jueves, noviembre 17, 2016

LITTLE COBRAS - "Fire Monkey" (Clifford Records, 2016)



Como bien sabe el primo de Charles Manson (en la foto), hacer discos de Rock&Roll navajero casi perfectos está al alcance de muy pocos. Igual que sobrevivir vocacionalmente en la basura o divertirse en la guerra, es un grado de psicopatía aplicada difícil de alcanzar. Los gaditanos Little Cobras impactan de lleno en ese nivel con Fire Monkey que, cual hot-rod cargado de gasolina, se pasa de frenada, vuelca y estalla en una bola de fuego que arrasa tu garito. Concisos, enervados, incinerantes, pueden usar ya el chascarrillo de Lemmy con todo el derecho y la chulería: “Somos Little Cobras y tocamos Rock&Roll”. Aunque ellos estén bastante más cerca de Oblivians, por poner un ejemplo de perfección en el desguace.

Por mucho que su anterior Songs for Dogs and Planets les mostrase ya fibrosos y eficaces, aquí la progresión es meteórica. Con menos rodeos, directísimo al grano (sólo un tema por encima de los tres minutos) el Mono de Fuego los retrata en estado de gracia, en el centro mismo del Rock&Roll de raíz blues y visceral urgencia punk, sintéticos, brutales y capaces de hacerte un siete con la única ayuda de un hierro oxidado. 

Tienen a los Cramps en una mano y a Gun Club en la otra, lo que implica que a la espalda va todo el blues cabrón que uno quiera, como se puede comprobar muy claramente, por ejemplo, en un “Barstool Boogie Spree” que abreva en el pantano tóxico. Pero también son capaces de beberse ese veneno embotellado en cristal, como en “Bubble”, adornada por coros de chicle usado. O de entregarse a un paroxismo animal, cual Trashmen blindados, con el tema que da título. O de bajar a la chatarrería, con “Carajillo” y rematar el paseo en el ejercicio de casquería fina y flores ensangrentadas que es “The Butcher” (Leonard Cohen, sí), mirando a Hank Williams por el rabillo del ojo en inyectando melodía oscura. Eso, por no hablar de “Too Much Paranoia”, que sería una perfecta canción de psicodelia ácida, de esas que hacían en el sótano los Screaming Trees del principio, si no hubiesen decidirlo ejecutarla en seco con un disparo de minuto y medio.

Mención añadida para una preciosa portada, original, lejos del tópico, que redondea la jugada. Y a la gente de Clifford Records que lo ha sacado a la calle porque era necesario. Francamente, te diría que ya no se hacen discos así si no fuera porque éste es de ahora mismo. Pájaros y monos ardiendo, con el inconfundible aullido de la diversión ciega y la insatisfacción congénita. Sexo y muerte en el diner de El puerto de Santa María. Un diez.

(Esta reseña, con ligeras diferencias, fue publicada originalmente en la revista KARATE PRESS #4)