martes, mayo 20, 2014

Entrevista a JUAN TERRANOVA (primera parte)

 
 

Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) es una manía de esta casa, en la que, como es sabido, somos tirando a exquisitos. Juan Terranova, argentino de orígenes acaso calabreses o albaneses, es crítico, ensayista, periodista, agitador de redes y nosecuantas cosas más, aunque lo traemos a Kaput principalmente por su obra de ficción (no es que el periodismo, el ensayo o twitter no sean ficción, pero esa es otra pelea). Juan Terranova ya fue entrevistado AQUÍ, hace unos años, por culpa de una novelita excelente sobre una banda de rock (Mi nombre es Rufus). Hacer una novelita excelente sobre una banda de rock es una de las cosas más difíciles que se me ocurren. Con el tiempo ha ido entregando muchos más libros. Nuestros favoritos son el volumen de cuentos Instrucciones para dar el gran batacazo intelectual argentino y esa extraordinaria novela “cursi y wagneriana” titulada El vampiro argentino, un libro que posee un estilo poderoso y limpio que ya hace cien años hubiera sido raro de encontrar y que ahora apenas existe. Un libro sobre un mundo nacionalsocialista y un Buenos Aires distinto, y un clásico, por lo que a nosotros respecta. Juan Terranova es, en fin, poliédrico y sabe de lo que habla, ya se trate de zombis, de nazis, de dinastías francesas, de realidad argentina o de cualquier otra parafilia pop que se les ocurra. Nos lo cuenta en una entrevista extensa que entregamos en dos partes para no soliviantar los nervios de los hijos de la red. Ah, sí. Juan Terranova también conduce, junto con otros facinerosos, la magnífica REVISTA PACO, que harían bien en leer. Disfruten.

 
- ¿Cómo escribes?

Escribo en mi casa, con mi computadora, por las mañanas. Llevo mi hija al colegio y trabajo hasta pasado el mediodía. Después eventualmente hago algo más. Pero a la tarde sobre todo doy clases o leo. Lo único que me parece relevante de esto es decir que necesito tener internet. Sin conexión no puedo escribir. Si no tengo Internet, me siento desnudo en un lugar muy frío.

- ¿De dónde viene la pulsión de escribir? ¿Cuáles son tus primeros recuerdos al respecto?

Combatir el aburrimiento. Creo que ahí está todo. Empecé a leer y luego a escribir para no aburrirme. El sistema escolar siempre fue, para mí, aburrido en todas sus exigencias, desde la escuela a la universidad. Los libros, por otra parte, me resultaban cosas vivas, amenazantes; cada libro, un desafío. Mis recuerdos más primitivos de lectura y escritura tienen que ver con combatir el aburrimiento. Y con desarrollar y frecuentar la ironía. No sé bien cuándo fue que me di cuenta de que sin ironía el mundo iba a ser un desierto.

- Lo primero que me llamó la atención de “El vampiro argentino” fue la manera que tiene de hacer referencia a cosas mediante su ausencia. De hacer que pienses en cosas que no se cuentan precisamente porque no se cuentan: La casi total ausencia del tema judío, por ejemplo, en un libro ambientado tras un triunfo del Reich, parece hablar en cierto modo sobre el viejo problema de que la historia la escriban los vencedores. En cierto modo dice: “Aquello que la historia niega no está, o se mantiene sólo de forma residual y subterránea”. De esto derivarían otras dos preguntas, relativamente complejas. La primera: ¿Escriben la historia también los vencidos? La segunda: ¿qué es lo que se ha eliminado de nuestra historia, de la real, que sea importante?

Creo que de alguna manera las dos preguntas se pueden responder en una única idea, muy simple pero de derivaciones complejas. Ningún olvido es absoluto. Ningún mecanismo de supresión social es perfecto. La historia está llena de fisuras, de grietas. Y eso pasa porque trabaja con la lengua y la lengua es la Gran Indisciplinada, una cadena de equívocos que funciona como un tumor lleno de energía. De nuestra historia reciente, por ejemplo, se pretende eliminar y censurar todo el tiempo que el siglo XX fue el siglo de los totalitarismos, de los fascismos, de sistemas políticos que reaccionaron desde la cuna de la civilización con imponentes actos de fuerza. En el centro del sistema filosófico contemporáneos no hay viejitos bienpensantes, ni profesores piadosos, no está Rousseau diciendo que el hombre en esencia es bueno. En el centro de la filosofía humanista del siglo XX está Heidegger que fue siempre un nacionalsocialista. En la otra punta, Israel, hoy, como un Estado que pelea por la modernización de un tierra feudal y atrasada, tiene prácticas genocidas. Es un Estado que nació en guerra y lleva sesenta años en armas y al mismo tiempo es un Estado moderno y productivo. De alguna manera mi novela intenta, con las herramientas un poco pop de la ucronía, mostrar que siempre se esconde algo y siempre aflora algo de lo que se esconde. Nos llenan de mierda, nos adoctrinan, siempre, pero al mismo tiempo las rendijas por donde mirar desde otro lugar se abren por todas partes si uno las sabe buscar.

-El psicoanálisis también está ausente. Freud prohibido en Argentina es casi una humorada. Y tampoco hay fútbol. No quiero frivolizar, pero planteas una sociedad argentina sin varios de los símbolos que se le atribuyen tradicionalmente como esenciales.

En un momento se hace alusión a que Alemania, al haber ganado la guerra y ser la potencia imperial dominante, siempre ganaba los mundiales y que se competía, entonces, por el segundo puesto. Ahí se termina el tema del fútbol. Hay otra escena donde los protagonistas van al estadio de River Plate. Quizás ahora que me lo señalás tendría que haber narrado, al menos como escenario de fondo, un partido. No habría estado mal.

Con respecto a no querer frivolizar, ¿es posible eso? Con respecto al psicoanálisis, creo que lo leíste bien. Está la famosa frase de Freud, un poco tergiversada ya, pero válida, donde señalaba que el mundo había avanzado porque en Alemania quemaban sus libros y en otra época lo habrían quemado a él. Bueno, tiene su vuelta la cosa, porque Herr Doktor alcanzó a escapar a Londres, si no... El psicoanálisis es nuclear en la identidad porteña y también argentina. Y, pese a todas las críticas que puedan hacérsele, resulta una fuerza que pone orden y calma la ansiedad de estas tierras bárbaras. Vencen los bárbaros, los gauchos vencen. Si hubieran llegado los vikings de  las Waffen-SS después de su última guerra, el psicoanálisis no habría arraigado tanto acá. La melancolía porteña tendría que curarse de otras maneras... Son esos detalles, creo, los que hacen más pasable mi novela de impulso grandilocuente y cursilería wagneriana.

- El culto a la personalidad no falta, pero se concentra en Hitler. Argentina parece haber estado siempre afectada por un culto compulsivo a la personalidad. Gardel, Perón, Evita, Maradona, Charly García… En España somos mucho más fratricidas. No soportamos las personalidades fuertes, las asesinamos en lugar de adorarlas. ¿Por qué crees que se da ese culto? ¿Qué dice del carácter argentino?

No veo tantas diferencias en España y Argentina, o España y Latinoamérica en eso. Es la lógica del caudillo, del líder, del cacique, propia de las organizaciones católicas primitivas y ya no tan primitivas. Las instituciones no funcionan, la modernidad se traba en los engranajes burocráticos que no funcionan y entonces llega el líder que a base de carisma y fuerza y talento nos ayuda a seguir. Es Totem y Tabú al mismo tiempo. Hay un texto muy bueno de Leopoldo Allub que se titula “La  ética católica y el espíritu del caudillismo.” Está en la web. Ahí, parafraseando a Weber, y de alguna manera aplicando sus ideas a nuestros entornos, Allub logra describir la silueta de nuestra manera de pensar, de nuestras obsesiones. Nelson Rodrigues, el escritor brasileño, lo dice muy fácil y de forma muy precisa: “Sin un líder, acá nadie cruza la calle ni se come un chupetín.” Acá supongo que es Brasil, Latinoamérica; con un poco más de cuidado, la península ibérica.

- ¿Crees que ese culto a la personalidad puede tener que ver con la condición de Argentina como país relativamente joven y con su voluntad/necesidad de encontrar una identidad? Parece como si esa falta de identidad o esa identidad múltiple y no coagulada –en proceso- provocase una fijación mesiánica no muy distinta de la del Israel de la época de Cristo: una espera permanente de mesías salvadores que puedan de manera individual redimir el pecado colectivo. Al mismo tiempo, muchas de las respuestas vienen impuestas, probablemente, como se insinúa cuando Bravard reflexiona: “¿Y qué significaba para él la patria? Nunca se había hecho esa pregunta en serio. Alguien siempre la había respondido por él”.

La Argentina como nación no tuvo siglo XVIII, empezó directamente con el romanticismo. Es todo lo que puedo decir. A veces me levanto por la mañana y siento una voz que me habla en el castellano de la meseta castellana y me recuerda que no tenemos siglo XVIII, ni Ilustración, ni esos pintores que llenan los museos de Europa. A veces la voz me habla en el italiano dulce del Nápoles borbónico, o el francés sentencioso de Diderot. Ser americano del sur, ser hijo de la inmigración, hablar y escribir en la lengua de Castilla deformada por las inflexiones garibaldianas de un Dante de segunda mano, verse afectado por el vocabulario de la tribu lacaneana, vivir en una llanura desconectada del mundo, la pampa narcisista... Todo eso implica demasiadas preguntas, demasiado juntas. Supongamos que arriba de eso tiramos a los nazis, madre de Dios... Bueno, acá decimos que Buenos Aires es la última ciudad viva del Imperio Astrohúngaro... En la Argentina hay muchas respuestas sobre qué es la patria, todas erradas, desde ya.


- En el libro hay un choque entre las personalidades de Wasserman y el oficial Víctor Bravard, sin embargo, parece que el SS acaba aprendiendo cosas de su compañero, pese a ser este una personalidad a la que en principio desprecia. En cierto modo es una novela de aprendizaje, aunque las evidencias de ese aprendizaje se notan en pequeños indicios, apenas, y acaso en el final. ¿Representa algo como arquetipo ese Wasserman, cínico, “impuro”, derrotado y poseedor de poderes ocultos?

Desde Wasserman, el seudo-judío seudo-mason seudo-científico, y Bravard, el militar sensible y melancólico, pero orgánico y fiel a un ideario contradictorio y violento, quizás se pueda leer cierta idea de lo que es la Argentina.

- He visto críticas feroces de cosas que has escrito. Me parece hasta cierto punto sano que un libro pueda provocar reacciones iracundas. Al menos indica que ese libro afecta y, por tanto, importa. Me parece casi imposible que en España, a un nivel medio, una obra pueda crear ese revuelo…
Si yo viviera en Castilla o en Valencia escribiría pensando las cosas positivas que les dejó Franco a los españoles. Por ejemplo, los catalanes, ¿de qué carajo están tan orgullosos? Leo las cosas que escribe Arturo Pérez-Reverte y me dan ganas de que el IRA le ponga una bomba o lo atenten los Soldados de Cristo o alguna otra agrupación falangista. Las naciones como las familias siempre están llenas de miles de secretitos de mierda con los que puede trabajar un novelista. Por otra parte, como dice Maximiliano Tomas, Buenos Aires es la capital internacional de la mala leche. Hay poco dinero, hay grandes egos, una tradición literaria muy nutrida. Todos tienen su verdad y la defienden. En América, amigo mío, si te dormís, te velan, y si te morís, te tapan con un diario y sigue la peña.  
-Disidencia e identidad. Muchos de los más grandes escritores argentinos parecen haber estado fuera de lugar y en un proceso forzado de integración. Borges, con su raíz anglófila, su fijación con las sagas islandesas, sus ambientaciones frías, desea sin embargo (no tan secretamente) ser un gaucho con un puñal, un ser primitivo y heroico (como en “El sur”, que él consideraba uno de sus mejores cuentos). Mujica Láinez se refugia en un preciosismo exacerbado y “Bomarzo”, por ejemplo, uno de sus grandes libros, nada tiene que ver con Argentina. Sábato está metido hasta la médula en el asunto, pero con un horror que parece que lo hace desgajarse. Escapistas, colaboracionistas, horrorizados... Es curioso que sean ellos los que definan literariamente a un país… ¿no?

Es un buen truco ese. Se puede jugar con la península también. Podríamos hablar del antisemitismo de Pio Baroja o Jacinto Benavente o de las posturas políticas de Camilo José Cela, autores que me parecen fundamentales y potentes. (Baroja y Cela, Benavente bastante menos). Pero la verdad es que es muy difícil poner en serie hoy autores y estados nacionales. No dejamos de hacerlo porque el ánimo de taxonomía vive en nosotros, y los siglos de intentar entender algo más nos pesan como herencia intelectual... Mientras tanto, la Argentina es un baldío socrático en el culo del mundo, ahora lleno de soja. ¿Contradicciones en nuestro campo literario? Hola, qué tal. De los tres autores argentinos que citas el más lúcido es Borges porque se la pasó tematizando y relativizando nuestras fuerzas telúricas. Los otros dos se dedicaron a un neo-gótico rendidor de a ratos. Armaste un trío que se parece mucho a los tres chiflados. 

-Me da la impresión de que en muchos casos, los literatos argentinos, incluido tú, poseen un armazón teórico/político/filosófico muy potente del que en España, por lo general, se carece. Sin embargo, también me da la impresión de que eso puede jugar a la contra a veces. Cuando se intenta ser fluido, hablar de la vida sin parecer un profesor, cuesta reprimir, esconder ese armazón. ¿Qué opinas?

Voy a da un respuesta llena de achiques, de amagues, de idas y vueltas, muy lejos del magisterio. ¿Soportará eso el lector de esta entrevista? Hay una herencia criolla. Los criollos que hicieron la revolución se tuvieron que hacer esa pregunta: ¿qué somos?  Luego la pregunta vuelve con Rosas, con Sarmiento, con Roca. ¿Somos federales o unitarios? ¿Somos bárbaros o civilizados? Hipólito Yrigoyen respondió inventando la clase media que luego sería orgullo nacional y clavo social. Y creo que Perón favoreció la discusión humanística tanto en su brutalidad como en su candidez. El Gran Partido Peronista como el Gran Partido Antiperonista aportaron a sus respectivos proyectos políticos con una nutrida bibliografía obligatoria y, a veces susurros, a veces gritos, para la discusión. Todo eso retumba en la producción de libros desde ya...

El cirujano de hierro, por su parte, le dio muchas cosas a España pero le quitó muchas otras, entre ellas atrasó los avances borbónicos, aunque generó una unidad de la que España carecía. Desde mi ignorancia veo a Franco como un emergente contemporáneo de la Casa de Austria. Alguien en diálogo con la fuerza y la magia, pero embutido dentro de la modernidad y presionado por ella. En la Argentina los borbones tuvieron continuidad, pusieron hasta los colores en la bandera. Somos muy franceses en vocación, cuerpo y alma y eso se nota. ¿Tenemos que discutir qué somos porque no somos españoles y ya, o italianos y ya, y queremos ser franceses? Y al mismo tiempo, esa idea de una Argentina en permanente discusión, no sé, no me parece algo exclusivo de estas tierras... En España se es gallego o vasco, en Italia, piamontés o napolitano... Personajes como el fusilador Cadorna o el mismo Garibaldi siguen dividiendo la identidad italiana.

En todas partes se discute. ¿En la parte urbanizada de la pampa argentina se discute más? Quizás. Mi respuesta tendería a ser determinista y geográfica. Es la monotonía de nuestros paisajes, nuestro alejamiento ultramarino, tanta agua y tanta tierra, es todo eso lo que nos presiona para que estudiemos, y nos genera tanta neurosis. ¿Es así? Concedo en parte y a medida que concedo me voy dando cuenta de que conceder es un error. Hablemos de las diferencias con España. Desarmemos el supuesto. Isaac Rosa es un excelente ejemplo. O Vila-Matas, por citar a alguien más conocido. Ellos piensan la literatura, y la tradición, y la historia española. Leí el El vano ayer estando en Madrid y de golpe me sentí interpelado, acompañado, dialogando con su autor. Una novela excelente, sutil, duramente intelectual, flexible con la historia. Qué cerca está Rosa ahí del free jazz, del New Thing... El vano ayer alcanza para tirar abajo esa teoría de que nosotros pensamos más porque somos argentinos extraviados en la historia y un andaluz ya sabe que es andaluz y le alcanza con decir olé para saber quién es.

Claro que, para empezar a desdecirme, la diferencia entre Argentina y Europa quizás sea el mercado, y en el caso de España, la ilusión de un mercado. En Argentina tenemos un mercado muy chico y una neurosis muy grande. Al no tener el regulador del mercado, el escritor argentino tiene pocas opciones: o se convence de que puede triunfar monetariamente y lo intenta contra todo, vendiendo su bella alma, traicionado a Jesús o lo que sea. O se entrega a su narcisismo y a sus vueltas y eso lo saca de la narración y lo lleva a la teorización. Hay agentes muy claros que favorecen estos último. Uno es Borges, cuya obra es de corte especulativo. Otra es la muy castigada pero todavía eficiente educación pública, gratuita y universal, atravesando la sociedad como una vieja espada de bronce.

- ¿Ves mucha distancia entre las aproximaciones de ambos países a su propia historia/tradición?

Sigo con lo mismo. Si tercerizamos con Escandinavia, las veo cerca. Si tercerizamos con el Caribe, las veo cerca. Si las tercerizamos con México, las sigo viendo cerca... Buenos Aires fue durante décadas la capital cultural de Galicia. Ah, recordar eso es hermoso. Una vez le pregunté a un cocinero gallego que trabajaba en Buenos Aires por qué en Galicia se comía tan bien. Me respondió: ‘Al pueblo gallego le gusta comer porque pasó mucha hambre, y le gusta bailar porque pasó muchas tristezas’. Y los catalanes fundaron nuestra industria editorial. Y los vascos se dejaron los riñones en el campo con los tambos y los cereales. Seguimos en el mismo tema. Buenos Aires es una ciudad residualmente anarquista, portuaria, cuentapropista, contrabandista, mercantil. Mantiene una genética contestataria. Es una especie de Amsterdam lumpen del sur. El peronismo logró institucionalizar, o al menos darle un marco legal, a tanto cimarronismo. Pero luego el peronismo estuvo proscrito diecisiete años... Y ahí volvió la idea del hombre rebelde contra el mundo, la burocracia, la soledad, y la certeza de que toda política que vaya más allá de la lucha manual se vuelve sospechosa. Hoy, después de treinta años de democracia y republicanismo, en esta llanura de Dios, seguimos pensando que nuestras ganas son nuestro derecho y que nuestros deberes siempre nos juegan en contra y son impuestos por otros para beneficio de unos terceros.

Escribí muchos artículos sobre esa paranoia, ese bienestar insatisfactorio. El porteño que camina por las calles de su ciudad preguntándose “¿por qué no soy rico? ¿Por qué no soy rico? ¿Qué es lo que falló?”. Luego se mete en un cafetín a tomar una cerveza y a hablar con sus amigos durante horas. Todo eso es muy sensual, muy argentino. Por ejemplo, en Madrid la cerveza se toma de parado. En Buenos Aires se hace campamento en las mesas. Es diferente. Retomando la comparación, en la Argentina el plan de modernización implicaba castigar a España y su legado. Desde Rivadavia prohibiendo los toros hasta la generación del 37, los inicios revolucionarios argentinos negaron a España. Luego cada una de las camadas intelectuales fue denostando, por diferentes motivos, el legado español. Esto merece, desde ya, una revisión. Los españoles que conquistaron a fuego y hierro esta tierra y que son tan denostados por organizaciones hippies y marginales a quinientos años del hecho, esos españoles, se dejaron la sangre y un idioma. Un idioma que es tan bello como cualquier otro quizás, pero que a mí me gusta y con el cual me da placer lidiar, escribir y caminar. Y no hablo de Góngora y sus hermetismos, o de Quevedo y de Cervantes, escritores imbatibles, sabrosos, peleadores, irónicos, aguerridos, insuperables por muchos motivos, no hablo solo de ellos. Hablo también de Leopoldo Panero, que te lastima y te hace gozar con cada frase de ese español que es mezcla de cloaca y corona, o de los precisos y astutos mash-ups de Matías Candeira.

¿Qué habría pasado si Esteban Echeverría hubiera mirado más esa España y menos esa París lujosa y derrochona de las luces? ¿Cómo habría sonado El Matadero con más miga castellana? La verdad, ya éramos demasiado barrocos, demasiado gore por acá y por nuestros medios... Dicho esto, la lengua de Castilla me aleja de mi verdadera patria, o sea, la tierra de mis padres o mayores, o sea Calabria, la Calabria hermosa y atrasada, mística y violenta también ella. Pero como saludé la bandera española una vez en Napoli, aprendí a aceptar ese nudo identitario. Más allá, cuando visito a los Terranova que se quedaron, ellos me dicen que yo soy en realidad albanés porque soy blanco y no terrum, o meridionale, blanco de piel, algo que heredé de mi abuela paterna que había nacido en una de las tantas colonias de albaneses que hay en las montañas de Cosenza...

 
- En “El vampiro argentino” te apoyas en un planteamiento que se ha propuesto antes. Has dicho: “Digamos que me hubiera gustado ocultar un poco más a Robert Harris, a Gene Wolf, a Philip K Dick, y a algunos otros novelistas que están ahí, mal escondidos, vapuleados, destrozados, irresponsablemente argentinizados, en esas páginas”. Por otro lado, en algunos de tus cuentos circulas cerca de algunas fijaciones de la cultura actual. Los nazis, desde luego, pero también los zombis, por ejemplo, que se han convertido en un género en sí mismo. ¿Es útil para un escritor como tú el usar esas determinadas “tradiciones”? ¿Implica asumir una cierta no-originalidad? ¿Entender que uno está inserto en el flujo cultural de su época y usarlo a favor?
Siempre pienso el presente como mi capital literario. Como novelista o como crítico. Luego debo decir que me siento desarmado frente a la idea de originalidad. Sé que hay creadores que pueden llegar a eso, que lo persiguen y logran agarrarlo. Yo soy más bien hijo del hurto, sutil o aberrante, la recombinación, las operaciones de mutación ligera. No veo que haya una intensa transformación de las formas en mi literatura, ni tampoco en el contenido. Dios, me hubiera gustado que El vampiro fuera más compleja e ilegible... Pero escribir una novela tan larga implica, como dice Ellroy, demasiado tiempo solo.
- Pese a todo esto de lo que hablamos, ¿Crees que “El vampiro…” es una novela esencialmente argentina? ¿Qué hubiera tenido que desaparecer para ambientarla, por ejemplo, en Chile, en Perú o en México?
Son dos lindas preguntas. A la primera le sacaría el “esencialmente” y te diría que es una novela argentina, sí, joder. Hasta porteña. Chile tiene un vocación totalitaria muy clara. En mi novela ya es parte del anschluss alemán. Lo mismo Perú, si mal no recuerdo. Ahora escribir la misma novela desde ahí implicaría dar vuelta algunas cosas. En México, los nazis terminarían con el narco. Es una buena opción. Y como van las cosas en México, quizás el peor y más siniestro país de la tierra, un país del que todos deberíamos aprender, creo que el nazismo no sería tan mala opción. En México, los nazis se habrían aliado con el misticismo nacionalista azteca y maya para combatir la herencia colonial. Hay una novela de Ignacio Paco Taibo Segundo con un Hitler en la selva mexicana dándole a las drogas... Todos las naciones tendría que hacer el ejercicio de pensarse nacionalsocialistas. Es un ejercicio democrático fuerte. Yo no lo hice con tanta sinceridad porque le temo un poco a la respuesta.
- Mi opinión personal es que la popularización del tema zombi, igual que la canonización de Lovecraft por el pop, la estética fragmentada cercana al videoclip o el uso de ritmos, imágenes y formas de pensar que provienen del videojuego, más que representar el presente viene del pasado cercano y la infancia de los escritores que ahora tienen entre treinta y cuarenta y pico años. Me parece que estamos imponiendo nuestro propio canon. ¿Qué pobrezas y riquezas ves en eso?
Coincido. Los dos somos del ´75. Aunque no se trata del mismo año allá en la península que acá. Más bien diría que se trata de años opuestos, bien bombardeados por la porquería estadounidense pero opuestos por contexto político y social... Allá se ablandaba, acá se endurecía. Sin embargo, cuando veo los créditos de inicio de Balada triste de trompeta de Alex de la Iglesia –que a mi juicio es, muy lejos, lo mejor de la película– entiendo que hay un diálogo posible. De hecho, hay un corte transnacional de melómanos, geeks y nuevos lectores que entienden bien el mensaje de la letra de You Think I Ain't Worth A Dollar, But I Feel Like A Millionaire de los QOTSA cuando Nick Oliveri canta “Gimme toro, gimme some more/ B-movie, gimme some gore.” Ansiedad, violencia, gore y subroductos de la industria del entretenimiento.
¿Pobrezas y riquezas? Para mí es todo ganancia porque veo ahí, en ese marasmo de basura pop, una ética que no es represiva, que se vincula con el gusto. Si vos empezás escuchando los QOTSA... O incluso vamos más atrás, si empezás escuchando los Rolling Stones, luego podés escuchar los QOTSA sin problema, y de ahí pasar a Zappa y las posibilidades desde Zappa ya se abren a toda la música erudita. Si llegas a Faust podés después entender a Schönberg, y si llegás a Eric Doplhy se te abre el complejo y fascinante mundo de las músicas derivadas del jazz. Me pasa que hay días que a la mañana escucho a Schubert, sobre todo su música para piano, y a la tarde escucho grunge y encuentro que hay una demanda y una propuesta de melancolía bastante similares.
Schönberg enseñó en California y seguramente muchos de sus alumnos terminaron escribiendo música para los estudios de Hollywood o al menos ejerciendo una influencia decisiva... Y si tirás de la piola del cine clase B llegas, casi enseguida, a El gabinete del Doctor Caligari. De Lovecraft podés pasar casi sin mediaciones a Houellebecq. ¡Qué salto! Dos escritores que proponen tan diferentes tipos de monstruo... Pero está ese libro de Houellebecq sobre Lovecraft, entonces si sos fan ahí hay una puerta directa. La web ayuda a hacer estas conexiones más rápido, de una manera a veces vertiginosa, pero sobre la que no corre la queja. La web te da, luego en tu caso queda saber pedirle. La idea de que como podés escuchar todas las canciones no vas a escuchar ninguna es un idiotez. Desde luego sí cambia la forma de escuchar, pero eso también es parte de la modernidad fallida en la que vivimos y de la modernidad en general. Las cosas cambian, los consumos cambian, todo el tiempo.  
 
(CONTINUARÁ...)

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