Forjado en hueso Punk&Roll y tan embrutecido, animal y
cervecero como no se había escuchado en esta casa desde los buenos tiempos de
los Cosmic Psychos, “Electric Glitter Boogie” es uno de esos artefactos que uno
ya no espera de las nuevas generaciones pero que siguen apareciendo de cuando
en cuando, y con más frecuencia, parece, en esa Australia donde se ha facturado
gran parte del mejor rock de guitarras de los últimos 30 años.
Más brutos que un arado y captados en el cenit de su suburbana potencia, el trío difícilmente ganara ningún premio a la originalidad, el detalle o la profundidad de campo; ahora bien, para el galardón al disco navajero del año han comprado por lo menos la mitad de los boletos. De ambas cosas tiene la culpa en gran parte la herencia, en este caso los citados Psychos, los Stooges (ejecutados sumariamente en el garaje del abuelo con más nervio que técnica), toda la punkarrada high-energy (temazos como “Puppy” o “Gimme Head” me recuerdan a los Celibate Rifles del Roman Beach Party previa lobotomía y amputación de una guitarra) o unos Federation X a los que prácticamente plagian en “Serpent City” aunque compensado la querencia de los americanos por Black Sabbath con fijes intravenosos de Ac Dc y Kiss. Son, en el fondo, como unos Onyas que hubiesen optado por el medio tiempo frente a la velocidad terminal, igualmente derivativos, grasientos y certeros.
Y se han ganado a pulso las birras y el espiz, eso fijo,
porque el resultado es sorprendentemente redondo. En parte, por el salvajismo,
perfectamente creíble, con el que despachan sus ocho cartuchazos. Y en parte
porque, yendo en trío y sin doblar guitarras, saben clavarte el riff en el
cráneo a la primera vuelta para que cuando derivan en alguno de sus infrasolos
de patio de colegio la cosa no decaiga. Ventajas, claro de que tales riffs sean
medio prestados, pero ¿cuál no lo es?
Al cabo, todos los ecupitajos en forma de canción citados son ejemplos pluscuamperfectos de cómo encarar la vieja tradición de romperlo todo y de cómo convertir semejante acto de negación en música poderosa. Punk, le llaman. O instinto animal. Mención aparte para “Slimy’s Chains”, especie de boggie en cuatro por cuatro con extra de groove malencarado, donde, hacia mitad de tema, asoman una patita los Thin Lizzy. Eso me hace pensar que quizá haya sido suerte, al fin, que tengan una sola guitarra y un nivel instrumental limitado: eso les negará la posibilidad de acabar siendo unos horteras más en la planicie del hard rock musculoso del que no están tan alejados en espíritu (lo de “glitter” siempre es sospechoso).
En cuanto a las letras, no dejan de ser parafernalia Stooges de tercera mano y confesiones de bronquista amateur garabateadas en el reverso de un posavasos, aunque con algún momento personal que los redime de ese callejón en el que, por otro lado, se mueven como pez en el agua (“Creo que nací para otra época/sin tipos enchaquetados, sin techno/Vivo en una montaña, sobre todo eso”).
En definitiva, Power conocen, probablemente por instinto y vena, los trucos y las dinámicas del rock&roll más primario y excitante, y las ejecutan con encantadora tosquedad y, sí, con innegable PODER. Saquean, además, en las mejores tumbas y lo hacen con la autoridad que precisan tales negociados. Pocas coñas, actitud y mala baba son la médula de un álbum soberbio en lo suyo y que tiene la virtud de enganchar más y más con cada escucha.
Ahora bien, si fuesen de aquí e igual de buenos (y hay unas cuantas bandas que lo son) estarían ganándose las birras a pulso en garitos diminutos, en ese impecable ostracismo que hay debajo del tan cacareado “underground”. Como son australianos, en cambio, existe la posibilidad de que su ladrido terminal consiga buena prensa, al menos, incluso entre el snobismo rock de aquí, y que se hagan unas cuantas giras al quinto pino de esas que tanta envidia insana me dan. Ya se sabe que lo que al lado de casa es molestia cafre nivel diez se convierte en lúcida deconstrucción cuando viene de fuera. Intentemos sacudirnos ambos estigmas: Power son una banda cojonuda y han facturado un discazo, aquí y en Australia, en eso es fácil coincidir. Ahora sólo falta recuperar a todos los energúmenos de por aquí que hacen lo mismo cada año y a los que nadie se molesta en dar una oportunidad.
Me aplico el cuento, yo el primero.