jueves, septiembre 02, 2010

COPE & HELL (how to & get to)

Inauguramos nuestra tarea arqueológica (un par de clásicos revisados por semana, o eso esperamos) con reseñas de dos de los enfermos favoritos de la casa, Richard Hell y Julian Cope, publicadas por cierto por nuestro nuevo colaborador el GATO PALUG, en el nuevo número de la revista Arraianos de nuestro iconoclasta amigo el partisano Aser Álvarez (van por el VIII ya, con su habitual calidad y ojo para la selección de colaboradores). Larga vida.

Photobucket

DIM STARS – “Dim Stars” (New Rose, 92)

Poca gente recordará hoy esta inmersión a pulmón en los bajos fondos físicos y mentales de N.Y. que Richard Hell ejecutó a principios de los noventa y decidió llamar Dim Stars (estrellas borrosas). Lo hizo inesperadamente flanqueado por un grupo de outsiders de lujo. Allí estaban Thurston Moore y Steve Shelley, de Sonic Youth, en una de sus fallidas misiones de rescate (lo intentaron también con otros “idiot savant” irrecuperables y brillantes como Robyn Hitchcock y Nikki Sudden). Y están Don Fleming, (Gumball), algún saxo de Jad Fair (Half Japanese) y la ocasional guitarra, siempre suciamente iluminada, del finado Robert Quine. Un supergrupo, en efecto, pero de cloaca “artie”, con el que Hell levantó su última incursión musical seria en el laberíntico y fantasmal espacio del Nueva York de la época, aquel en el que viejas momias del punk, gloriosos despojos de la charcutería no-wave y nuevas bestias ruidistas cohabitaban. Su paseo postrero por el laberinto de desoladas estancias de donde extraía ese romanticismo de cochambre urbana envuelto en alambre eléctrico que siempre lo distinguió. En ese último límite cortado al fondo por una línea interminable de excesos y por el olvido mismo, hay brotes espasmódicos de ese punk literario bordeado de histeria que el mismo inventó en los setenta, ejecutados con inesperada saña y agradable desaliño por la banda, pero también atisbos de un genio distinto, como en la emocionante “Monkey”, una sintomática balada de amor total y desguazado (“Could I get you to redesign and redeliver me again?”, canta), en el odio puro de “Memo To Marty” o en el actualizado retrato lourrediano que es “She Wants To Die”. Y hay tomas rasantes sobre la ola de freaks en clubs de última hora que era la suya propia, entonces, bailables recaídas en una hipotética discoteca noise demasiado cercana al infierno (“Baby Huey”, “Downtown at Down”, la negrísima e inquietante “Try This”). Un elegante baile sobre cuchillas de afeitar que muy pocos sabrían ejecutar así sin perderse para siempre. Un disco que es como un erizo eléctrico flotando en un tonel de aceite. La fina línea que separa el arte mismo del desastre total. //GATO PALUG

Photobucket

JULIAN COPE – “Jehovakill” (Universal/Island, 92) (Reeditado 2006)

A mediados de los 90, quien más quien menos consideraba que el futuro druida Cope estaba como las maracas de Machín después de una (mala) vida de rockerismo snob al borde del éxito regada abundantemente con sustancias tóxicas. Su carrera había sido talentosa pero errática, oscilando entre el glorioso pasado de los Teardrop Explodes y aparentes intentos narcisistas por revivirlo que a veces funcionaban y a veces no. En algunos de sus discos apreciables de entonces, como “Saint Julian” o “My Nation underground” hay tantas gemas como ridículos. Lo que nadie podía pensar es que esos bandazos de músico en falla creativa no eran en realidad sino los coletazos de un nuevo nacimiento, los espasmos de la adolescencia. Dos discos marcan su entrada en la verdadera madurez. Uno es su antecesor, el también imprescindible “Peggy Suicide” (un tratado sobre la madre tierra y sus serios problemas de entonces). El otro es este “Jehovakill” donde entra de lleno en las manías y pulsiones aún lo guián hoy: su posicionamiento "paganista", en frontal oposición al cristianismo, al que considera una fuerza castrante que ha llegado a desvirtuar el verdadero mensaje de la humanidad . Un viaje hacia el pasado para recuperar todo aquello que ha sido ocultado, desvirtuado y pervertido y que yace en los signos que restan y en el corazón del hombre. Una paja mental, pensarán algunos. En realidad una serie de reflexiones profundas que han ido creciendo en brillantez y fuste en los años posteriores hasta convertir esa labor de amor visionaria (que lo sitúa en cierto modo, salvas las distancias, junto al Robert Graves de “La diosa Blanca”) en una de las carreras más sorprendentes del rock y el pensamiento de las últimas dos décadas. Valga como puerta a su mundo este disco, una especie de nave nodriza donde hay de todo (de Jim Morrison al krautrock y del funk frío y el techno a Lou Reed) y donde su percepción está condensada con la brillantez propia de un mago musical y la entereza y gozosa expansividad que de quien sabe que su mensaje es uno de vida. “Jesucristo no es la cruz./La cruz es una representación/del Hombre erguido con los brazos abiertos/aceptando la creación”. Amén, marcianos. //GATO PALUG

No hay comentarios: