Me gustan mucho algunas cosas que ha hecho Neil Hagerty en solitario y con The Howling Hex. Creo que es un guitarrista extraordinario, original, a años luz de su generación e innovador sin dejar de tener una raíz en el rock&roll psicodélico de los sesenta y un ocasional ramalazo cincuentero que puede aparecer al fondo del cubo de basura. Si se escucha con cierta agudeza, ese origen permanece ahí incluso en cosas tan aparentemente experimentales como este Denver, que no conocía y que escucho ahora mientras me fumo un pitu, en una casa ajena en una ciudad ajena. Todas las casas y todas las ciudades me son ajenas, en realidad, y algo de ajeno hay también en la música de Neil. Algo de inasible. Es como un mapa muy muy detallado que te diese un extraño. Desconoces el lugar que representa (Denver, really?), pero ahí están todo lo que el turista nunca sabrá de esa urbe hipotética: los callejones, las alcantarillas, los tugurios ilegales, los retretes con y sin vistas, las mutaciones animales, los patios traseros donde grabamos nuestro glorioso porno casero, los senderos de los gatos, los insalubres pisos de la droga, las galerías de tiro, la feria subterránea, los parkings de noche donde los dioses menores juegan al pilla pilla, las deshechas camas de los amantes siempre renovados, siempre desconocidos. Y la huella del viento subatómico que lo cruza todo, partiendo en trocitos la toma vocal, desgraciando para siempre esas tardes de la infancia que gastaste copiando a Hendrix. He aquí la postal del boogie incinerado. La polaroid del día desastrado: “No quiero hacer nada pero he hecho esto, ¿qué quieres? Soy así”. Y también tablas de precios y listas de cosas por hacer que no se harán. Menús desvaídos de comida china. Tiendas de fotocopias. El callejón, siempre el mismo, siempre otro, donde van a acabar mal los secundarios de la peli.
-¿Qué peli?
-Esta peli.
No conozco muchos tipos con esa capacidad de evocación. O
quizá soy yo. Quizá me hace falta una revisión cerebral que, igual que Neil,
llevo dejando para mañana los últimos cuarenta años. Quizá nada de esto esté
cuando tú escuches el disco. Nada de esta luz alienígena y dopada. Nada de esta
fría gloria del suburbio del paraíso. Nada de esta nostalgia dropout deformada
a golpes. Nada de esta sombra quirúrgica y levemente malasana. Nada de este
drone que levita sobre un fin de semana permanente. Prueba, a ver.
Nunca he estado en Denver, donde Neil vive desde 2011. Ahora
me pregunto cómo hubiese sido este disco hecho en –pongamos- Tanger. Jódete
Kavafis.
-¿Tienes fuego?
-Sí, toma.
-Gracias, little prince.
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