Dice la vieja mitología familiar que mi abuela paterna, de joven, asistió una vez a un baile de sociedad en un arcano casino de provincias y un admirador se acercó tras su entrada y le espetó, devoto: “Carmen, ¡Así se cruza un salón!”. Con los Salad Boys y Blown Up, el tema que arranca su segundo largo, se podría exclamar algo similar: “Joe, ¡Así se empieza un disco de Power Pop!”. Y digo Joe porque aunque hay más gente en el disco, no mucha, las doce canciones que forman esta joya inadvertida están todas firmadas por Joe Sampson (y arregladas por él, aparte de alguna colaboración), y porque el hecho está lo bastante destacado en los créditos como para suponer que no sólo él ES la banda sino que le gusta que quede bien clarito (en algunas se especifica que se ocupa de las voces, la guitarra, el bajo y el superego, gran instrumento).
En todo caso, sí, Blown
Up es una de las maneras perfectas de empezar un disco así, al tiempo
afirmando y despistando; aclarando capacidades, aspiraciones y talentos pero
revelando sólo de modo muy subyacente de que va el asunto final; haciéndole a
uno desperezar las piernas y el cerebro pero intuir, al tiempo, lejanamente,
que el disco que se viene va a apelar también, irremediablemente, al corazón.
El power pop tiene problemas de definición. Algunos de ellos
provienen de hechos simples: muchas las bandas que integran tan difusa escena o,
digamos, pulsión, suelen olvidar la parte “power” y a menudo, además, carecer
de verdadera capacidad para la verdadera orfebrería pop (que no es cosa
sencilla). Por otro lado, todos los elementos que supuestamente lo constituyen
(el empuje, el nervio enroscados en gozosa síntesis con la capacidad melódica y
emocional) están ya consignados en el Rock&Roll mismo.
Podríamos argumentar, para solventar el nudo, que el power
pop se define, en todo caso, por aquello del rock&Roll que decide
conscientemente no asimilar: resume y funde, como este, elementos encontrados,
pero elimina de la ecuación el macarreo que los amalgamaba, el cinismo, la coña
marinera, la sublimación heroica y barrial, la violencia pura. Es un género
limpio de coartadas, por tanto, en el que hay que hilar fino o es mejor
abandonar. Por poner ejemplos personales, para mi power pop son -porque consiguen
esa reducción tan difícil- The Posies en sus momentos álgidos (“Frosting on the
Beater”, esencialmente) o los Sugar pluscuamperfectos de “Copper Blue”, o los
Big Star que aún no se habían desbarrancado en los picos de tristeza profunda
de “Sister Lovers”, o los Dü del “Candy Apple Grey”, o Elvis Costello cuando va
encendido, o el Joe Jackson de “I’m the Man”, y todos esos son enfoques muy distintos,
pero al menos alejados de la reiterada materia obtusa que ofrecen los pesos
medios del género.
Los chicos de la ensalada consiguen ese encaje del que
hablamos con suficiencia, y lo que es más, lo hacen logrando al tiempo otras
dos cosas que van encadenadas: un disco de madurez (de tránsito hacia ella, de
encuentro con ella) y un disco de desengaño (esa cosa tan frágil, tan
dificilísima, tan aterradora). Mientras lo escuchaba a buen volumen por primera
vez he percibido esto con claridad meridiana. Explicar el porqué ya no es tan
sencillo.
Sin embargo, incluso visto desde parámetros meramente
musicales, si se usa una lupa y algo de reflexión personal, se pueden encontrar
guías: superficialmente estamos ante un disco variado y conciso que picotea en
varias tradiciones sin perder personalidad (desde The Saints a la herencia
Flying Nun, desde el ruidismo melódico post Dü hasta REM, pasando por un Alex
Chilton sepultado bastante abajo). Esa personalidad, sin embargo, se obtiene de
modo peculiar, gracias a una singular capacidad de las canciones para
mantenerse “fijas”. Y es que pese a su estructura aparentemente clásica, una
escucha detallada ofrece sorpresas: el fraseo de Sampson es muy suyo y poco
habitual en un género que tiende a arrojarse a por el premio demasiado rápido,
y los estribillos –clave del género por lo habitual, porque el power pop como
“marca” es casi siempre previsible y burgués- existen, pero más como frases
clave que como estribillos musicales en sí. A menudo no hay crescendos hacia
ellos, sino que están ahí, suspendidos, y eso es todo; colocados en lo que
tradicionalmente podría considerarse un “puente” (ese concepto abtruso que
merecería un artículo en sí mismo). Son, digamos, momentos en los que el
discurso encalla en el arrecife de una idea central a veces apenas esbozada, a
veces críptica. Ideas centrales que acaso sólo algunos, según su día, según su
época, según su emocionalidad, puedan ver claramente.
Para ellos, será claro que
ya desde el primer receso, en Blown Up,
algo no marcha bien para el que canta:
“So how did you turn this down when
You’ve turned up so much to find this?”
Cuando escuché su excelente álbum anterior, “Metalmania”, y
me leí las letras, he de reconocer que no encontré demasiado que rascar. Sin
ser malas, estaban aún en un estado de deshilachado embrión. Ahora, sin
embargo, y aunque por la vaguedad de muchos pasajes casi se podría pensar que
el autor no está en exceso interesado en ellas, existen en casi todas las
canciones esos momentos clave en los que una o dos líneas consiguen congelar el
tiempo sentimental, como si hubiesen logrado encerrar para nosotros, en una
crisálida, el dolor de la pérdida.
…Pasa de modo mayúsculo en el segundo tema, la demoledora Hatred:
“If I would be under you
Would you enjoy me?”
…Fluye, de modo menos sintético, en Psych Slasher:
“Someone new, but not a dreamer (…)
Someone new, but not a thinker (…)
He will surely answer for all the blame that’s
Formed as a cancer in the family brain (…)”
…Atraviesa
dolorosamente Right Time:
“See the night’s sun? Blink and it’s gone…
It’s blinking non-stop”
…Reina definitivamente en esa Exaltation reminiscente de The Jazz Butcher que marca la mitad del
disco.
“I can’t have silence on other hillsides
You won’t have meaning coming (…)”
…Desemboca finalmente en ese casi oculto “So, going so so”
que cierra, repetido, opaco, el penúltimo tema, Going Down Slow:
“So, going so so...
So, going so so...
So, going so so…”
He citado en total seis temas de los doce; son los que
juntos y no revueltos hubieran dado un disco tan energético como desolador. De
los otros seis, dos bajan ligeramente el nivel (Choking Sick y Scenic Route
to Nowhere) y otros cuatro lo mantienen pero menos infectados por esa
parálisis terminal que trae la incomprensión sobre el propio dolor: sobre sus
causas, sus fines, su utilidad, su desaparición… Quizá haya sido el mismo
Sampson, compasivo -si es realmente tan inteligente como con seguridad cree- el
que haya facilitado tal rebaja en el contenido: un EP con esas seis canciones
hubiese sido de una tensión emocional difícil de superar.
Pero, ¿no pueden ser todo esto imaginaciones mías?, pensará
quien, sin profundizar más, escuche los temas, briosos, límpidos, ruidosos en
su justa medida (esa capacidad para casi sepultar la voz sin que pierda punch
emotivo que se inventó en Minneapolis y que usan aquí y allá). Oh, no, lo sentimos. Uno conoce estas
cosas. Uno sabe distinguir incluso en un arranque tan cromado como el de este “This
is Glue” la cápsula amarga que yace dentro. Irremisiblemente amarga pero por
desgracia sólo casi letal. Sabe también que en otro estado mental o sin el
aprendizaje del tiempo, ni siquiera hubiese percibido el hecho con claridad, y
que quizá esta reseña estaría ahora discutiendo sobre si lo que se oye en In Heaven y en Under the Bed es el fantasma de Michael Stipe dictando frases
repetidas. O sobre la influencia de The Saints en toda la música posterior a
ellos facturada en las antípodas. O sobre si los Lemonheads eran para tanto o
no. O sobre si es “With a Girl Like You” lo que hace eco dentro del caparazón
del tema cuatro (¿la escuchan?). Cosas así, que también importan, o tampoco
importan. De ese modo, el “disfrute” no hubiese sido igual, porque el proceso no
hubiese dolido igual. No hubiese dolido tanto, y el disco, el mismo disco,
hubiese sido inferior. Hay discos para la guerra, incluso para la guerra de los
sábados por la noche. Los hay para el crepúsculo de las pasiones. Los hay para
cantar con los niños. Los hay para el desamor.
En cuanto a la maestría de Sampson para cazar ese pico
helado y repartirlo en cositas de tres minutos, llámalo power pop, o rock and
roll, o solo pop, o la sabiduría coagulada de unos miles de años de contadores
no tanto de historias como de emociones; la artesanía de la polaroid del estado
de ánimo llevada a su suma imperfección. Las polaroids son siempre imperfectas,
esa es su magia, y en eso gran parte de la música popular ha sido sabia y
acorde no sólo con su época sino con las necesidades profundas del ser humano:
ha sabido dar imperfección a aquello que la requería.
He entrecomillado antes “disfrute”. Al parecer mientras
presentaba “Blood on the Tracks” en un programa de televisión, una periodista
le comentó a Dylan que había disfrutado mucho del disco. El viejo zorro le
contestó que nunca lograba entender como la gente podía “disfrutar” de “that
kind of pain” (ese tipo de dolor). Se puede, de aquella manera, queremos
suponer, Bob, cuando uno es parte del sentimiento mismo. Y ello alude, acaso,
al mismo método con el que uno a veces se enfrenta a la mortalidad: rara vez el
pánico metafísico nos ataca mientras lidiamos con la cuestión a pecho
descubierto, mientras escribimos o cantamos sobre ella, porque la escritura y
el canto son en sí mismos hechizos de protección aunque encaren el problema de
modo directo. Es en el olvido de la cotidianeidad, en la visión periférica, en
cambio, cuando sucede, cuando caemos, cuando vemos, cuando lloramos.
Es entonces, del mismo modo, sólo desde el centro del desamor desde donde se
puede percibir en toda su espléndida nada el desamor, sin ser incinerado. Es desde
esa batalla y esa pertenencia, desde
donde se puede percibir en todo su amargo esplendor la gloria de cosas como Psych Slasher o Right Time sin que esa gloria te destruya. La gloria de poder
asistir enteros a nuestro propio y doloroso acontecer, cantado por otro humano.
La triste gloria de que también a ese acontecer se sobrevive; de que también se
sobrevive a ese paseo en carne viva que sólo el pop sabe encarnar así. A veces.
Consuman bajo su responsabilidad, my brokenhearted f(r)iends.
Fdo. F.G.L.
1 comentario:
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