HYPERCANDY en acción
Últimas musas de Warhol, con esa dicción entre ausente y cómplice y esa carnalidad de glaciación cercana. Venía desde Barcelona Sonia Barba, F.I.E.R.A, a presentar algo a Madrid, en una noche medio vacía del Wurlitzer Ballroom, y allí nos fuimos, porque el capataz estaba dormido y los perros se entretenían en descarnar el cadaver de un negro. No sabíamos de qué iba la cosa, ya que Sonia (antiguamente con el dúo de humor y cabaret Las Chass y con los magníficos Llamados Perdidos) también compone y canta. Resultó que se trataba de una narración de rafaga poética, nocturna y urbana, empapada de humo de barras, sueños a medio romper y planes de fuga por las hipotéticas carreteras de la América mental, esa que uno imagina cuando tiene demasiado tiempo para pensar, demasiado poco dinero para huir y ha escuchado tantos discos de Rock & Roll que conoce más a William Reid que a su madre. El tipo de material, en fin, con el que, a poco que te pongas kistch o malditísimo, puedes patinar y romperte la crisma creativa. Y al saco, con los diez millones y medio de imitadores de Bukowski. Pero no. Lo hizo. Lo consiguió. Fue un show vivo, amparado por la música de Suicide, Velvet Underground o Iggy Pop; en construcción quizá, porque de hecho está en construcción y porque era la primera vez que se representaba, pero pleno de esa coña entre alterada e inocente que ella domina bien. El público, variopinto donde los haya: cuatro ositos de chueca, algún vanguardista de permiso, una nutrida vieja guardia no identificada, camaratas sin mucho curro, rockeros tangenciales y alguna aspirante a femme fatale aún con bares por trotar. Si alguno de ellos no se sintió identificado con las patéticas peripecias de ese hatajo de sintéticos, románticos trasuntos de los angélicos curriquis a los que frecuentamos cada noche, quizá es que no se ha enterado aún de qué va esto de perder con clase y con humor. Antes, compareció Miriam Reyes. La habíamos visto cuajar un buen recitado, evocador y tenso, en un Palabra y Música, hace un año, pero el lugar y el sonido la otra noche no eran los mejores para una propuesta demasiado necesitada de un silencio que permita apreciar su descarnado, visceral pasacalles de dudas de adolescencia, incestos superados, muñecas quemadas con cigarrillos, sexo tristemente adulto y problemas identitarios femeninos hechos verso lento. En todo caso, es de las que valen. Un placer, ambas, y la vieja constatación de que hay cosas en la noche que tocan la fibra, si uno se empeña en buscar. ¿No es así, Candy, darling? //Cowboy Iscariot
martes, marzo 24, 2009
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