Hace diez años empecé este blog (con esta misma imágen). Diez años. Tenía por tanto
entonces 31, y si no me falla la memoria había empezado a trabajar en un
periódico del ala diestra y había entrado en una de las etapas más tristemente
mágicas de mi vida. Mi día a día era caótico, bebía demasiado, quería ser cosas
que aún no era y llevaba tres o cuatro años escribiendo en Ruta 66 y un par
editando con un amigo nuestro viejo fanzine Kaput, el Kaput en papel, del que
salieron cinco números. Las razones por las que empecé con esto me resultan ahora
indescifrables, aunque supongo que algo habría de exhibicionismo y algo de un
pragmatismo al hilo de los tiempos bastante raro en mí. Lo que me ha aportado
es, sin embargo, más claro.
Rara vez un blog dura una década. La red está saturada desde
hace tiempo de chatarra interestelar que fue prometedora y quedó en casi nada. Dice
mi amigo Juan Terranova que la parte más móvil, maleable y participativa de los
blogs, el “comment”, el comentario, no tardó en independizarse y que de ahí
surgió Twitter. Es cierto, y es también síntoma de nuestra época, o al menos de
la época que acaba de pasar. Queremos comentar, a toda costa, y el elemento
sobre el que se comenta es para ello un estorbo cuando es demasiado articulado:
el elemento sobre el que se comenta debe ser reducido a su mínima expresión y,
a ser posible, ser implícito a un mundo. ¿Qué mundo? El nuestro, por supuesto,
es decir, la carcelaria burbuja mental a la que hayamos decidido llamar el
mundo. ¿Leer un texto medio o largo y
comentar a partir de él? No, por favor.
No sé si tal situación es buena o mala, pero es. O ha sido.
Sé, sin embargo, que yo abrí este KAPUT cuando la explosión del formato ya había
pasado, que fui tardío, hasta cierto punto, y que no mucho después llegó la
época en la que el feedback empezó a caminar por esos otros senderos. Yo seguí
con la tarea, pese a la ausencia de ese feedback, no por fanatismo, sino como
el que lleva consigo siempre cuadernos de trabajo (yo los llevo). Nadie espera
que bajo su entrada manuscrita del día broten de repente debates y firmas,
insultos o halagos. No hace falta. No es esa la misión. Del mismo modo que me
sirven los cuadernos, el blog me sirvió, aún en la aparente ausencia de lectores.
Me sirvió para reafirmarme en mis motivos cuando el recorrido del periodismo diario
me obligaba a tratar materias muy distintas. Me sirvió para hacer una modestísima
publicidad de lo que iba publicando en otros medios. Me sirvió para dar rienda
suelta a mis manías y acabar sacando de ellas objetos más cuajados. Me sirvió
para llegar hasta gente a la que jamás hubiese descubierto de otro modo. Me sirvió,
sobre todo, para ir soltando la mano, para ir orbitando con libertad sobre motivos
recurrentes hasta pulirlos; para ir pasando de un estilo más o menos cerrado
(reseña, crónica) a un estado mental cercano al ensayo. Para relacionar. Para
caminar lentamente hacia lo que sería el embrión de una nueva forma mía que, a
trancas y barrancas, coaguló finalmente en dos libros y en una nueva revista en
papel. Los libros fueron “El puño y la letra” (66rpm, 2013) y el reciente “Santos
y francotiradores” (66rpm, 2016). La revista fue nuestra querida Karate Press
(KP también, como el Kaput original, y que igual que aquel subsistiría durante
cinco números, pero mostrando una profesionalidad, una apertura y una profundidad mucho mayores).
¿Hubiesen existido esos libros y esa revista sin este
modesto blog? No. Lo observo hoy y me doy cuenta de que -además de revelar un
empecinamiento y un cierto método que rara vez se me suponen- es la columna
vertebral, tenue pero cierta, que me ha servido para sujetar mis obsesiones y
encaminarlas a todas como un rebaño en la misma dirección; el hilo de tender
donde las he ido colgando a secar.
Ha sido en los blogs, y no está mal recordarlo, en donde se
ha desarrollado gran parte de la mejor crítica musical de esa década que contemplamos.
La prensa establecida (incluida la que se las daba de medio underground) nunca
supo seguirle el paso a esos nuevos modos, más libres, menos sectarios, y se
limitó a argumentar una y otra vez que en un blog podía escribir “cualquiera”
como si ellos tuviesen, por el contrario, algún baremo de excelencia férreo. No
pocas veces les he devuelto con cierta sorna el comentario. Pese a que en esa
prensa sobreviven (ninguneadas, a veces) varias plumas de valía, lo cierto es
que es en ella donde, parece, puede escribir “cualquiera”.
Así, cuando hace un año y pico coordiné la salida a la luz de
Karate Press comprobé que una de mis intuiciones de partida era cierta: había
excelentes escritores y críticos que estaban infrautilizados en sus respectivos
medios o que directamente carecían de medio. Un nutrido grupo de gente lúcida
que, concedida la libertad suficiente para encarar los temas que querían tratar
del modo que deseasen, eran capaces de ofrecer material de primerísima
magnitud. Los artículos aportados a tan ignota publicación por gente como Mikel
Primigenio, David Bizarro, Carlos Lapeña, Héctor G. Barnés, Coronel Mortimer,
Félix Frog y otro buen número de individuos están, eso no lo dudo, entre lo
mejor que se ha escrito en España sobre músicas arriesgadas y aledaños. Es
decir: la materia prima existe. Luego, la necrosis aguda de nuestra prensa
musical generalista proviene de errores estructurales, no de falta de talento
personal.
Algunos de esos excelentes periodistas habían tenido blogs o
similares, o los tienen aún. No debemos menospreciar pues, el papel que ha
jugado tal formato, por olvidado u obsoleto que nos parezca a veces, como elemento de maduración y transmisión en un entorno que no
siempre le permite a uno escribir donde quiere y, menos aún, escribir sobre
aquello que considera imprescindible contar. Yo, a este respecto, tuve la
enorme suerte, de encontrarme en 2002 con la persona de Jaime Gonzalo, que sin
conocerme de nada y vía mail me permitió arrancar mi “carrera” en el Ruta. A él
le debo pues, parte del desastre posterior. La otra parte del mérito es mía y
de la vida que he llevado, y de la gente que he conocido y de los días, las
copas, los trenes, las ciudades y las miradas.
La solidez se construye. Pero raramente se construye
siguiendo los parámetros dados y las doctrinas establecidas. Los campos de
juego son necesarios, los patios traseros y los espacios desolados son
necesarios. El otro lado de las vías del tren es necesario. La experiencia
directa de “lo otro” es necesaria para no acabar siendo una oveja. O, como dijo una vez mi
querido Javier Colis, “la experiencia es siempre más montaraz”. La historia de
la verdadera prensa cultural de este tiempo no será la de los grupos y los conglomerados,
ni la de unos periódicos tan patéticos como rancios. Habrá sido la nuestra. La cuente
alguien o no. La resuma alguien o no. La cante alguien o no.
Es una cierta satisfacción, para que negarlo, haber puesto
mi grano de arena durante una década francamente turbulenta y divertida.
No diré que lo hice por vosotros, lo hice por mí. Pero
espero que a vosotros os haya servido de algo también.
Salud.
Por vuestro viaje.
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