desgracia, la “literatura” musical de este país no hace mucho caso a las entrevistas de fondo, o quizá es que hay demasiados matados como yo en el gremio. Ahí, de nuevo, forzoso es considerar que el pequeño formato (véase este blog, véase esta trinchera) es igual de digno –más digno en realidad- que el grande, aunque a uno, envenenado aún por el viejo paradigma y por la estúpida necesidad de comer por su cuenta, le de pena a veces que determinadas cosas no puedan alcanzar un publico mayor.
En un par de días me largo a Portugal a entrevistar a Michael Gira, y hoy he acabado de transcribir una bonita conversación vía mail con el citado De Broux. Pero no me hago ilusiones. Afuera la gente habla de Messi y de Cristiano, o de cosas peores. Los cenáculos siguen siendo lo de siempre, como su nombre crípticamente indica, y a mi no me queda más que persistir, a sabiendas de que, según se mire, según el cristal y el día, Chejov podría haber tenido razón cuando afirmaba que “Salomón se equivocaba al ansiar la sabiduría” porque esta –dice en otro punto- sólo lleva a la infelicidad.

Lo entresaco de sus “Cuadernos de Notas” (La compañía de los libros, 2010), bastante más interesantes para mí que su prosa. Debajo de la anterior, una verdad más absoluta: “Los hipócritas ordinarios aparentan ser palomas. Los hipócritas de la política y la literatura, águilas. Que su aire aquilino no te intimide. No son águilas, sólo ratas o perros”.
Entre ratas y perros, y demasiado a menudo como ratas o como perros, nos ha tocado vivir. Disfrutémoslo.


Fdo. LUIS BOULLOSA

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