Molestones, en ruta hacia Valencia |
A menudo la justicia poética es lo único que nos queda. Y los
mejores de entre nosotros que caen merecen esa justicia aunque la historia no
se vaya a ocupar de ellos jamás o precisamente por eso. Sin embargo es difícil
ajustar cuentas con el propio pasado y los propios afectos y temores. El otro
día (ya prefiero ni acordarme de qué día) murió EL MULE. Para los que no lo
conocieron da igual. Para los que lo conocimos la pérdida es tan irreparable
que escribir sobre ello se hace complejo sin caer en los tópicos de siempre
que, en todo caso, sirven también. Sirve decir “cuanto lo siento” y “siempre se
van los mejores” y “la vida no es justa”, porque, aunque tópicos, son
perfectamente ciertos en este caso. Rara vez en mi vida me encontré con alguien
tan vital como el Muletas, tan claro en sus opiniones y sus conductas y tan
amigo de los que consideraba sus amigos. Sus defectos existirían, yo no lo
dudo, pero tuve –tuvimos- la suerte de vivir mucho más sus virtudes, sus
aciertos, su afecto y ese arranque puramente vitalista que hacía que estar con
él fuera casi siempre un momento de alegría y de celebración de lo divertido
que era estar aquí, sobre la tierra.
La muerte es triste e incomprensible,
siempre, pero deberíamos festejar todo lo que aprendimos de él en vida. En mi
caso su capacidad de remontar, de luchar y de verlo todo con una sana guasa
–muy madrileña, muy de barrio, muy punk en el sentido más acogedor del
término-. Lo conocí por primera vez cuando mi banda de entonces se había
aquedado sin batería. El Punko, mi guitarrista, era viejo amigo suyo, me lo
presentó e hicimos algunos ensayos sin demasiado fruto, pero la amistad ya
estaba allí. Nos caímos bien, creo, aunque nuestros rollos, aparentemente, eran
dispares. Quizá fue el amor por la música y la caña, quizá que ambos éramos
temperamentos poco intervencionistas, que vivíamos y dejábamos vivir. Poco después,
con el añadido de mi amigo Homiño a la Guitarra, montamos LA CAMADA, que luego
pasaría a llamarse MASTER DISASTER GANG, un trío de amigos que repartió cera,
trabajó al ralentí, más por el disfrute que por otra cosa, celebró un buen
puñado de conciertos –algunos gloriosos en su caos, otros simplemente caóticos,
todos divertidos- y llegó a grabar un disco del que aún estoy orgulloso.
Master Disaster Gang, road to ruin |
Fueron
buenas épocas. Fueron unas buenas risas, muchas copas y todo lo demás. Mule era
un poco el maestro en la sombra, porque, al cabo, el llevaba en esto del
Rock&Roll desde siempre (Cavernícolas, Tabernícolas, Bronquios, Milicianos, etc...), y nosotros aún éramos cachorros. Nos fuimos a
Suecia una vez, y lo recuerdo sosteniendo una conversación perfectamente fluida
con un noruego, a las tantas, aunque ninguno de los dos hablaba inglés. Su
presencia, al cabo, terminó por ser una de esas cosas buenas que das por hechas
y, por tanto, no percibes en toda su benéfica magnitud. Luego, volví a coincidir con él en LOS MOLESTONES, otra banda barrial, tabernaria y sincera como él mismo. Mule estuvo en mi casa en
Galicia en una ocasión, hace ya años. La última vez que charlé con él, en el
Malpaso, le hablaba de posible viaje allí y me dijo: “Yo ya no sé si lo volveré
a ver”. Yo le dije que por supuesto que volvería. Me equivoqué.
Mule de perfil, fiestas de antaño |
No se si la vida tiene algún sentido. Mientras dura supongo que
sí. Los buenos que se van dejan el ejemplo de cómo soportarla y como
convertirla en terreno fértil mientras permanecemos en ella. Mule era un
maestro en eso, también.
Parece que se planea un homenaje para el día 30 de junio en el que estarán muchos de los que le
conocieron y tocaron con él o frecuentaron su impagable presencia. Será en la
sala El Sol. Espero que sea una fiesta, no un velatorio. Espero que sea algo
que a él le hubiese gustado ver.
Rock&Roll, amigo, donde quiera que estés.