A veces pienso en Julian Cope y me lo imagino fumándose unos pitillos con Varg Vikernes en el porche, mientras cae la tarde. Han descubierto, como todos sabíamos, que tienen más cosas en común que diferencias y ahora, ya viejos, esperan a que el mundo acabe de una puta vez con una larga, larga conversación. Otras veces, en cambio, me lo imagino con André Ethier. Es el ocaso, y ambos cantan a duo ese temazo que es “Pride of Egypt”. Cope se inventa alguna línea sobre los megalitos y la revolución armada. André le deja, porque es canadiense y muy educado. Luego se hace la oscuridad y el valle queda en silencio. Ya no están ni Ethier ni Vikernes. Sólo está Cope, en la oscuridad, sentado en su mecedora, recordando quizá las épocas en las que estuvo a punto de ser una estrella del pop, las épocas en las que tocaba con los dedos la fugaz gloria que se llevaron en el saco Ian MacCulloch y otros talentos medianitos.
En la exigua lista de artistas que han sabido cambiar su
discurso acorde con el cambio de su vida y sin que su obra se resintiese, Cope
ocupa un lugar mayor. Buen ejemplo de tal cambio son, para quien quiera
visualizarlo con rapidez, los dos directos que incluyo aquí. Separados por apenas
cinco años, retratan una marciana evolución que va desde el enfant terrible
mefistofélico enfundado en cuero -y poseído a medias por Bowie y por Morrison-
hasta el visionario triposo y viajero del tiempo; del revisionista pop al
deconstructor kraut (siempre manteniendo
el gancho melódico). En el primero hay una furia controlada que roza el disloque pero no termina de liberarse nunca. En el segundo el mundo ha estallado y ha comenzado el proceso de recomponer el puzzle de un modo nuevo e imaginativo. Pero es que esos cinco años son, precisamente, los que usó
Cope para convertirse en otro; para abandonar finalmente la persecución de las
portadas, retirarse del foco, planear su imprescindible libro “The Modern Antiquarian”
(que publicaría en el 98 tras al menos ocho años de trabajo) y publicar dos
discos prodigiosos como son “Peggy Suicide”(91) y “Jehovakill” (92).
Después de aquello su carrera siguió siendo
interesante, su pensamiento certero y su activismo estajanovista, pero allí
estaban los hallazgos mayores. Sin embargo, volvamos al primer directo. Ya en
él, pese a que pertenece a la época del muy pop y cromado “Saint Julian” (87), flotaba algo más que el
simple brillo del pop oscuro; algo distinto al nihilismo decadente y
romantizado de compañeros de época como los excelentes Jesus o los
sobrevalorados Bunnymen. Ya había algo que funcionaba por encima y por debajo
de los parámetros mainstream.
En el 97, quizá como tardío eslabón, como confirmación de que, en efecto, en aquellos años pop había existido una marea de fondo que conducía hasta el abismo chamánico, el sello Island publica “The Followers of Saint Julian”. Es un recopilatorio de rarezas y caras B que cubre tan sólo el lapso 86-87, y el típico disco que a primera escucha parece lo que promete: un cajón de sastre para completistas. Sin embargo, a largo plazo se ha convertido en uno de los discos de Cope que más escucho. Hay algo en él de locura, ensayo y contra ensayo; de mente incómoda con su situación que no ha encontrado todavía el agujero por donde escabullirse hacia otra dimensión, encerrada en su propio placio de hielo. Contiene, además, dos versiones excelentes (“Levitation” de los Elevators y “Non-Alignment Pact” de Pere Ubu) y un tema extraño, entre clásico y visionario, excelentemente cantado y que define, quizá, ese ansia de cambio de la que hablo. Me lleva dando vueltas en la cabeza un puto mes: “Disaster”.
He sacado la letra aproximada, no sin algún problema y con la inestimable ayuda de The MPress:
En el 97, quizá como tardío eslabón, como confirmación de que, en efecto, en aquellos años pop había existido una marea de fondo que conducía hasta el abismo chamánico, el sello Island publica “The Followers of Saint Julian”. Es un recopilatorio de rarezas y caras B que cubre tan sólo el lapso 86-87, y el típico disco que a primera escucha parece lo que promete: un cajón de sastre para completistas. Sin embargo, a largo plazo se ha convertido en uno de los discos de Cope que más escucho. Hay algo en él de locura, ensayo y contra ensayo; de mente incómoda con su situación que no ha encontrado todavía el agujero por donde escabullirse hacia otra dimensión, encerrada en su propio placio de hielo. Contiene, además, dos versiones excelentes (“Levitation” de los Elevators y “Non-Alignment Pact” de Pere Ubu) y un tema extraño, entre clásico y visionario, excelentemente cantado y que define, quizá, ese ansia de cambio de la que hablo. Me lleva dando vueltas en la cabeza un puto mes: “Disaster”.
He sacado la letra aproximada, no sin algún problema y con la inestimable ayuda de The MPress:
Confident
at last we have set our sails for Egypt
Penury and
Newgate left behind
We are all
alone, oh but we have new horizons
Saviours of
the feeble and the blind
Oh we have
fled from disaster
Oh we have
fled from our her sign
Oh we have
sailed all these passing days
Shallow in
friendship and grace
Taking men
aboard we began to have misgivings
Victims
of an opulent parade
But smiling
now we leave the golden island of our fathers
Sharing off
the errors of our ways
Oh we have
fled from disaster
Oh we have
fled from her sign
Oh we have
failed all these passing days
Shallow in
friendship and grace
I’m
praising the day when the cold sea mist was lifting
Cold that
drives a wet dream to our eyes
I’m
smiling, smiling, idle restlessness I’ve known
Looking for
an oath that is my own
But now I
leave the shanty towns for castles in the south
Should I
trip and stumble full into the lion’s mouth
We are
drifting needlessly
Won’t you
come and marry me?
We are
drifting needlessly
Won’t you
come and marry me?
We are
drifting needlessly
Won’t you
come and marry me
Before our ship
could reach dry land?
Sería, ¿no es cierto?, un excelente himno para cualquiera
que tenga que dejar su mundo atrás. Y eso la gente lo hace todo el tiempo.
A veces imagino a Julian Cope murmurándolo, con la última
luz.
Y yo lo canturreo también.
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