sábado, agosto 16, 2008
BUFFALO KILLERS - «Let it Ride» (Alive Records)
Se dice que una banda tiene toda la vida para parir su primer disco y apenas un año para cerrar el segundo. Teniendo en cuenta que ese año, si ha habido suerte, se lo pasa uno en la furgona de bolo en bolo, no es raro que el resultante no esté a la altura del debut. No es el caso de los de Ohio; El segundo largo de los Killers los apuntala como una referencia ineludible en el Rock&Roll americano de esencia setentera; una especie de relevo agreste de los Black Crowes con innata capacidad para fagocitar influencias y un sonido de los que ya no se facturan (notable aquí la naturalista producción de Dan Auerbach). Es cierto que se nota en las letras que el lapso ha sido de carretera y manta: una sarta de lamentos no demasiado articulados sobre la lejanía del hogar, nostalgias sentimentales, apuntes de viaje y poco más. Pero en lo estrictamente musical se deshacen del reto de la confirmación sin aparente esfuerzo, con una nueva demostración de estilo, delicadeza, potencia y clase. Sus temas discurren como un río que fluyese desde un pasado profundo y frondoso donde el Rock&Roll todavía era más artesanía que fabricación en serie. El río, claro, arrastra sedimentos, y estos terminan por formar un delta de densa vegetación y paladeable fauna infestada de referentes clásicos (Muuuuucho Beatles, Cream, Neil Young, Faces, The Band, La Creedence y el rock sureño de mejor cosecha). Se nota, sin embargo, un tono más ligero y soleado que convierte el artefacto en una especie de añejo trip desde los espesos bosques del interior a la soleada costa; un punto levemente ácido, californiano, por llamarlo de alguna manera, si esa palabra nos evoca la California de hace 40 años, más una idea que un lugar, al menos para quienes jamás la pisamos. Un matiz que se aprecia especialmente en la recta final, donde parecen haberse chutado a la vena lo mejor de The Eagles y las guitarras brillan con edulcorado candor. Cierto que no hay canciones tan definidas, hits redondos que si abundaban en su primer álbum, pero «Let It Ride» no deja de ser un delicioso cajón de música para levitar mientras uno conduce hacia la playa, con el olor a sal inundándole ya los pulmones. Cómo demonios pueden unos chavales de veintitantos facturar rock sesentero del este nivel con semejante naturalidad es algo que habrá que preguntarles a ellos. Derivativos, pero soberbios. // Venice Beach Speed-Freak
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