Respetados, pero un poco olvidados, a lo suyo siempre,
Poison Idea nos dieron un toque de atención (a los que nos enteramos) con la
publicación en 2015 del excelente “Confuse and Conquer” que los mostraba
remozados pero con el instinto asesino intacto. Acierto parecía, allí, la reincorporación
de Eric “vegetable” Olson a la guitarra, y Jerry A. conducía al equipo con
firmeza un paso más allá de lo esperado, cuando la mayor parte los
considerábamos ya, más o menos, una digna reliquia de tiempos pasados más
broncos y verdaderos.
Ahora, en 2016, nos llega la segunda hostia (por si la primera
no nos había despertado) con la forma del mejor disco de punk&roll en
directo que vayas a escuchar en mucho, mucho tiempo. La clase magistral fue grabada
en directo en la fiesta del sello Voodo Doughnut. Los de Jerry la empiezan algo
fríos con la simpática y gutural “Triple Chocolate Penetration” (premio al
mejor título de la década), se van calentando con un inesperado “We Will Rock You”
(Queen, sí) y a partir de ahí la cosa te explota en las manos y te las arranca
de cuajo.
La mitad son temas propios en estado de puta gracia; su
eterno e inimitable punk de alto tonelaje e incendiada médula rock&roll. La
selección de temas es brutal, claro, porque sí, ellos fueron los que firmaron Record
Collectors are Pretentious Assholes, Blank, Blackout, Vacant, Feel the
darkness y otras obras maestras de la brutalidad con cerebro, y de tal cosecha se pueden
sacar pepinazos blindados hasta hartarse. Pero lo llamativo a estas alturas no
es eso. Lo llamativo es que los pongan sobre la mesa como si los acabaran de
hacer hoy, con el brutal empaque y el grasiento swing que los hizo enormes hace
ya décadas.
La otra mitad del pastel (intercalando versión cada dos
temas propios más o menos) la compone un picnic pantagruélico en el que
proceden a merendarse hits tan diversos como “Born to Lose” (Heartbreakers), “Shot
by Both Sides” (Magazine), “Motorhead”, “Death to the Sickoids” (Subhumans) o “I
don’t Care About You” (Fear) igual que quien ataca un bocata de panceta después
de una semana sin comer.
El resultado de tal fiesta en forma de hamburguesa de 14
pisos es, y no exagero, uno de los mejores directos que he escuchado jamás. Uno
de esos a los que va a haber que ir en peregrinación cada cierto tiempo para no
olvidar de qué iba la cosa. Lo digo ahora, recién escuchado un par de veces, y prometo
mantenerlo en el futuro, si es que tal cosa existe. El cerdo campeón debe estar reventando de orgullo al otro lado del río. //F.G. Lovecraft
Hace diez años empecé este blog (con esta misma imágen). Diez años. Tenía por tanto
entonces 31, y si no me falla la memoria había empezado a trabajar en un
periódico del ala diestra y había entrado en una de las etapas más tristemente
mágicas de mi vida. Mi día a día era caótico, bebía demasiado, quería ser cosas
que aún no era y llevaba tres o cuatro años escribiendo en Ruta 66 y un par
editando con un amigo nuestro viejo fanzine Kaput, el Kaput en papel, del que
salieron cinco números. Las razones por las que empecé con esto me resultan ahora
indescifrables, aunque supongo que algo habría de exhibicionismo y algo de un
pragmatismo al hilo de los tiempos bastante raro en mí. Lo que me ha aportado
es, sin embargo, más claro.
Rara vez un blog dura una década. La red está saturada desde
hace tiempo de chatarra interestelar que fue prometedora y quedó en casi nada. Dice
mi amigo Juan Terranova que la parte más móvil, maleable y participativa de los
blogs, el “comment”, el comentario, no tardó en independizarse y que de ahí
surgió Twitter. Es cierto, y es también síntoma de nuestra época, o al menos de
la época que acaba de pasar. Queremos comentar, a toda costa, y el elemento
sobre el que se comenta es para ello un estorbo cuando es demasiado articulado:
el elemento sobre el que se comenta debe ser reducido a su mínima expresión y,
a ser posible, ser implícito a un mundo. ¿Qué mundo? El nuestro, por supuesto,
es decir, la carcelaria burbuja mental a la que hayamos decidido llamar el
mundo. ¿Leer un texto medio o largo y
comentar a partir de él? No, por favor.
No sé si tal situación es buena o mala, pero es. O ha sido.
Sé, sin embargo, que yo abrí este KAPUT cuando la explosión del formato ya había
pasado, que fui tardío, hasta cierto punto, y que no mucho después llegó la
época en la que el feedback empezó a caminar por esos otros senderos. Yo seguí
con la tarea, pese a la ausencia de ese feedback, no por fanatismo, sino como
el que lleva consigo siempre cuadernos de trabajo (yo los llevo). Nadie espera
que bajo su entrada manuscrita del día broten de repente debates y firmas,
insultos o halagos. No hace falta. No es esa la misión. Del mismo modo que me
sirven los cuadernos, el blog me sirvió, aún en la aparente ausencia de lectores.
Me sirvió para reafirmarme en mis motivos cuando el recorrido del periodismo diario
me obligaba a tratar materias muy distintas. Me sirvió para hacer una modestísima
publicidad de lo que iba publicando en otros medios. Me sirvió para dar rienda
suelta a mis manías y acabar sacando de ellas objetos más cuajados. Me sirvió
para llegar hasta gente a la que jamás hubiese descubierto de otro modo. Me sirvió,
sobre todo, para ir soltando la mano, para ir orbitando con libertad sobre motivos
recurrentes hasta pulirlos; para ir pasando de un estilo más o menos cerrado
(reseña, crónica) a un estado mental cercano al ensayo. Para relacionar. Para
caminar lentamente hacia lo que sería el embrión de una nueva forma mía que, a
trancas y barrancas, coaguló finalmente en dos libros y en una nueva revista en
papel. Los libros fueron “El puño y la letra” (66rpm, 2013) y el reciente “Santos
y francotiradores” (66rpm, 2016). La revista fue nuestra querida Karate Press
(KP también, como el Kaput original, y que igual que aquel subsistiría durante
cinco números, pero mostrando una profesionalidad, una apertura y una profundidad mucho mayores).
¿Hubiesen existido esos libros y esa revista sin este
modesto blog? No. Lo observo hoy y me doy cuenta de que -además de revelar un
empecinamiento y un cierto método que rara vez se me suponen- es la columna
vertebral, tenue pero cierta, que me ha servido para sujetar mis obsesiones y
encaminarlas a todas como un rebaño en la misma dirección; el hilo de tender
donde las he ido colgando a secar.
Ha sido en los blogs, y no está mal recordarlo, en donde se
ha desarrollado gran parte de la mejor crítica musical de esa década que contemplamos.
La prensa establecida (incluida la que se las daba de medio underground) nunca
supo seguirle el paso a esos nuevos modos, más libres, menos sectarios, y se
limitó a argumentar una y otra vez que en un blog podía escribir “cualquiera”
como si ellos tuviesen, por el contrario, algún baremo de excelencia férreo. No
pocas veces les he devuelto con cierta sorna el comentario. Pese a que en esa
prensa sobreviven (ninguneadas, a veces) varias plumas de valía, lo cierto es
que es en ella donde, parece, puede escribir “cualquiera”.
Así, cuando hace un año y pico coordiné la salida a la luz de
Karate Press comprobé que una de mis intuiciones de partida era cierta: había
excelentes escritores y críticos que estaban infrautilizados en sus respectivos
medios o que directamente carecían de medio. Un nutrido grupo de gente lúcida
que, concedida la libertad suficiente para encarar los temas que querían tratar
del modo que deseasen, eran capaces de ofrecer material de primerísima
magnitud. Los artículos aportados a tan ignota publicación por gente como Mikel
Primigenio, David Bizarro, Carlos Lapeña, Héctor G. Barnés, Coronel Mortimer,
Félix Frog y otro buen número de individuos están, eso no lo dudo, entre lo
mejor que se ha escrito en España sobre músicas arriesgadas y aledaños. Es
decir: la materia prima existe. Luego, la necrosis aguda de nuestra prensa
musical generalista proviene de errores estructurales, no de falta de talento
personal.
Algunos de esos excelentes periodistas habían tenido blogs o
similares, o los tienen aún. No debemos menospreciar pues, el papel que ha
jugado tal formato, por olvidado u obsoleto que nos parezca a veces, como elemento de maduración y transmisión en un entorno que no
siempre le permite a uno escribir donde quiere y, menos aún, escribir sobre
aquello que considera imprescindible contar. Yo, a este respecto, tuve la
enorme suerte, de encontrarme en 2002 con la persona de Jaime Gonzalo, que sin
conocerme de nada y vía mail me permitió arrancar mi “carrera” en el Ruta. A él
le debo pues, parte del desastre posterior. La otra parte del mérito es mía y
de la vida que he llevado, y de la gente que he conocido y de los días, las
copas, los trenes, las ciudades y las miradas.
La solidez se construye. Pero raramente se construye
siguiendo los parámetros dados y las doctrinas establecidas. Los campos de
juego son necesarios, los patios traseros y los espacios desolados son
necesarios. El otro lado de las vías del tren es necesario. La experiencia
directa de “lo otro” es necesaria para no acabar siendo una oveja. O, como dijo una vez mi
querido Javier Colis, “la experiencia es siempre más montaraz”. La historia de
la verdadera prensa cultural de este tiempo no será la de los grupos y los conglomerados,
ni la de unos periódicos tan patéticos como rancios. Habrá sido la nuestra. La cuente
alguien o no. La resuma alguien o no. La cante alguien o no.
Es una cierta satisfacción, para que negarlo, haber puesto
mi grano de arena durante una década francamente turbulenta y divertida.
No diré que lo hice por vosotros, lo hice por mí. Pero
espero que a vosotros os haya servido de algo también.
Como bien sabe el primo de Charles Manson (en la foto), hacer discos de Rock&Roll navajero casi perfectos
está al alcance de muy pocos. Igual que sobrevivir vocacionalmente en la basura
o divertirse en la guerra, es un grado de psicopatía aplicada difícil de
alcanzar. Los gaditanos Little Cobras impactan de lleno en ese
nivel con Fire Monkey que, cual hot-rod cargado de gasolina, se pasa
de frenada, vuelca y estalla en una bola de fuego que arrasa tu garito.
Concisos, enervados, incinerantes, pueden usar ya el chascarrillo de Lemmy con
todo el derecho y la chulería: “Somos Little Cobras y tocamos
Rock&Roll”. Aunque ellos estén bastante más cerca de Oblivians, por poner
un ejemplo de perfección en el desguace.
Por mucho que su anterior Songs for Dogs and Planets les
mostrase ya fibrosos y eficaces, aquí la progresión es meteórica. Con menos
rodeos, directísimo al grano (sólo un tema por encima de los tres minutos) el
Mono de Fuego los retrata en estado de gracia, en el centro mismo del
Rock&Roll de raíz blues y visceral urgencia punk, sintéticos, brutales y
capaces de hacerte un siete con la única ayuda de un hierro oxidado.
Tienen a los Cramps en una mano y a Gun Club en la otra, lo
que implica que a la espalda va todo el blues cabrón que uno quiera, como se
puede comprobar muy claramente, por ejemplo, en un “Barstool Boogie Spree” que
abreva en el pantano tóxico. Pero también son capaces de beberse ese veneno
embotellado en cristal, como en “Bubble”, adornada por coros de chicle usado. O
de entregarse a un paroxismo animal, cual Trashmen blindados, con el tema que
da título. O de bajar a la chatarrería, con “Carajillo” y rematar el paseo en
el ejercicio de casquería fina y flores ensangrentadas que es “The Butcher” (Leonard Cohen, sí),
mirando a Hank Williams por el rabillo del ojo en inyectando melodía oscura. Eso, por no hablar de “Too Much Paranoia”, que sería una perfecta canción de
psicodelia ácida, de esas que hacían en el sótano los Screaming Trees del principio, si no hubiesen decidirlo ejecutarla en seco con un disparo de
minuto y medio.
Mención añadida para una preciosa portada, original, lejos
del tópico, que redondea la jugada. Y a la gente de Clifford Records que lo ha
sacado a la calle porque era necesario. Francamente, te diría que ya no se
hacen discos así si no fuera porque éste es de ahora mismo. Pájaros y monos
ardiendo, con el inconfundible aullido de la diversión ciega y la
insatisfacción congénita. Sexo y muerte en el diner de El puerto de Santa
María. Un diez.
(Esta reseña, con ligeras diferencias, fue publicada originalmente en la revista KARATE PRESS #4)
El otro día me senté y escribí un libro. Luego 66RPM tuvo el acierto de publicarlo. Se llama "Santos y francotiradores", lo pueden encontrar en esos sitios raros llamados librerías y estos son algunos de los responsables de que exista, en bonito desfile auditivo/visual... Disfruten...
Pese a los rumores de desintegración interna, lucha entre
facciones e implosión feroz, lo cierto es que KARATE PRESS #4 verá la luz este
mes de octubre llenito hasta los topes de la habitual chatarra orbital. El
gabinete de crisis está cerrando algunas presentaciones con dos de nuestras
bandas favoritas. Por el momento, confirmamos que los imponentes NAJA NAJA
estarán con nosotros en el Liceo Mutante el 22 de octubre (y que sea lo que
Cthulhu quiera). Han facturado uno de los mejores discos de lo que va de año en
las galaxias conocidas y además son bien simpáticos. No se los pierdan.
Esto para los que sepáis inglés y penséis que tuvisteis una infancia difícil, "Mis primeros diez años", por GG ALLIN:
The first 5 years of my life were infested
with sickness & violence. It consisted of living in a log cabin in the
northern woods of New Hampshire with father, mother & brother. It was an extremely
real, primitive, anti-social existence with no running water, little heat, and
unbearably claustrophobic. We boiled water, laundered, and bathed in a
very tiny, chipped sink. I was
immensely sick with asthma, always fighting to breathe amidst emotionally uncomfortable conditions within a
cabin where the wall colours were that of the ever-peeling paint strips. We
lived in darkness. Father hated light. He also didn't care much for the company of other people. The
surrounding air was suffocated in eerie tensions, filled with violence, despair and endless destruction.
We were more like prisoners than a family. We were prisoners to father, and father was a
prisoner of himself.
He always
had planned to kill my brother and I, then commit suicide with mother. This was
brought to our attention on many a blistering occasion. Father despised
pleasures around the cabin and would consciously not allow any enjoyable items
to enter into our home. If he found anything in our possessions that we enjoyed,
he would take it out in the woods behind the cabin and bury it. We were allowed
very little contact with others, we had no phone, and activities were limited.
If someone came by to visit, we would all be made to hide or pay severe
consequences. So we would hide. But it developed into our world. It's
all we knew at the time. If
mother ever refused him sex, he would furiously drag the bed out onto the
grounds and burn it, setting it on fire as if all our souls werealive in the flames.
Towards the
end of a long, barbaric 5 years, mother was plotting to engage in our escape. She
had previously tried but I was kidnapped in the failed attempt. But finally one day when father was at work in the
papermill, mother packed us up swiftly leaving behind everything that could not
be carried and we then escaped. Leaving behind the first 5 years
of my life. A 5 years
that would be scratched into my soul for eternity. The first things she did soon after
were to divorce father and change my name from Jesus Christ Allin to Kevin
Michael Allin. But more violent confrontations followed throughout the years.
Mother started dating men with a flair for guns and mayhem. We were again held at gunpoint on occasions and
threatened by death. But mother was getting tougher. She dragged brother and I through all of these
hardships & chaos and raised us despite all of the many complications and
sacrifices in her life.
I began
hating, not trusting, fighting,
and feeling very distant to everyone and everything. At a very early
age. I observed the world around me as amere movie. A movie full of culprits
and phonies. I was the leading
man outside of the screen with a hammer just waiting for my chance to smash it
all to oblivion. I became introverted, keeping things locked up inside the
inner fractions of my ever-expanding brain map. I hung out and did what I
had to do to survive in any situation.
Brother and
I became partners in drug dealing and theft. I never felt like I
belonged around anyone, I was never intimidated. I felt superior. I hated
school and all the other students. In the very early days of schooling I would purposely piss my pants so
the teachers would send me home. In later days I would just say fuck it, and
never go, choosing to break into houses or cars in parking lots to amuse
myself and my fiances. My
principal once told me that I was a penny waiting for change. But I suspect
that I irritated him probably because I was making more money than he was.
I
also had predetermined very early in life that I obtained a special, very
powerful soul that nobody could or would conceive or be able to stop me from
achieving whatever I wanted. An irritating fire was building up inside of me from a seed
that was planted at my birth. It was now starting to blossom. Evil fires and powerful conclusions were
alive and spreading like wildfire within my burning, dark soul. Nothing around me would ever
compete again. Bizarre personalities were awakening within. Personalities that
later in life would have me visiting a psychiatrist. I was encouraged to go by the people around me.
But I refused to let it penetrate, for I knew who Iwas even if nobody
else did. I would prevail and
accelerate over their unimportant, boring, stagnating lives. I realize
now that these personalities were the demons living inside of me. I welcomed
them as my friends. Later in life I would have intercourse with the devil
himself.
I learned
how to manipulate people very early in life, I had to. I could always make
anyone believe what I had to make them believe. But the bottom line was, when
you turn your back, I'll stab you in it. I also enjoyed wearing mother's
clothes as well. Men's clothes
were boring and unimaginative. I was a wild child who wanted to look outrageous
and bright, even if I was filled with inner darkness and machine gun thoughts. Sexual
abnormalities were awakening. I liked to play under the table when mother had company,
while the folks were playing cards, etc. I would crawl beneath the table to
check out the tightly fitted
panties and fantasize. Soon fantasy became reality. I got off sucking the crusty cunt scrapings of
mother's panties and later, on my aunt's, for that matter, anywhere I
would go. I would raid hampers, garbage cans, and toilets for panties, snot
rags, piss, shit, bloody rags, etc. If female company came over I would
always fix the toilet so it wouldn't flush. That way Icould go in afterwards and
feast on body fluids while jerking off. Later in life I would hang out at sleazy bars
and bus stations collecting jars of piss and defecation for my sexual
habits. I was always masturbating. All throughout my school years I had
a constant erection. The first sex I had with another human was
with brother. But later in life sexual confrontations with the smelliest of
prostitutes, living and dead animals would prevail. I always felt like my
parents must have found me on the ground somewhere and that the darkness of
night came from an alien storm, leaving me from another galaxy on the back
grounds of that broken down cabin... CONCLUSION:
My demons, inner strengths and physical battles have guided me
through life. My demons and I are not compatible. We never have been and
never will be. We invite you to danger, and possibly, DEATH. We want your
blood, then we want you to vanish... I guess after all I must be my father's son, I am the second coming
of Jesus Christ through aim and constant fire…
Un día de estos os contaré el agónico proceso que llevó hasta aquí, pero hoy voy a limitarme a regodearme en el triunfo (mientras Alfaro me observa). Salud, hermanos.
Facebook (tan útil para algunas cosas pero tan pérdida
de tiempo, a menudo), sirve muy bien para aislar ese tumor gigante de la
nostalgia. Todos los días decenas de personas postean vídeos o temas de alguna banda del
pasado junto a la consabida afirmación: “los buenos tiempos”; o “ya no
quedan bandas así”. El mensaje es simple: “echo de menos la época en la que aún
se me levantaba, cuando podía descerebrarme a gusto con mis colegas en primera
fila de un bolo de los Hellacopters y drogarme sin que me echaran la bulla. Ahora que no estoy en esas, todos los que
seguís haciendo cosas así sois unos idiotas porque, en realidad, cuando yo dejé
de pisar la calle, todo acabó”. La industria del disco (lo que queda de ella) vive
exactamente de esa fuente de cretinismo donde se reúnen a abrevar entes antaño
despiertos. Las reediciones de lujo, las reuniones de viejas glorias y otros
patéticos apaños a costa de tus erecciones pasadas, las cajitas deluxe con cuatro
monadas maqueteras añadidas, el americana soporífero adaptable a la siesta del
niño y a tu propio sentido blandamente “crepuscular” de la vida... Hay alpiste
para todos. Mientras, las mejores bandas de rock (y aledaños) del país pasan, haciendo música estratosférica y sin comerse un rosco. El paraíso perdido de la
música española jamás existió. El paraíso es hoy, y sucede en la sombra,
mientras los presuntos sociólogos de nuevo cuño se empachan de “Movida” (aún) y Nacho Vegas
reprende a Ada Colau acertando de milagro con la realidad: todo es un patio de
colegio. Aquí quedan 33 recomendaciones, pues (que hemos tratado en Karate
Press o trataremos en breve), contra ese abuelario lleno de gente de treinta,
cuarenta y cincuenta que entendió que de la juventud se pasaba directamente a la
vejez. Hubieran podido ser otras 33 distintas, porque la cosa está que arde,
amigos. Por suerte vosotros tenéis aire acondicionado y ni os enteráis.
1. Blooming Látigo – “Disciplina noxa” (Knockturne, 2015):
Oscuros y encabritados, milimétricos pero al tiempo liberadores para quien los
escucha sin prejuicios, la banda empezó chupando de la raíz más libre del post
hardcore americano de los 90 y ha terminado por labrarse un espacio propio tan
original como rico en matices. Una apisonadora en directo, su soberbio segundo
largo es por derecho uno de los mejores discos de caña
inteligente de nuestra historia musical.
2. Little Cobras – “Fire Monkey” (2016): Subiendo de categoría desde
la humildad y el oficio, siempre a la sombra de los Cramps (cada vez más
lejana) y cada vez más bajo el paraguas de bandas heterodoxas como Gun Club. Su
nuevo disco (que se publicará pronto) es un paso de gigante: “Songs for Dogs
and Planets”, su anterior esfuerzo, estaba francamente bien, pero le faltaba
algo de sutura exacta en las costuras. Aquí, en cambio, el golem corre detrás
de ti con envidiable soltura, al ritmo espasmódico de unas guitarras
gloriosamente imperfectas.
3. Naja Naja – “Naja Naja” (Knocturne, 2016): Válidos igual
para amantes enfermos de suicide, para adoradores de New Order y para simples
buscadores de joyas pop en estado de histeria, el dúo sevillano abre su carrera
con un discazo redondo. Sueños maquinales de liberación formulados con una
distancia intelectual tan fría que quema. Imprescindibles.
4. Viva Bazooka – “Beso Mata Banda Bang” (Politburo Recording Fiasco/Cosmic tentacles, 2014): Inclasificables desde su nacimiento y
una de las mejores bandas de directo que he tenido la suerte de ver, los
Bazooka son una de esas ententes que surgen completas desde una dimensión
paralela y desaparecerán sin dejar hijos, aparte de un puñado de discos
impagables como este. Únicos.
5. Killerkume – “Industrial Sunbath” (2016): En racha creativa
y en crecimiento acelerado, el presente contempla a los vascos abriéndose al
jazz desde unos inicios que se anclaban en el riff pétreo y dominante. Si su
anterior trabajo, “Trautzer Blaster”, ejemplificaba aquel imperio mastodóntico
aunque inteligente, el nuevo da fe de esa evolución rapidísima hacia terrenos propios, por suerte para todos difíciles de clasificar.
6. Gentemayor – “Gentemayor” (2016): Desde Cádiz, sorpresón.
Feistas, a medias cartílago noise y descerebre sintético, su primer disco
homónimo debería ser tenido en cuenta como uno de los sopapos a mano abierta
mejor dados de los últimos años. Como Devo perdidos en la catacumba donde
ensayaban Cop Shoot Cop. Si vas a dedicarte a las drogas porque has concluido
–inteligentemente- que es lo único que tiene sentido, empieza por aquí.
7. Alberto Acinas – “Cada cual con su mal” (2015): luminoso y
poético, cotidiano y asilvestrado. Haciendo las cosas como le salen y
saliéndole las cosas bien, Acinas es un genio cuando menos se lo
propone. Por ejemplo en este excelente EP de folk vitalista y letras perfectas. Para cualquiera abierto de miras.
8. Mursego – “Hiru” (2013): Maite se ha labrado un prestigio
más que merecido con tres discos consecutivos
divertidísimos y en progresión, donde amalgama tradición y modernidad
creando folk del presente. Puede hacer una canción con cualquier cosa y nunca
le sale mal, y en “Hiru” llega a un envidiable estado de madurez.
Sobresaliente.
9. Rafael Berrio – “Paradoja” (Warner, 2016): No debería
hacer falta decir nada a estas alturas sobre el mejor escritor de canciones poéticas
y narrativas de este país, pero parece que sí, que hay que decirlo: sencillamente
descomunal. Más info, AQUÍ.
10. Cabalgata Cósmica – “Obscenus EP” (2015): trío de
psicodelia pesada de Valencia con poco que envidiar a los nombres sacrosantos
del género. Para amantes de las cabalgadas tóxicas de guitarra opiácea o ácida,
según se tercie, y del sentido del humor encabronado (títulos como “Me cago en
tu aura” son casi un comentario sobre una escena completa).
11. Kaiten – “VL-Tone” (2016): Pioneros de un post rock
reforzado, de rítmica poliédrica y guitarras de amianto, Kaiten tienen un disco soberbio de hace unos años que
cualquier fan de Shellac, Jesus Lizard y demás bestias pardas noventeras debería tener en un altarcito. Regresan, más recogidos pero igual de punzantes, con este EP de
cuatro canciones donde se meriendan a Waits (Red Shoes) y a Suicide (Rocket USA)
y añaden dos postales desde la cueva muy a tener en cuenta. Demuestran, de
nuevo, que son capaces de procesar decenas de influencias sin dejar de sonar
propios y excepcionales. Queremos más.
12. Marrones burócratas – “Mundo Libre” (2016): En algún
lugar equidistante entre Magnetic Fields, el Sr. Chinarro de principios de siglo y los Felice Brothers de "Tonight at the Arizona". Capaces de hacer crítica sociopolítica
con elegancia y moderación y de ejercer la bisutería pop sin ser ñoños, como dignos orfebres de una tradición variadísima y disfrutable. Nuestra reseña, AQUÍ.
13. Melange – “Melange” (Discos Tere, 2016): De musicazos como
los que integran Melange se podía esperar lo que han dado: un disco redondo.
Derivativos y mirando al pasado del folklore hispano, saben actualizarlo con tino, y, paradójicamente, acaban teniendo la formulación espléndida,
gomosa y opiácea de los clásicos atemporales. Psicodelia de raíz.
14. Muerte Mortal – “Muerte Mortal” (2015): “Vainica Division”,
decía una amiga, acertadamente. “Tan paladeable y contradictorio como un helado
envuelto en tempura”, añadía The MPress, también acertadamente. Letras lúcidas en su alterada cotidianeidad, el bajo
mandando y las guitarras experimentando en segundo plano para un
disco perfecto en su modestia.
15. El Legado – “El Legado” (El Beasto, 2016): Al cuello y
sin misericordia, El Legado regresan haciendo lo que siempre hicieron bien.
Una apisonadora de Rock&Roll de acero forjado, con un ojo puesto en
Dictators y otro en MC5. Bendita bizquera. La verdad y las guitarras por
delante.
16. Thee Boas – “Word 1” (El Beasto, Mag Pie Norhtwest Records, 2015): A caballo del ramalazo aural de los stooges, recogiendo la bajona de Asheton y convirtiéndola en gasolina de hot rod espacial, Thee Boas
firman su primer y esperado trabajo desde el local de ensayo de unos años atrás. Es arisco y venenoso, y flotante, y necesitamos más.
17. Ded Routines: Mascando a Rowland S. Howard, Scientists,
Swell Maps y Dead Moon en el mismo chicle, y pendientes todavía de publicar un
LP en condiciones, los de A Guarda son el secreto mejor guardado de una Galicia
de bandas tan brillantes como, a veces, fugaces. Si no autocombustionan antes
de conseguirlo, sabrás de ellos.
18. Fiera – “Déjese llevar” (El Rancho, 2010): recomendamos la larga entrevista
publicada en Karate Press #3 por Emilio Cascajosa para adentrarse en el strange
& frightening world de Fiera, un paseo de raíz postpunk y ácidamente
incisivo por la Sevilla oculta. Patios traseros, activismo interdisciplinar y
sarcasmo de supervivencia.
20. Robots – “Fuego derretido” (2015): Ese disco de punk crudo pero
elegante que todos quisimos hacer alguna vez mientras escuchábamos a los Pistols
y a Wire en nuestros escondrijos. Ellos lo han hecho. Buen principio para
seguir los distintos proyectos dela mente inquieta de Holy.
21. Miraflores – “Miraflores” (Happy Place Records, 2014):
Favoritos de esta casa por muy diversas razones. Por el momento tiran de un
disco que ya tiene un par de años pero que aguanta estupendamente porque vive
en ese vórtice donde Scientists, Beasts of Bourbon y The Fall se toman unos tragos
de lejía mientras el mundo arde. La cosa es el pantano.
22. Niño de Elche - “Voces del Extremo” (2015): Pocos comentarios hacen falta sobre él, a
estas alturas, ahora que un raro consenso de prensas “independientes” y
“mainstream” (no sé si sigue habiendo diferencia, la verdad) lo han convertido
en la nueva sensación alternativa. Pero no está de más recordar que su disco “Voces del
extremo” sigue siendo una obra mayor en la historia musical de España y que le queda mucho, mucho por decir. O eso esperamos.
23. La Femme Fakir – “La Femme Fakir” (Luscinia, 2015): El
núcleo de aquella banda soberbia que fueron Los Cuantos contraataca pasándose
al castellano y cuajando un disco libérrimo, politizado y plástico que el
tiempo engrandecerá. Oscuros, rítmicos y con las guitarras en estadio de
gracia, otro fruto eponzoñado del Madrid subterráneo, siempre en ebullición.
24. Javier Colis – “Nadie en el Espejo” (Luscinia, 2016):
Javier, siempre sobresaliente, entrega la primera obra maestra absoluta de
2016, mejorando, aunque parezca increíble, todo un pasado de aciertos
artísticos.
25. Esquelas – “Un pozo lleno de anzuelos” (Bestiarie, 2015):
Hay una España de electrónica, oscura y marginal que pueden ustedes empezar a
descubrir desde el disco de los coruñeses, tan opaco como elegante, casi
subliminal en su amenaza.
26. El Lobo en tu puerta – “Grabaciones sumergidas” (Knockturne, 2015): De como mezclar el blues con el metal trotón, los Beastie
Boys y lo que a uno se le ocurra, cantarlo todo en castellano y que sea un
pelotazo incluso para el más escéptico. Expeditivos y gloriosamente altos en
colesterol.
28. Dogbeats – “Rock&Roll Tsunami” (Rufus Recordings, 2015): Lo dice el título y ellos lo refrendan con doce pelotazos que siguen la
sana tradición punk de no dejar títere con cabeza. Envenenados de tradición
australiana vía Birdman y escandinava vía Hellacopters, y siempre con el pie en
el acelerador. Punk&roll purasangre desde Benidorm, sin city.
29. A.L. Guillén – “La Noche” (Plus Timbre, 2016): Interesantísimo ejercicio de experimentación de vanguardia. Desprográmese usted y disfrute del sonido desenmascarado (y del silencio).
30. PYLAR – “He venydo a reclamar my trono” (Knocturne, 2016): Arcanos,
paganos y otros hermanos. Quizá, con Orthodox, la banda más cuajada y original
de las que trabajan sobre el mito poético (y empiezan a ser legión). Una
negación del “tiempo lineal” que da sus frutos en discos-río tan difíciles como
renovadores. (ver artículo en karate Press #1)
31. Orthodox - “Axis” (Alone Records, 2016): Ya lo dijimos hace poco: “Lo suyo, a día de
hoy —como lo de Pasolini o como lo del Friedrich Dürrenmatt que
escribiera La Muerte de la Pitia— parece ser una regresión a un mundo
clásico muy distinto al que nos contaron las películas comerciales. Un mundo de
piedra, agua y metales trabajados aún toscamente. Un mundo de pasiones,
arrebatos y miedos esenciales". Desde el
metal al folk retrovisionario, imprescindibles buceos en la psique colectiva. Nuestra reseña completa, AQUÍ.
Alguien se sorprendió el otro día
cuando le comenté lo mucho que me gustaba Mundo Libre, el nuevo
artefacto (seis canciones) de Marrones Burócratas. Le hubiera podido
explicar que pese a mis pintas de pipa de High on Fire en horas
bajas, soy capaz de entender ese pop lo-fi inteligente, frío y
costumbrista, precozmente nostálgico y alimentado con retazos bien
digeridos de «americana». Pero da igual.
«Diez años después /
eres viejo como yo / enterrado de ocho a seis / Nos veremos otra vez
/ en otra sala de conciertos / empapados en sudor», cantan en la
estupenda «VCY», que los sitúa en algún lugar equidistante entre
Magnetic Fields y el Sr. Chinarro de principios de siglo, pero muy
suyo. Es esa una canción soberbia, igual que la áspera «Cadáver»
que me trajo a la mente a «Roll on Arte», aquel temazo incluido en
mi disco americano favorito de los últimos diez años, Tonight at
the Arizona, de Felice Brothers. Valdrían las dos para justificar el
trabajo, pero apreciables son también las dos tomas de «Mundo Libre»,
donde hacen crítica sociopolítica con elegancia y moderación («Yo
voy a quedarme en mi salón / tocando clásicos del pop / soy un
blanco gordo y occidental / en el fondo nunca me irá mal»). Cierran
el trabajo «Máquina» y «Misterios». La primera es un botón de
bisutería pop, agridulce psicodelia reducida al hueso provocada
acaso por la ingesta excesiva de clásicos ingleses antes de dormir.
La segunda, cantada en gallego, me resulta la pieza más prescindible
del lote, pero no logra empañar el excelente regusto general.
Así,
sorprendido gratamente, procedo a revisar el resto de lo publicado
por el grupo y descubro que hay otros cuatro discos, nada menos.
Dormitorio (2014), El buen perder (2013), Doce meses doce causas
perdidas (2010) y Salvemos a los bosques de sí mismos (2009)
muestran otras caras de la banda no menos interesantes. Ya en el
primero de esa lista las aproximaciones se multiplican, lo mismo
cristales de hielo de sombrío rastro pop (la casi perfecta «La
canción del odio») que rondallas eurocéntricas; igual momentos de
extrañeza demasiado familiar como «Farla barata» que vuelos sobre
los Big Star más desmayados, aquellos de la segunda mitad de Sister
Lovers («Adiós).
Música casera, sensible, variadísima, directa a
veces, evanescente otras, que probablemente gane -aún más- cuando se libere de su subyacente necesidad de resultar ingeniosa y
crípticamente referencial. O quizá esas cosas sean una virtud. En este caso, dudo. Sea como sea, la capacidad de hacer
grandes canciones sigue siendo un don escaso, y estos tres
(actualmente, según la información de su bandcamp, Ruben Abad, Toño
Rodríguez y Elena Vázquez) la tienen.
Otro día seguiré glosando
sus virtudes, que ahora me espera Matt Pike en el jacuzzi. Vamos a
pintarnos las uñas de los pies de violeta y a fumarnos unos chinos.
Por si acaso.
Sin material nuevo desde la muerte en
2006 de su guitarrista, el inefable y pantagruélico Pig Champion,
daba por finiquitados a los legendarios Poison Idea. Pero hete aquí
que han vuelto y que su último disco está a la altura (y anchura)
de su leyenda. Confuse and Conquer -cuyo título indica ya esa
preocupación política que siempre ha acompañado, pero no dominado,
la saturada y explosiva receta de las bestias de Portland- es media
hora de lo de siempre, es decir: punk mayúsculo de alto colesterol,
explícito como una coz en la boca y con médula rock&roll,
aunque sus maneras rocen a menudo el hardcore.
Permanece el alma del
cotarro, el vocalista Jerry A. (más delgado, con la misma mala baba
de siempre chorreándole por la mandíbula, la voz inconfundible, el
fraseo en forma), y la banda recupera a Eric «Vegetable» Olson, uno
de sus primeros guitarras, e incorpora chavalería renovada para
conseguir la muy, muy difícil tarea de no dejarse aplastar por la
sombra de los logros del pasado. No diré que este disco sea mejor,
ni siquiera igual, que los picos de la banda, aquellos definitivos y
fundacionales Blank, Blackout, Vacant y Feel the Darkness, pero
mantiene el tipo a su lado, lo cual ya es sorprendente.
Virtud de Poison Idea fue siempre el
ser una bestia única pese a su aparente simpleza. Lo conseguían con
ingredientes variados: tenían unas letras por encima de la media que
aunaban política, calle y nihilismo. Tenían, también, un armazón
rítmico demoledor coronado por un guitarrista prodigioso, el citado
Pig Champion, más de doscientos kilos de killer guitar de las que
marcan a fuego. Tenían la sorna, el humor, la violencia y el «I
don’t give a fuck» tatuado en la frente. Tenían el punch y —a
su manera— los estribillos. A tenor de este disco, de algún modo
siguen teniendo todo eso. Los tiempos han cambiado y puede que lo que
en su momento era impactante haya ido acercándose a una fórmula,
pero esa fórmula es suya y sólo suya y la siguen bordando: la mala
hostia permanece intacta y brillante como un cuchillo de doble hoja.
Y ya que hablamos de cuchillos,
lleguemos hasta Long Knife, banda también de Portland que por
momentos parece casi un calco de los Idea de la mejor cosecha.
Interrogado sobre el extraordinario parecido, Jerry A. se limitó a
decir que los conocía, que le molaban y que «el talento copia, el
genio roba». Signifique lo que signifique, el segundo largo del
cuchillo es un disco prodigioso y proteínico: carnaza sangrante
trinchada por guitarras en estado de gracia y que puede mirar cara a
cara a su modelo sin tener que bajar la vista. Meditations on Self
Destruction, cromado, impactante y malencarado, es un ejercicio de
shock punk que los hubiese consagado de inmediato si hubiese sido
parido a finales de los 80 y si sus padres espirituales no hubiesen
existido. Pese a todo, sigue siendo un disco mastodóntico y casi
perfecto.
Sería injusto, de hecho, quedarnos
sólo con los parecidos, por obvios que sean (en temas apabullantes
como la inicial «Exile» o «Soul On Fire»). Primero porque la
copia es probablemente la médula de cualquier arte (y, como decía
aquel, todo lo que no es tradición es plagio). Segundo porque el
cuchillo largo tiene incrustaciones de personalidad propia evidentes
a segunda o tercera escucha. En «Dressing Up A Drunk», por ejemplo,
se marca un elemento melódico particular, y en algún otro tema,
como «Sharpened Bone», tanto la estructura como las guitarras
comienzan a diferir, mostrando indicios de vida propia suficientes
para darles el voto de confianza. Como parte de una tradición, el
resultado obtenido con estas meditaciones sobre la autodestrucción
es un eslabón más, pero reforzado con titanio. Como disco en sí,
su equilibrio es magistral: ni un tema malo, muchos sobresalientes,
trabajo de guitarras más que notable y esa variedad dentro del tono
homogéneo que sólo se consigue con estructuras internas muy
trabajadas, cuidadas al detalle y a su manera complejas para una
banda de -supuestamente- simple punk. Un preciso y cabreado misil
tierra-tierra que tumba lo que pille por medio.
Ahora que Lemmy ha muerto, no está de
más recordar que una de las grandes cosas que consiguió con
Motörhead fue abrir el paso a toda una generación de bandas
embrutecidas y diáfanas de punk de alta cilindrada -ese que no
hace ascos a la técnica pero la mantiene a salvo del kitsch del jevi
metal-. Bandas como estas que, a la postre -desde finales de los
80 hasta ahora- han terminado haciendo discos mucho más
interesantes que los de los mismos Mötorhead. Encuentro en YouTube
un vídeo de Jerry en algún patio trasero en el que quema el
cuaderno con todas las letras del disco en un acto más de
indiferencia y de independencia. A él le debemos también unas
cuantas cosas. Inyectar pensamiento e inteligencia política en unos
modos musicales que con el viejo Lem no pasaban de albergar cerveza,
serpientes y tipas con las tetas grandes es una de ellas. Larga vida,
pues.
Es difícil seguir toda la producción
de los dos elementos que componen Orthodox a día de hoy, Marco
Serrato y Borja Díaz. Sus excursiones siempre fructíferas lejos de
la banda madre (Blooming Látigo, Hidden Forces Trío y otro puñado
de majaradas imprescindibles) darían para llenar entera esta
revista. Es satisfactorio, sin embargo, comprobar que no se han
olvidado de ese origen y que su trabajo en el proyecto original sigue
guiado por un ansia inusual de no repetirse.
Las etiquetas (doom de vamguardia, o lo
que sea) se quedaron cortas para definirlos hace tiempo, más o menos
cuando publicaron su segundo disco, el prodigioso y evocador Amanecer
en puerta oscura, y de eso hace ya casi nueve años. Con Axis (y con
su anterior burrada experimental Demonio del Mediodía, junto a
Aquileas Po y a Xavier Castroviejo) vuelven a demostrar que el bicho
es inclasificable. ¿Metal? Vale, pero mucho más. Si el jazz fuese
aún digno de su fama, se podría decir que aquí hay jazz, pero
prefiero la libertad de la palabra «experimento», sin más
etiquetas, para describir lo que hacen en piezas tan libres como
«Axis-Equinox», donde por un momento enfermizo y violento recuperan
el tono procesional de su otra obra maestra Sentencia (2009). O para
acercarme al poseído arranque tribal de «¡lo, Sabacio, lo, lo!»
donde el contrabajo sostiene el paroxismo de un ritual desconocido. O
para dejarme llevar por «…Y a ella será revelado» y su artesanía
proveniente de otra era.
No es menos poderosa la parte más
«reconocible» del disco: potentísimos en temas como «Crown for a
mole», con el bajo achicharrado y las baterías sin bridas, o
«Canícula»; profundos en «Medea», que podría haber acompañado
perfectamente al paisaje terroso, mediterráneo y quemado del Edipo
Rey de Pasolini; crudamente agrestes en «Portum Sirenes»... Pero
incluso en esos temas más estrictamente metálicos, Orthodox juegan
en otra liga, incapaces ya de adaptarse a un canon, demasiado
originales, para bien o para mal.
Lo suyo, a día de hoy —como lo de
Pasolini o como lo del Friedrich Dürrenmatt que escribiera La Muerte
de la Pitia— parece ser una regresión a un mundo clásico muy
distinto al que nos contaron las películas comerciales. Un mundo de piedra, agua
y metales trabajados aún toscamente. Un mundo de pasiones, arrebatos
y miedos esenciales. «Por entonces, cuando el alma era todavía
inmortal», dice Lichtemberg. En ese «por entonces» parece
compuesto e interpretado este disco extraordinario, aunque lo cierto
es que ha nacido en la Sevilla de 2015. Suerte para nosotros, que lo
podemos disfrutar.
(excelente portada, por cierto, de Gonzalo Santana)
Todo empezó en el convento, echando unos pitillos, dándole vueltas a la vieja idea. Planes de fuga hacia delante. Hace un año anunciamos aquí que la actividad de Kaput se ralentizaría para volcar nuestros esfuerzos en una nueva revista en cuya creación andábamos envueltos. Y así fue: apenas se ha escrito aquí nada en ese año, pero hemos conseguido que esa nueva publicación, Karate Press, sea una realidad.
Los números cero, uno y dos nos han dejado el buen regusto de las cosas hechas con las tripas y –esperamos- también con algo de cabeza, y la satisfacción de una respuesta minoritaria pero entusiasta.
Hemos conseguido, sospecho, algo poco común en su aparente normalidad: una revista en papel que se escribe desde ese territorio intermedio y poco definida en el que lo musical se cruza con otras disciplinas. Un intento de dar visibilidad a determinadas propuestas y de hacer periodismo de largo alcance, original y sin ataduras; sin exclusiones pero basado, lógicamente, en nuestra biografía y nuestro gusto: hablamos de lo que nos da la gana, ni más ni menos. Hablamos de lo que consideramos necesario. Y lo necesario, para nosotros, está a menudo, como reza nuestro lema, bajo tierra.
No es, pues, que la filosofía de Karate Press sea muy distinta a la que teníamos cuando este blog aún no existía y Kaput era sólo un fanzine hecho a cuatro manos (con mi buen amigo J.A. Pérez, que sigue en el barco). Pero hay diferencias sustanciales, y, ya metidos de lleno en la confección de la siguiente entrega, es quizá momento de parar un segundo, mirar atrás, evaluar y dar las gracias. Al público, sin duda, y a la tripulación.
Y es que la primera de esas diferencias sustanciales es, sin duda, que esa “biografía” que une los contenidos y guía el camino no es ya la de dos colgados encerrados en un cuartucho drenando sus fobias y filias personales: la larga lista de gente que ha trabajado para que esta idea suicida saliese adelante, vivita y coleando, convierte a la revista en un trabajo eminentemente comunal, en un cerebro conjunto.
Algunos de los que han aportado materia gris a esa unión son plumas de sobra conocidas del periodismo musical español, como Jaime Gonzalo, Esteban Hernández o Eduardo Ranedo. Otros, como Mareike Philipp, El Ciento, Coronel Mortimer, Sebensuí A. Sánchez o Alfredo Caro eran casi novatos al llegar, pero han terminado por entregar algunos de los mejores artículos que hemos publicado. Entre ambos polos están inapelables escritores de raza que caminan hacia su plenitud como el siempre ácido y pertinente Emilio Cascajosa (con quien estaremos en deuda eterna por su apoyo en todos los frentes); o Carlos Lapeña, por cuyas clases magistrales sobre “clásica underground” ya hubiese valido la pena todo el proyecto; o Mikel Primigenio, responsable de la excelente web/sello/promotora Cosmic Tentacles, que aportó su soberbia trilogía sobre metal extremo; o de Félix Frog, nuestro experto en cómic y mugrienta chatarra musical; o David Bizarro, para mí el mejor periodista “musical” joven del país. Pongo lo de musical entre comillas, en su caso, porque lo suyo va bastante más allá de lo simplemente sonoro, como demostró en ese soberbio crossover abisal llamado “Semente de Cthulhu” con el que nos obsequió en el segundo número (y cuya secuela esperamos impacientes). No olvidemos tampoco el apoyo incondicional de Barbara Pistoia, Laura Camargo y Juan Terranova, que desde el otro lado del charco han apostado porque esto valía la pena con excelentes trabajos, y de otro puñado de mentes preclaras como Xavo Ros, Coronel Franz, Ray-Mond Fernández o Nacho Pérez que han aportado sus ajustadas visiones de manera más puntual, así como de estupendos fotógrafos que nos han cedido sus capturas, como J.A. Areta Goñi (Juxe), Salomé Sagüillo o Giulia Mazza.
En el aspecto visual, la cosa no hubiese sido la misma sin las brillantes portadas de Don Rogelio J, Elena Serrato y Leo Sousa. Don Rogelio se encarga también de cerrar cada mes la publicación con sus excelentes retratos. De abrirla se ocupa Jess García, con su aguda y embrutecida tira cómica Mardita Droja. A ellos se unió pronto el tándem formado por Javier Briz y Daniel Suberviola, que ilustra y guioniza una canción por número en nuestras páginas centrales. Leo Sousa es responsable igualmente de los impresionantes collages de una doble página donde rescatamos discos esenciales y algo olvidados del siglo XX y del que corre.
Por último, es de ley resaltar el trabajo de The MPress, nuestra gestora del pánico, pilar fundamental y paciente sobre el que, de algún modo, se asienta todo este castillo de cartas movedizo y brillante.
La pequeña repercusión del resultado de este gran lío, en todo caso, y el gran éxito que significa su mera supervivencia a través de un año completo y cuatro números, es evidencia de que algunos de nuestros planteamientos estaban más o menos bien encaminados: hace falta una renovación en el ámbito de la prensa musical/cultural, y esa renovación no llegará jamás a través de los canales generales ya establecidos, por dignos que sean, a menos que estos afronten una reconversión a la que no parecen encaminados. Esa transformación implica ocupar ese espacio algo abandonado de la buena literatura periodística, esa tierra de nadie entre el telegrama virtual y la promo generalista. Y ha de acometerse con el espíritu combativo del fanzine y un extra de rigor y de profundidad. Hay gente que aún quiere leer, y quiere leer buen material.
Los sinsabores ocasionales se digieren mejor sabiendo que esa gente existe y responde. Y anclados en esa certeza podemos mostrarnos moderadamente orgullosos de los resultados del proyecto de revista. Digo proyecto porque en el fondo creo que de eso se trata, de un embrión, de una casa abierta. También es un ejemplo simple de cosas que se pueden hacer funcionando desde el margen con seriedad. Lo que dure ya es otra historia, porque sostener una revista en papel, trimestral, de 80 páginas y que voluntariamente no incluye publicidad es un trabajo intenso y absorbente que no siempre coincide de manera óptima con la realidad de la vida personal, sus vaivenes, sus miserias y sus tasas. Por el momento, la nave continúa su transcurso. Por el momento hay cosas que decir y ganas de decirlas.
Hace unos meses, el citado Emilio Cascajosa y otros amigos propiciaron un encuentro artístico único que pudieron presenciar los asistentes a la presentación de la revista en Sevilla. Durante una hora, Niño de Elche, Marco Serrato y Ernesto Ojeda, tres gigantes en lo suyo, improvisaron conjuntamente (acompañados por el apoyo visual de Pilu Caballero) creando uno de esos cristalinos momentos de emoción irrepetible. Fue, también ese, un acto comunal. En su modestia, fue un triunfo de nuestro espíritu: de la colaboración, de la diferencia fructífera, de la igualdad que hermana a gente libre.