viernes, agosto 12, 2011
VIDA Y MUERTE DE UNA BANDA DE BAR (I)
Uno deja las bandas (esas bandas imposibles y oscuras que siempre hemos tenido), asqueado de la miseria moral y económica que las rodea, convencido que canalizar la propia energía creativa por ahí es perder el tiempo. Se da un buen baño en la ausencia de ese estímulo. Y se alegra de no tener que hacer determinadas cosas que configuraban aquella asfixiante rutina: las horas perdidas en los transportes públicos (que diría Roger Wolfe), las horas perdidas en polígonos de extra o intrarradio, esperando al resto de la banda (la puntualidad y el Rock&Roll jamás fueron juntas), las horas perdidas repasando el set de siempre porque aunque parezca raro, hay temporadas enteras en las que parece que nadie tiene la mínima energía suficiente para poner en pie una nueva canción. No se echa gran cosa de menos, se sigue viendo a la gente que se quiere ver y se pierde de vista a un buen puñado de indeseables, paletos, cocainómanos e idiotas terminales. Se vive, en fin.
Y después, como quien hiciese algo natural, uno monta otra banda. Quizá lo hemos adquirido como todos los demás hábitos insanos, montar bandas de Rock&Roll. Quizá es que no somos consecuentes. Quizá es que nos pone ese resultado que los que no están en el asunto consideran sencillo: llegar a tocar delante de gente y sentirse bien (son dos cosas, no una). Nos atrae demasiado la mera sensación, el llegar a poner en pie un muro de sonido DENTRO del cual podamos sentirnos a gusto y bien. Son demasiados los parámetros, empezando por los personales, que se necesitan para hacerlo, lo sabemos. Al menos a partir de una época, es demasiada la energía y la inocencia que se emplea; es descomunal la cantidad de ego incinerada para poder hacer algo que casi todo el mundo entenderá como perfectamente inútil y que sólo llegará a cuatro gatos, y para encontrar en ello una íntima satisfacción. Una íntima satisfacción que, además, pronto habrá que aprender a distinguir entre la maraña de cables. Claro que el que no es guapo a veces acaba encontrando algún turbio contento en su propia fealdad. Así el que no es escuchado aprende a encontrarlo en su ostracismo.
No es buscado, conste, el ostracismo. Mi última banda, que no dejé por gusto, sino por enfermedad temporal de uno de los miembros imprescindibles (son bandas de amigos, y no se sustituye a la gente así como así: a veces una ausencia supone el fin del grupo); mi última banda, digo, llegó a tener un seguimiento que considero muy decente teniendo en cuenta que su única y declarada intención era divertirse. En los últimos bolos en Madrid metíamos unas cien personas sin demasiado problema. Cien personas entregadas que venían a divertirse con el grasiento, saturado y sudoroso ritual de siempre, que cuando se hace bien es siempre nuevo. Cien personas que trasegaban cubatas a destajo y que bailaban y gritaban y, en definitiva, se lo pasaban bien. Ese feedback es magnífico. Y más magnífico porque no llega a ser algo que se te pueda subir a la cabeza de ningún modo. Francamente –e independientemente de la edad del adulado en cuestión- entiendo bien que alguien aclamado sistemáticamente por miles de personas acabe perdiendo pie. Decían los Barricada algo obvio (hay que decir las cosas obvias, tienden a olvidarse) en aquella gran canción de rock de barrio que era “Todos mirando”: “Una mentira agradable es muy fácil de creer”. Y así es. En mi entorno lo he comprobado demasiadas veces, y demasiadas veces he visto crecer reyezuelos al calor de tres o cuatro lameculos.
Pero a lo que vamos, uno monta otra banda, como puede. Y, curiosamente, por el momento, cada banda nueva suele ser mejor que las anteriores. Creo que es como follar. Si a los treinta y seis vas peor que a los veinte, apaga y vámonos. No es ya una cuestión técnica, aunque no sabría explicar exactamente lo que es. “Menos hostias y al lío”, quizá sea la definición, sin que eso implique simpleza o estupidez o cortedad de miras. Así, me encuentro ensayando otra vez con un amigo, viendo como los tems pasan con naturalidad a ser temazos, buscando un batería que le sepa dar y no sea politoxicómano (lo primero es difícil de encontrar, lo segundo casi imposible), componiendo a medias, escribiendo letras que no entiendo ni yo pero que definen perfectamente una parte de lo que soy, machacando covers de los Jesus Lizard, Poison Idea y los Dwarves en plena era Wilco y pensando que quizá, con suerte y un empujón, en unos meses pueda estar ahí arriba haciendo el cabra. No son grandes aspiraciones, lo sé (tengo alguna más, no demasiadas), pero cubren en parte el desencanto y el desagrado visceral que sigo sintiendo hacia el mundo. Mientras toco, está bien. No me miren así, es verdad, y al cabo, los motores de la creación son siempre así. O a lo mejor piensan ustedes que los Ramones llevaban una existencia feliz y los Cramps eran unos vecinos perfectamente integrados, que los Suicidal colaboraban con la policía y Johnny Cash bebía agua mineral bezoya. Desagrado, desencanto, ira, frustración, urgencia primitiva, y una vena lúcida que lo atraviese todo, y ya tiene uno el germen de casi cualquier cosa que valga la pena. Como a mí me viene de serie, eso que llevo ganado ya.
Claro que a veces resultaría menos cansado que no tuviera que ser así, y poder escribir uno el puto Nashville Skyline. Pero una cosa les prometo. Si alguna vez escribo el puto Nashville Skyline no será con pluma y papel ni con guitarras: lo silbaré por lo bajo mientras vuelvo a casa del brazo de quien sea y luego lo olvidaré. Por respeto al resto, vamos.
Y ya está.
Por el momento no tenemos nombre.
Por el momento sólo tenemos cuatro o cinco temas propios.
Así que, ya sabes…
Pronto en tu ciudad.
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3 comentarios:
Yo sigo teniendo baterías, no se si cocainómanos o no. A la espera de que su Satánica Majestad de la orden.
que texto más realista joder!!
suerte con ese nuevo proyecto
Eso es hablar bello y claro.
Love Iscariot.
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