jueves, diciembre 08, 2011
(NOTA BREVE DE) UNA FIESTA
John Lee Hooker - No More Doggin from fotomuse on Vimeo.
Hice una fiesta. Bebimos desde las tres de la tarde hasta las cuatro de la mañana, así que la verdad es que recuerdo poco de la segunda mitad y de la pelea que la finiquitó. Pero si recuerdo que lo que realmente hizo bailar a la poca gente que todavía baila fue John Lee Hooker. El John Lee Hooker del 49/51, rasposo, vivo y chulesco aún, sacado de un disco que me compré por tres euros en Murcia y que recopila grabaciones primitivas. Sí, ese en el que hace cosas tan raras con la guitarra, contrapelado, casero, rítmicamente abrupto, y que tiene, sin embargo, parece ser, el alma con el grave denso como un escupitajo eléctrico; ese alma que le mueve el culo a la gente. Ese alma que suele yacer en el centro de los géneros de aluvión y necesidad como el blues. No así el resto de la música de la noche, excelente, pero que llovía sobre la pandilla de borrachos en lugar de propulsarlos hacia arriba. Más paisaje que latido, Más pensamiento que corazón, aunque todas esas cosas se puedan combinar, supongo. Sé que puse a los dinosaur Jr a demasiado volumen, que es como suenan bien (“Farm”, de lo mejor que han hecho nunca, aunque sea reciente), a Dylan, como no (“World Gone Wrong”, porque no en contré el insuperable “Good As i Been to You”) y también el inefable recopilatorio de caras B de Royal Trux. Y sabe Dios qué más. Pronto se acabaron de los canapés. Pronto hablamos de los romanos, de Klaus Kinski y del más allá de acá. Alguien ligó con una alemana llena de purpurina que parecía ella también salida de una peste de Herzog o un mal tripi de Altamont. Deshilachada gloria hippy y dopada, sí. Mientras, mi compañero hacía mojitos como quien reparte granadas de mano de espoleta retardada. Tardé tres días en recuperarme de la hecatombe y ahora me he recolocado el cerebro en su sitio dudo si he hecho bien, pero que importa ya. Por allí estuvieron, creo, Mr. Collins, Kim Warsen, El Señor de Los Aperitivos y esposa y, brevemente, el amigo Benitez, que se trajo a dos simpáticos colegas. Uno de ellos, me enteré, era el pintor Jorge Isla, que habló un par de veces del amor como disolución de las barreras (los límites?) interpersonales. Pese a ello parecía tenerle aprecio a ese pellejo suyo, como recién sacado de algún migrañoso canto de tripulación. Buen interlocutor. Podéis ver su muy interesante trabajo AQUÍ, aunque no es apto para depresivos crónicos o almas al borde del abismo: no parece haber en su trazo ni un atisbo de piedad o de esperanza. Tierra baldía pura, más o menos como la que quedaba en mi casa al día siguiente, al despertar. Hice una fiesta, en fin. Pero no te invité. Quizá fue eso lo único que saqué en limpio de ella, en realidad.
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