Curiosamente, trabajan desde Nueva York (y afueras), por
mucho que su artesanía traslade a la línea marina y al cielo irisado de una California
hipotética. Son magias -blancas o negras- de la música misma que un sonido tramado
entre la lluvia transporte a uno a ese momento en el que ésta escampa y la luz
se cuela, gloriosa, entre el nubarrón: que la costa este lo lleve a uno intacto
hasta la oeste cuando, en todo caso, no se conoce ni la una ni la otra. Situables
musicalmente, por ascendencia, en el mismo viejo cajón donde cría polvo el
sueño hippy, el fantasma ahogado de Randy California, el Young de “Zuma”, Love,
los Byrds y otros tantos espectros de navidades pasadas que se nos antojan,
inevitablemente, más felices (salvas las distancias que procedan), una escucha
atenta permitirá percibir, sin embargo, que el evocado por WOODS es un paraíso (perdido)
por el que transitan de segunda mano, un poco como el niño que, en cama después
de la sesión televisiva de la tarde, sueña con la arena y el mar aunque fuera caiga
una nevada de pánico.
Si se deja correr unas cuantas veces, el disco se carga más aún
de razón, sin desvanecerse, permitiéndole a uno viajes laterales e iluminando
madrigueras inéditas; mostrando que hay más enjundia en sus desarrollos de
guitarra –algo desmañados, como de cristal roto- de la esperada y que incluso en
su fase media, la más obvia y deslucida (del tema cinco al ocho, incluidos) hay
un trabajo más que serio.
Me gusta, lo reconozco, esta psicodelia modesta de raigambre
rock (no folk o country, por mucho que algo haya), esa capa de pintura suavemente
ácida, de caramelo raro, ese matiz gelatinoso de crisálida por el que se cuela
hasta nosotros una luz alterada, a veces superficial, otras subacuática. Todo
en ellos tiene que ver con eso, con la luz, ya que su narrativa escrita no es
especialmente notable y dado el hecho incontrovertible de que, comparados
con sus referentes, lo de WOODS (y lo de los Sparks o los Vetiver o tantos
otros de la excelente manada de revisión sesentera) es música encubiertamente
conservadora. El hijo del viejo guerrero: mimético en las formas pero incapaz de pelear. “No es difícil decir que no es fácil/Buscar modos diferentes de
hacer que las cosas sigan igual”, dicen en "It Aint Easy", como leyéndome la
mente. Pero eso es un problema del que hablaremos cuando pase el invierno. Para el transito de horas oscuras son útiles, y así lo hacemos saber.// LUIS BOULLOSA