jueves, junio 26, 2014
GATOTE POWERS digital collage series
Cuando no está en redacción ironizando sobre la vida y la muerte, nuestro colaborador GATOTE POWERS se dedica al noble arte del collage. Pueden admirar su trabajo AQUÍ. Escríbanle y cuéntenle cosas.
domingo, junio 01, 2014
"A veces leer libros se parece a una enfermedad mental" - Una entrevista con JUAN TERRANOVA (segunda parte)
(Segunda parte de nuestra entrevista con el escritor argentino Juan Terranova. Pueden encontrar la primera parte AQUÍ)
- Me sorprende la
progresiva depuración de tu estilo. Entre “Los amigos soviéticos, que es una
novela más fragmentada y con más referencias externas a la trama en sí, pasas a
la elegancia de “El Vampiro”, con un estilo clásico, que parece diseñado para
no estorbar al lector. ¿Cuánto hay de esfuerzo en esa dirección y cuanto de
decantación natural del estilo…?
Bueno, soy muy disperso en
mi forma de trabajo. Y no tengo un estilo, o al menos no tengo una meta
estilística. Leo a Juan José Saer, a Onetti, y veo esas novelas tan buenas y
tan claramente unidas por un estilo, por un ethos... Luego miro el
estante de mis libros y lo que veo, bueno, es cualquier cosa, un rejunte de
temas, un pastiche de formas y contenidos. Lo sufro. O al menos no es algo de
lo que me sienta orgulloso. Pero aprendí a convivir con eso. Y cada tanto le
encuentro algo de lógica a ese caleidoscopio caótico de maneras de leer y
escribir. Hasta ahora, siempre que escribo me dejo arrebatar por lo que voy a
contar y entonces la forma de escribir termina estando a disposición de lo que
voy a contar. Cuando hago ensayo, cuando argumento, ahí sí aparece algo más
homogéneo, algo más parecido a una voz propia... Dicho esto, creo que el salto
de Los amigos soviéticos a El vampiro es una salto hacia a atrás
y de espaldas. No hubo intención y ahora volví a narrar de forma fragmentaria.
De hecho, mantener todo ese mundo que imaginé más o menos unido me costó
demasiado sudor y lágrimas. No soy de escribir catedrales –quizás sí de
imaginarlas– y no sé si lo volvería a hacer. Escribí solo dos novelas largas y
la pretensión wagneriana de El Vampiro me dejó exhausto. Por otra parte,
si no hay dinero de por medio y lo que manda es el deseo, lo que emerge es la
fragmentación. Si los editores me pagaran mejor, quizás intentaría seguir con
las Walkirias del sur, por ahora creo que me quedo en el lodo disolvente de los
humedales porteños.
- Pareces interesado por
argentina como lugar al que afluyen corrientes distintas. Hablas de los
formalistas rusos y de una familia rusa que quiere eludir la guerra de
Chechenia, pero ambos acaban en Argentina. Hablas del tsunami japonés, pero uno
de los protagonistas del cuento desea huir también a Argentina. Hablas de
Alemania pero aquí (allí)… ¿Hasta qué punto la personalidad misma del país está
marcada por haber sido un país de constante recepción de emigrantes de diversos
puntos del mundo?
Pero... ¿Cómo dejar atrás
ese lastre, esa brújula? La literatura argentina es un juguete caro. La
Argentina es un lugar carísimo. Lleno de posibilidades pero sin forma, y la
forma, lo sabemos, lo decía Valery, lo sabía Barthes, lo explicó Gombrowicz, la
forma es cara. Hace unos días terminé de leer una biografía de Curzio
Malaparte, muy buena, francesa, bien hecha. Mi conclusión fue un apresurado
pensamiento de retorno. Quiero volver a Italia. Mi padre vino de Consenza a los
dos años, toda mi familia vino de allá, y ahora mueren y los entierran aquí. Y
yo tengo mis raíces en Europa y mis muertos en América, y mis hijos son
argentinos. Y a veces tengo ganas de volver, enderezar la historia y que este
lugar haya sido un momento nada más. Yo escucho Schubert viendo el Rio de la
Plata y siento la voz de los adelantados que descubrieron esta naturaleza llena
de humedad. Para Cervantes la humedad daba locos. Volver, volver, ¿volver a
dónde? ¿A la Europa indiferente y estilizada del silgo XXI? ¿Volver al pueblo
de los Terranova, a San Marco en las montañas? ¿Volver a Cosenza? ¿Volver a
Napoli? ¿A Roma? ¿Volver a París? Dios mío, hablo y escribo mucho mejor el
francés que el italiano. Mi italiano familiar suena al desastre de la Segunda
Guerra y cualquiera que haya leído la literatura argentina sabe que la lengua
de la pampa es el francés. Hacia el sur de la provincia, el danés o el
holandés. Hacia el norte del litoral, el piamontés. ¿Volver a París? ¿A la
meseta castellana? Inmigrantes hay en todos lados. En la Plaza Cervantes de
Alcalá de Henares, una vez hablé en inglés con un hombre que vendía flores. Era
de la India. Creo. Le compré una rosa. Quiso saber de dónde venía, porque se
dio cuenta que no era español. Le dije que venía de Argentina. Y le iba a contar
que... Pero no me escuchó porque pasaron dos mujeres de cierta edad con una
cámara de fotos y se fue hacia ellas con tal violencia que las asustó. Esto era
en el 2009. Escribí un libro en Alcalá. Se llama Diario de Alcalá. No me
esmeré con el título.
- Decía un teórico a principios de los sesenta que la gran preocupación de la
literatura de su época era la espiritual. Posteriormente, probablemente fue la
discusión sobre la libertad personal. A mí me da la impresión de que
actualmente el problema central es la identidad. El “¿Quiénes somos?”. ¿Qué
opinas? ¿Es una pregunta a la que tú hayas intentado dar respuesta?
Mi
identidad hoy tiene que ver con Internet. ¿Dijo o no dijo Luis XIV “L'etat
c'est moi”? Luego Rimbaud dijo “Je est un autre”. Pero el gabacho que mejor
estuvo fue Flaubert, bigote pillo, que sin que se le moviera un pelo, mandó
“Madame Bovary, c'est moi.” Nosotros todos somos un pequeño, un ínfimo pedazo,
un punto, un pixel, en el entramado de la web.
-
Has declarado en alguna parte tu interés por la época de los Habsburgo, e
incluso en “El vampiro…” citas el tema de pasada. Sin duda la saga real más
interesante de España desde un punto de vista clásico o posmoderno, y también
desde el punto de vista fantasmagórico de la sangre, la morbidez, la
disolución, la decadencia, etc… ¿Hay cosas en ella que te parezcan relevantes y
conecten con nuestro tiempo de alguna manera?
La
historia española me atrae mucho. Game of Thrones es un juego de mesa para días
de lluvia al lado de la lucha de casas que hubo en España. Luego está ese libro
bendito de Dios, Gárgoris y Habidis de Fernando Sánchez Dragó. Nosotros
tenemos un ensayista similar, místico y racionalista a la vez, Ezequiel
Martínez Estrada. De alguna forma ellos mismos son los que nos dicen que esos
libros largos, farragosos, imprecisos, cometen el error de la identidad.
¿Querés una escena peripatética? A fines de los años noventa, soy estudiante y,
agotado de teoría francesa, leo el segundo tomo del Manual de Historia de
España de Pedro Aguado Bleye en la zona de referencia de la biblioteca de
mi facultad. De golpe, se corta la luz. Toda la sala de lectura se queda a
oscuras. Alguien dice que llega un fantasma. Alguien se ríe. Cuando vuelve la
luz, Carlos II todavía seguía ahí.
- En “El vampiro…”,
hablando del bicentenario y de un discurso al respecto se dice: “El discurso
sonaba homogéneo, rancio, demasiado transitado. Pero nada es demasiado
transitado para el Reich. Su capacidad para repetirse y ser siempre el mismo es
infinita”. Trabajas bastante en el libro con esas afirmaciones polivalentes,
que sirven lo mismo para el Reich del que hablas que para situaciones actuales.
¿Cuál sería pues, la distancia entre un Reich de ese porte y el actual
–supuesto- estado totalitario en proceso?
En La conjura contra
América, Philip Roth especuló con un Franklin Delano Roosevelt derrotado en
las elecciones presidenciales de 1940 por Charles Lindbergh. Estados Unidos toma
así una posición aislacionista, Alemania gana la guerra y el mundo se vuelve un
poco más antisemita. La novela apareció en el 2004 y la tentación de leer
analogías con Bush ganó mucho espacio. Era la pregunta obligada en las
entrevistas, el principio de la la lectura. Pero si la novela se reduce a esa
coyuntura se empobrece. Con mi libro, que no es tan bueno como el de Roth, mi
intención no era tanto señalar o denunciar el alzamiento de un Estado
orwelliano universal sino como el sistema totalitario nacionalsocialista
–pintado siempre como lo malo y lo temible– se podía parecer al Estado de
derecho que tenemos hoy. Al final lo que hice fue un ejercicio más bien clásico
de relativismo político. Luego podemos decir que, después de la caída de la
Unión Soviética, el comunismo tiene todavía una última sorpresa para Occidente
con China. Lo sabemos hace tiempo, China will come. Ahora lo empezamos a
ver. Pero la dominación china primero va a ser industrial y después va a
atravesar por un proceso de revuelta capitalista, alguna guerra o algo así.
¿Cuánto falta para eso? Ni idea. Pero sé que ahí hay también un par de buenas
historias.
- El vampiro es una
novela de hombres, y de hombres solitarios. Sin embargo sobre la escena final,
quizá la más abiertamente poética dentro de un libro poco lírico, sobrevuela el
fantasma de la mujer de Bravard… ¿Qué importancia le das a esa presencia?
Esta es una pregunta muy
rara. Quizás ahí se me escapó una oportunidad de hacer algo más con la novela.
¿Cómo sería el rol de una mujer en una Argentina nacionalsocialista? Había ahí una punta para desarrollar las
fantasías más acaloradas del feminismo contemporáneo. No la vi.
- Yo encuentro adecuado
que en el libro haya cosas que no se expliquen, como que Wasserman pueda matar
a un perro con la mente; cuadra con mi gusto por lo inexplicable. Sin embargo,
el canon actual, en el que todo tiene que funcionar como un mecanismo de
relojería, quizá lo deplore…
En las extensas aguadas de
la provincia de Buenos Aires matamos toda clase de animales con la mente. La
relojería la dejamos para los suizos.
- Me gustaría que me
aclarases un poco lo que quiere decir la siguiente conversación: -“Masoquismo
ritual” – “Lo produce la cultura argentina”.
No
hay mucha explicación. Nos gusta el vértigo del dolor. Pero bueno, ¿a quién no?
Quizás a diferencia sea que en la Argentina es un ritual cíclico. Y eso más
allá de los nazis y todas mis patrañas de fantaseador.
-
Empiezas un cuento de “El batacazo” con una buena definición de lo que nos pasa
a muchos: “Bueno, para empezar tengo que decir que en mayo del 2010 tenía
problemas de dinero. No me creo excepcional por eso. Todos los escritores, periodistas,
profesores y poetas más o menos lúcidos, más o menos neuróticos, tenemos
problemas de dinero, los tuvimos y los seguiremos teniendo. En mi caso, para el
Bicentenario de la patria, ya había cumplido treinta y cuatro años y seguía
ganando lo justo. Escribía para revistas, hacía periodismo, daba clases, y cada
tanto publicaba algún libro. No era una mala vida. No me podía quejar. Tenía
mucho tiempo libre. Con todo, a veces no lograba reprimir una mueca de
disgusto. El romanticismo había pasado. La juventud, los bares, la bohemia,
comer de prestado, perder una noche en un bar hablando con un borracho, pensar
la nueva novela completamente original…”. ¿Cuál es o fue tu postura ante
esa realidad? Creo que no es un tema despreciable en tanto en cuanto a mucha
gente de nuestra generación, criados en la expectativa de grandes cosas, les
produce una frustración importante que a veces no saben superar…
No,
no lo es. Necesitamos escribir sobre eso. No es que no sea haya escrito sobre
la pobreza material de la vida intelectual pero estaría bien ir poniendo más en
su lugar el tema del saber porque en el siglo XXI hay saberes que ya son
caducos y hay trabajos que ya no existen. Por ejemplo, el periodismo. No, hijo
mío, el periodismo se fue y nunca va a volver. La verdad es que desde hace
veinte años no hago más que estudiar y siento que toda esa fuerza de
concentración, todo ese empeño, me dio mucho placer en diferentes planos, me
formó, me hizo feliz también, acaso, pero me empobreció irremediablemente. Leer
libros en sí mismo no es un acto positivo. A veces se parece a una enfermedad
mental. En Buenos Aires, ya lo dije, uno escribe por gratificación narcisista. Y
luego se ve de dónde se saca el dinero para vivir. Eso genera mucha
esquizofrenia, mucha inseguridad y muchas peleas por migas. Para subsistir hay
que ser astuto y aprender antes que después la sintaxis y el vocabulario de la
hipocresía. Y pese a todo, en estas tierras, no es la esperanza lo último que
se pierde sino la ingenuidad.
- ¿Crees que el escritor
es un hombre de acción frustrado? ¿Hay una nostalgia de la acción en el
escritor?
Cuando cumplí la mayoría de
edad, me fui a Europa en el viaje iniciático que todo pequeño intelectual
argentino hace en algún momento. Fue un buen viaje, un poco atolondrado por mi
edad y mi desconfianza natural, pero tengo buenos recuerdos. En esa época era
ingenuo y valiente. En París, viví con Flavio, un carioca, muy elegante y
formal, que estudiaba para ser diplomático de carrera. Un tarde de noviembre
salimos a pasear por el Quai de la Seine con dos amigas rusas. Las rusas se
reían porque no entendían bien de qué lugar del mundo éramos y cuál era la
relación entre Brasil y Argentina. Tomábamos vodka y café y mirábamos el agua y
la ciudad. En un momento, empezamos a hablar de conocer más el mundo. ¿Moscú?
No, más allá. ¿Los Montes Urales? No, no, más allá. Ir a China, a Tailandia, al
Pacífico. Flavio dijo que en esos lugares no había civilización. No lo dijo con
esas palabras, no se las habría permitido. Pero lo dio a entender con mucha
precisión. Acto seguido, empezamos a buscar una oficina de reclutamiento de la
Legión Extranjera. Yo tenía mis dudas de que existiera todavía la Legión
Extranjera. Para mí era algo de las películas y de las películas viejas. Flavio me decía “poeta”, porque pensaba que
un literato era necesariamente un poeta y también porque en Rio se usa “poeta”
para saludar a alguien en la calle. “¿Cómo va, poeta?” Es tan irónico como
elogioso. “A ver, poeta, ¿quién se anima a meterse en la Legión y partir hacia
la Indochina?” Al final, no sé cómo, llegamos a una comisaría. Las rusas ya no
estaban con nosotros. Se había hecho de noche. Me acuerdo que me llamó mucho la
atención que esa comisaría parisina se pareciera tanto a una comisaría porteña.
Había máquinas de escribir, paredes pintadas de color celeste, uniformados con
sobrepeso y cara de dormidos. Una mujer que atendía en un mostrador de fórmica blanca
nos señaló una puerta. Al costado de la puerta, pegados en la pared, había unos
folletos con fotos de soldados que parecían ninjas modernos arriba de un bote
de goma. Era la oficina de reclutamiento. Probamos de entrar y la puerta estaba
cerrada. Nos fuimos. Unos días después, almorzando en la Ciudad Universitaria,
le conté a un colombiano esa excursión. Le pareció peligroso. Me dijo que si te
enrolabas te daban la ciudadanía francesa pero después de tres años de servicio...
Yo no lo había pensado. Lo tomaba como una excentricidad, había sido casi como
ir a un museo... El insistió. Muy peligroso. Le dije que estábamos borrachos.
“Peor –me respondió–, te hacen firmar el alta y listo, ya está.” La palabra me
detuvo: ya está. ¿Qué era lo que ya estaba? Era otra vida. Firmabas y quedabas
enrolado y comprometido por dos o tres años a servir a Francia. ¿Qué habría
pasado si la oficina hubiese estado abierta? Terranova legionario. Tenía la
edad adecuada. Tenía la preparación física y mental. Habría sido un buen
legionario, criterioso, eficiente... Pero no, quería terminar de leer el
Quijote, armar una biblioteca mental que ya tenía diseñada, tenía que escribir,
desarrollar mi capacidad de argumentación. Pero a veces, cada tanto, pienso en
esa puerta cerrada de la Legión. El año que viene cumplo cuarenta años y ya no
voy a poder enrolarme. Lo estoy viendo en Internet. Para ser parte de la Legión
hay que tener entre diecisiete y cuarenta años...
- En “La sangre de
España…”, donde ya esbozas el tema del vampirismo, el de los zombis y el de los
Austrias, y que me parece un cuento muy logrado, dices: “En la pampa la
situación era mucho más simple: un hombre valía un hombre. No había reyes, ni
cortesanos, ni cerdos metiendo el morro en la mierda”. Se plantea la Pampa como
última frontera de libertad no cuadriculada ni parcelada, un poco como se
refleja en muchos westerns con el Oeste Americano. Yo siempre reflexiono sobre
el tema, y me da la impresión de que la búsqueda de esa frontera, de ese
territorio aún no controlado, de libertad, ha pasado de ser física a ser
mental. ¿Qué opinas?
Bueno, las llanuras del sur
y del norte se parecen. El cowboy y el gaucho se parecen también, son como
primos lejanos que se reconocerían en pequeños detalles, supongo. Aunque unos
eran de clara extracción protestante y los otros, una mezcla de catolicismo y
pragmatismo. La literatura argentina desarrolló una amplia reflexión sobre la
escritura de frontera, el desierto, la línea de la civilización y el otro como
indio. En la larga discusión que se da en esas descripciones muchas veces la
frontera no es física ni mental, sino apenas lingüística. Con respecto a lo
mental, ahí la permeabilidad es total. Nada choca contra nada. La idea de que
la frontera pasó a ser mental me resulta más primermundista, y muy poco
americana. En América las fronteras pueden ser permeables y móviles pero siguen
teniendo una buena cuota de dolor, extensiones deshabitadas, espejismos y
monstruos.
- Me gusta el cuento que
habla de Cesar Aira, aunque sea intraliteratura, crítica y retrato. ¿Crees que
un gran cuento debe ser universal? ¿Crees que debe poder entenderlo cualquiera?
No tengo prerrogativas
sobre el tema. Cuando narro, narro para mis amigos, para los que sé que van a
ser mis lectores. Si ellos me entienden, sé que voy bien. Vonnegut tenía esa
frase que era como un consejo: tenés que contar tu historia para una o dos
personas, porque si abrías la ventana y se la contás al mundo, el mundo no te
escucha y encima te resfriás.
- “Para que una obra nos
guste lo que termina importando es la calidad de sus infracciones…” ¿Cuál crees
que es la calidad de las tuyas?
Como ya dije creo que hay
algo del pastiche, del abandono de un estilo único.
- “Dos rusos cruzando
argentina en un taxi”, imagen melancólica, violenta y hermosa. ¿No pensaste
nunca en convertirla en una novela?
Bueno, si te tengo que ser
sincero, Luis, todo me parece motivo para pensar en una novela. Todo: una
frase, una sensación, el feminismo, un libro, una biblioteca, una mujer, un
comentario, una cuenta de Twitter, un hueso roto, Roland Barthes, el manubrio
de una bicicleta, un mensaje de un amigo, unas hojas subrayadas, el hijo de
Roberto Arlt, las apariciones televisivas de Camilo José Cela, un viaje que no
sale, una computadora vieja... Siento que de todo se puede sacar una novela.
Antes era peor aún porque intentaba escribirlas. Hacía listas con sus títulos,
hacía esquemas, planes, abría archivos de word, escribía una carilla, y luego
eso traía una descompresión y ya no pasaba nada más. Ahora apenas las fantaseo,
me resisto, y si la idea insiste en mis apuntes o en mi cabeza esos materiales
terminan cayendo en mi diario de lecturas, una columna semanal que vengo
haciendo hace años en Hipercritico.com.
- Partiendo de la hipótesis
de que todo buen escritor se encuentre en una frontera, en un punto de quiebra,
en una falla, en una trinchera, si se quiere… ¿cuál sería la tuya?
No sabría que responder.
Creo que cada libro que escribo y también mi periodismo intentan dar una
respuesta a esa pregunta. Me gusta leer el poema conjetural de Borges a veces
en clave de crítica literaria, de la aventura de la crítica. Es tensionar
demasiado, lo sé. Pero los caudillos son la cosa, la experiencia, la vida en
sí, y Laprida, padre de la independencia argentina, asesinado por la montonera,
es la crítica, el esfuerzo, la demanda, la argumentación, los libros, todo
aquello que es derrotado por la fuerza de la experiencia. ¿Muy romántico? Es
posible. Pero el júbilo secreto del crítico que pierde, que se sabe un
burócrata de las emociones, la contención y la opinión, genera ese jubilo
secreto, ese narcisismo que también es vital. Si el destino sudamericano es la
crítica, la crítica que da la pelea, y pierde, la crítica que se inmola, que es
asesinada por la cosa, entonces posiblemente mi trinchera sea la crítica, ese
vicio, esa lucidez, esa oscuridad. Mi situación periférica en un campo cultural
barbarizado lo confirmaría de alguna manera. Consciente de eso, me interesa
defender, así y todo, el arte de la argumentación, la crítica y su función, el
ensayo como género y su hibridación con la novela. La trinchera del periodismo
entendido como intervención en el debate de las ideas me interesa mucho. En ese
sentido, mi trinchera hoy sería la RevistaPaco.com.
- Uno de los cuentos que
más me gustaron, porque me pareció muy poderoso, fue “La masacre del equipo de
Vóley”, pese a que no soy muy fan del tema zombis (más del tema Vóley). Creo
que ahí está ya algo que sigues cultivando después, como es el uso de los
espacios que son simbólicos para nuestros contemporáneos (en este caso el campo
de fútbol) para cosas muy alejadas de su uso y sentido originarios. También me
interesa toda esa reflexión de fondo sobre los medios de comunicación, los
“realities”, etc...
Quería escribir sobre
zombies pero no como algo que resultara una amenaza, sino parte de la rutina.
Al final creo que nosotros somos el virus. Nada parece detener al hombre, a ese
mamífero que ama y piensa y que dice haber desarrollado “conciencia.” Los
políticos no son devorados por mutantes de caras descompuestas. Nos encantaría,
pero no hay recorridos por ciudades desiertas, autopistas colapsadas ni
campamentos con sobrevivientes. Nadie pelea con un machete por su vida ni
revuelve comercios saqueados en busca de una lata de arvejas. El hombre sigue
siendo el lobo del hombre de su forma menos frontal. La burocracia nos consume.
El monstruo continúa en el espejo o en la pantalla. Los zombies pierden.
Nosotros ganamos. Sobre eso quería escribir. Quería fijar posición y decir que
nuestra miserable neurosis, nuestra paranoia, nuestra esquizofrenia final
triunfa siempre sobre los zombies.
- “El dueño de la casa
era un artista plástico varado en algún punto intermedio entre los suplementos
culturales, su neurosis, su ano y la década de los ochenta”. ¿Podemos
considerarlo una definición de un “grupo” social actual?
Desde luego, los que fueron
jóvenes anales en la década del ochenta hoy son cincuentones operativos del
mundo cultural. Me pregunto qué cuatro puntos cardinales me tocaran a mí. La
música pop y su seducción podrían ser uno. Las pretensiones ya obsoletas de las
vanguardias artísticas del siglo XX podrían ser otro.
- ¿Por qué eliges el zoo
de Buenos Aires para una de las escenas finales de “El Vampiro”?
Joder, porque me encantan
los zoológicos.
- “En Argentina tenemos
un auge de redes sociales. Ahora, España necesita una purga de novelistas
viejos. Que los viejos escriban poesía o se quejen en los diarios, pero no los
dejen seguir metiendo sus problemas de próstata y su neurosis en novelas que no
le interesan a nadie”. ¿Cómo se purga a los novelistas viejos? Vendrían bien un
par de ideas…
Creo que la mejor forma es
escribir acerca de sus libros. Si se mueren, enseguida se canonizan. Así que la
mejor forma es leerlos y empezar a señalar lo obsoletas que pueden resultar sus
prácticas.
- “El blog no termina de
afectar al lenguaje como lo hacen los comments”, has dicho. También has dicho:
“una novela escrita, construida, a partir del género ‘comment’ sería una novela
ácida, con una trama de equívocos y malentendidos, una novela de tesis muy
cercana al aforismo negativo y a la crítica literaria. También una novela del
ruido”. Suena bien. ¿La harás o la época del “comment” ha pasado ya?
El comment era tan vivo y
ágil y atractivo que se independizó y formó su comunidad, que es Twitter. Sin
las notas que lo coartaban, ahora vuela con sus propias alas. Twitter me
resulta un lugar de mucha intensidad. Como me dedico a leer de manera
profesional a veces siento que estoy entrando en una habitación llena de gente
con gafas para ver a la gente desnuda. Otras veces solamente siento que se
trata de una novela coral pensada por James Joyce y Leopold Von Sacher Masoch.
La novela del Último Gran Fluir de la Conciencia Colectiva. Se dijo varias
veces, una novela escrita con los fragmentos de Twitter pero, si tenés Twitter,
¿para qué hacer el esfuerzo de meter eso en una novela? Tarde o temprano el
arte de la novela va a acusar recibo. Por ahora, solo tenemos una ligera
confusión, un poco de sensual mareo.
- ¿A qué aspiras como
escritor?
A que me hagan una puta
estatua de mármol en un parque o a que le pongan mi nombre a una calle, no hay
mejor forma de anonimato en Buenos Aires.
- ¿En qué estás trabajando?
Ya tengo terminados varios
libros. Ninguno realmente bueno. Pero todos más o menos legibles. Ahora estoy
muy concentrado escribiendo artículos para RevistaPaco.com.ar.
-¿Cómo va la salud del periodismo argentino?
En unos diez años habremos terminado con él
definitivamente. El tema es qué haremos después.
-
¿Qué hay después de la muerte? (esta ya te la hice y me contestaste que después
de la muerte está Dios, pero era por si habías cambiado de opinión)
Me gustaría, después de
muerto, encontrarme con mi padre. Los católicos sabemos que no se puede amar lo
que no existe y yo lo sigo amando, así que estoy seguro que por allá debe
andar. Pero, como me diría él mismo, no hay porque apurarse, tomemos las cosas
con paciencia. Era bueno dando consejos. Que Dios lo bendiga.
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