viernes, octubre 10, 2008

FIVE DOLLAR PRIEST - “Five Dollar Priest” (Bang!)


“Soy bueno en el arte de perder. Pero parece que tengo una mano ganadora”, canta Ron Ward, con voz de lija y excesos, en “Bobbychen”, chirriante paseo por un lluvioso y eléctrico Chinatown que constituye el segundo corte de este atípico disco debut. Buen intento, Ron, probablemente todos lo hemos pensado alguna vez. Excelente retrato, en todo caso, de lo que da de sí el Cura de Cinco Pavos pasado a disco. Una narcisista, chulesca y espasmódica declaración de principios que amasa en un puño la fibra del garage punk menos conformista y en el otro el oxidado filo de la no-wave neoyorkina. Facturado por un comando de perdedores con talento en el enésimo intento de derribar las columnas del farisaico templo del rock a bases de esputos cocainómanos, el resultado es explosivo. Todos tienen pinta de necesitar unas vacaciones y no poder pagárselas y, quizá por eso, tocan con una mala baba cercana al colapso pero siempre reconducida, en última instancia, para construir un retrato poliédrico y enervante de su propia megalópolis particular, que es, parece, la de los combates de boxeo amañados, el tráfico de drogas a pequeña escala, la comida china, los subfusiles, el dandismo de casa de empeños y el swing callejero, ese que una vez tuvo Tom Waits, pero cargando más a guitarras que a percusión. Nocturnos, puntillosos (aquí los mendas saben tocar, no te equivoques), con un punto libre que realza pero no emborrona y capacidad para crecerse en los medios tiempos (la cojonuda “Whisky Filled Lips” en sus dos versiones), son puro ladrido de perro viejo y batido en las miserables batallas del underground vocacional. Han estado en los palacios y en las cabañas, en la galería de arte y el callejón. Y han elegido para el combate el desolado patio trasero en donde, una vez inservibles, los sueños se hacen a la parrilla, vuelta y vuelta y bien regados con cerveza barata. De Mars, Contortions y compañía heredan el desinhibido instinto experimental y el cariz expresionista (ahí está James Chance poniendo su saxo desquiciante a mayor gloria del aquelarre urbano). Sin embargo, ellos no se pierden en el chirrido y aguantan con pulso firme el tirón de unas canciones que son como perros de presa pasados de anfetas, fibrosos arrebatos de sinceridad precarcelaria; temas concretos, pese a las derivaciones, esenciales como un jadeo de polvo barato, dañinos cual garrafa nocturna o efluvio de infecto comedor de caridad. Lo mismo recuerdan a un John Zorn que predicase en un cruce de Brooklyn bajo la lluvia ("Conway Twitty´s Bag") que le pasan por la banda a los mejores Gallon Drunk, dejándolos en tiernos escolares de primaria. La formación que levanta esta cloaca a mayor gloria del Rock&Roll (del de verdad) es de gala, con Ward (Speedball Baby) a la cabeza, facturando las letras, Norman Westberg (Swans, Sulfur, Heroine Sheiks) a las sobresalientes guitarras, George Porfiris (Heroine Sheiks) al bajo, el ubicuo Bob Bert (Sonic Youth, Chrome Cranks, Knoxville Girls, Pussy Galore, Bewitched) dándole cera a los parches y Patrick Holmes aportando un bien medido clarinete. Los demás colaboradores, sin ser esenciales, aportan detalles y lustre subterráneo (Jon Spencer, Cristina Martínez, Matt Verta Ray...). En fin, que el inframundo existe y sale a la superficie a boquear y chillar blasfemias a poco que uno le de oportunidad, aunque rara vez con tan salvaje brillantez. Si no eres de los convertidos al Alt-Country para padres primerizos y otros miembros de la tercera edad (es decir, un caso perdido) y todavía prefieres un bolo sudoroso en un garito pequeño a un estadio lleno de idiotas dispuestos a decir amén a cada “Hey”, sólo te queda rendirte a su siseante encanto post blues y su turbia, necesaria dosis de realidad cortada en negro. “Soy bueno en el arte de perder” canta, el muy cabrón. ¿Y quién no, Ron, quién no, de entre los que te escuchan aún? //COWBOY ISCARIOT

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