Ejercito ayer una de esas artes casi olvidadas: bajar a la tienda de discos de confianza, olisquear por aquí y por allá, intercambiar opiniones con el simpático individuo que pasa el día tras el mostrador regalando caramelos, obligarle a que me ponga esto y aquello y finalmente - un poco por instinto, un poco por recomendación- llevarme a casa un artefacto cuadrado que vale 20 pavos y tiene el difícil encargo de hacerme sentir algo. Esta vez acierto de lleno, porque resulta que el quinto largo de The Men, a los que no conocía de nada, es un discazo de Rock&Roll puro y contenido, de esos que no necesita aditivos ni fuegos artificiales para penetrar; de esos que hay que poner otra vez en cuanto termina. Y luego otra más. Un artefacto, en fin, acertado en longitud, sólo aparentemente modesto, pleno de emoción y estilo y derivativo a la manera del milenio: es evidente que los colegas han escuchado música a toneladas pero la fagocitan en una especie de sabroso puré eléctrico que impide que se les acuse de plagio, exhibiendo orgullosos, una personalidad al tiempo nueva y añeja.
Añeja porque en su riego sanguíneo hay de todo, de la Creedence (ya en la progresión de acordes y el subterráneo ‘feeling’ de la inicial “Dark Waltz”) al calambre neoyorquino televisivo; de Neil Young (“Sleepless”) y Big Star a The Saints (“Another Night” podría haber estado en el glorioso y oculto “A little madness to be free”). Nueva, sin embargo, porque lo dan todo picadito, virado, mascado, pintado y reformado, listo para entrar a vivir como si la casa estuviese recién construida, con ese refrescante, vivificante pulso de quienes entienden de que va el Rock&Roll más allá de la engorrosa etiqueta y el claustro generacional. Añejo, sí, porque ya estamos en 2014 y ellos me recuerdan también a todas esas bandas abundantes a finales de los ochenta que hicieron de la torpeza del aprendizaje que va del punk al rock una virtud capital (pienso en los Replacements, pero hay decenas). Pero nuevo, porque apenas un año atrás esta banda se dedicaba a una cosa radicalmente distinta, mucho más ruidista y este “Tomorrow’s Hits” es un inesperado, prístino, energético manual de cómo entrar por la puerta principal al clasicismo rock sin dejar de sonar nerviosamente vivo. Porque sí. Porque queremos y podemos.
Inútil destacar temas concretos porque todos vuelan a media altura con polícroma seguridad, subiendo progresivamente el nivel del disco, como una ola que alcanzase su elegante paroxismo en “Different Days” -donde se acercan mucho a los excelentes Milk Music- y en el nervioso ataque punteado de picudos saxos y chulería dylanesca de “Pearly Gates”, y rompiese, remansándose casi al final, en la brisa mañanera de “Settle Me Down”.
Nada aparentemente nuevo, me dirán. Yo alego que un buen disco de Rock&Roll es siempre nuevo aunque para serlo debe tener –como este- esa capacidad de transportarlo a uno a sitios distintos de este apartamento, esta cocina, esta ciudad. No sé aún a que lugares me llevará cuando suene de noche, pero para el primer viaje del día, aún con el café en la mano y el estupor cayéndole a uno por la comisura de los labios, va de puta madre, querido lector, caso de que sea usted uno de esos entes dignos de lástima obligados a levantarse a hora tan inhóspita.
// L. SCRATCH PERRA
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1 comentario:
gracias por la recomendación. lo pondremos en la lista de futuribles compras
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