Entre las grandes mentiras de la humanidad está la de que
quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Llevamos toda la
historia, de hecho, conociéndola perfectamente y repitiéndola, y amparándonos después
en cualquier excusa para decir que no sabíamos. Somos así de hijos de puta y de
paletos, sí. Y se está caliente en casa, sí. Por otro lado, en casa, no pasa nada
jamás. Con la música más o menos exigente para con quien escucha sucede lo mismo.
Veo en una librería la versión traducida del libro “Our band could be your
life” de Michael Azerrad que habla de toda aquella camada gloriosa de bandas punk mutantes de
mediados de los ochenta en Amérika (Hüsker Dü, Replacements, Sonic Youth, Minutemen, etc,
etc) y, por más curiosidad que me siga causando ese pasado que los entendidos
soban y resoban, no puedo dejar de pensar que ya nada en mi sangre hace años, y que quizá
con eso sobre, y que cada minuto que gastamos glorificando lo que fue en lugar de, simplemente, usarlo como gasolina es uno que
perdemos para vivir el presente. Y el presente nunca es menos prodigioso que el
pasado, simplemente no va vestido con la engañosa ropa de la nostalgia y de la
juventud absoluta.
El 13 de diciembre de 2013 toqué con mi banda en el bar del
skate park de Bergara. El sitio mola y suena bien, la crew era amistosa, y
parece que a los diez (por lo alto) que prestaron atención les gustó nuestro
ruido. Abríamos para los prodigiosos VIVA BAZOOKA, un dúo instrumental de
guitarra y batería al que pocos conocen y que es como un purasangre de carrera
corta o un boxeador ligero de piernas y con mano de plomo: en media hora pelada
te hacen besar la lona unas cuantas veces, y entran en la meta con más o menos
veintisiete cuerpos de distancia sobre cualquiera. A cuerpo por minuto.
Telonear a una banda así es al tiempo una putada, una maravilla
y un reto. Explicar a qué suenan sería intentar lo imposible, porque –y aquí el
tópico funciona con exactitud- sólo suenan a ellos mismos, con una personalidad
marcadísima, turbopropulsada, muy técnica pero al tiempo expresiva a más no
poder (Hasier y Rafa son apabullantes con sus respectivos instrumentos y el
rodaje de unos cincuenta conciertos les ha dado una compenetración casi
alienígena). Bordean la disciplina gimnástica en algún momento, pero sin caer
nunca al vacío gracias a que la música en sí misma comunica poderosamente, energética,
maníaca, libre de culpa.
No quiere decir eso que no manejen una cantidad respetable
de influencias, pero son tantas, tan bien digeridas (el aluvión que forma la
perfección de un río) y usadas con tal naturalidad que el viejo truco con el que
reseñistas novatos o cansados solucionan la papeleta se va al carajo. Como mucho,
puedo decir que por momentos me hicieron recordar a los Minutemen y a las
diversas encarnaciones de Mike Watt en solitario, no porque sonaran igual, ni
mucho menos (aquí no hay bajo, allá es preponderante), sino gracias a esa
cualidad mutante, ajena a las reglas supuestamente escritas del Rock&Roll,
con querencia por las miniaturas y la urgencia, siempre en fuga y en busca de
lo inesperado, que hará que algunos vean en ellos un punto jazzy.
Yo lo que veo es punk. Veo punk inteligente y de hoy mismo a
raudales, en su música y en su actitud, y en los cojones que tienen para –como
tantas otras bandas remarcables y suicidas que pululan por ahí- seguir con lo suyo
heroicamente, sin desalentarse por el inevitable muro de la realidad que nos envuelve. Esa realidad que hace, por ejemplo, que de los
presentes en un local donde dos buenas bandas tocan gratis un tercio se dedique
a zampar sin prestar atención alguna y otro a fumarse unos ciguis en la puerta,
como si la cosa no fuera con ellos. Nada que no pase en casi cualquier parte.
Quizá es que todo el asunto ha muerto y nosotros simplemente paseamos un cadáver que a nadie causa ya curiosidad alguna, pero después de los Bazooka, lo dudo mucho, la verdad. Prefiero pensar, aunque sea igual de triste, que hemos tenido tal empacho de cultura de todo tipo en las últimas décadas que,
sencillamente, hemos terminado por pensar que caviar todo los días por la cara es
una dieta que merecemos y que, por tanto, podemos permitirnos despreciar. Acaso es por ello que, al final, comemos tanta mierda y seguimos diciendo amén.
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